PSICOTERAPIA FORMATIVA Y CRISTIANISMO EN LAS FAMILIAS
CON HIJOS HOMOSEXUALES
David Alberto Campos Vargas, MD
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Corren tiempos recios. El siglo XXI es testigo del mayor
ataque a la familia que se haya orquestado jamás. El Maligno, siempre tratando
de boicotear el plan amoroso de Dios para la humanidad, intenta en esta época
destruir la vida de los hijos, y con ello, desestabilizar los matrimonios y
acabar con la armonía en los hogares.
Las fuerzas demoníacas tratan de hacer perder el rumbo
a nuestros jóvenes. Intentan apartarlos del Bien y sumergirlos en el Mal. Buscan
corromper sus corazones, separándolos de la virtud y hundiéndolos en el pecado.
Nosotros, como cristianos, tenemos una importante
misión en esta época tenebrosa: debemos proteger a las nuevas generaciones, y salvaguardarlas
de todas las argucias con las que Satanás intenta alejarlos del Señor y de la
vida buena.
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Una de las estrategias más eficientes a la hora de
cuidar a nuestros adolescentes y adultos jóvenes es la de acercarlos al
Amor, a la Suprema Bondad: ese Creador que ama tanto a Sus criaturas que llegó
a ofrecerse a sí mismo como garantía de salvación. Debemos conectarlos con el
Señor, fuente inagotable de bienes y clave para llevar una existencia plena.
El Inmundo lo sabe, y también sus secuaces. Por eso es
que están empeñados, en esta neoposmodernidad caótica, en sembrar dentro de sus
jóvenes corazones desdén, desagrado y hasta odio hacia Dios y Su Iglesia. Y mal
haríamos nosotros, conscientes de esta situación, en jugar a ser instrumentos
del Demonio. Ya sabemos que es su abominable interés el de hundir a los jóvenes
en el pantano del ateísmo y la inmoralidad. En consecuencia, con nuestros ojos
puestos en el Salvador, debemos combatir a los malvados que quieren distanciar
a nuestros hijos de Dios.
Las caras del mal en nuestro siglo son múltiples,
variopintas, y tan peligrosas como sutiles (pues se ponen máscaras de
corrección política, y tratan de camuflarse en valores morales universales como
la libertad o la justicia): el neomarxismo, la cultura light, la cultura de la
muerte, el materialismo, el hembrismo y el abortismo. Estas inmundicias buscan implementar mundialmente el
peor de los totalitarismos (pues es más intolerante con críticos y disidentes que el propio nacionalsocialismo), cínicamente disfrazadas de posturas supuestamente
democráticas. Los malhechores no descansan, y acechan a los jóvenes por
doquier. Por eso hay que presentarles batalla.
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Los enemigos de Cristo y Su Iglesia, reclutados y
azuzados por Satán, se han sucedido a lo largo de los siglos. La verdad es
incompatible con la mentira; la luz espanta las tinieblas; la bondad repele a
los malvados. Toda persona intachable, todo pensamiento sublime, toda obra
buena, todo fruto emanado de Dios (que es el Amor completo, eterno y perfecto)
resultan fastidiosos para quienes tienen el corazón corrompido y hacen parte de
las huestes infernales.
Por eso es que el monstruo de seis cabezas
(neomarxismo, cultura light, cultura de la muerte, materialismo, hembrismo y
abortismo) de la neoposmodernidad ataca tan fieramente la fe de los jóvenes.
Quiere acabar con todo lo que tenga que ver con religión (pues quiere cortar la
relación del hombre con la Causa Primera), especialmente con el cristianismo
católico, que es el esplendor de la verdad y emana directamente de Jesucristo y
Sus apóstoles.
Ante semejante despropósito, la mejor conducta es
orar, pedir al Señor los dones necesarios para convencer a estos muchachos (y
con un ejemplo sólido y coherente, que sea realización concreta y tenga más impacto que cualquier argumentación), y desenmascarar a tiempo aquellas construcciones
sociales e ideológicas basadas en falacias que desde lo “políticamente
correcto” tratan de minar la muy cristiana y hermosa tradición de Occidente.
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El ataque del Maligno y sus esbirros a la Iglesia ha
ido variando a lo largo de la Historia. De los siglos I al IV, bajo la forma de
un imperio pagano y perseguidor. De los siglos IV al X, atizando narcisismos,
envidias y rivalidades entre el poder temporal y el poder espiritual. De los
siglos X al XVI, a través de herejes y sectarios. De los siglos XVI al XIX,
usando a monarcas mezquinos y codiciosos. Durante los siglos XIX y XX, con el
concurso de políticos ególatras y “pensadores” que eran ateos recalcitrantes.
Ahora las maniobras están encaminadas a impedir o al menos debilitar la
transmisión de los valores y las creencias religiosas a las nuevas
generaciones.
Insisto en que una vida bien vivida, consecuente con
el Evangelio, es la mejor manera de contrarrestar la propaganda anticristiana (y particularmente anticatólica) con la que se está bombardeando al mundo desde los medios masivos de
comunicación, unas veces sutil y otras veces descarada, y casi siempre basada
en calumnias, prejuicios y distorsiones.
En ese orden de ideas, no podemos quedarnos cruzados
de brazos. Y mucho menos, ahuyentar a los jóvenes de la Iglesia. Si las hordas
del Siniestro quieren despistar y atrapar a los jóvenes, tenemos que
enfrentarlas con la determinación y la fuerza de la Verdad Eterna, el Amor
Supremo que nos ha dejado Su Palabra, Su Tradición y el Magisterio de Su
Iglesia.
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Sea nuestra vida, con la ayuda de Dios, un camino de
virtud. Quiero insistir en este punto. Nada es más convincente que el ejemplo.
La vía más eficaz para destrozar las mentiras y las redes demoníacas, es
mostrarles a los adultos del mañana que el amor al Todopoderoso es la clave
para una existencia plena y dichosa.
Ahí donde el neomarxismo intente sembrar duda,
incertidumbre y desconfianza, la certeza y la seguridad que sólo son posibles
gracias a la fe brillarán con claridad. Ahí donde la cultura light inculque
superficialidad, vacío y narcisismo, aparecerá la fuerza del intelecto que sólo
el Espíritu Santo puede dar. Ahí donde la cultura de la muerte busque propagar
la violencia contra el prójimo, llegarán la caridad y la misericordia que
distinguen a nuestro Señor. Ahí donde el hembrismo y el machismo (y sus parientes mejor maquillados, el feminismo y el masculinismo) quieran sembrar
el odio entre los sexos, refulgirá el amor puro que capta la belleza de lo
complementario y la grandeza de la amistad entre hombres y mujeres. Ahí donde
el abortismo apunte a desensibilizar a las comunidades frente al infanticidio,
prevalecerá la defensa de la vida y los demás derechos del bebé al que se
pretenda aniquilar.
Los jóvenes necesitan que los adultos muestren
madurez, sensatez y coherencia. Como seguidores de Cristo, debemos vivir realmente
Sus enseñanzas. Siendo testimonios vivos del amor de ese Amor Perfecto que es
el Altísimo, lograremos demostrarles que las patrañas de Satanás son tan
equivocadas como peligrosas.
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Cautivar y convencer sólo es posible con una fe
cristiana reflejada en cada acto de la vida cotidiana. El ataque al cristianismo
orquestado por el monstruo de seis cabezas de la neoposmodernidad, que busca
alejar a los jóvenes de la Iglesia (desprestigiándola, ridiculizándola,
estigmatizándola, vilipendiándola, silenciándola, maniatándola,
invisibilizándola y aun buscando destruirla, aunque esto sea imposible, pues el mismo
Jesucristo dijo que las puertas del Infierno no prevalecerían sobre ella), es
contrarrestado con la rotunda evidencia de todos los beneficios que trae el
hacer parte de ella. Viendo la dicha que trae a nuestras vidas, estos adultos
de mañana podrán contrastar la basura que les inculcan los medios con la
realidad innegable de la felicidad de vivir a plenitud la belleza del
cristianismo original, y podrán concluir, sin dificultad, que vale la pena frecuentar
los sacramentos, acceder a las Sagradas Escrituras completas y bien traducidas,
hacer parte de una tradición que se remonta al mismo Señor y sus apóstoles (los
primeros obispos), nutrirse de las enseñanzas de sus teólogos y doctores,
entusiasmarse con el testimonio heroico de sus mártires y santos, caminar con
la maternal compañía de la Virgen Inmaculada… en fin, pertenecer a una
comunidad tan numerosa como invencible, porque la anima el propio Espíritu de
Dios.
Coherencia. Consecuencia. Rectitud. Plenitud de vida.
Una existencia pacífica, noble y fecunda, que muestre todos los frutos de la
gracia. Así es como podemos animar a nuestros niños y adolescentes a amar a
Cristo y vivir por Cristo, fieles a Su auténtica Iglesia.
Complementando lo anterior, debemos recibir con los
brazos abiertos a los jóvenes. Convencidos ya con nuestro ejemplo, deberán
sentirse bienvenidos. La Iglesia será entonces Madre y Maestra, tal
como la entendía san Juan XXIII, acogedora y sencilla, dinámica y alegre, joven
y comprometida, como verdadera esposa del Señor.
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La intención del Diablo es llevarse a la juventud
entera. Dañarla, sumergirla en la inmoralidad, trastornarla, enfermarla, ensuciarla,
confundirla, arrastrarla al Infierno. Siempre ha sido así (baste leer los
recuerdos de san Juan María Vianney o san Juan Bosco para saber que el placer
del Asqueroso en corromper la juventud no es algo nuevo), pero en esta época
parece que lo ha definido como su objetivo primordial.
Que los jóvenes de hoy se acerquen al Señor es, en
consecuencia, prioritario. La neoposmodernidad, con respecto a otras épocas,
ofrece algunas ventajas en cuanto a valores y actitudes (ecologismo, pacifismo,
respeto a la diferencia, superación del antropocentrismo, tolerancia); tiene
zonas grises, mixtas, en las que pueden descubrirse elementos positivos y negativos
(cosmopolitismo, aperturismo, globalización); y, como todo lo humano, luce
también aspectos aterradores (el monstruo de seis cabezas que ya he señalado).
Por ende, si estos muchachos quedaran enteramente a merced de su época, sin
ninguna intervención nuestra, podrían ser fácil presa del Demonio. Si no
hablamos a nuestros hijos de Dios, nadie más lo hará. Si no los invitamos a recobrar
la paz y la gracia en los signos que Yahvé nos ha dejado para re-acercarnos a
Él, sólo escucharán a quienes ridiculizan los sacramentos. Si no les mostramos
en nuestra propia existencia, como algo concreto y tangible (como les gusta a
ellos, los neoposmodernos) que es con Cristo que hallamos plenitud, sólo se
quedarán con la versión materialista y pesimista de los que niegan la realidad
ultraterrena. Si no somos prueba fehaciente de que es gracias a la vida
religiosa (la vida de relación con el Todopoderoso) que superamos los problemas
y logramos ser plenamente felices, serán arrastrados por el océano de
resentimiento y desesperanza que divulgan minuto a minuto los enemigos de la
fe.
Por eso es tan importante que los jóvenes sean parte
fundamental de la Iglesia, que descubran la grandeza de su tradición y de sus
enseñanzas, que vibren con ella, que conozcan sus frutos y sus obras, que se
familiaricen con sus beatos y santos (ejemplos de vida fecunda y moldeada por
el Espíritu Santo), que accedan a sus tesoros de erudición y misticismo, que
sientan la paz y la alegría de su Evangelio, que contemplen sus verdades, que
entiendan sus orígenes y su devenir (captando que, aún en momentos de conflicto
y contradicciones, siempre ha estado ahí Jesucristo, tal como en sus inicios,
guiando y corrigiendo), que capten su significado tanto en la Historia humana
como en la Historia de Salvación, que asuman su misión y su ayuden a pulirla en
donde aún hace falta, que puedan disfrutar de todas las bendiciones que ella y
Su Fundador tienen para ofrecerles.
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En contra de lo que pretenden las criaturas infernales,
las nuevas generaciones deben comprender que la Iglesia tiene las puertas
abiertas y está lista a acogerlos con amor y respeto, tal como en los días de
san Pedro, su primer Papa, entendiendo que sus singularidades y sus anhelos
juveniles son válidos y dinamizan la realidad eclesial.
Caso especial lo constituyen los jóvenes homosexuales.
Por una serie de infortunios históricos, y especialmente por la interpretación
distorsionada que hacen las sectas de la Sagrada Escritura (apartándose del
cristianismo original, católico, apostólico y romano), muchos de ellos se
sienten también incomprendidos y discriminados ahí justamente donde deberían
ver a un Cristo amoroso y cálido recibiéndolos con ternura. Y esto, unido a la
gran telaraña de calumnias, prejuicios y distorsiones que tejen los malvados, y
al furor anticristiano de casi todos los gobernantes de la actualidad, los
aleja de la Fuente de Vida (nuestro Señor, el Dios que es Amor y Bondad) y los
sirve en bandeja al Maligno (empeñado, insisto, en alejar a niños y jóvenes de
Jesucristo y Su Iglesia, para socavar la unidad familiar y de paso dañar los
matrimonios).
Es triste que gran parte de los hermanos separados
hayan asumido actitudes de rechazo a la comunidad homosexual. Eso es contrario
al Evangelio. Por fortuna los miembros de la Sociedad de Psicoterapia Formativa
que pertenecen al cristianismo protestante jamás incurrirían en semejante
error. Pero ellos, lastimosamente, son una parte ínfima de los feligreses de dichas
sectas. Se debe trabajar fuertemente también con todas esas congregaciones en
las que se ha subdividido el protestantismo (porque el que divide está condenado
a dividirse), para sensibilizarlas, liberarlas de prejuicios y flexibilizarlas
en sus conceptos. Se debe realizar una psicoeducación masiva (tanto de pastores
como de adeptos) para que se vayan superando esas posturas homofóbicas, y se
vaya entendiendo que la valoración de todo un segmento poblacional no puede
estar basado en citas descontextualizadas del Antiguo Testamento de Biblias mal
traducidas y mutiladas. Y es también una pena que algunos grupos de cristianos
católicos hayan incurrido en actitudes de estigmatización y exclusión con la
comunidad homosexual, cuando tantos y tan connotados teólogos, y aún
Pontífices, reiteradamente han llamado a la Iglesia a incluirla y apoyarla,
obviamente sin perder su identidad y su tradición milenarias. El catolicismo,
como representante del cristianismo primigenio, tiene que dar un ejemplo de
cristianismo auténtico comprendiendo, acogiendo y ayudando a los jóvenes
homosexuales o confundidos que requieren ante todo calor de hogar. Y las demás
denominaciones cristianas deben adherirse a esta noble tarea.
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En modo alguno puede defenderse algo tan ridículo como
la ideología de género (un adefesio tan aborrecible como lleno de postulados
falsos); dicha corriente es una mescolanza de disparates basados en una actitud
claramente anticientífica. Tampoco tienen fundamento otras absurdas corrientes
posmodernas que desconocen los aspectos biológicos de la identidad sexual, confunden
identidad con orientación sexual y también de forma errónea creen que todo
reposa en lo socio-cultural (un supuesto tan exagerado como falaz). Y mucho
menos válido sería ir en contra de lo establecido por la Iglesia.
El matrimonio católico es heterosexual. Se da entre un
hombre y una mujer que se aman tal como son, creen en el amor monogámico y
celebran dicho sacramento de forma libre y consentida. Implica un compromiso y
un juramento solemne ante Dios: seguir amándose hasta la muerte (más allá de
las vicisitudes como la pobreza, la enfermedad o la vejez). Es un sacramento
(un signo visible de la gracia) y es también una institución a la que los
cónyuges se adhieren buscando la felicidad mutua y la generación y educación de
la prole. Modificar estas verdades eternas sería necio y desatinado. No puede
haber un matrimonio católico homosexual.
Ahora bien, el fenómeno de la homosexualidad en la
especie humana constituye una realidad innegable. Hace parte de la vida
psíquica de los seres humanos. No constituye una patología psiquiátrica (aunque
puede, obviamente, verse asociada a trastornos de personalidad y otras
enfermedades de la psique) y es una variante anormal pero no patológicas de la
conducta sexual. Es decir, no hace parte de la conducta mayoritaria, natural y
biológicamente esperable del hombre, pues se encuentran por fuera de la
normalidad estadística y de las mismas leyes naturales, pero tampoco es un
diagnóstico en Psiquiatría (no es, en sí misma, una patología). El matrimonio
católico no es ni puede ser de naturaleza distinta al orden biológico que nos
ha hecho sobrevivir en la Tierra (la heterosexualidad, la condición más
coherente con la reproducción y la supervivencia humanas), pues está
perfectamente alineado con el plan del Señor para Su criatura predilecta, y con
Sus leyes naturales. En consecuencia, el sacramento como tal es incompatible
con la homosexualidad. Pero el matrimonio homosexual de naturaleza
estrictamente civil (no sacramental, no católico) es, por supuesto, válido y
deseable, pues da estabilidad y favorece la fidelidad en una población con
tendencia a ser promiscua.
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Como sabiamente me dijo un padre de familia, “al
Diablo no le entregaremos a nuestros hijos en bandeja”. Si alejamos a los
jóvenes de Cristo, con posturas homofóbicas o intolerantes, no hacemos sino
respaldar a quienes están interesados en contaminar sus almas y arrastrarlos a
la perdición y viven hablando mal de la Iglesia. Un exceso de conservadurismo
puede ser inadecuado.
De otro lado, si claudicamos en nuestras creencias y
nos alineamos cándidamente junto los malvados “políticamente correctos” que
tratan de confundir lo bueno y lo malo y pretenden maquillar lo abominable con
endulzados términos (apoyando al monstruo de seis cabezas del siglo XXI), también
cometemos un error. Un exceso de apertura es claramente peligroso.
La clave está en el justo centro. Defender la
tradición y la sabiduría de la Iglesia, entendiendo que la grandeza del
matrimonio no puede ensuciarse con basura como la ideología de género o el
neomarxismo feminista, abortista y enemigo de la heterosexualidad y la familia.
Permanecer en la Verdad, sin ceder a los grupos de presión que utilizan el
Maligno y sus secuaces. Pero también acoger cariñosamente a los muchachos
homosexuales, y a todos los jóvenes en general, sabiendo que sólo en Aquél que
es el Bien y la Belleza tendrán vida plena y saludable.
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Las metas de la psicoterapia
formativa (plenitud existencial, reflexión filosófica, estructuración de una
personalidad sana y madura, redefinición, transformación, potenciación de los
aspectos espirituales y trascendentes, formación, integración armónica,
cohesión del self, praxis, aprendizaje, transmutación integradora, adquisición
de nuevos significados y nuevas estrategias de afrontamiento) están en plena
sintonía con la apertura a Dios y el encuentro del sentido de la vida en la
religión (que es la reconexión, la religazón con el Todopoderoso, fuente de
toda felicidad y de toda esperanza), y se nutren especialmente del
Cristianismo.
Y es que el proyecto de vida
ilustrado por el Señor en Su mensaje y con Su ejemplo representa todo aquello a
lo cual aspiran el paciente y el terapeuta: la verdad prístina y potente, la felicidad
serena e invencible, el fructífero equilibrio del cual la salud mental es
consecuencia lógica e inevitable.
El interés central del psicoterapeuta formativo está
en la adecuada formación: la construcción madura, adaptativa y coherente de la
personalidad, en aras de alcanzar la dicha de la vida plena (tanto en sí mismo
como en sus pacientes); en ese orden de ideas, todo lo que atente contra estos
objetivos debe evitarse, y todo lo que contribuya a lograrlos (como el
acercamiento a la Iglesia, la riqueza de la vida sacramental que fortalece la
gracia y la vivencia devota de un cristianismo sincero y bien fundamentado)
debe ser motivado y potenciado en el proceso terapéutico.
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En conclusión, mal haríamos en apartar a los jóvenes
del proyecto de Dios para este mundo. Ellos se encuentran sedientos de fe y
verdad en un mundo que por lo general les ofrece mentira e incertidumbre. Sería
un disparate cerrarle las puertas de Su Iglesia (o de sus múltiples
ramificaciones) a los jóvenes homosexuales, ya de por sí bastante expuestos a
distintos estresores (confusión, incomprensión, estigmatización, matoneo,
discriminación y otras dificultades en la socialización). Como ya se ha dicho,
los escenarios que deformen y/o perviertan, que traigan desdicha o que
dificulten la realización vital no son ni convenientes ni deseables. Es por
ello que urge integrarlos y acogerlos cálidamente en parroquias y
congregaciones, en grupos de oración, en retiros espirituales y en todas
aquellas actividades pastorales que hacen parte de la labor formativa y
evangelizadora.
Al homosexual no podemos apartarlo del Señor y de la
vida de relación con Él, verdadero y único camino de plenitud existencial. Eso
sería ir en contra de los fundamentos del mismo Jesucristo. Nuestro Señor nos
ha dejado Su Evangelio, esa Buena Nueva que es la más alta sabiduría, superior
a cualquier filosofía habida o por haber. Por ende, lo más justo es que
absolutamente todos los seres humanos puedan acceder a Él.
Venciendo a Satanás y sus inmundos colaboradores
(que están empeñados en saturar esta neoposmodernidad contradictoria de aparatos teóricos y propagandísticos encaminados a
debilitar la Iglesia y a crear una brecha entre ella y la humanidad, a
corromper a los hombres del mañana y a poner en riesgo al planeta entero)
lograremos hacer de este un mundo mejor, más bello y solidario, más cercano a
la esencia de Su Hacedor.
David Alberto Campos Vargas
Médico y cirujano –
Pontificia Universidad Javeriana
Especialista en
Psiquiatría – Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo –
Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra –
Pontificia Universidad Católica de Chile
Filósofo – Universidad Santo
Tomás de Aquino
Teólogo – Obispado Castrense
de Colombia
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