jueves, 20 de junio de 2024

BENEFICIOS DE LA FE EN EL PSICOTERAPEUTA, por David Alberto Campos Vargas

 

BENEFICIOS DE LA FE EN EL PSICOTERAPEUTA

 

David Alberto Campos Vargas

 

Introducción

 

A lo largo de la vida, he podido constatar los efectos positivos de la fe en cuanto a la salud física, mental y espiritual de las personas. Como médico, he corroborado además de cuánto provecho les resulta tener fe a los pacientes (no sólo disminuyendo sus síntomas y aumentando su funcionalidad y su resiliencia, sino también dándoles alegría, bienestar, plenitud, longevidad y calidad de vida). He investigado y escrito sobre el tema, al ver tal cantidad de efectos positivos.

Ahora, tras haber superado el lustro más desafiante de mi propia existencia (en el que tuve la gracia de contar con la ayuda de Dios, por muy adversos que fueran los escenarios), y después de alcanzar los mil psicoterapeutas atendidos (contando psiquiatras, psicólogos, sexólogos, pastores y sacerdotes dedicados a la consejería psicológica) en mi consulta privada, de 2005 a 2024, puedo escribir con toda la experiencia y el conocimiento necesarios.

Espero que este artículo les resulte de utilidad a todos los hombres y mujeres que ejercen la psicoterapia, en esta época y en los siglos venideros. Asimismo, deseo que sirva de inspiración a todos los que se enfrentan a situaciones peculiarmente duras y abrumadoras, y que necesiten leer o escuchar un testimonio genuino de cómo la fe logra convertir eventos vitales adversos en transformaciones, recuperaciones y curas asombrosas.

 

La fe en la psicoterapia formativa

 

Siendo la plenitud de la vida el objetivo principal de la psicoterapia formativa, y descansando dicha plenitud en el trípode constituido por la felicidad, la realización personal y el bienestar integral, vale la pena recordar que aún de las experiencias más tristes se puede aprender y aprovechar. Todos los momentos difíciles, en los que mis pacientes o yo tuvimos la oportunidad de afrontar dolores y obstáculos variopintos, se hicieron ocasiones de conocimiento, reflexión, reestructuración, cambio, purificación, fortalecimiento, empoderamiento y victoria.

La fe genera confianza, certeza, autoestima y esperanza. Hace que, en medio de los peores tormentos, el hombre mantenga el amor propio y la certeza de ser alguien amado, cuidado, protegido y hasta defendido, por nadie menos que el Todopoderoso. Eso produce consuelo, optimismo y energía; permite una dosis extra de fuerza de voluntad, coraje y espíritu de lucha; apalanca y catapulta hacia el éxito. 

Existe una evidencia contundente a favor de la fe en la psiquiatría clínica: disminuye el riesgo de suicidio, acelera la recuperación, aumenta la sensación de coherencia y consistencia psíquicas, aminora la intensidad de los síntomas depresivos y ansiosos, favorece la salida del consumo de alcohol y otras sustancias psicotóxicas, amortigua la gravedad de trastornos como la distimia o la depresión recurrente, allana el camino hacia la resolución de los duelos, potencia la aceptación y la adaptación, regula muchas conductas instintivas potencialmente peligrosas, facilita cualidades como la constancia y la paciencia, contribuye a tener una mayor tolerancia a la frustración, disminuye la probabilidad de recaídas en los distintos tipos de drogodependencias, acrecienta el optimismo y la esperanza, favorece estilos adecuados de afrontamiento y genera vínculos positivos.

Igualmente, en el terreno puramente biológico, tener fe se asocia a longevidad, mejores tasas de sanación y supervivencia en cáncer, mejor pronóstico después de un infarto agudo de miocardio, más posibilidad de recuperación después del ingreso a una Unidad de Cuidados Intensivos, mayor velocidad en la recuperación de diversos trastornos gastrointestinales y menor tasa de recaídas en pacientes oncológicos.

Con base en las consideraciones anteriores, la psicoterapia formativa, en su finalidad de beneficiar al paciente (entendiendo como paciente a la persona, la pareja, la familia, el grupo o la comunidad que estén en tratamiento), fomenta y utiliza a favor del paciente su fe. En el caso de que el paciente sea ateo o agnóstico, intenta que al menos se conecte con lo trascendente y realice herramientas útiles como la meditación, el yoga o la atención plena.

Ahora bien, en virtud de la relación, del vínculo y de la alianza que se establecen entre paciente y terapeuta, y teniendo en cuenta la sinergia terapéutica, la psicoterapia formativa ha encontrado también que el avance del consultante redunda también en un avance del tratante hacia la plenitud. Por lo tanto, la fe, que tanto bien le hace al cliente, también le resulta de provecho al psicoterapeuta. Uno y otro se ven favorecidos, dado el dinamismo de mutuo crecimiento y mutua mejoría.

Lo interesante es que, además de lo anterior (el elemento benéfico para el terapeuta a través del paciente, dado que ambos son formativos y formadores, y se encuentran en mutua construcción), existe también un fenómeno de claro aprovechamiento para el tratante por el hecho de que él mismo sea una persona de fe, con independencia de la situación de su paciente con respecto a la misma. El hombre o la mujer que se dediquen al noble trabajo de la psicoterapia, pueden salir victoriosos, ennoblecidos y fortalecidos de todo tipo de experiencias (incluso si éstas tienen un cariz traumático, o, al menos, perturbador) si tienen una fe real, firme y coherente.     

 

¿Qué es la fe?

 

La fe tiene múltiples aristas conceptuales. En este ensayo, y para la psicoterapia formativa, tiene la connotación de certeza y convicción en un Dios que es Amor Total y también Todopoderoso: un Dios que ayuda, cuida y acompaña.

La seguridad de esa amistad profunda con un ser perfecto, misericordioso y omnipotente, que como es el Bien Supremo desea el bien completo (incluido el bienestar) de quienes a Él acuden, trae como consecuencia una confianza absoluta y una esperanza inquebrantable. Independientemente de las circunstancias (por muy dura o compleja que pueda ser la situación por la que se esté pasando), la fe da por sentado que el futuro será mejor, pues el Señor de todo lo existente protegerá de todo mal y peligro, corregirá las situaciones injustas, socorrerá con diligencia, multiplicará Sus dones, y será un protector incondicional.

Esta seguridad implica creer: en la existencia de un Dios amoroso, compasivo y providente; en que es posible una relación con Él (y que dicha relación se puede cultivar y fortalecer); en que ese Sumo Bien está dispuesto a favorecer y colaborar con aquellos que buscan y cultivan esa relación amistosa.

Nótese que la fe existe y subsiste pese a la poca o ninguna evidencia material, física o “natural” que la respalde. El psicoterapeuta formativo, que es un hombre o una mujer de fe, confía en que el Divino Amigo va a guiarlo, ayudarlo y orientarlo hacia la victoria, así se encuentre en un escenario difícil, en el que otros (los carentes de fe) ya estarían seguramente sumidos en la desesperación o el completo abatimiento.

Personajes como Abraham, Noé, David, el profeta Elías, Job, san José, la Virgen María, san Juan o san Pablo, corresponden perfectamente al arquetipo de la persona de fe. Las características de las personalidades que encajan con dicho arquetipo son: a) creen en las promesas de Dios, así no tengan (al menos en un primer momento) una experiencia sensible o tangible de ellas; b) están convencidos de que Dios cumple Su palabra y respeta los pactos que ha establecido con el hombre; c) tienen una actitud de confianza absoluta hacia el Todopoderoso; d) esperan con tranquilidad en que las situaciones más dolorosas, complejas o incomprensibles terminarán de la mejor manera posible, pues comprenden que ser amigos de Dios es la mayor garantía de éxito; e) saben que existen realidades que no se ven y no se tocan, pues no pertenecen al plano mundano y material; f) se adhieren, cognitiva y emocionalmente, a lo que Dios ha revelado; g) se sienten seguros, aun cuando todos los demás los dejen solos en sus momentos de dolor y humillación; h) saben interpretar lo que sucede a su alrededor (en su comunidad, en su país, y en su época) a la luz de las Sagradas Escrituras y de las enseñanzas y el testimonio de los hombres de Dios que los precedieron; i) entienden su lugar dentro de la Historia de la Salvación, y asumen su rol con determinación y valentía; j) están listos a responderle afirmativamente al Todopoderoso, aunque sea a costa de sus vidas terrenas; k) detestan toda forma de violencia, intriga u opresión, y se oponen con firmeza a tiranos y violentos; l) encuentran coherencia y armonía entre lo revelado, lo intuido y lo razonado; m) aprenden creyendo, y creen aprendiendo; n) no se limitan a lo mundano o sensible, y suelen ser superiores a las banalidades y los afanes materiales; o) tienen una enorme fuerza mental y espiritual, y pueden mostrar también, en medio de sus tribulaciones, resistencia física y tolerancia al dolor elevadas; p) son flexibles, adaptables y resilientes, pues tienen su mirada fija en Dios y en lo esencial, y jamás se dejan perturbar y distraer por lo terreno y accidental; q) no le rinden pleitesía a los ricos y/o poderosos, ni se dejan intimidar por los gobernantes, porque tienen claro que su único jefe y guía es el Sumo Bien; r) les atraen sobremanera los asuntos espirituales, están conectados con lo sagrado y trascendente a lo largo de su vida, y tienen una experiencia de Dios directa, intensa y vivificante; s) muestran una profunda vida interior, y aman los momentos de soledad dedicados a la oración, la reflexión, la contemplación y el recogimiento, así sean extrovertidos y alegres en su funcionamiento social; t) son pacíficos, sensibles y amorosos, pero también recios, fuertes, determinados y corajudos a la hora de defender sus principios y mantenerse en sus creencias; u) están listos a actuar en servicio de los más necesitados, con presteza y diligencia, así prefieran la vida sosegada y serena; v) se esfuerzan por vivir, minuto a minuto, según los mandamientos y el ejemplo del Señor, y amoldan su voluntad y su intelecto a la voluntad de Dios; w) su apego al Divino Maestro es tal, que no dan muestras de duda, confusión o sorpresa en cuanto a Sus mandatos y enseñanzas; x) son coherentes y consecuentes, mostrando en todos los actos de su vida (o, al menos, después de su conversión y descubrimiento de Dios), valores como integridad, honradez, honorabilidad, ecuanimidad, vocación de servicio, nobleza, magnanimidad y misericordia; y) reflejan el amor infinito del Omnipotente en todos sus actos, siendo amorosos, solidarios y altruistas; z) exhiben una paciencia y una imperturbabilidad sobrenaturales frente a los problemas y fracasos, y perseveran hasta lograr sus metas.   

Los seres humanos que cultivan su vida espiritual, exhiben los rasgos arquetípicos anteriormente descritos, así no logren los niveles de grandeza y perfección de los grandes místicos y santos. En líneas generales, son hombres y mujeres que: a) tienen la capacidad de aguantar con optimismo, esperanza y paciencia aquellas sacudidas existenciales que en otros generarían desesperación, melancolía y hasta locura; b) saben levantarse cuando han caído, y lejos de dejarse vencer por fracasos y obstáculos, tienen la persistencia y la fortaleza suficientes para continuar en un camino ascendente; c) exhiben una mejoría constante en su forma de amoldarse a los preceptos de Dios, sobretodo en cuanto tratar al prójimo con amor, tolerancia y misericordia; d) tienen una tolerancia a la frustración mayor que la del promedio poblacional; e) se recuperan más rápidamente de cualquier dolencia, sea física, mental o espiritual; f) pese a sus flaquezas, mediocridades y pecados, confían en el perdón de Dios y en Su capacidad de incrementarles sus dones, habilidades y gracias; g) sus creencias les ayudan a ser resilientes, adaptables y exitosos; h) mantienen el buen ánimo y el entusiasmo aún en las grandes dificultades; i) son éticos y coherentes, viviendo en su día a día de acuerdo a sus principios; j) tienen más facilidad para conectar y empatizar con otros seres humanos; k) se conmueven con más facilidad cuando presencian situaciones de sufrimiento o injusticia, y son bastante solidarios y misericordiosos; l) muestran una notable capacidad de servicio al prójimo, encontrando satisfacción en labores asistenciales y de cuidado que otras personas no suelen tolerar.


Efectos de la fe en la salud física


A lo largo de mi carrera, he observado que las personas de fe potente y genuina ralentizan sus procesos de envejecimiento, suelen ser más longevos (a no ser que ofrezcan a Dios una vida de abnegación y mortificación llevadas a grados heroicos), gozan de gran energía (aún si su complexión es delicada o tienen avanzada edad), son fuertes y resistentes a la hora de trabajar en pos de sus objetivos aunque se encuentren enfermos, mantienen el brillo en la mirada hasta sus últimos días, tienen más vitalidad que sus contemporáneos, suelen enfermarse menos de resfriados y otras enfermedades infecciosas (y, cuando enferman, exhiben una llamativa velocidad de recuperación, con convalecencias más cortas), tienen menor propensión a las enfermedades psicosomáticas, mantienen por más tiempo cifras de tensión arterial y frecuencia cardiaca apropiadas para su edad, tienen un pronóstico y una sobrevida bastante mayores que los de la población general en escenarios como infarto agudo de miocardio, accidente cerebrovascular o cáncer, y, en líneas generales, disfrutan de un vigor poco habitual.   

Recuerdo que, siendo estudiante de pregrado, mientras rotaba por Medicina Interna y por Cirugía, me propuse observar el derrotero de pacientes con cáncer gástrico y cáncer de colon en estadíos terminales. La enfermedad de un tío materno, al que quería mucho, me había llevado a interesarme en dichos casos. Y noté algo interesante: de una veintena de pacientes desahuciados, dieciséis fueron fervientes en sus oraciones y comulgaron a diario (podían hacerlo, pues se trataba de un hospital católico regentado por jesuitas, en el que había misa diaria y sacerdote disponible). Aunque se suponía que "debían" morirse en el corto plazo, pues habían agotado todas las posibilidades quirúrgicas y quimioterapéuticas, y tenían ya metástasis, esos 16 pacientes mostraron un comportamiento interesante: sobrevivieron más de dos años (pasé por Medicina Interna en quinto, sexto y séptimo semestre, entre la primera mitad del 2001 y la primera mitad del 2002, y por Cirugía en octavo semestre, durante la segunda mitad de 2002), requirieron menos analgesia, se deterioraron mucho menos, y no presentaron alteraciones psiquiátricas mayores. Es más: en tres de ellos hubo una remisión espontánea de la enfermedad (dicho de otro modo: se obraron curaciones médicamente inexplicables, francamente milagrosas). En cambio, los 4 que no hicieron oración ni recibieron la comunión, murieron en menos de dos meses.  


Efectos de la fe en la salud mental


También he observado que los hombres de fe extraordinaria sonríen más, permanecen más tiempo alegres (y se alegran con cosas que otras personas consideran nimias o normales), tienen risas más sonoras, se mantienen más tiempo eutímicos, conservan la serenidad y el buen juicio en situaciones extremas, suelen ser más reflexivos y dueños de sus emociones que sus contemporáneos, piensan con más claridad y sensatez que otros en tiempos de crisis, toman sus decisiones de manera certera y prudente, suelen ser buenos consejeros, aceptan con realismo y lucidez los distintos problemas de la vida, jamás permiten que las circunstancias los desborden, muestran un estilo comunicacional asertivo y prudente, son pacíficos y misericordiosos (pero también determinados y enérgicos cuando están defendiendo una causa noble), saben escuchar, son mucho más honrados y veraces que el promedio poblacional, tienen mayor flexibilidad cognitiva, nunca se estancan, logran administrar su tiempo con eficiencia, son resolutivos, simplifican procesos, analizan claramente sus procesos internos (logrando una sobresaliente introspección y una integración de sus procesos psíquicos), encuentran respuestas inteligentes y prácticas con facilidad, son menos dados a los excesos y suelen tener un carácter sencillo y jovial.  


Efectos de la fe en la salud espiritual


Otras peculiaridades de las personas con fe marcada, que he podido constatar incluso clínicamente, son el desarrollo acentuado de ciertas cualidades (amor, bondad, honestidad, rectitud, justicia, fortaleza, optimismo, equilibrio, pureza, entendimiento, constancia, moderación, ternura, amabilidad, capacidad de trabajo, humildad y ecuanimidad), la facilidad para los procesos introspectivos y el autoconocimiento, la inteligencia para captar lo que conviene y es correcto a los ojos de Dios, un espíritu inquebrantable, la condición moral elevada y una gran sabiduría de vida. 


Escenarios


Trastornos depresivos


De los 1000 psicoterapeutas atendidos entre 2005 y 2024, 914 tenían algún tipo de trastorno depresivo (trastorno depresivo recurrente, distimia, depresión doble, episodio depresivo leve, episodio depresivo moderado, episodio depresivo grave, trastorno mixto depresivo-ansioso, trastorno adaptativo). De entre ellos, los 620 que eran creyentes y practicantes tuvieron un desenlace sumamente favorable: en menos de dos semanas, ya habían pasado de una sintomatología florida y una visión pesimista de la vida, a un momento de su enfermedad en el que ya no había anhedonia, ni llanto fácil, ni insomnio, y sus cogniciones eran mucho menos catastróficas y/o dramáticas. Los 203 agnósticos, fueron resolviendo sus asuntos con mayor lentitud, y requirieron medicación antidepresiva por más de un año. Los 91 autodenominados ateos, requirieron dosis plenas de antidepresivos, dosis de apoyo de moduladores del afecto, y tratamiento indefinido. 


Trastornos de ansiedad 


De los 1000 psicoterapeutas observados entre 2005 y 2024, 68 tenían un trastorno de ansiedad puro (trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico, fobia social). Los creyentes, 37, salieron adelante al cabo de seis meses, mejoraron con una combinación de psicoterapia, técnicas de relajación, oración, meditación, cambios contextuales y musicoterapia, y jamás se automedicaron benzodiacepinas. Los agnósticos, 11, requirieron inhibidores selectivos de recaptación de serotonina a dosis plenas durante un año. Los ateos, 30, requirieron inhibidores selectivos de recaptación de serotonina a dosis plenas durante más de un año; 7 de ellos se automedicaron benzodiacepinas.


Duelo


De los 1000 psicoterapeutas observados entre 2005 y 2024, 18 estaban pasando por un proceso de duelo al momento de consultarme. Los creyentes, 13, salieron de sus síntomas en menos de tres semanas, y dieron muestras de haber aceptado sus pérdidas y elaborado sus duelos al cabo del primer semestre de tratamiento (consistente en psicoterapia, meditación, musicoterapia, oración y modificaciones contextuales). Los 2 ateos requirieron, además de la terapéutica anterior, de seis meses de tratamiento con inhibidores selectivos de recaptación de serotonina, y sólo consiguieron una reducción de la intensidad sintomática, mas no una elaboración completa de sus duelos. 


Ventajas estratégicas y tácticas


A nivel estratégico, la fe permitirá que el tratamiento terapéutico logre su meta final. En la psicoterapia formativa, esta es la plenitud asociada a la formación integral de la persona. En la terapia cognitivo-conductual, la reestructuración cognitiva con su respectivo cambio conductual. En la terapia sistémica, el cambio relacional y la mejoría del sistema. En el psicoanálisis ortodoxo, el autoconocimiento derivado de hacer consciente lo inconsciente. En la psicología analítica, la integración de los opuestos. En el psicodrama, el logro de la espontaneidad y la libertad. En la logoterapia, la adquisición de sentido. Y así, en todas y cada una de las escuelas, la fe será siempre un motor y un aliciente. ¿Por qué? Porque brindará las dosis necesarias de confianza, determinación y coraje que se requieren para perseverar en el trabajo terapéutico. 

No creo que la psicoterapia deba ser un trabajo duro, arduo y sufrido, como asumen casi todos los demás autores. Estoy convencido, porque lo he visto en mi y en la totalidad de mis pacientes, que el proceso psicoterapéutico es necesario, agradable, reparador y fructífero, que hace mucho bien y trae felicidad, tanto al consultante como al tratante. Pero no es algo fácil, ni sencillo, ni mucho menos un trabajo que pueda hacer cualquiera, así se trate de un robot sofisticado, un médico brillante o una inteligencia artificial nutrida con todos los textos de psicoterapia del mundo. Requiere constancia, disciplina, cumplimiento de horarios y tareas, administración inteligente de los recursos, veracidad, lucidez y sabiduría. Por eso son necesarias la confianza, la determinación y el coraje. Si el paciente no confía en sí mismo (en que pueda mejorar y transformarse, perseverar en el tratamiento, aprender y asumir el rumbo de su existencia), ni en el terapeuta (en que sea una persona experta y apropiada para acompañar, ayudar y contribuir positivamente en el proceso), no será capaz de iniciar psicoterapia, o no conseguirá permanecer. Si el psicoterapeuta no confía en sí mismo (en sus valores, en su forma de ser, en sus habilidades, en su experiencia y en su experticia), ni en su paciente (en su palabra, en sus buenas intenciones, en su compromiso, en sus capacidades), dará una atención incompleta, limitada, sin el entusiasmo y la voluntad que permiten la sinergia terapéutica. Si paciente y  terapeuta no tienen determinación (la que permite asistir a las sesiones a pesar del clima, el tráfico, los problemas de conectividad, las obligaciones académicas y/o laborales, y todas las dificultades que puedan surgir, que desaniman a quienes son débiles de carácter), ni son corajudos (porque la psicoterapia requiere valentía, para dejar de usar máscaras y autoengañarse, para emprender los cambios y para empezar a vivir plenamente), no podrán avanzar demasiado. Puede que el tratante reciba unos honorarios; puede que el consultante mejore y hasta que se quite de encima algunos síntomas molestos, pero no se logrará una transformación genuina de los dos. 

La fe brinda grandes posibilidades para potenciar la confianza (en sí mismo, en el prójimo, en el mundo y en la vida), la determinación y el coraje. De ahí sus ventajas estratégicas. Si el psicoterapeuta y su cliente son seres humanos de fe, podrán más fácilmente hacer el vínculo, la alianza terapéutica y la sinergia terapéutica que garantizarán el éxito del proceso. Confiarán el uno en el otro, y confiarán en sí mismos, lanzándose con alegría y entusiasmo a ese viaje hermoso de formación, transformación, autodescubrimiento, desarrollo, potenciación, integración y ecualización armónicas, reflexión, reconceptualización, adquisición de aprendizajes significativos, expresión, redefinición, fortalecimiento, praxis, creación y orientación al logro que es la psicoterapia formativa. Y también lo harán con respecto a los objetivos de los otros modelos terapéuticos.   

Al hombre de fe le resulta más fácil creer en sí mismo y en sus probabilidades de triunfo, pues siente el respaldo enorme de un Dios que lo puede todo, en todas las circunstancias y con todos. Esa fe, si ese varón o esa mujer está en el rol de psicoterapeuta, le permitirá ser paciente, ecuánime, perseverante, cumplido, responsable, esforzado y diligente. La fe también retroalimentará positivamente su vida espiritual y su relación con Dios; esto le dará grandeza moral, serenidad, entendimiento, inteligencia, sabiduría, consejo, nobleza, prudencia, flexibilidad, misericordia y amor por su paciente (se trate de un individuo, una familia, un grupo o una comunidad). Y esa misma fe le facilitará el acercamiento comprensivo, profesional, certero y eficiente que traerá como consecuencia la consolidación del vínculo, el crecimiento de la alianza y el despliegue de la sinergia terapéutica.  

En el ejercicio de la psicoterapia hay un elemento técnico innegable: se requiere de un óptimo caudal de conocimiento, de claridad conceptual y de saber cómo tiende a funcionar cada paciente. Pero hay un elemento aún más importante en cuanto a los resultados a largo plazo: las habilidades no técnicas. La estrategia exitosa descansa un 30% en las habilidades técnicas y un 70% en las habilidades no técnicas. Es por eso que dentro del listado de grandes terapeutas no se encuentren solamente médicos psiquiatras o psicólogos clínicos, sino también filósofos, antropólogos, sacerdotes, pastores, artistas, maestros, deportistas o historiadores. Los mejores psicoterapeutas desarrollan ampliamente sus habilidades no técnicas, y trabajan a diario por acrecentarlas. Por eso me empeño en que mis discípulos las adquieran y potencien todo lo que puedan. Si un terapeuta sabe planear, preparar, priorizar, proporcionar y mantener los estándares, identificar y utilizar eficazmente los recursos, intercambiar asertivamente información, apoyar y pedir apoyo, tener una adecuada conciencia de cada situación, y tomar decisiones atinadas tanto en su vida como en su labor (lo cual incluye el allanar el terreno para que su paciente tome, a su vez, las mejores decisiones), podrá hacer mucho bien, y ayudar y ayudarse a alcanzar una vida plena. 

La fe contribuye a desarrollar las habilidades no técnicas de manera notable. Estar convencido de que un Dios amantísimo al extremo, totalmente poderoso y misericordioso está apoyando y guiando de manera leal y desinteresada, aún en las circunstancias más dramáticas, inciertas o extrañas, permite todo esto: a) planear mejor las cosas (pues saberse respaldado por el Omnipotente es garantía amplia y suficiente); b) preparar y prepararse de manera adecuada (porque entender que Él es el Dueño del Tiempo aleja todo rastro de impulsividad o impaciencia); c) priorizar (en tanto que los dones del Señor incluyen discernimiento y prudencia); d) proporcionar y mantener los más altos estándares (pues se trata de un Padre que llama y anima a la santidad); e) identificar y utilizar eficazmente los recursos (porque el Sumo Bien reparte de forma generosa y abundante todo tipo de favores, y proporciona la inteligencia para usarlos idóneamente); f) intercambiar asertivamente información (puesto que es la Sabiduría, y hace que los cercanos a Él se enriquezcan con dicha cualidad; g) apoyar y pedir apoyo (al ser el Amor Completo, y ayudar en todo, despierta en el hombre el deseo de socorrer también a las demás criaturas, y al ser tan humilde, enseña también a evitar la autosuficiencia); h) tener una adecuada conciencia de cada situación (pues aviva el entendimiento e incrementa la lucidez), i) tomar decisiones atinadas (porque es un Dios que ilumina y orienta a la perfección, respetando el libre albedrío y al mismo tiempo proporcionando todos los elementos para optar por lo mejor). 

Otras ventajas estratégicas de la fe son la confianza y el optimismo con respecto al presente y al futuro, dimensiones fundamentales para el trabajo terapéutico. Como se sabe un hijo amado por el Señor de todo lo que existe, el psicoterapeuta de fe avanzará confiado en medio de las tempestades (impases, incomprensiones, cansancio, recaídas de sus pacientes, amenazas de contratransferencia inadecuada, malentendidos, críticas de colegas, vejaciones de todo tipo), y, en vez de darse por vencido, continuará con su trabajo. Su perseverancia dará frutos, tanto por motivos humanos (el tiempo y la constancia son aliados naturales, y tienen un efecto exponencial) como por motivos sobrehumanos (la ayuda divina se hace sentir, da formas asombrosas e insospechadas).

En cuanto a la relación médico-paciente o psicoterapeuta-paciente, además de lo anteriormente mencionado, la fe tendrá repercusiones a largo plazo (contribuyendo al éxito de la estrategia) en cuanto a su capacidad de levantar y animar al terapeuta que esté inmerso en problemas o afanes. No habrá obstáculo que pueda detener su función. Sabiendo que Dios los protege de todo mal y peligro, seguirá con su labor confiado en que las cosas se resolverán. Lejos de derrumbarse o abandonar su profesión, se hará más fuerte y resistirá con ahínco. Sus pacientes notarán lo formidable de su personalidad y aprenderán, gracias a su ejemplo, hermosas lecciones de esperanza, heroísmo y resiliencia. Algunos de ellos buscarán emularlo. Y también agradecerán que haya seguido acompañándolos, donándose leal y generosamente.

La estrategia, independientemente del modelo al que pertenezca el psicoterapeuta, resulta exitosa si se tiene de base un carácter bondadoso, y el firme deseo de hacer el bien al prójimo y servir a la humanidad. Estoy convencido que para ser un buen psicoterapeuta hay que ser una buena persona (un ser humano bien formado, íntegro, ético, decente, bondadoso, solidario, empático y correcto, con honradez y sinceridad suficientes para conocer y afrontar sus aspectos más oscuros, con una adecuada función de automonitoreo y autogestión, y con una determinada y corajuda búsqueda del mejoramiento continuo). Y un psicoterapeuta formativo (capaz de formar y capaz de formarse, formador y en formación) debe además estar bien integrado, armónico y ecualizado. Los años me han enseñado que la fe constituye una de las herramientas más útiles para lograr todo lo anterior.  

En cuanto a los aspectos tácticos, es necesario entender que una sesión de psicoterapia no transcurre de manera homogénea. Hay muchos momentos dentro del encuentro, y corresponde al buen psicoterapeuta el saber captar, con sagacidad y sentido de oportunidad, qué es lo que conviene decir o callar, hacer o no hacer, en cada uno de ellos. Si tiene fe, estará en sintonía con las dimensiones espirituales tanto suyas como del consultante. Eso le permitirá fluir atinadamente y con gracia, en un diálogo tanto verbal como cinestésico y anímico, tanto sensorial como extrasensorialmente. Habrá una conexión real. Sus intervenciones serán las correctas, y acordes con las necesidades del paciente. Al terapeuta que no tiene fe, o que la tiene pobremente desarrollada, le costará enormemente conectarse con el aspecto espiritual de quien lo consulta. Se  limitará al binomio cuerpo-mente, por lo que pasará por alto muchos aspectos relevantes para la salud y el bienestar de los seres humanos. Aunque realice movimientos e intervenciones técnicamente bien fundamentados, perderá buena parte de su eficacia, pues tanto él como su paciente notarán cierta discordancia, cierta incompatibilidad al interior del equipo terapéutico; eso, de modo sutil o incluso inconsciente, dificultará la alianza, e impedirá la sinergia terapéutica. Y puede que algunas de las acciones sean vividas como intrusivas o desfasadas por parte del paciente.

El psicoterapeuta de fe firme será también un psicoterapeuta de oración y de rica espiritualidad. Eso le permitirá también acceder a los dones que el Supremo Bien concede a Sus amigos más cercanos. De este modo, podrá actuar con inteligencia, astucia, prudencia, delicadeza, sensibilidad, lucidez e intuición incrementadas.  No sólo se moverá y fluirá al ritmo del paciente, hilvanando cada una de sus intervenciones con sabiduría, sino que las ensamblará con las acciones del paciente de un modo tan acertado que éste tendrá una experiencia completa, generadora de bienestar, satisfactoria y fecunda.

Como la táctica es el paso a paso que permite desarrollar la estrategia, es natural que los aspectos que contribuyen al éxito estratégico también influyan positivamente en el sentido táctico. La fe multiplicará los beneficios en el trayecto constituido por la serie de sesiones que constituyen el tratamiento. En los días en los que el terapeuta se encuentre preocupado o agobiado por alguna situación personal difícil o imprevista, será un bálsamo de paz y tranquilidad, y le permitirá estar a la altura. Cuando esté acongojado, tener fe lo ayudará a superar sus aflicciones y enfocarse en su trabajo. Si son días de ansiedad o incertidumbre, la fe le dará sensación de estabilidad, control y confianza en el futuro. Aún en las situaciones en las que el tratante, por encontrarse adolorido, fatigado o enfermo, estará proclive a las distracciones y un poco mermado intelectualmente, la fe en que el Señor lo ayuda y sostiene, y la convicción de ser un instrumento de Dios para el bien de la humanidad, le darán la atención, la concentración, la memoria de trabajo, la abstracción y el raciocinio en forma suficiente para realizar intervenciones precisas, útiles y sanadoras. 

Todos los seres humanos tienen temporadas, años y hasta décadas difíciles. Los psicoterapeutas no son una excepción. Las incomprensiones, las injusticias, las pérdidas, las desilusiones y los fracasos son una realidad de la vida. ¿Qué es lo que hace la diferencia, y empuja al terapeuta creyente hacia la reconstrucción de sí mismo, el regreso a la plenitud de sus capacidades  y la resurrección de su carrera? La fe en el Padre Omnipotente que corregirá las situaciones injustas, socorrerá con diligencia, sanará las heridas, aclarará las circunstancias, guiará con cariño, multiplicará las oportunidades, protegerá, alimentará, revitalizará y concederá la victoria final. 

Acciones tácticas en el proceso terapéutico, como una adecuada intervención en crisis, se logran más fácilmente si el tratante es alguien de fe: a) recibe, asimila y devuelve bien elaborados aquellos contenidos psicóticos, perversos, tanáticos o incomprensibles que el paciente trae a la sesión; b) mantiene y ayuda a su consultante a mantener la calma frente a situaciones dramáticas, como la reactivación de su sintomatología psicótica, la pérdida reciente del trabajo o de un ser querido, o la ruptura de una relación significativa; c) inyecta parte de su optimismo y esperanza al consultante que tiene ideas suicidas activas; d) escucha con paciencia y discernimiento las peticiones de ayuda (explícitas, como ruegos o clamores, o implícitas, en forma de indignación, oposición o enojo); e) identifica a tiempo fenómenos transferenciales y contratransferenciales, evitando que torpedeen la sesión; f) habla con inspiración, usando las miradas, los gestos,  las palabras y los gestos más pertinentes y adecuados.


Un breve testimonio


Aunque empecé a hacer psicoterapia de apoyo en el 2000, cuando era estudiante de Medicina, no fue sino hasta 2005 cuando atendí a por primera vez a un psicoterapeuta (una psicóloga que estaba afrontando un episodio depresivo). A partir de ese momento, como ya he señalado, he podido ayudar (y ayudarme mientras los ayudo) a 1000 terapeutas (entre mayo de 2005 y junio de 2024). Lo interesante es que nunca he sido un profesional "perfecto, imperturbable y sabelotodo", como a más de un terapeuta le gusta aparentar que es (y digo aparentar, porque nadie es perfecto y nadie se las sabe todas, y la supuesta imperturbabilidad de la que se ufanan algunos presumidos no es más que pose, represión y acartonamiento); es más, creo que es justamente por mi naturaleza hipersensible e hiperempática, por las circunstancias difíciles que he afrontado a lo largo de la vida, y por las depresiones que he padecido, que le resulto de utilidad a tanta gente en este oficio.

De las dificultades he aprendido mucho, gracias a Dios. Lo más duro lo he tenido que enfrentar en los últimos cinco años, pero he tenido distintas luchas a lo largo de la vida. Y, en todas ellas (incluso cuando estuve desconectado de lo trascendente, en mi periodo de ateísmo entre 2000 y 2002, y de agnosticismo entre 2002 y 2004), estuvo siempre el Todopoderoso, apoyándome y cuidándome con Su amor infinito.

En retrospectiva, veo que aunque he gozado de innumerables bendiciones y el Señor me ha regalado miles de momentos felices, no he tenido una vida fácil, simple o predecible. Tal vez esa combinación de circunstancias (amor incondicional de mis padres, crianza sin contratiempos, una personalidad fuerte y bien definida desde temprano, un fuerte sentido del deber, microtraumas intercalados con momentos de dicha, elevadas aspiraciones, consagración al estudio, numerosos triunfos académicos, orientación al logro, capacidad de esfuerzo, deseo de autosuperación, perseverancia, determinación y voluntad excepcionales), me ha permitido ser alguien muy apto para apoyar a quienes no han recibido suficiente amor, o han crecido en contextos de maltrato o carencia, o no han logrado forjar una personalidad bien estructurada (y mucho menos integrada, equilibrada o armónica), o no han podido formarse una visión clara de quiénes son y qué quieren, o se han desinflado frente a las derrotas y frustraciones propias de la vida.

Mi fe ha sido fundamental para estar en plena forma a la hora de ejercer mi profesión. Una fe imbatible, verdadero regalo del Señor, que en la última década se ha convertido en fuente inagotable de optimismo, fuerza y energía, y que ha multiplicado los rasgos de personalidad presentes desde la infancia (persistencia, ambición, autonomía, libertad de expresión, voluntad, responsabilidad, inteligencia, deseo de mejoría y visión a largo plazo). 

A grandes rasgos, en mi niñez y adolescencia sobreviví al matoneo escolar, a un intento de abuso sexual y a algunas experiencias dolorosas como la muerte de seres queridos y el robo de dos mascotas a las que amaba. Siempre estuvo la ayuda de Dios. En cuanto al matoneo, la oración y los consejos de excelentes sacerdotes me hicieron entender el asunto desde la misericordia, entendiendo que los matones estaban chamuscados por la envidia, las deprivaciones afectivas y el inadecuado funcionamiento de sus progenitores. Y aprendí a ser tremendamente independiente, a luchar contra la corriente, a jamás ceder a la presión de grupo (lo cual me ha sido de mucha utilidad después, en cuanto me han ofrecido drogas, alcohol, acciones indebidas, propuestas de trabajo flojas o negocios turbios: sé decir que no, tajantemente y con seguridad y firmeza). A la muchacha que trató de sobrepasarse conmigo, siendo yo un preadolescente y ella una adulta joven, la pude neutralizar de un rodillazo, y luego escapé de ella corriendo bastante rápido (pues se puso furiosa, fue por un cuchillo y me persiguió blandiéndolo y amenazándome). De la experiencia aprendí que un niño no debe quedarse solo, ni siquiera en sitios aparentemente "neutrales" como la casa de un amigo. Y que siempre es útil practicar algún tipo de deporte, pues permite un desarrollo muscular mayor al promedio. El incidente me enseñó que siempre podía contar con fuerza y determinación a la hora de defender la pureza de mi corazón, que la gente hace bestialidades cuando es presa de la lujuria, y que la castidad se puede conservar a pesar del miedo o la intimidación. Considero que el recuerdo de aquella victoria sobre la carne también ha contribuido a mantenerme fiel a mi esposa, superando tentadoras ocasiones, en distintos ámbitos, a lo largo de la vida. De la muerte de mi abuela y mis tíos, me quedó la lección de entender que hay que abrazar, besar y manifestar el afecto en vida, dada la impermanencia de las criaturas y las cosas de este mundo. Y nunca más volví a perder de vista, ni un solo instante, a mis mascotas.

Fue una pena que al inicio de mi carrera me hubiera alejado tanto de mi religión. Pero, gracias al Todopoderoso, viví experiencias tan interesantes e inusuales durante mis rotaciones clínicas, mi internado y mis primeros años como médico, que rápidamente recuperé esa herramienta tan valiosa. Entre el 2012 y el 2019, mi fe me permitió resistir con resiliencia y sabiduría el acoso laboral que nos hicieron unos colegas a mi esposa y a mí, y que incluyó calumnias, intrigas, provocaciones y actos tan ruines como la de tirar al suelo o a la caneca de basura del hospital donde laborábamos una pintura de Jesús y un crucifijo que teníamos en nuestro consultorio.  

Aunque podría hablar de innumerables cosas bellas, quiero narrar aquí los complicados eventos que he vivido el último lustro, pues son clara evidencia de las bondades de la fe a la hora de afrontar con éxito todo tipo de dificultades. La fe realmente mueve montañas, hace posible lo que parece imposible, y convierte desgracias en bendiciones. Espero que los lectores puedan encontrar material útil para sobreponerse a sus frustraciones y contratiempos.

2020 fue el año más difícil de mi vida. La pandemia de Covid 19 nos obligó a encerrarnos, a mi esposa y a mí, durante casi nueve meses, mientras aparecía alguna vacuna. Sus leucocitos estaban muy disminuidos, tanto por su enfermedad como por el tratamiento que recibía. Como la nuestra era una casa dentro de un condominio, sufrimos por la insolidaridad de varios vecinos renuentes a cumplir con las normas de bioseguridad, gentes en extremo ignorantes, porfiadas, insensibles e incapaces de entender la gravedad de la situación. También vivimos la muerte de varios amigos, el estrés del encierro (hicimos una cuarentena estricta, pues no teníamos alternativa, dado que no habían aparecido vacunas y aún no se se tenía un conocimiento claro del virus SARS-Cov2) y la reducción de nuestros ingresos (dado que todos los consultorios cerraron, y aún no estaba en boga la teleconsulta, nuestra clientela privada se redujo a cero entre marzo y mayo de ese año). 

La deprivación social, el miedo, la soledad y los rasgos obsesivos del carácter exacerbados provocaron, a su vez, muchas peleas entre nosotros. Para completar de empeorar las cosas, a mediados de junio entré en una profunda depresión. Por momentos parecía que todo se hundía. Mi autoestima cayó al suelo, me sentí fracasado e incapaz, me llené de ideas negativas, padecí un insomnio salvaje, y llegué a fantasear hasta con mi propia muerte. 

La fe redujo la intensidad de la amargura y me permitió reorganizar mi vida. Mi confianza en que con la ayuda del Omnipotente saldríamos adelante, me permitió diseñar y ejecutar un plan de contingencia: le aposté a la telemedicina. El Señor estuvo grande y misericordioso. Aprendí a realizar psicoterapia por videollamada. Pude recuperar los pacientes que había dejado de ver, y hacer nuevos pacientes. El pago, muchas veces, fue con comida, pues los tratantes de mi esposa nos habían aconsejado no salir ni al supermercado. Dios bendiga a esos pacientes, y sus familias, que con tanta nobleza dejaban mercados, almuerzos o cenas al frente de nuestra casa. Nos alimentaron, literalmente. Qué maravillosos fueron. Oro a menudo por todos ellos.

Gracias a que aprendí a usar plataformas virtuales, pude organizar el Congreso Mundial de Filosofía, Arte, Teología y Humanidades. Eso contribuyó a aumentar mi autoestima, tan maltrecha en esos días. También logré continuar con los congresos de Psicoterapia Formativa. La sensación de fracaso empezó a mitigarse. La virtualidad también me facilitó el compartir con familiares y amigos desde mi casa. El trato entre nosotros volvió a ser amoroso y jovial. La Navidad de ese año, pese a las circunstancias (rezamos la Novena de Aguinaldos, y celebramos la Nochebuena y el Nacimiento de Jesús, encerrados pero conectados virtualmente con nuestros familiares y amigos), fue bastante hermosa.

2021 transcurrió en medio de la zozobra y el duelo, pues continuaron las muertes de familiares y amigos por culpa de la pandemia. Empezaron los hostigamientos por parte de mis empleadores, que pretendían que mi esposa y yo volviéramos a la presencialidad, sin considerar su delicado estado de salud. Tuve otro episodio depresivo, probablemente por agotamiento mental (pues trabajaba duro de lunes a sábado, de 8:00 a 23:00, y los domingos por las mañanas). 

Nuevamente, la fe convirtió en alegría y celebración la tristeza y el llanto. La certeza de que el Todopoderoso estaba con nosotros, me permitió mantener la calma y la lucidez para contraargumentarle a mis jefes, ganar tiempo mientras aparecían las vacunas, y potenciar mi consulta privada (que siguió siendo completamente virtual). La recuperación fue rápida, salí muy fortalecido de ese episodio depresivo, y conseguí como psiquiatra evitar ese año gran cantidad de suicidios a punto de consumarse (conté 127 personas con ideación suicida franca, estructurada, a las que logré acompañar con eficiencia hasta que recuperaran el gusto por la vida). Asimismo, me animé a organizar un Congreso Mundial de Psicología, Psiquiatría y Psicoterapia, y pude dar continuidad al Congreso Mundial de Filosofía, Arte, Teología y Humanidades, al Congreso de Psicoterapia Formativa y a otros eventos académicos (simposios, foros, conferencias y clases en la universidad en la que enseñaba en ese entonces). 

En 2022 hubo nuevos lamentos. Los niveles de leucocitos de mi esposa cayeron a niveles angustiantes. Empeoraron las presiones para regresar a dar clases presenciales. Algunos docentes de mala fe, que detestaban a mi esposa, empezaron a insinuar que era una mimada y que no merecía tener el "privilegio" de teletrabajar. La atmósfera en el hospital en que mi esposa y yo laborábamos se enrareció, y si en años anteriores habíamos sentido animadversión de algunos compañeros de trabajo por nuestras creencias religiosas, ahora pasaron a ser hostilidades y enemistades declaradas. Las calumnias e intrigas para hacernos despedir proliferaron. Hubo una persona tan tóxica que hasta se dedicó a enviar, sistemáticamente, correos electrónicos con "informes" plagados de mentiras, buscando desprestigiarnos. En esta ocasión fue mi esposa la que entró en depresión, francamente agotada por tanta tensión emocional. 

Dios nos auxilió ampliamente. La consulta privada siguió creciendo, y gracias a que me defiendo en varios idiomas, pude ampliar mi radio de acción a Norteamérica y Europa. Los ataques y calumnias amainaron en aquel hospital. Los eventos académicos virtuales continuaron. Y pudimos completar los esquemas de vacunación necesarios para el personal de salud, lo cual nos tranquilizó enormemente; gracias a eso, pudimos volver a viajar presencialmente (con el infaltable tapabocas, por supuesto). Pude acompañar y apoyar a mi amada esposa, y la ayudé a salir del pantano.

Casi tan nefasto como el 2020 fue el 2023. Nuestro trabajo en aquella universidad se hizo insostenible. Aparecieron caricaturas y panfletos burlándose de nosotros, y un puñado de estudiantes se propuso boicotear nuestras actividades académicas, alegando que dos profesores creyentes y provida supuestamente no podíamos enseñar en esa universidad pública, porque dizque "adoctrinábamos". Tristemente, intimidaron o manipularon al resto de sus compañeros del semestre, y fuimos víctimas de una grosera estigmatización. Para excusar su desinterés y escaso deseo de aprender psicoterapia, le mintieron a los directivos acerca del método y el estilo pedagógico que mi esposa y yo usábamos. Después pasaron a difundir calumnias de toda especie, inventando contra nosotros y nuestras cátedras todo tipo de chismes (tan injustos como ridículos), completamente insostenibles. Después llegaron a hostigarnos con grafitis ofensivos, cotilleos y libelos. Fue algo tan de mal gusto como lamentable. Nunca nos habríamos imaginado que en la misma institución en la que habíamos recibido premios y reconocimientos por nuestra labor docente tan sólo unos años antes, tuviéramos ahora semejante impopularidad. Luego empezaron a llegarnos amenazas de muerte, y un día llegué a encontrar pinchada nuestra camioneta, en el parqueadero de aquella universidad. 

El Omnipotente fue nuestro refugio y nuestra fortaleza. Hubo otras personas dispuestas a participar en nuestras clases. La misma psicoterapia que fue menospreciada por esos estudiantes, fue aprovechada por muchos otros miembros de la comunidad universitaria. Hasta el equipo de fútbol femenino de esa universidad sacó provecho de la psicoterapia formativa de grupo, y logró clasificar, por primera vez, al campeonato nacional. Bastantes minorías (indígenas, afrodescendientes, madres solteras, homosexuales) también se beneficiaron. Exalumnos, estudiantes de otros semestres y profesores, masivamente, nos defendieron; decenas de cartas desmintiendo las calumnias llegaron a las directivas de la universidad. Y pudimos proseguir con nuestra labor docente.

Para el segundo semestre de 2023 ya los panfletos y grafitis mostraban un odio enorme hacia nosotros, y unos sociópatas me hicieron un matoneo a gran escala. Mis clases (dirigidas a personas distintas, pues ya ellos estaban en otro semestre) fueron interrumpidas agresivamente, con insultos e improperios. Se burlaron de mí en redes sociales. Por fortuna seguía dando virtualmente mi cátedra; es posible que de haberme asomado a esa Facultad, me hubieran dado un tiro o una puñalada. Mi esposa y yo optamos por irnos de allí, al identificar que aquella pequeña y otrora apacible universidad de provincias, además de gente decente y amable, tenía también psicópatas y resentidos con gran poder para dañar al prójimo. Como además habíamos notado, desde hacía años, numerosos techos de cristal y maniobras para invisibilizar nuestra labor académica, la violencia ejercida contra nosotros nos llevó a renunciar definitivamente. 

Nunca sabremos si esos mismos vándalos tuvieron que ver con los ciberataques perpetrados contra mi blog Pensamiento y Literatura. Hubo hackers que violaron mis derechos de autor manipulando textos, insertando nombres, tergiversando pasajes enteros y difundiendo pasajes adulterados de mis obras inéditas, lo que trajo como consecuencia el aborrecimiento feroz de algunos colegas, que no estuvieron satisfechos hasta verme afuera del hospital en el que trabajaba desde hacía una década. Quedé desempleado. Volví a deprimirme. Para completar, hostigaron tanto a mi esposa con chismorreos, insultos y falsos testimonios, que también tuvo que irse a buscar otro trabajo. Experimentamos en carne propia el ser una mezcla de parias, mártires y exiliados en nuestra propia tierra. 

Pero como la fe va de la mano con la esperanza, el optimismo y el espíritu de superación, le aposté a la vida. Pese a la gravedad de los síntomas, nunca llegué a intentar el suicidio (como un canalla de los que pidió mi despido pérfidamente me sugirió), mantuve la calma y tuve claro que era una situación adversa momentánea, de la que podía recuperarme con la gracia de Dios. Me dispuse a buscar ayuda frente al nuevo episodio depresivo que estaba presentando; no tuve vergüenza de pedir mi hospitalización. Estuve internado dos días en una clínica psiquiátrica, y luego asistí durante dos semanas a un programa de Hospital Día. De ese modo, me aseguré un ambiente protegido en el que podía reflexionar tranquilamente, con todo el tiempo del mundo, y tener una visión racional, nítida y panorámica de los sucesos. Así estuviera aparentemente solo y derrotado, sabía que contaba con mi Señor misericordioso. Sin otras fuentes de ingresos, conseguí mantenerme a flote con la consulta particular, combinando las modalidades presencial y virtual de atención. El Divino Maestro me sostuvo. El número de mis pacientes, milagrosamente, se multiplicó. Así pude continuar pagando el crédito de la casa y mantener mi estilo de vida. La compañía de mis fieles Tommy y Kara, el consejo de buenos sacerdotes y amigos, y la motivación dada por la perspectiva de una nueva vida, en otra ciudad, me ayudó a resurgir de las cenizas. Logré levantarme, bendito sea Dios, y hacerme todavía más fuerte, capaz y entusiasta.  Con paciencia y constancia fui recuperando mi salud y mi reputación. Mi esposa regresó a casa. Pude exponer nuevamente en público, a pesar del miedo (por las amenazas de muerte recibidas unas semanas antes) y la inseguridad derivada de haber pasado por tantas vejaciones. 

Al poco tiempo, un buen amigo nos consiguió un trabajo bien remunerado, agradable y lejos de esa ciudad que tanto nos había dado pero en la que, tristemente, ya no podíamos permanecer. Curiosamente, era en un hospital en el que yo había trabajado hacía casi dos décadas, bastante bonito, del que guardaba los mejores recuerdos y en el que habíamos estando buscando una vacante hacía un año. Las cosas, cuando las envía Dios, llegan en el momento justo. Habían dos plazas, pues el hospital se había expandido recientemente. Ese amigo y su maravillosa familia, otra amiga nacida en esas tierras, y unas monjas sumamente amables, significaron un oasis en nuestras vidas.

La oración, las lecturas edificantes y la certeza de que el Amor Divino nos tenía preparadas cosas mejores, nos permitieron adaptarnos a cambios tan bruscos como chocantes (sirva de ilustración que pasamos de vivir en una casa grande a una habitación, que generosamente nos prestaron unas monjas con corazón de oro, mientras nos rehacíamos personal, conyugal y económicamente). Había aprendido a mantener el buen ánimo y a encarar las estrecheces con el entusiasmo que sólo la fe hace posible en medio de las dificultades. Gracias a los generosos amigos que nos hospedaron en Asís, Rohrsbach, Münster y Valencia a finales de 2023, y a dos pequeños milagros tan maravillosos como extraños, acaecidos tras nuestro regreso al país (en dos ocasiones, esa Navidad, tuve la llamativa experiencia de abrir una billetera que había dejado casi vacía la noche anterior, y encontrarla bastante nutrida, lo suficiente como para mercar ampliamente, la primera vez, y para comprar buenos regalos para mi esposa y para nuestros amigos, en la segunda oportunidad), ese Año Nuevo estuvo lleno de expectativas. 

2024 fue el año final de esa mala racha. Tras sobrevivir a todo lo anterior había incrementado mi inteligencia emocional, mi adaptabilidad y mi resiliencia. Gracias a nuestros amigos, cada vez más numerosos, al trabajo en el hospital y a una consulta privada floreciente, pudimos levantar cabeza. Sin embargo, algunas penas faltaban por llegar. Mi esposa sufrió un infarto y estuvo hospitalizada durante más de un mes. Tuve que pasar noches en el carro, tiritando de frío, mientras ella estaba en Urgencias, y otras, cuando ya la pasaron a piso, en un pequeño sofá concebido para visitas pero no para un acompañante permanente. En el trabajo, un sujeto dado al cotilleo difundió falsos rumores, tratando de desprestigiarme, y encontró eco en un directivo que ni siquiera me conocía pero no dudó en enviarme un preaviso de finalización de contrato. Pero conservé la fe. Estaba seguro que el buen Dios vendría en mi ayuda, como tantas otras veces, porque Él es un Padre amantísimo que nunca deja solos a Sus hijos. Y, nuevamente, triunfamos. 

Mi esposa se recuperó rápidamente, y no quedaron secuelas en su corazón. Llegaron numerosas notas de felicitación, por mi amabilidad y por la calidad de mi trabajo, a la oficina de Atención al Usuario. Colegas y administrativos pudieron conocerme y valorar mis cualidades. Se hizo justicia conmigo, y me renovaron el contrato. Todo empezó a fluir, y se abrieron nuevos horizontes laborales. Pude volver a la docencia universitaria, esta vez en una institución prestigiosa y bien posicionada, en la que no es un motivo de persecución y estigma el profesar una creencia religiosa. 

Cabe añadir que también gracias a mi fe cristiana he logrado entender el valor de la misericordia, el perdón y el olvido de las ofensas. De no ser por dicha fe, me hubiera costado mucho más sanar las heridas y emprender un movimiento de cambio, mejoramiento continuo y autosuperación. La tristeza, el dolor y el sufrimiento le han dado paso a la alegría, la satisfacción y el éxito en mi vida.  

Que el Señor es magnánimo, protector y compasivo, y que quiere lo mejor para Sus criaturas, son hechos incontestables.


Otras vivencias positivas en psicoterapeutas creyentes


Con la autorización de algunos de ellos, a continuación voy a enumerar y a explicar, de manera sintética, otros beneficios que la fe les ha reportado a los distintos tratantes (psicólogos, médicos psiquiatras, sexólogos, sacerdotes y pastores dedicados a la consejería psicológica) que han hecho psicoterapia conmigo:

1) A muchos de ellos, tener fe les ha ayudado a sobrellevar mejor las dificultades inherentes al oficio (pacientes agotadores, ambientes laborales hostiles o de recursos muy limitados, quejas de pacientes o familiares, atraso en el pago de salarios, llamados de atención por parte de empleadores, imprevistos, modificaciones en las agendas, etcétera), brindándoles consuelo en las contrariedades, y tranquilidad y lucidez para darles eficaz resolución. Las Bienaventuranzas, los Salmos, los Proverbios o las epístolas neotestamentarias fueron los textos usados con más frecuencia por los cristianos, así como la oración y la meditación. En el caso de los budistas o hinduistas, tan útil como meditar resultó ser el canto o la recitación de un mantra. 

2) A otro gran número de colegas, la fe les ha permitido aceptar sus errores y sus fallos, tanto en los procesos diagnósticos como terapéuticos. Esto es fundamental, sobremanera en los más perfeccionistas, quienes son muy dados a ejercer una autocrítica feroz, autocastigándose con rumiaciones, descalificaciones y recriminaciones frente a los equívocos y faltas inherentes a la condición humana (imperfecta y siempre mejorable). La lectura del Evangelio (en especial, los pasajes referentes a la Pasión de Cristo) y las biografías de los santos (o de grandes maestros, en las tradiciones orientales) les han resultado tremendamente tranquilizadoras, al mostrarles que aún los mejores se equivocan, sienten miedo, optan por la negación o la huida, o tuvieron que luchar contra tendencias y aspectos sombríos de su personalidad.

3) Casi un tercio de esos psicoterapeutas me consultó por primera vez debido a problemas de pareja, y su fe significó para ellos paz y serenidad en los instantes más peligrosos de una discusión (aquellos en los que el diálogo se puede convertir muy fácilmente en una pelea con agresión física de por medio). Por ejemplo, el hecho de recordar un pasaje del Evangelio en el que la mansedumbre y la misericordia representaban la opción más inteligente, o el poder dominarse y mantener la compostura gracias a los principios éticos dados por su marco de creencias religiosas, significó para ellos una oportunidad de oro para evitar una escalada y buscar un valioso "tiempo fuera" para la reflexión.

4) La totalidad de los tratantes me ha hablado de al menos una ruptura sentimental dolorosa en su vida, casi siempre acaecida en su juventud temprana. Su fe les ayudó a recobrar la calma, no sólo a través de la oración, la meditación o las técnicas de relajación como el yoga o el taichí, sino también gracias a las parábolas de Jesús, las cartas de san Pablo y san Juan, las biografías de san Francisco de Asís y san Antonio de Padua, o algunos textos de san Francisco de Sales, san Alfonso María de Ligorio, san Juan Pablo II y Benedicto XVI. 

5) Dos centenares de tratantes me han referido que su fe les ha hecho más soportable la idea del envejecimiento, y de no contar con los niveles de energía, fuerza, agilidad (física y mental) y velocidad de sus años juveniles. Como hay tanto narcisismo, especialmente en los médicos psiquiatras (que tienden a crearse y fantasear con una imagen idealizada de sí mismos, y asumen que deben representar un papel de personas 100% saludables, cosa que es francamente imposible), el no poder rendir como en los años mozos resulta entristecedor. Pero cuando tienen fe, logran asumir con realismo, aceptación y serenidad el flujo natural de la vida, y el correr del tiempo. La meditación, la oración contemplativa y los escritos de san Agustín de Hipona, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola y san Juan Pablo II (en especial, su hermosa Carta a los Ancianos) han significado un alivio y una nueva motivación para ellos.

6) Para alrededor de una centena de estos psicoterapeutas, la fe significó un alivio cuando se enfrentaron a vejaciones, malentendidos e incomprensiones en sus respectivos trabajos. Cuesta creerlo, pero en ciertas culturas y países en los que poner quejas o querellas es una costumbre, esos colegas fueron demandados por motivos tan absurdos como risibles. Lo lindo es que, lejos de amilanarse o caer en la desesperación, saber que Dios los respaldaba porque habían hecho bien su trabajo y sus intenciones habían sido las mejores, les permitió seguir ejerciendo con paciencia y profesionalismo, calmados y seguros. En efecto, los jueces desestimaron las acusaciones en la gran mayoría de los casos. Y, en los demás, se hizo justicia y fueron absueltos.  Las enseñanzas contenidas en los libros sapienciales (en especial Job, Proverbios, Eclesiastés, Eclesiástico, Salmos y Sabiduría) y en el Nuevo Testamento de la Biblia, algunos pasajes del Baghavad Gita y el Tipitaka, las biografías de San Pío de Pietrelcina y la Imitación de Cristo escrita por el beato Tomás de Kempis, los socorrieron en esos momentos de prueba.

7) A cuarenta de esos mil terapeutas, los acompañé cuando estaban adaptándose a situaciones de discapacidad secundaria a lesiones accidentales de columna vertebral, secuelas de accidente cerebrovascular o esclerosis lateral amiotrófica. Tener fe les sirvió no sólo para admitir su circunstancia, sino también para asumir con heroísmo, esperanza y empuje sus procesos de rehabilitación. En  doce de ellos, pude ver cómo la fuerza de voluntad y la confianza en la ayuda del Altísimo, les permitieron volver a caminar después de estar reducidos una silla de ruedas. Y en otros siete, cómo pudieron volver a hacerlo naturalmente, aunque sus respectivos cirujanos les hubieran dicho que tendrían que usar un caminador o al menos un bastón por el resto de sus días. Nuevamente, la oración (especialmente el Alma de Cristo, el Padrenuestro y el Rosario), los Evangelios y los Salmos, significaron para ellos una fuente inagotable de optimismo y coraje.

8) A veinte de ellos los acompañé en sus días finales. Y lo que observé fue maravilloso. Su fe los preparó, serenó y llenó de aplomo. Hicieron su tránsito a la vida eterna sin dolores ni agonías, de manera tan suave y sutil, que creo que vale la pena escribir un artículo completo sobre este tópico en particular. Además de la oración y el Nuevo Testamento, me percaté de lo provechosa que les resultaba la lectura de textos como las cartas de san Pablo, la Preparación para la Muerte de san Alfonso María de Ligorio, el Zhuangzi de Zhuang Zhou, el Tao Te Ching de Lao-Tse y las biografías de san Juan María Vianney y de san Juan Bosco.

9) En la docena que me refirió el haber presenciado el asesinato de un progenitor, un tío o un hermano, la fe tuvo una triple función: a) consolarlos y devolverles la alegría, al tener la certeza de que sus seres amados accederían al Reino de los Cielos; b) brindarles una red institucional de apoyo y soporte social, compuesta por diversos religiosos y laicos, y estructurada en parroquias, movimientos y organizaciones; c) ayudarles a perdonar a los malhechores, con la confianza firme en que Dios los premiaría por su clemencia. Además de las Sagradas Escrituras, numerosos libros de sabios maestros de diversas religiones (especialmente del cristianismo, el budismo, el hinduismo, el taoísmo, el jainismo y el sufismo) los ayudaron a superar el trauma y proseguir con una existencia bendecida por el amor y la misericordia.


Reflexiones finales


No existe un ser humano que no haya enfrentado circunstancias difíciles y problemas de diversa índole. Las luchas son tan variadas como lo son las manifestaciones de la imperfección de este mundo; lo importante es darlas con gallardía, constancia y heroísmo. Tener fe es claramente un indicador de buen pronóstico frente a la adversidad.  

Las limitaciones y los defectos corporales, la enfermedad, el envejecimiento, la disminución del desempeño y la muerte son realidades ineludibles de la vida. Nadie es perfecto, ni 100% saludable, ni eternamente joven, ni infalible, ni inmortal. La fe resulta ser de ayuda para aceptarlo, asumirlo y continuar.

Hay distintas formas de violencia, inmoralidad y maleficencia. La vida consiste en seguir avanzando a pesar de ellas, con tesón, esperanza y optimismo (características de personalidad que pueden incrementarse y consolidarse con la ayuda de la fe).

Los psicoterapeutas, como seres de carne y hueso, vivimos las contradicciones, falencias y sorpresas de la vida a veces hasta con mayor intensidad que otras personas, dada nuestra naturaleza sensible y empática. La clave es entendernos como sanadores que también necesitan sanación, que van sanando en ese mágico acompañamiento al paciente en el que se posibilitan la alianza y la sinergia terapéuticas. Y, si tenemos fe, todo nos resultará posible, y alcanzaremos la victoria. 


 *


David Alberto Campos Vargas


Médico cirujano - Pontificia Universidad Javeriana.

Especialista en Psiquiatría - Pontificia Universidad Javeriana

Neuropsicólogo - Universidad de Valparaíso

Neuropsiquiatra - Universidad Católica de Chile

Filósofo - Universidad Santo Tomás de Aquino

Teólogo - Obispado Castrense de Colombia


Cómo citar este artículo: Campos Vargas, D.A. (2024). Beneficios de la fe en el psicoterapeuta.. Revista Virtual de Psicoterapia Formativa, junio de 2024.

 

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