sábado, 19 de marzo de 2022

LA PSICOTERAPIA FORMATIVA FRENTE AL CHANTAJE EMOCIONAL, por David Alberto Campos Vargas


LA PSICOTERAPIA FORMATIVA FRENTE AL CHANTAJE EMOCIONAL


David Alberto Campos Vargas*


Introducción


La psicoterapia formativa busca hacer tanto del paciente como del psicoterapeuta personas plenas, felices, completas y trascendentes, con un sentido de vida basado en la re-significación y la transformación de la personalidad y el cultivo de la vida espiritual. En ese orden de ideas, puede ser también una estrategia útil para combatir el chantaje emocional, una de las formas más sutiles de manipulación.

Se ha definido al chantaje emocional como el dominio de una persona sobre otra usando el miedo, la obligación, el sentido de deber o la culpa de esta última. Es una forma de agresión tan usual que la sociedad corre el riesgo de no considerarla ni siquiera como lo que es: un acto de violencia. Consiste en que quien chantajea domina a quien es chantajeado imponiéndole ideas, acciones y hasta emociones que no solamente no son genuinas, sino que muchas veces resultan incómodas, contraproducentes, indeseables, gravosas, martirizadoras e incompatibles con su sistema de valores.

El chantaje emocional usa el miedo cuando se basa en la amenaza, implícita o explícita (“si tú no haces esto, daré por terminada nuestra relación”, “si usted no acepta esto, consígase otro trabajo”, “si no cambias esa manera de pensar es porque no me amas de verdad”, “en caso de que no realice lo que le digo, sufrirá las consecuencias”); usa la obligación cuando intenta maquillar la agresión en términos contractuales (“tienes que hacerlo, si es verdad que somos esposos”, “aquí le pagan para obedecer”, “estamos juntos, y eso implica que dejes de perder el tiempo en esas cosas”, “es su decisión, pero si no me hace caso, el proyecto se hunde”); usa el sentido del deber cuando trata de disfrazar de “noble cruzada” lo que no es más que una vil manipulación (“sé que bajarás la cabeza y harás lo que te digo, porque eres caballeroso y bueno”, “esta es una misión para personas realmente capaces”, “sólo los más valientes se atreven a hacer esto”, “la empresa se salvará si usted hace este pequeño sacrificio”, “no tema, la ciudad entera se beneficiará de su esfuerzo, y su acto será siempre recordado”) y usa la culpa cuando apela a los ideales o el superyó de la persona que se pretende chantajear (“si lo nuestro se acaba, será por tu culpa y tu entera responsabilidad, porque no quisiste hacerlo”, “usted verá si no escribe lo que le digo, se lo dejo a su conciencia”, “no contar con su aprobación nos mostraría su escaso sentido de pertenencia”, “si no nos apoya, ¿a quién más podremos recurrir?”, “no realizar esta función mostraría su escaso compromiso con nuestra institución”).   

Estas maniobras de la persona manipuladora (quien ejerce el chantaje emocional) le van confiriendo un poder patológico sobre la persona manipulada, a quien va dejando cada vez más desdibujada (pues quien es chantajeado es sutilmente obligado a aplazar sus sueños, renunciar a sus trabajos, dejar de lado sus aficiones, apartarse de sus proyectos y hasta cambiar sus gustos y creencias, para complacer al otro),  desempoderada (dado que el chantajeado se vuelve cada vez más inseguro y dependiente de la validación de quien chantajea) y confundida (puesto que la víctima de chantaje emocional empieza a dudar tanto de quién es, qué piensa, qué es lo que quiere y qué es lo que le da su identidad), con una autoestima cada vez más baja, y proclive a sufrir trastornos de tipo depresivo, ansioso o mixto.

Quien es víctima de chantaje emocional por un tiempo suficiente (al menos dos años), termina con un concepto de sí mismo bastante borroso, porque ya ni sabe quién es o qué busca en la vida. Y para rematar, como muchas veces no se da cuenta del proceso de paulatina despersonalización al que ha sido sutilmente sometido, acaba alienado pero “sereno”, como si nada hubiera ocurrido. Casi ha olvidado quién es, pero asume que lo tiene bien claro.

Esta forma de agresión es gradual, silenciosa, paulatina y tórpida. Por eso suele pasar que ni la persona víctima ni la persona victimaria se percaten de que está ocurriendo. Es más: en casi el 70% de los casos que he atendido, quien hizo de chantajista emocional expresa una genuina consternación al percatarse de ello, se arrepiente de ello y manifiesta su deseo de cambio. Asimismo, he observado que casi la totalidad de quienes han padecido algún tipo de chantaje emocional manifiestan que en modo alguno se sienten a gusto en el rol de víctimas. Y unos y otros manifiestan, horrorizados, que casi nunca tuvieron la intención de empantanarse en esta patológica dinámica.

Teniendo en cuenta lo anterior, la manipulación desplegada en el chantaje emocional hace de la interacción entre quien manipula y quien es manipulado una relación patológica, inequitativa, injusta y tóxica. En vez de permitir y potenciar la maduración, el éxito y el crecimiento mutuos, hace de la conexión una experiencia empobrecedora, desmanteladora del psiquismo.  

Curiosamente, sólo en relaciones laborales y con jefes con un perfil narcisista (hombres y mujeres egocéntricos, arrogantes, dados a explotar a los demás, convencidos de ser merecedores de ciertos privilegios y de estar por encima del resto de la gente, deseosos de figurar, desconsiderados con sus subalternos y proclives a exagerar sus logros y cualidades) o antisocial (hombres y mujeres dañinos, amorales, incapaces de acatar normas, impulsivos, prestos a violar las leyes y los principios éticos universales, marcadamente irresponsables y agresivos, irritables y faltos de caridad y de empatía), he encontrado casos en los que la persona que ejerció el rol de chantajista no manifiesta ningún tipo de culpa o deseo de reparación. En dichos casos, quien chantajeó trata de excusarse y racionalizar su daño (“yo tengo mi conciencia tranquila, lo que pasa es que ahora todo el mundo hace drama por nada”, “actué correctamente, y si viajara al pasado y estuviera en la misma situación, volvería a actuar exactamente igual”, “si le pasó eso, fue porque no tenía las condiciones para ejercer su cargo”, “a mí me resbala que la gente se sienta bien en mi empresa, lo que me importa es que trabajen y me ayuden a alcanzar las metas”, “la culpa es del que se deja joder”, “este mundo se divide en lobos y ovejas, y nunca me he permitido ser oveja”). En todas las demás situaciones, he notado que quien ha ejercido el chantaje emocional muestra arrepentimiento, deseo de cambio y propósito de enmienda.

De otro lado, he observado que en las relaciones de pareja el chantaje emocional suele ser más igualitario: aunque uno tienda a chantajear emocionalmente más que otro, suele pasar que en distintos escenarios y según el estado de ánimo de cada uno, los roles de chantajista y chantajeado vayan rotando. Y también he notado que el chantaje emocional puede verse aún en parejas en las que brillan el amor, la lealtad, el deseo de cuidar al otro, la fidelidad y otras muchas virtudes, pero hay escasez de inteligencia emocional, habilidades sociales, asertividad y comunicación.

Lo anterior me lleva a concluir que en el chantaje emocional intervienen en gran medida mecanismos inconscientes, y es por eso que suele ser un proceso involuntario. Nadie quiere, a priori, chantajear emocionalmente. Y casi nadie se siente a gusto con haber chantajeado, al menos en ámbitos no laborales. No se trata de algo deliberado o intencional: se requiere introspección y franqueza con uno mismo para darse cuenta de haber sido víctima o victimario. La mayoría de las personas que alguna vez han chantajeado tienden a arrepentirse de haberlo hecho, si son empáticas y no padecen un trastorno de personalidad narcisístico o sociopático, y en el marco de las relaciones de pareja. 


Complicaciones clínicas


El chantaje emocional es una forma de violencia invisible al examen médico general, porque las heridas que provoca no son exteriores, sino psicológicas. No deja equimosis, ni hemorragias ni fracturas, sino un aparato psíquico cada vez más inseguro, perturbado e inestable. Y es un fenómeno que daña las relaciones, y del que suelen arrepentirse ambos (quien chantajea y quien es chantajeado). Por lo tanto, resultan imprescindibles el diagnóstico y el tratamiento oportunos y adecuados.

Insisto en que he observado este fenómeno entre esposos, novios, familiares y amigos que se aman, que nunca tuvieron la intención de hacerse daño y que desean de todo corazón no volver a incurrir en esa dinámica enfermiza. Detectar y tratar el chantaje emocional les permite vivir su relación con mayor plenitud y libertad, potenciando la felicidad y el crecimiento mutuos. Y en ámbitos laborales o sociales, prevenir, captar y detener el chantaje emocional reduce otras manifestaciones de hostilidad o violencia, favorece la justicia y la equidad, forja equipos de trabajo, redes de vecinos y comunidades más sanos, amables y solidarios.

En los casos en los que la persona que ejerce sistemáticamente el rol del chantajista no muestre culpa ni arrepentimiento alguno, y desee persistir en su maltrato, la sensibilización lograda con respecto al fenómeno del chantaje emocional permitirá que la persona chantajeada pueda salir de su condición de víctima, se empodere, se redefina, asuma con asertividad y coraje los cambios que debe realizar y acuda, de ser necesario, a las autoridades pertinentes.   

La sintomatología es leve al cabo de las primeras cuatro semanas. Amigos y familiares empiezan a notar discretos cambios en las ideas, las actitudes y las aficiones de quien es chantajeado, y asumen como algo “natural” de su nueva relación el que haya dejado de hacer ciertas cosas que antes le gustaban, o que esté pensando distinto. Un buen clínico debe ir más allá. Detrás de esa fachada de conformidad absoluta con lo que el otro (cónyuge, amigo, jefe o colega), se nota cierto aire de renuncia, cierta insatisfacción disfrazada de conformidad.

Al cabo de varios meses empiezan a hacerse notorios algunos de estos síntomas en el chantajeado: disforia (irritabilidad y mal genio), retraimiento social, hiperreactividad emocional (con gran dificultad para gestionar las emociones, especialmente la ira, la ansiedad y la tristeza, timidez marcada (y dificultades para las relaciones interpersonales en general), sensación de incomodidad si se encuentra solo en un lugar público, apocamiento, nerviosismo exacerbado frente a acciones como exponer ideas o proyectos propios, y gran confusión con respecto a los propios gustos y anhelos.

Después de dos o tres años, a lo anterior se van sumando estos otros hallazgos: difusión de identidad (la persona chantajeada empieza a dudar de quién es realmente, no es capaz de reconocerse y no logra enlazar con el presente la representación mental de sí que tenía antaño), anhedonia (ya no siente placer realizando las actividades que antes se lo procuraban), hipobulia (fuerza de voluntad disminuida), hipolibido (disminución de la energía sexual), productividad intelectual y laboral mermadas, hiporexia (disminución en la ingesta) o hiperorexia (aumento en el apetito) y alteraciones en el patrón de sueño (consistentes en insomnio de conciliación, sueño fragmentado, sensación de no haber descansado o dormido lo suficiente, o, a veces, hipersomnia). 

Después de un quinquenio, ya quien es víctima de chantaje emocional ha abandonado casi por completo las actividades sociales, lúdicas y culturales que antes frecuentaba, y evidencia un deterioro mental claro (con aislamiento social, apocamiento, entorpecimiento de la funcionalidad, alteraciones en la memoria, empobrecimiento de la personalidad, aparición o reactivación de enfermedades psiquiátricas), y una conducta cada vez más opaca y/o errática.

Al cabo de una década, se puede observar ya un estado de desmantelamiento del psiquismo cercano a la despersonalización, con desdibujamiento progresivo de sí mismos, una forma curiosa de olvido de lo que realmente son y quieren, una especie de difuminamiento de su identidad, al que se van añadiendo capas de síntomas de orden depresivo y/o ansioso (el ánimo triste o angustiado se hace constante, la anhedonia es marcada, se presentan ideas de minusvalía y fracaso, la culpa y el remordimiento son exagerados, el insomnio empeora, el paciente empieza a desear la muerte), y la funcionalidad se ve tan comprometida que muchas veces resulta incapaz de hacerle frente a las exigencias cotidianas básicas. Si no hay un tratamiento urgente y apropiado, pueden captarse una severa desestructuración del self, numerosos arrebatos o actos en cortocircuito (en los que pueden darse actos de autoagresión como cortes o automutilaciones, o de heteroagresión hacia personas u objetos), ideación suicida y hasta micropsicosis (breves incursiones psicóticas, en las que el chantajeado pierde contacto con la realidad y puede presentar alucinaciones o alucinosis). 


Escenarios más frecuentes de chantaje emocional


a) En el ámbito laboral


Por lo que he visto, a nivel laboral el chantaje emocional es frecuentísimo. Siendo menos grave que el acoso laboral o sexual, y sin la connotación delictiva que estos dos tipos de acoso sí tienen, el chantaje emocional pasa casi desapercibido. De hecho, en muchos contextos se tolera y se asume, erróneamente, como parte “normal” de todo trabajo. 

En estos casos, el jefe suele exhibir estas características: un estilo autoritario y coercitivo de liderazgo, rasgos de personalidad del clúster B (histriónico, narcisístico, limítrofe o sociopático), alta dominancia (gusto por mandar), pobre empatía, agresividad, arrogancia, implacabilidad y marcada orientación al logro. Asimismo, el jefe chantajista acostumbra ufanarse de llevar con “mano dura” las organizaciones en las que asume la jefatura, y ostenta con gusto apodos como “dama/caballero de hierro”. 

Las frases más usadas por los jefes con rasgos narcisísticos o sociopáticos dados a chantajear emocionalmente a sus empleados son: “Si usted no quiere hacerlo, yo podría conseguir a otro que sí lo haga”, “Si usted no realiza esta actividad, estaría mostrando un pobre compromiso con la organización”, “Sería bueno que usted asumiera esa tarea, o podría ir pensando en buscar otro trabajo”, “Tenía entendido que usted no es de los que se amedrentan frente a esas responsabilidades”, “En caso de que usted persista en su negativa, asumiré que no desea seguir siendo parte de la compañía”, “Trabajar en equipo y ponerse la camiseta de la empresa implica hacer esto que le estoy ordenando”, “No aceptaré que usted le saque el cuerpo a esta labor”, “Me habían dado muy buenas recomendaciones de usted… Parece que estaban equivocados”, “Si usted me está pidiendo dinero a cambio de hacer esa tarea, puedo cuestionar su sentido de pertenencia a la institución”, “Si usted fuera un buen trabajador, no me haría ese tipo de cuestionamientos”, “Usted no es indispensable, puedo encontrarle un reemplazo fácilmente si no me hace caso”, “Todos los demás están de acuerdo con hacer estas horas extras sin remuneración, ¿usted por qué se niega?”, “Si no le parece, ahí está la puerta”, “Yo creía que usted me estimaba, y que quería de verdad trabajar con nosotros. Nunca me imaginé que iba a defraudarme” y “Si no está de acuerdo, puede irse”.

En menor proporción, los jefes con rasgos limítrofes o fronterizos también chantajean emocionalmente a sus subalternos. Las frases más frecuentemente usadas por ellos hacen referencia a los típicos núcleos de conflicto de la personalidad límite: “Yo creía que eras la persona indicada y por eso te contraté. Pero me defraudarías mucho si persistes en tu actitud”, “Tú jamás me harías el daño de sacarle el cuerpo a esta importante tarea, ¿verdad?”, “Yo sé que eres una inspiración para todo el equipo, por eso sé que no te vas a negar a esto que voy a proponerte”, “Te admiro, eres lo mejor que le ha pasado a esta empresa. Por eso debes ponerte a la cabeza de este proyecto. No vayas a desilusionarme”, “Los que no están conmigo están contra mí. Aquellos que no le caminen a esto perderán mi amistad para siempre” y “Esos que han rechazado la propuesta son lo peor, no merecen ni que los salude. Pero tú, en cambio, eres lo máximo. Vas a tomar este encargo, ¿cierto?”.

Aunque a corto plazo estos jefes dados al chantaje puedan lograr un ligero incremento en el rendimiento de sus (chantajeados) empleados, en el mediano y largo plazo su estilo de liderazgo resulta ser muy contraproducente. El chantaje emocional sólo termina produciendo personas inseguras, de pobre iniciativa, pasivas y de escaso rendimiento.

También he observado chantaje emocional de parte de los empleados hacia los jefes. Es un fenómeno bastante menos frecuente, pero no por ello irrelevante. Por lo general, se trata de subalternos que de alguna manera u otra pueden manipular a sus líderes jugando con sus emociones o sus sentimientos. Suele tratarse de personas conflictivas, mezquinas, falsas y egoístas, que quieren de algún modo sacar el máximo provecho económico de sus puestos de trabajo, pero haciendo el mínimo esfuerzo. Con mucha frecuencia he encontrado rasgos de personalidad del clúster B (narcisísticos, histriónicos, sociopáticos y limítrofes), tendencia a usar los atributos corporales (especialmente belleza física) y el sexo a cambio de favores para escalar peldaños en las organizaciones, y la tendencia a emparejarse con quienes detentan posiciones de poder (en relaciones que no suelen durar más de uno o dos años mientras logran “cazar” a alguien más poderoso o influyente). 

Se usan con frecuencia frases como: “Si no quiere que su esposo(a) se entere de lo que sucedió aquella vez entre nosotros, ayúdeme y haga lo que le estoy pidiendo”, “Con toda la información que tengo, le convendría colaborarme”, “Haz esto, por el bien de los dos”, “Te conviene que seamos aliados”, “Todo silencio tiene su precio”, “Esas fotos/esos videos podrían llegar a conocerse”, “¿Qué diría tu familia si se da cuenta de lo que ocurrió esa noche?”, o “No te gustaría que la gente se enterara de tu vida oculta, ¿verdad?”, cuando la persona que chantajea en alguna ocasión (fiesta, reunión, congreso u otro tipo de integración) usó eficazmente sus estrategias de seducción con su jefe, y ahora pretenden convertirlo(a) en su nueva víctima. Así, una noche de copas que terminó en la alcoba de un motel acaba por convertirse en una completa pesadilla. El temor a que la “aventura” se conozca hace que quien es chantajeado quede inerme y vulnerable, y que termine por ceder, una y otra vez, arruinando a veces su carrera, y siempre con la incertidumbre y la zozobra de sentir que, tarde o temprano, volverán a pedirle otro favor a cambio de no divulgar lo acontecido. 

La seducción no se restringe a lo sexual. Muchas veces se trata de enredos económicos, desfalcos, filtraciones a la competencia, alianzas oscuras u otro tipo de situaciones en las que la persona chantajeada quedaría muy mal parada ante el resto de su organización en particular, y la opinión pública en general. Frases como: “No te gustaría que se enteraran de tu sucio secreto, ¿verdad?”, “¡Eso podría acabarte para siempre, así que vas a tener que cooperar!”, “Una celebridad como tú podría verse perjudicada si los medios de comunicación se enteran de ese asunto”, “O nos salvamos juntos o nos hundimos juntos”, “¿Qué van a decir de ti?” o “¿Cómo va a quedar tu imagen?”. Aún con más frecuencia que en el caso anterior, la persona víctima de chantaje termina por venderle el alma al diablo, inmersa para siempre en un huracán emocional, insomne y ansiosa, siempre con temor a ser descubierta. Tal vez por eso he observado que, paradójicamente, estos pacientes mejoran y se revitalizan cuando las cosas salen a la luz y el escándalo estalla. Con toda seguridad sienten el alivio de no tener que seguir viviendo una mascarada.


b) En el ámbito educativo


En colegios y universidades el chantaje emocional es el pan de cada día. Eso no significa, en modo alguno, que sea algo que se pueda normalizar. Es tan grave como el matoneo, igual de patológico e inadmisible. Constituye una forma de violencia bastante frecuente, y es nuestro deber detenerla a tiempo, promoviendo dinámicas de comunicación y relación sanas. Entre compañeros, cunden frases como: “Dame tu almuerzo o te golpeo”, “Si no me prestas la tarea nuestra amistad se acaba”, “Ni se te ocurra aparecerte en la fiesta de fin de año, o te parto la cara”, “O me regalas eso o les cuento a todos que tu hermana es homosexual”, “Si no quieres que publique esa foto en la que sales borracho(a), tienes que hacer lo que te diga”, “Inclúyeme en tu proyecto de investigación, y aceptaré salir contigo”, “A no ser que dejes de hablarte con X, jamás seremos amigos”, “Si nos colaboras haciéndole esta broma al Decano, entrarás a la fraternidad”, o “Cuidado con contarle al profesor que nos viste haciendo trampa, si quieres seguir siendo parte del equipo de rugby”. A menudo se dan exigencias hasta de índole sexual a la hora de poner “requisitos” para el ingreso a algún tipo de asociación, hermandad o grupo estudiantil. 

La psicoterapia formativa, fiel a los valores universales y, en especial, al principio cristiano de amor al prójimo, está llamada a prevenir, denunciar y detener este tipo de violencia. A los chantajistas emocionales de los colegios hay que frenarlos tempranamente, puesto que la experiencia del chantaje es mucho más intensa e impactante (a veces, francamente devastadora) si se experimenta en la niñez. Tan pronto sea detectada, debe ser atajada y estratégicamente desmontada, antes de que provoque un daño grave en la autoestima de sus víctimas, y en la personalidad de quienes chantajean (que tienden a configurar, si no reciben tratamiento, graves trastornos en la adultez: sociopatía, narcisismo y sadomasoquismo). 

El psicoterapeuta, los padres de familia de los niños o jóvenes involucrados, los profesores y los demás estamentos de la comunidad educativa deben apoyarse y realizar un trabajo mancomunado, porque usualmente los que chantajean son niños o muchachos menos inteligentes que el promedio, con dificultades para el aprendizaje, anomalías en el psicodesarrollo y serios inconvenientes al interior de sus familias (son frecuentes todos los tipos de abuso y maltrato). De otro lado, los niños introvertidos, con pobres habilidades sociales, cuyos padres estén divorciados (o divorciándose), o que están cursando con algún trastorno depresivo o ansioso, son más vulnerables a ser chantajeados. 

Hay también chantaje emocional entre profesores y alumnos. Frases como: “A quienes compren mi libro, se les dará un punto extra”, “El que adquiera el material didáctico que diseñé, tiene la asignatura ganada”, “No es que sea obligatorio, pero a quienes me acompañen en el quirófano serán tenidos en cuenta en la calificación final del curso” o “Aquellos que asistan a mi conferencia esta noche, recibirán un estímulo”, encierran cierto grado de chantaje. Más alarmantes aún, y claramente dignas de intervención, son interacciones por el estilo de: “Los que no compren mi libro, tendrán cinco décimas menos en su examen final”, “Pobres aquellos que no tengan el material: pueden dar su semestre por perdido”, “Los que no sean capaces de acompañarme al quirófano hoy, lo harán en Navidad” o “Pobrecitos los que no vayan a la conferencia de esta noche, no creo que aprueben”.  Y son situaciones francamente patológicas, delictivas e inmorales, aquellas que se engloban en comunicaciones como: “No te preocupes por la nota, nos vemos más tarde en el motel que queda llegando a la Universidad”, “Arréglese bien bonita, y me busca en la oficina al terminar la jornada, dispuesta a hacer lo que le diga” o “Puedes visitarme este fin de semana. Mi marido no está. De lo que hagamos dependerá que puedas aprobar el semestre”.  Sobra decir que estas bellaquerías deben ser denunciadas, censuradas y abolidas de los colegios y los claustros universitarios. 

Debo añadir que he observado un preocupante aumento de los chantajes emocionales de parte de estudiantes a docentes. Suelen ser casos de “delfines” o “apadrinados” que se creen con derecho a pasar por encima de los estatutos institucionales, y aún de los fundamentos éticos. Lanzan dardos como: “Veo que perdí la asignatura que usted orienta. Usted verá si quiere conservar su puesto, porque mi mamá tiene el poder para hacerlo despedir”, o “Si no modifica mi calificación, hablaré con mis papás, y usted se verá en aprietos”, o “Mi mamá es senadora, y muy amiga del Decano. Le conviene cambiar la nota”. O pueden ser francas amenazas, por el estilo de: “Si no cambia la calificación que me dio, váyase despidiendo de su familia”. Creo que estas manifestaciones de violencia hacen parte de un entramado social putrefacto, en el que la corrupción y la maldad hacen de las suyas. Grupos y culturas que funcionan perversamente, en miedo del miedo, la impunidad y el imperio de la fuerza bruta. Sociedades sometidas por distintas mafias, en las que la mentira, la intimidación y las armas suelen imponerse. Frente a esta salvajada, la psicoterapia formativa está llamada a ofrecer una salvaguarda de la verdad, los valores cristianos y los principios éticos fundamentales. Es imprescindible una acción oportuna de todos los actores sociales en estos casos de amenaza al docente, para defenderlo y hacerlo respetar, con un acompañamiento cálido y protector.  


c) En los sistemas familiares


El chantaje emocional a nivel intrafamiliar es frecuentísimo, pero subdiagnosticado. Lo que pasa es que la inmensa mayoría de la gente asume que “las cosas son así” y opta por normalizar hasta lo que es enfermo. Muchos estilos chantajistas se asumen como parte de las pautas de funcionamiento paterno o materno. También sucede que gran parte de la población prefiere mirar a otro lado y hacer de cuenta que su familia es perfecta. Pero la verdad es que, si no se diagnostican y corrigen a tiempo, estas dinámicas patológicas de interacción familiar pueden desembocar en graves problemas a largo plazo (enconadas disputas, rencores larvados, formación de bandos, aparición de esquizoidia o esquizofrenia en alguno de los miembros, consumo de psicotóxicos, trastornos de personalidad, cuadros depresivos y/o ansiosos, trastornos de la conducta alimentaria y, obviamente, futuros emparejamientos inadecuados, con altas dosis de chantaje emocional).

Dentro de las comunicaciones consideradas normales por ser tan frecuentes, pero que podrían corresponder a este escenario, están algunas como: “¿Quieres a mamá? ¡Entonces tómate la sopa, cariño!”, “Como eres mi hijo favorito me vas a secundar esta idea”, “Si tú me quieres, papá, vas a apoyarme en este proyecto” o “Sé que eres la mejor hija del mundo, por eso me vas a hacer caso, ¿verdad?”. o “Si quieres que el abuelo no sufra un infarto de nuevo, debes hacer menos ruido”. 

Las mayores dosis de chantaje emocional se dan en las familias amalgamadas. En ellas, los roles de chantajista y chantajeado se intercambian constantemente, y todos terminan por ver difuminada su identidad individual. El colectivo prima sobre la persona, y las legítimas aspiraciones de cada miembro son sutilmente aplastadas por el sistema. Frases como: “¡Si no cambias esos amigos, me va a dar algo un día de estos!”, “¡Tú no me quieres, porque no haces lo que yo digo!”, “Los que de verdad quieren este hogar, siguen las directrices que les damos sin protestar”, “Aquí todos opinamos lo mismo en todos los temas, porque somos una familia unida”, “Si no me haces la tarea, le digo a papá y mamá que estás saliendo con esa chica que no les gusta”, “O me das dinero, o le cuento a papá que llegaste borracha anoche”, “Veo que quieres meterte en problemas con tus padres, porque no me has dado lo que quiero a cambio de mi silencio”, “¡Si sigues viéndote con ese sujeto, debes irte de esta casa!”, “Nosotros estamos siempre de acuerdo, porque nos queremos de verdad, ¿cierto, hijos?”, “¡Ay de ti si llegas embarazada un día de estos…Aquí no vamos a aceptarlo!”, “Al que me desobedezca, le quito el apellido”, “Bajo este techo se hace lo que yo ordeno, y si no le gusta entonces váyase!”, están a la orden del día en este tipo de sistemas familiares.  

Por lo general, sean o no familias amalgamadas, cuando se da esta clase de chantaje se suele encontrar que uno de los progenitores es muy dominante. Impone sus valores, sus opciones de vida y sus actitudes, sin dar lugar a desviaciones o ligeras disensiones. Su pareja, sus hijos, y todos los que vivan en la misma casa, empiezan acomodándose a sus gustos y elecciones en aras de evitar malos ratos. Al cabo de un tiempo, dicha persona empieza a acostumbrarse a su dominio, y con frecuencia busca incrementarlo. Los demás miembros del sistema siguen haciendo concesiones a quien los está chantajeando. Pasado un lustro, ya las víctimas han modificado enormemente hábitos y apetencias, y las personas externas empiezan a sentir extrañeza frente a ellas, porque son muy distintas a lo que originalmente eran. Al cabo de una década, la dominancia es tan extrema que ya los chantajeados han renunciado a casi todas las actividades (lúdicas, sociales, religiosas, profesionales, culturales) y aún a ciertas dimensiones esenciales de su ser. Se han desdibujado por completo.

También he observado chantaje emocional en familias que dependen de la opinión ajena, es decir, en las que la aprobación externa define cómo se evalúan y se sienten. Como todos están pendientes de qué dirán de ellos sus vecinos, amigos y allegados, se “autorregulan” para amoldarse a las expectativas de los demás haciendo un uso masivo del chantaje. La crítica exagerada, la invalidación constante y la difuminación de la identidad de todos y cada uno, en su afán de acoplarse a los gustos y los guiones del grupo social al que admiran y del cual desean pertenecer, marcan una pauta desgastante que termina por desintegrar casi siempre a este tipo de sistemas familiares. 


c) Al interior de la pareja


Este es otro escenario en el que el chantaje emocional suele pasar desapercibido, porque la mayoría de la gente asume que son supuestamente “normales” y “aceptables” muchas conductas de chantaje, manipulación y dominio. Con frecuencia leo en redes sociales o escucho a la gente común decir cosas como: “En mi casa yo mando”, “Mujer que no jode es hombre”, “Los pantalones los llevo yo, y aquí se hace lo que yo ordeno”, “Si no quiere que su mujer lo grite, hágale caso”, “Él es el hombre, yo estoy para servirle”, “En mi casa se hace lo que yo diga, y yo siempre le hago caso a mi esposa”, y sandeces similares.

Lo interesante es que con gran frecuencia quien adopta el rol de chantajista se escandaliza, siente remordimiento y quiere cambiar dicho patrón de comportamiento, tan pronto cae en cuenta (o se le hace caer en cuenta) de su actuar. Esto reflejaría, como ya he señalado antes, que el chantaje emocional no siempre implica malignidad en la personalidad (una personalidad sociopática, limítrofe, histriónica o narcisística), sino una conjunción desafortunada de rasgos patológicos de personalidad (insisto, no necesariamente configurando un trastorno) en ambos miembros de la pareja, hábitos inapropiados de interacción, fallas en la comunicación, problemas de autoestima, difuminación de los roles y los límites, dinámicas de relación disfuncionales, escasa asertividad, pobre inteligencia emocional y ausencia de consejería y psicoterapia. 

Por otra parte, quien adopta usualmente el rol de chantajeado al interior del matrimonio descubre, al percatarse del chantaje emocional, el porqué de muchos de sus actos fallidos, castigos simbólicos, retaliaciones sutiles, y hasta rencores larvados. También se siente motivado a hacer un cambio, asustado por haber llegado tan lejos en semejante situación tan enferma. 

Y, en muchos casos, las parejas intercambian papeles, y cada quien chantajea a su estilo y en ciertos contextos, y es chantajeado en otros.   


Definiendo al chantaje emocional sin sexismos 


El personal de salud debe ser consciente de la necesidad de evitar los sesgos en el ámbito científico y clínico. Resulta triste que todos los textos que consulté para escribir sobre esto hacía referencia al chantajista (victimario) asumiendo que era siempre varón, y a la chantajeada (víctima) suponiendo que era siempre mujer, cuando lo que muchos psicoterapeutas hemos observado en la consulta de Psiquiatría y Psicología (tanto en la consulta privada como en la hospitalaria) es que las víctimas y los victimarios de este tipo de agresión son tanto de sexo masculino como de sexo femenino, por igual. Por eso es importante acabar con los estigmas y las discriminaciones, y hablar y escribir sobre el chantaje emocional en términos de persona que chantajea y persona chantajeada.  

Hombres y mujeres ejercen el rol de chantajistas y chantajeados. Todos los seres humanos son víctimas y victimarios. Es más: con gran frecuencia, una misma persona, hombre o mujer, puede asumir el rol de chantajista o el rol de chantajeado, con distintas personas y aún con la misma persona (por ejemplo, dentro de una misma relación de pareja o una relación de trabajo).  

El hembrismo, en todas sus vertientes, ha hecho mucho daño. Con sus prejuicios y supuestos ha limitado enormemente la conceptualización y la ayuda clínica que psiquiatras, psicólogos y psicoterapeutas pueden brindar a quienes estar inmersos en escenarios de chantaje emocional, por tres motivos fundamentales: a) asume erróneamente que la violencia de género es unidireccional, y que sólo es provocada por los hombres (a quienes sesgadamente pone siempre en la condición de victimarios/chantajistas), con lo que también asume, en consecuencia, que las mujeres nunca ejercen dicho tipo de agresión (y supuestamente nunca realizan chantaje emocional); b) se enfoca en ayudar a quienes erróneamente considera las víctimas universales (las personas del sexo femenino), haciendo caso omiso de las otras víctimas (las del sexo masculino, así sean incluso estadísticamente más, en varios estudios). 

Todos los profesionales de la salud tienen que entender que la violencia de género es bidireccional, que puede tomar la forma de violencia machista (en la que el victimario es un varón) o de violencia hembrista (en la que la victimaria es una mujer), y que en todas las formas de violencia (incluida la muy sutil pero muy perniciosa del chantaje emocional) las víctimas podrán ser tanto mujeres como hombres. Con esta claridad, podrán atender y ayudar a la totalidad de las personas que están inmersas en este problema.

Mientras persista el dualismo reduccionista que niega la naturaleza misma del ser humano y la complementariedad entre hombres y mujeres, enfrentándolos en dos categorías supuestamente antagónicas y supuestamente en lucha (sexo masculino y sexo femenino), y continúen la tontas nociones de “batalla de los sexos” y “superioridad” (física, moral, espiritual, mental, etcétera) de uno de los sexos sobre el otro (superioridad del sexo masculino para el machismo, superioridad del sexo femenino para el hembrismo), el fenómeno del chantaje emocional (y de la violencia en general) seguirá otros cien o doscientos años estancado en el mismo binomio arbitrario y falso de “Hombre/Agresor/Victimario” versus “Mujer/Agredida/Víctima” que no ha permitido avanzar en el terreno clínico y terapéutico hacia la completa erradicación del chantaje emocional (y, en general, de todas las formas de violencia).


El chantaje emocional como dinámica de relación


Quienes han estudiado este fenómeno (Wilfred Bion, Susan Forward, Carl Rogers, Esther Vilar, John Cleese, Harriet Braiker, Eric Berne, Donna Frazier, James Fenley, Skip Johnson) han evidenciado ciertas características: a) se puede dar en todo tipo de relaciones (de pareja, paterno-filiales, materno-filiales, fraternas, de familia extensa, de amistad, de organización, de grupo); b) tiene al menos una persona que ejerce el control (quien chantajea emocionalmente) y al menos una persona que es controlada (quien resulta víctima del chantaje emocional); c) adopta a menudo la forma de juego de roles o dinámicas transaccionales (la persona chantajista tiende a asumir un rol “parental”, como si fuese el tutor, el padre o la madre de su víctima); d) hay una interacción patológica tipo conducta controladora (con alguien que controla y alguien que es controlado); e) puede darse un intercambio de roles (uno de los miembros de la pareja o del sistema puede pasar de ser el controlador a ser el controlado, según el escenario); f) la persona que es víctima del chantaje emocional se ve “obligada” a realizar cosas que percibe como incómodas, indeseables, agotadoras o sacrificadas (y que a su vez son percibidas por la persona chantajista como supuestamente cómodas, deseables, agradables y fáciles de hacer); g) permite el despliegue de un sinnúmero de conductas controladoras y/o manipuladoras; h) no es siempre voluntaria y consciente (de hecho, buena parte de las personas chantajistas emocionales lo son de forma involuntaria e inconsciente, y no tienen la intención de dañar al otro); i) puede maquillarse como “interés” o “cuidado” del otro, y en ocasiones corresponde efectivamente a un genuino deseo de cuidar del otro, pero deformado en una conducta de control emocional; j) puede involucrar grandes cantidades de personas (de hecho, naciones enteras pueden caer en el juego controlador de un sistema de gobierno o de ciertos líderes de opinión); k) puede producir cierta “acomodación”, cierto acostumbramiento de parte de quien es controlado o quienes son controlados; l) genera conductas de “resistencia” en la(s) víctima(s), que van desde la irritabilidad y las conductas pasivo-agresivas hasta la franca violencia.

A nivel de noviazgo o matrimonio, esta dinámica enferma produce una franca disfunción de pareja. En términos de familia, se asocia a disfunción familiar, violencia doméstica, separación, divorcio y desintegración del sistema. Como fenómeno organizacional provoca en los miembros sensación de fracaso y/o agotamiento, ausentismo, apatía, disminución en la productividad y aislamiento, en el marco de un clima laboral pernicioso que puede ser un caldo de cultivo para peleas, creación de facciones y situaciones de acoso laboral. Y en términos de grandes comunidades (colectividades, naciones, confederaciones) puede provocar gran descontento social, lucha y odio de clases, actos vandálicos, asonadas y revoluciones.

Como es evidente, el chantaje emocional exige un abordaje clínico inteligente, pues produce daño y dolor en todas las personas involucradas. Hay un desgaste y un sufrimiento innecesarios, tanto para quien(es) asume(n) el papel de controlador(es) como para quien(es) hace(n) el rol de controlado(s). En el psiquismo de quien(es) padece(n) chantaje emocional se va gestando un rencor sordo contra quien(es) chantajea(n), y el asunto puede terminar en disfunciones sexuales, infidelidades, discusiones acaloradas, reyertas familiares o rebeliones sociales, vandalismo, lesiones personales y hasta homicidios. Por eso es prioritario que todo el personal de salud aprenda a examinarlo, detectarlo, diagnosticarlo y remitirlo a tiempo. Y, en el caso de médicos psiquiatras y otros psicoterapeutas, es fundamental abordarlo y tratarlo adecuadamente.


Tipos de chantaje emocional


Se han diferenciado cuatro clases de chantaje emocional: a) cuando quien chantajea hace una amenaza de castigo a quien es chantajeado (“Haz esto o me voy”, “Si no haces esto, entonces no podremos tener una relación”, “Si esto vuelve a ocurrir, no respondo”, “Ni se te ocurra hacer eso, porque de lo contrario yo haría esto otro”, “Si me sigues pidiendo esto, tendré que dejarte”); b) cuando la persona chantajista amenaza con castigarse o hacerse daño (“Si te vas, no sé qué va a pasar conmigo”, “Si no haces esto, me suicido”, “Si esto vuelve a ocurrir, me haré daño”, “Si decide eso, yo no tengo por qué seguir viviendo”, “Si me pides eso, no respondo por lo que pueda pasarme”, “Si encuentran luego mi cadáver, queda en tu conciencia”); c) cuando quien chantajea se presenta como alguien sacrificado o abnegado (“Después de todo lo que he hecho por ti, ¿así me pagas?”, “Madrugué a hacerte el desayuno a pesar de todos los dolores que tengo, tienes que comértelo”, “¿Somos una institución con compromiso social, ¿cómo pretende no hacer ese voluntariado?”, “Yo soy tan buena persona, ¿y usted me trata de este modo?”, “¡Tanto que me esfuerzo por ustedes!, ¿por qué no me hacen caso?”, “No va a mostrar compromiso con esta empresa, que siempre ha creído en usted?”, “¿Me vas a dejar, pese a todas las cosas buenas que te he dado?; d) cuando la persona chantajista ofrece una tentación o una recompensa a quien chantajea (“Si haces esto, te daré esto otro”, “A todos los que nos colaboren en esta actividad les daremos una bonificación, porque sí tienen puesta la camiseta de la compañía”, “Si te dejas de reunir con esa gente, te doy un premio”, “Si cambias este aspecto tuyo, podremos seguir viviendo juntos”, “A quienes realicen una monografía, al final del semestre se les sumarán cinco décimas a su nota final”, “Si me compras ese auto, retomo mis estudios”, “Si me pagas ese viaje, vuelvo contigo”).

El psicoterapeuta ha de tener en cuenta que en todas las relaciones puede presentarse el chantaje emocional (o al menos el intento de chantaje emocional), y que no siempre es una persona la que asume el rol de chantajista. De hecho, en muchas relaciones patológicas (sea en la pareja, en la familia, en la empresa o en la comunidad) hay alternancia en cuanto al papel de víctima de este tipo de manipulación.  


El chantaje emocional como violencia de género


El chantaje emocional es ejercido por hombres y mujeres, y afecta tanto a hombres como a mujeres. Sin embargo, la mayoría de material referente al tema disponible en internet hace referencia al chantajista (victimario) asumiendo que es siempre un varón, y a la chantajeada (víctima) suponiendo que es siempre una mujer, cuando en realidad la estadística que llevo en mi consultorio, desde 2005, muestra que las víctimas de este tipo de agresión son tanto de sexo femenino como de sexo masculino, y que los victimarios pertenecen tanto al sexo masculino como al sexo femenino, de manera muy equilibrada (en proporción 1 a 1).    

Lo anterior nos lleva a reflexiones muy interesantes. Si tenemos en cuenta que alrededor del 70% de la población que busca psicoterapia es de sexo femenino, y que, aun así, lo que he encontrado en mis pacientes es que el chantaje emocional afecta a hombres y mujeres de manera muy pareja, es posible que incluso haya una ligera afectación aún mayor en los varones. Este ítem merece ser investigado en profundidad. Tal vez no sean suficientes los datos recopilados en los consultorios, y tengamos que hacer estudios poblacionales con muestras mucho más amplias para esclarecer la demografía precisa de este fenómeno. De otro lado, el hecho de que existan tantos textos redactados para alertar a las mujeres acerca del chantaje emocional, y enseñarles cómo responder sanamente a él, y por el contrario sean tan escasos (y casi ninguno disponible en internet) los que tienen un enfoque más humano e incluyente (escritos para ayudar y empoderar tanto a hombres como mujeres) podría significar varias cosas: a) la industria editorial cree que los hombres no necesitan de este tipo de lecturas (lo cual sería un sesgo machista) o que no están interesados en hacerlas (lo cual sería un sesgo hembrista, si parte del prejuicio de que los hombres generalmente no quieren crecer mental o emocionalmente, o machista, si asume que ese tipo de temas son tonterías o vanidades); b) estamos fallando como sociedad, discriminando al sexo masculino al ofrecerle menos oportunidades de acceso a herramientas útiles para la maduración psicológica y la adaptación social; c) estamos haciendo una apuesta peligrosa como especie, buscando el empoderamiento femenino a costa del debilitamiento masculino, lo cual es una inequidad y una injusticia, y peor aún, un tipo sutil de totalitarismo feminista, cuando lo más sano y adecuado sería empoderar a todos los seres humanos por igual, defendiendo la dignidad y la libertad humanas por encima de cualquier favoritismo o sectarismo.   

Me parece además que hay una paradoja: la Ciencia va a un ritmo, la Filosofía a otro, la Ética lleva su propio paso y la Jurisprudencia camina de forma muy peculiar. Es por ello que la misma conceptualización del chantaje emocional presente tantas aristas. Psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas coinciden en que el fenómeno es un aspecto de las relaciones interpersonales patológicas, en el que hay uno(s) que controla(n) y otro(s) que es(son) controlado(s). Para la Filosofía, el chantaje emocional es un acto alejado de la virtud, reprobable, que violenta la libertad y vulnera la individualidad de quien(es) es(son) víctima(s). Desde lo ético, esta conducta constituye un acto pecaminoso o moralmente malo. Ahora bien, desde lo jurídico el chantaje emocional aún no se ha abordado suficientemente y hay mucho camino por recorrer. Las legislaciones aún son bisoñas en este tema, y aunque el abuso sexual, la violación, la lesión personal y la inducción al suicidio son conductas tipificadas y penalizadas, el maltrato no visible (el maltrato psicológico, el maltrato verbal, el maltrato emocional) por desgracia aún casi no llega a los tribunales.

Es tan preocupante el retraso que lleva el campo de lo jurídico con respecto a lo psiquiátrico y lo psicológico, y aún lo filosófico y lo ético, que en muchos países todavía se asume erróneamente que la violencia de género sólo tiene una vía. Aunque parecerá ridículo en unos años, en la actualidad las leyes consideran que las víctimas de la violencia de género sólo son y sólo pueden ser, supuestamente, las personas de sexo femenino. Es decir, el Derecho aún no se ha actualizado con lo que ya ha sido ampliamente descrito por las diferentes disciplinas y ciencias sociales: que los hombres también son víctimas; que hay una violencia feminista partidaria de denigrar a los varones, que los etiqueta como seres humanos inferiores y defectuosos, los devalúa y los categorizarlos como ciudadanos de segunda; que la agresión y la violencia son universales y no obedecen a determinismos biológicos; que las personas de sexo masculino son también abusadas, acosadas y violadas; que resulta preocupante que la sociedad se movilice y proteste frente a la violencia de género perpetrada contra personas de sexo femenino pero mire para otro lado, se desentienda y hasta celebre como algo jocoso la violencia de género de la que resultan víctimas las personas de sexo masculino. 

Es decir, a nivel jurídico todavía no se ha captado que también se da la violencia ejercida de parte de las mujeres hacia los hombres, y que esa violencia es también violencia de género. Y los abogados tampoco han percibido, hasta el momento, que el chantaje emocional es un escenario frecuente de maltrato, violencia doméstica y violencia de género, y mucho menos, que la violencia intrafamiliar y la violencia de género pueden darse tanto de hombres hacia mujeres (violencia machista) como de mujeres hacia hombres (violencia hembrista). 

Tal vez los distintos tipos de violencia de género, como el chantaje emocional, sean tipificados como conductas delictivas en una o dos décadas. Pero mientras se superan los sesgos y las discriminaciones sutiles con que los distintos tipos de feminismo han permeado las Leyes, corresponde a la Psicología, la Psiquiatría, la Filosofía y la Ética alertar sobre la situación, educar a todas las personas, sensibilizar a las familias, forjar un cambio de paradigma cultural y social. Así podrán agilizarse las re-conceptualizaciones que deben hacerse en el Derecho. Cabe añadir que son tareas de la Psiquiatría y la Psicología Clínica diagnosticar y tratar a tiempo todo tipo de violencia de género, toda clase de violencia doméstica; por ello es primordial que todos los profesionales que hagan psicoterapia conozcan qué es el chantaje emocional y cómo opera, y cómo puede corregirse para convertirse en una dinámica de relación más equitativa, empática, saludable y asertiva, que contribuya a la salud mental y la felicidad de todos, sin discriminaciones ni exclusiones. Así, hombres y mujeres podrán interactuar como debe ser: en armonía, solidaridad y libertad, amorosa y cooperativamente.


El chantaje emocional como realidad cultural


Todos los seres humanos pueden chantajear o ser chantajeados emocionalmente. Sin embargo, hasta el momento he notado que en ciertas culturas y ciertos países la cantidad de víctimas y victimarios de este tipo de violencia aumentan. Son aquellos en los que predominan estas características en sus miembros: a) miedo, especialmente a las figuras de autoridad; b) férreo sentido del deber y de la obligación; c) sentimiento de culpa, muchas veces inculcado desde la infancia a través de interpretaciones erróneas de principios éticos, cívicos y religiosos; d) conductas de control y manipulación socialmente validadas y permitidas; e) una historia de regímenes dictatoriales o tiránicos, o al menos opresivos; f) estructuras sociales rígidas, jerárquicas y estratificadas; g) pobres habilidades emocionales y comunicativas; h) mayor tendencia a la acción motora que a la verbalización; i) sobrevaloración del honor, el poder y la fuerza; j) interacciones familiares y sociales enmarcadas en el esquema de sumisión versus dominio; k) pusilanimidad, cobardía y desesperanza aprendida; l) pobre resiliencia; m) legitimación de las conductas de abuso de poder en quienes lo detentan, y de las conductas de obediencia ciega y ausencia de crítica en quienes hacen el rol de oprimidos; n) sistemas educativos tendientes a favorecer un carácter débil y pasivo en los estudiantes; o) sociedades en las que se confunde la bondad con el sometimiento, el carácter fuerte con la soberbia, la amabilidad con el servilismo y la humildad con la falta de autonomía. 

Allí donde haya un monarca, un dictador o un presidente aplastando con puño de hierro a su nación; allí donde existan unos funcionarios corruptos amenazando con meter en problemas a los ciudadanos que no hagan lo que ellos quieren o les rindan pleitesía; allí donde las fuerzas de seguridad extorsionen y amenacen a la población que deberían proteger; allí donde el vecino se convierte en delator y perseguidor; en suma, dondequiera que se presenten los padrinazgos políticos, las redes de corrupción, el vasallaje a cambio de la permanencia en un cargo, o el pago de sobornos y comisiones para evitarse problemas con quienes detenten el poder, debemos intervenir con determinación y coraje, modificando las circunstancias en las que transcurre la vida de la ciudadanía. De lo contrario, el chantaje emocional y otro tipo de violencias acabarán con el espíritu del pueblo oprimido, y terminarán por convertirlo en una masa débil y temerosa, mediocre y sin aspiraciones, completamente subyugada. 

En este orden de ideas, la Salud Mental también consiste en modificar de forma apropiada y progresiva, de manera amorosa y al mismo tiempo decidida y eficiente esas sociedades en las que hay una estratificación inflexible y unas dinámicas de relación asfixiantes tanto a nivel social como a nivel político, empoderando y protegiendo a la población necesitada de autoafirmación. Se deben transformar las dialécticas de coerción, miedo, dominio, obligación y culpa, por interacciones mentalmente sanas de solidaridad, apoyo y equilibrio de poderes. 

Es decir, la tarea que tenemos tanto médicos psiquiatras como psicólogos clínicos es también social, cultural y política: debemos ser una voz que invite al amor, la concordia, el respeto a los derechos del prójimo, la tolerancia, el acercamiento respetuoso, la equidad, la ayuda mutua y la promoción de la persona humana. Estamos llamados a detectar, denunciar, modificar las situaciones en las que se agreda a un sujeto o un grupo social con este tipo de violencia. Es más, podemos ser agentes sociales de cambio y abanderar cambios trascendentales. Si nuestra labor de psicoterapeutas se limita al consultorio y no ayudamos los contextos en los que se desenvuelven el paciente, su familia y su comunidad, nuestro impacto social será muy reducido. 


Objetivos dentro del Proceso Psicoterapéutico


La psicoterapia formativa está encaminada a la consecución de la plenitud existencial a través de la realización personal y la felicidad; por ende, es fundamental alentar al paciente a perseguir sus sueños y a vivir la buena vida que se merece, de manera sosegada y paso a paso, disfrutando el camino, sin anteponer los guiones y las expectativas de los otros a su propia construcción biográfica. Este empoderamiento le permitirá quererse más a sí mismo, apuntar al logro de sus objetivos y enfilar sus pensamientos, sus emociones y sus actos sentimientos hacia lo que realmente desea y lo hace feliz, en vez de desdibujarse complaciendo a los demás. 

La clave está en lograr que la persona chantajeada logre entender que tiene derecho a recorrer su propio camino, a construir su propia existencia. Esto requiere, por supuesto, vivir la psicoterapia como una experiencia total, no sólo enfocada en el gozar o aceptar el presente, sino también en aprender del pasado y construir eficientemente el futuro. Por eso son fundamentales la reflexión y la praxis filosófica, la redefinición del paciente y de sus contenidos mentales, la potenciación de sus aspectos espirituales y trascendentes, la cohesión del self, el empoderamiento, el desarrollo de los distintos tipos de inteligencia (especialmente, la inteligencia emocional), el desarrollo de habilidades sociales y comunicativas y, en últimas, lo que da su nombre a la psicoterapia formativa: la formación entendida como integración armónica, reconstrucción y reestructuración de la personalidad.

Es muy importante el acompañamiento empático, amable y emocionalmente reparador, cosa que el paciente (y también el terapeuta, pues uno de los principios de este modelo de psicoterapia es justamente el del avance sinérgico y la maduración mutua) logre(n) la adquisición de nuevos significados y nuevas estrategias de afrontamiento, consiga(n) aprendizajes significativos (con una praxis de lo aprendido y comprendido en sus relaciones y en su desempeño cotidiano) y adquiera(n) una nueva forma de vivir, más espontánea, libre y fecunda.

Aquí sí resulta más que evidente que el proceso psicoterapéutico, lejos de representar un sufrimiento o un camino doloroso, termina siendo una rejuvenecedora liberación. Quien ha sido chantajeado, y cambia, se empodera, se quita un peso enorme de encima, y acomete su realidad con nueva fuerza, feliz de ser tal como es, dichoso de vivir al fin su vida como la desea en su fuero íntimo, contento de poder expresarse y hacerse respetar. Quien ha sido chantajista, y cambia, se ennoblece, siente la paz que da tener por fin tranquila su conciencia, se felicita por actuar de forma más correcta y bondadosa, y termina llegando mucho más lejos en su vida y en su carrera, pues entiende que sus logros se alcanzan esforzándose, y no utilizando ni instrumentalizando a otros. 

El proceso formativo, encaminado como está a la plenitud existencial, debe permitir al paciente formarse una sólida imagen de sí mismo, elevando el autoconcepto y la autoestima, para que pueda decirle al mundo (y a pleno pulmón, si las circunstancias así lo requieren), lo bueno, digno y merecedor de todas las cosas positivas del mundo: tomando decisiones según sus planes e intereses, eligiendo las cosas que le gustan, invirtiendo su tiempo sólo en aquellas actividades que posibilitan su plena realización, tratándose con amabilidad y dulzura, dándose las comodidades que optimizan su salud y calidad de vida. Paciente y psicoterapeuta están llamados a verse como lo que son: personas maravillosas, honorables, amadas por Dios y llamadas por Él a ser felices. 

Es necesario que paciente(s) y psicoterapeuta formativo analicen en la sesión las consecuencias (no es inhabitual que el chantajeado emocionalmente incurra en infidelidad, o que tanto chantajeado como chantajista resulten desarrollando enfermedades psicosomáticas), las actitudes (muchas veces excesivamente complaciente y abnegada en quien ha sido chantajeado, y dominante y controladora en quien ha chantajeado), las dinámicas de interacción, los motivos (conscientes, preconscientes e inconscientes), los ejemplos parentales y transgeneracionales (muchas veces la situación de chantaje emocional se ha transmitido de generación en generación) y los dispositivos culturales (totalitarismos de género como el machismo o el hembrismo, la normalización del desdibujamiento de la personalidad al interior de la pareja que ciertas culturas o ideologías alientan) que han desembocado en esta patológica interacción. 

También es fundamental favorecer en el(los) consultante(s) todas las cogniciones que apunten al logro de una felicidad realista, alcanzable, que muchas veces no será una alegría permanente, sino una eutimia serena y sabia, llena de gratitud frente a los eventos agradables (y de aceptación, adaptación y afrontamiento positivo frente a los que no lo son). Una felicidad lograble en este mundo, consciente de la imperfección terrena, de las mezquindades y pequeñeces de los seres humanos, de los defectos de las instituciones, del narcisismo y la insolidaridad de la época (una neoposmodernidad en la que la corrección política es hipócrita, se queda en el discurso y sigue encubriendo todo tipo de injusticias), y de toda la patología mental que se ha disparado en los últimos años.  

Y, por supuesto, la reflexión, la reconceptualización y la redefinición del proceso formativo debe tener una praxis, una verdadera transformación: la nueva cosmovisión será coherente con la nueva conducta (cada vez más asertiva, cada vez más empoderada, cada vez más respetuosa de los propios derechos). Obviamente, dada la sinergia paciente-terapeuta, el propio psicoterapeuta formativo notará que el proceso también influirá de forma positiva en sus relaciones e interacciones, y también crecerá en asertividad y autoestima. Eso es lo hermoso de ayudar.  


Acciones de la Psicoterapia Formativa 


a) En el ámbito laboral


Es bueno empezar identificando las situaciones en las que se produce el chantaje emocional, los pretextos de la persona que chantajea (sus deseos de crecimiento económico, acreditación y reconocimiento público de la organización), las condiciones de la víctima (como el miedo, la necesidad económica, la pobre autoestima, la excesiva complacencia, el sentido de deber, la dificultad para decir que no o las culpas inconscientes) y la personalidad de ambos. El trabajo deberá ser múltiple: el entendimiento de las dinámicas enfermas, el conocimiento y la asimilación de distintas técnicas para neutralizar las diversas formas en las que ocurre, la construcción de una personalidad menos complaciente y más empoderada, el ensamble de las dimensiones del psiquismo que permiten aumentar los contextos de validación y dignificación personales, el fomento del diálogo conyugal y familiar (pues he observado que quien es feliz en su familia es mucho menos proclive a mendigar aprobación en el trabajo), el empuje al estudio y el perfeccionamiento profesional (porque también he notado que entre más capaz y cualificado se siente un trabajador, menos permite que lo avasallen).

Siempre teniendo en cuenta la plenitud existencial, la psicoterapia formativa le ayudará también al paciente a potenciar su espiritualidad y fortalecer su relación con Dios. Al entender que es sólo al Señor a quien hay que tener siempre contento, estará blindado frente a las inseguridades y las conductas sumisas o excesivamente complacientes. Sabiendo que sólo hay un Todopoderoso, se inclinará mucho menos ante ídolos de barro como son una institución o un gerente.  

Explorando también en sus imágenes parentales y en sus objetos internalizados, y afianzando una nueva vivencia de sí mismo frente a ellos, el paciente captará que su relación con una corporación, una empresa o un equipo de trabajo no puede seguir siendo la de un niñito desamparado y vulnerable dispuesto a hacer lo que sea para tener la aceptación o los cuidados que añora. Su actitud de sometimiento, dependencia y desvalimiento frente a ese “padre” o esa “madre” simbólicos que son la institución o el jefe, 

También es recomendable que la víctima de chantaje emocional aprenda a disfrutar de más momentos de relajación y esparcimiento, y que aprenda a filtrar muy bien qué es lo que acepta recibir de su entorno (vivencias positivas, palabras cariñosas, gestos de aprobación, actos de amistad y compañerismo) versus qué es lo que debe dejar de permitir que le hagan (cualquier tipo de agresión o maltrato, por ejemplo, que sus superiores le levanten la voz, le escriban mensajes descalificadores o amenacen con sanciones o despidos). La psicoterapia formativa llevará a la apertura a todas las experiencias placenteras, dichosas y validantes, y al rechazo determinado y gallardo de cualquier intento de ataque a los derechos del trabajador o a la dignidad humana. 

El paciente, cada vez más empoderado y firme, entenderá que nunca más va a asustarse con las frases de cajón de los chantajistas: si quieren buscarse a otro, que lo hagan, pero no va a renunciar a sus principios; si no le pueden hacer un justo aumento a su salario, que no se extrañen si cambia de trabajo; que respeten su preparación y su experiencia; que entiendan que tener un puesto más alto en la jerarquía institucional no les da ningún derecho a la intimidación u otros tipos de maltrato; que la bondad y la filantropía de una persona no se miden por lo fácil que se regale a hacer lo que ellos quieran; que el silencio cobarde y la evitación no volverán a ser sus respuestas; que primero tiene un compromiso con sí mismo y con su familia, antes que con la empresa; que ese no es el último trabajo en el planeta, y menos en esta época de amplio dinamismo económico y laboral; que jamás realizará tareas que no estén especificadas en su contrato; que hay unas leyes que lo defienden de todo tipo de acoso o abuso; que nadie en el mundo va a venir a pisotearlo en su dignidad.

Si es el caso de que un subalterno sea el chantajista, el proceso terapéutico le permitirá mantener la calma frente a sus maniobras. Frente a unas fotos comprometedoras o un testimonio relativamente vergonzoso, hará frente a los intentos de intimidación revelando él mismo el incidente, haciendo públicas las fotografías o aceptando ante los demás su falta. Con ello tomará el timón de la situación, mostrando además franqueza y sinceridad. Como la psicoterapia formativa busca el crecimiento, la cimentación de una personalidad bien estructurada, el rescate de los valores cristianos y el perfeccionamiento moral de los pacientes, no es inhabitual que, en caso de que el paciente haya sido promiscuo o haya tenido deslices o errores, asuma con entereza las consecuencias de sus acciones pasadas, y cambie completamente su manera de comportarse. Su transformación incluirá actos de reparación, la forja de una nueva forma de ser y la enmienda de sus defectos. 

En líneas generales, el proceso terapéutico aliviará e incluso sanará las nefastas consecuencias del chantaje: mejorará el clima laboral, aumentará la inteligencia emocional de los miembros de la organización, reducirá las reacciones de ira, miedo, tristeza o ansiedad tanto en empleados como en empleadores, aumentará la unidad y la colaboración (con lo que aumentará la eficiencia de los equipos), mejorará la productividad y el rendimiento, evitará que la compañía pierda a miembros brillantes y valiosos al darles un trato amable y hacerlos sentir a gusto, prevendrá la aparición de trastornos psiquiátricos derivados del estrés laboral y de las exigencias desmedidas. Cabe anotar que el psicoterapeuta formativo jamás encubrirá situaciones de acoso o abuso al interior de la empresa, y que, aunque ayudará a las personas victimarias a sanar su personalidad y modificar su conducta, se pondrá siempre del lado de las víctimas, defendiéndolas, apoyándolas y acompañándolas.    

En la psicoterapia formativa, el trabajador apático y frustrado (que se siente explotado y martirizado en su empleo, y que asiste sólo a “calentar el puesto” a su trabajo), en la medida en que descubre su vocación y aclara qué es lo que realmente lo llena de vida y felicidad, se convierte en un trabajador contento, próspero, que hace a gusto su labor y que crece intelectual, económica y moralmente con ella. Al mismo tiempo, se tranquiliza y evita las dinámicas que provocan la adicción al trabajo y la incapacidad de desconectarse de la institución hasta en los días de descanso. El paciente y el terapeuta, gracias a la sinergia terapéutica, dejarán todo rastro de pusilanimidad o temor, serán cada vez más capaces de hacerse respetar, hacer valer sus preferencias y tomar decisiones acertadas.

He notado que la psicoterapia formativa en estos casos beneficia también enormemente a los familiares de los empleados o jefes que ya no se dejan chantajear. Cónyuges, hijos, hermanos y demás parientes dejan de verlos abatidos, apagados y sufrientes (o irritables, resentidos y dispuestos a sublevarse acaloradamente y protagonizar disputas enconadas), y empiezan a notarlos cada vez más afables, cariñosos, dispuestos a compartir y a pasar tiempo de calidad con ellos. Si se les ha chantajeado amedrentándolos, con el proceso psicoterapéutico aprenden a negociar en pie de igualdad con sus empleadores, y a zanjar las diferencias con asertividad, exigiendo el pago justo y el respeto a sus condiciones. Si se les ha chantajeado con regalos, ascensos y bonificaciones (convirtiéndolos en esposos o padres ausentes que valoran más su trabajo que su familia), aprenden a decir que no, a delegar y a darse más tiempo de placer y descanso. Hasta rejuvenecen, al rescatar el dominio de sus propias vidas y hacer valer sus derechos. Las enfermedades psicosomáticas, los trastornos de la conducta y el rendimiento escolar de sus hijos mejoran notablemente. Y, en general, sus sistemas familiares logran un gran crecimiento a nivel de compenetración e inteligencia emocional.  


b) En el ámbito educativo


Quienes atendemos niños y adolescentes en psicoterapia hemos visto un lamentable aumento de los casos de chantaje, tanto en colegiales como en universitarios. Insisto en que el chantaje emocional constituye una forma de violencia bastante frecuente, pero aún subdiagnosticada e incluso invisibilizada. 

El psicoterapeuta formativo tiene el deber de detenerla a tiempo, acompañando y ayudando a los niños y jóvenes que son víctimas, educando a sus padres, y apoyándolos frente a las autoridades escolares cuando realicen las respectivas denuncias. Al mismo tiempo, asegurándose de que los chantajistas cambien su manera de ser y de obrar, y que sus padres monitoricen dichos cambios. Todas las actividades de promoción de la salud mental y las dinámicas de relación sanas y solidarias entre los estudiantes serán también bienvenidas.  

El paciente que ha sido víctima debe aprender comentarles a sus acudientes y a denunciar ante las autoridades escolares de inmediato cualquier intento de chantaje. Su determinación, velocidad de reacción y coraje para hacer una denuncia pública dependerán bastante de su autoestima, de su autoconcepto, de su seguridad en sí mismo, de la fe en sus capacidades y de lo respaldado que se sienta. Por eso el psicoterapeuta tiene que acogerlo, validarlo, legitimarlo, mostrarle incondicionalidad y empatía. Del mismo modo, debe hablar con sus padres para organizar una red de apoyo inmediato al niño o adolescente, lista a activarse cada vez que sea necesario, para proteger sus derechos. 

También debe educársele en asertividad, habilidades sociales, inteligencia emocional, gestión estratégica de grupo y gallardía para hacerse respetar. Y, obviamente, fortalecerlo mental y espiritualmente. Su nueva fuerza lo empoderará y lo hará sentirse capaz de afrontar cada problema. Así podrá manejar con una buena mezcla de prudencia y valentía a los que antaño lo acosaban o chantajeaban. No volverá a ceder ni a huir amedrentado, ni a darles su merienda o almuerzo, ni a hacerles sus tareas o trabajos, ni a dejarles hacer burla de él so pretexto de “no hacerle algo peor”. 

He notado que las redes sociales han potenciado enormemente el chantaje emocional entre los jóvenes, especialmente aquellos de 15 a 25 años. Muchas veces se da también en combinación con un franco cibermatoneo. Por fortuna, cada vez más leyes protegen los derechos de los que son víctimas o vulnerables. El psicoterapeuta tiene que tener un conocimiento legal completo y suficiente, que deben comprender e interiorizar tanto el paciente como sus familiares. Asimismo, el terapeuta pondrá al corriente a los profesores y demás miembros de la comunidad educativa en la que se estaban presentando los problemas, para sensibilizarlos, concientizarlos, involucrarlos y empoderarlos también. De este modo, entre todos se apoyarán, y neutralizarán al chantajista con más eficiencia.   

A las personas dadas a chantajear hay que frenarlas a tiempo, antes de que provoquen un daño grave en la autoestima de sus víctimas. Proceso disciplinario y seguimiento en sus instituciones educativas, reuniones periódicas con sus padres y otros recursos útiles (como fomentar la integración, el mutuo entendimiento, la cooperación y el compromiso de acabar con cualquier tipo de chantaje emocional entre los familiares de los estudiantes), contribuirán a que se extinga la conducta. Pero también hay que tenderles la mano, comprensivamente, y ofrecerles ayuda, porque usualmente son niños o muchachos maltratados y hasta con antecedente de abuso físico o sexual. El psicoterapeuta formativo ha de recibirlos con amor y deseo de ayuda, y ha de acompañarlos en un interesante camino de transformación y descubrimiento de conductas más inteligentes y adaptativas. 

Existen también casos de chantaje emocional entre profesores y alumnos. Cuando es un maestro quien asume el rol de persona chantajista, utiliza su posición de poder para manejar a sus estudiantes como marionetas: he visto casos en los que los desdichados se sienten obligados a comprar hasta boletos de rifas o bingos que el docente organiza, o se ven sobrecargados de trabajo para poder obtener una nota aprobatoria. Si es el educando el que consulta, con el proceso logrará fortalecerse y formar una personalidad fuerte, sana y funcional, que no se deje avasallar de ese modo y haga respetar sus derechos, obviamente con asertividad y urbanidad: podrá entonces negarse de forma elegante y respetuosa a esas actividades, entenderá que su libertad y autonomía son derechos inalienables y que el hombre no está hecho para seguir órdenes como un autómata. Si el consultante es el docente, aprenderá que ese tipo de exigencias no vienen al caso, y será cada vez más misericordioso con sus discípulos. En ambos casos, conviene revisar el reglamento institucional e internalizar adecuadamente las normas que rigen las relaciones entre ambas partes. 

Escenarios específicos de conductas abusivas, francamente patológicas (como pedirle al estudiante favores sexuales a cambio de subirle la nota o dejarlo aprobar un curso o una asignatura), deben encender nuestras alarmas. Son situaciones inadmisibles, francamente patológicas, que deben ser denunciadas, censuradas y abolidas de los colegios y los claustros universitarios. De hecho, aún falta mucho por avanzar en este tópico. Por ejemplo, tanto autoridades académicas como medios de comunicación aún desatienden, tildan de tontas e invisibilizan las denuncias de los alumnos de sexo masculino a quienes sus docentes de sexo femenino los obligan a tener relaciones sexuales para salvar un semestre. El psicoterapeuta formativo, fiel a los valores del Evangelio, ha de tener una opción preferencial por los débiles y necesitados (en estos casos, los estudiantes, que están en condición de vulnerabilidad y en un nivel jerárquico inferior), y ha de apoyar al estudiante que denuncie esos casos de acoso o abuso sexual, eso sí, cerciorándose previamente de la veracidad del relato.   

Debo añadir hay un preocupante aumento de los chantajes emocionales de parte de estudiantes a docentes, estos últimos deben también empoderarse y conocer sus derechos. Frente a los “delfines” o “apadrinados” que se creen con derecho a pasar por encima de los estatutos institucionales y aún de los fundamentos éticos, la psicoterapia formativa ha de significar para el docente chantajeado una oportunidad para confiar más en sí mismo, valorar su preparación y su experiencia, rescatar la significación de ser maestro, vislumbrar la grandeza de una profesión tan noble y necesaria. El psicoterapeuta debe apoyarlo, animarlo a poner la denuncia ante las autoridades pertinentes (he visto casos en los que hasta se llega a amenazar de muerte al profesor, o a su familia, si el chantajista no logra una nota aprobatoria), y acompañarlo a sobrellevar la situación con ecuanimidad, calma y prudencia. Como siempre, favorecer la vida espiritual del afectado logra darle una gran serenidad y la combinación de sabiduría y determinación que se requiere para vencer a este tipo de psicópatas.

De otro lado, el psicoterapeuta formativo debe ser un agente de cambio social. Situaciones tan reprobables y espantosas como el usar la sexualidad como instrumento de dominación, o el meterse con lo más sagrado, la vida de una persona y su familia, son manifestaciones de violencia inaceptable que hacen parte de un entramado social putrefacto. En su labor clínica, en sus conferencias y en todas sus apariciones públicas debe educar a la ciudadanía en el buen comportamiento, la defensa de los derechos humanos, los valores, y el rechazo a toda forma de corrupción o maldad.


c) En la familia


La psicoterapia formativa tiene un compromiso claro con la familia, a la que considera unidad social fundamental, transmisora de valores y soporte vital de la civilización y la cultura. Por ende, busca ayudar a todas las familias a ser cada vez más amorosas, pacíficas, saludables, solidarias, tranquilas, armónicas y funcionales: óptimas para que todos y cada uno de sus miembros alcancen la plenitud existencial (que surge de la confluencia entre la felicidad y la realización personal). 

El primer paso dentro del proceso terapéutico consiste en detectar todas aquellas interacciones que la gente considera “normales” pero en realidad son variantes de chantaje emocional. Muchas veces son críticas presentadas como “recomendaciones”, descalificaciones que se hacen pasar por “sugerencias”, ataques disfrazados de “bromas”, comunicaciones vejatorias e invalidantes maquilladas, cadenas de conductas y expresiones desempoderantes pero supuestamente “bienintencionadas”. 

Acto seguido, el diagnóstico orientará al terapeuta y a los miembros del sistema familiar acerca de las metas que se desean lograr a corto, mediano y largo plazo (el plan de tratamiento), las cuales serán diseñadas con la participación de todos. En el escenario F (terapia de familia) la sinergia paciente-psicoterapeuta incluye a cada uno de los miembros y obviamente al sistema como una totalidad que es más que la suma de las partes. Por eso es que los objetivos deben ser construidos equitativamente, dando voz y voto a cada constituyente del hogar.  

Después, el psicoterapeuta formativo y la familia pueden ir aclarando los puntos en los que sí funcionan de manera sana, y cómo potenciarlos, para tener una base positiva sobre la cual puedan trabajar. Se trata de ensanchar, cada vez más, este terreno de interacciones adecuadas y saludables, para tener un desempeño progresivamente más funcional, cooperativo, cariñoso y empático. A todos les conviene entrenarse y crecer en asertividad, inteligencia emocional, habilidades sociales y resolución pacífica de los conflictos. Asimismo, les hace mucho bien el tener una amplia variedad de herramientas de comunicación. 

Ampliado el círculo de lo que está bien al interior del sistema, el siguiente logro es conseguir que las relaciones al interior del sistema vayan creciendo en madurez: asumiendo lo que son, sin complejos ni vergüenzas, independientemente de lo que los demás opinen. La evolución mental, el crecimiento espiritual y la transformación personal que permiten la felicidad y la realización personal (en últimas, la plenitud existencial), y que previenen el chantaje emocional, empiezan por tomar las riendas de sus propias vidas y saberse responsables, en una actitud proactiva, empoderada y autónoma.

Un hecho corroborado infinidad de veces es que cada pequeño avance a nivel personal se vive como un avance grupal, y también en terapia. De hecho, es habitual en la psicoterapia formativa combinar los formatos o escenarios (I o individual, P o de pareja, F o familiar), y se nota el fenómeno de “trabajar esto para resolver aquello” o “corrigiendo aquí, corregimos también allá”: la mejoría en un aspecto beneficia a la totalidad del sistema (mejoran todos).

Cuando cada uno toma el timón de su vida, y la familia también empieza a funcionar con un sentido de la propia responsabilidad, se dejan los jueguitos manipulatorios, las culpas inconscientes, las alianzas tácitas y las inseguridades que llevan chantajear o ser chantajeado.  Obviamente son fundamentales el amor, la buena comunicación, la paciencia y el respeto, como se ha dicho siempre en terapia de familia, pero que haya miembros maduros en la familia, interactuando maduramente, resulta catalizador de la sanación en la que se está trabajando. 

Las interacciones (verbales y gestuales) serán cada vez más claras, amorosas, espontáneas y completamente respetuosas con la libertad y la independencia (de elección, de pensamiento, de criterio, de decisión y de conducta) de cada uno. La personalidad de todos irá redibujándose, así como su identidad individual, sus preferencias, su autoconfianza, su sentido de la singularidad y la propia valía. Cada miembro del sistema sabrá encontrar una validación autónoma de sí mismo, y no mendigará más aprobación externa.


d) En la pareja


Es fundamental un acompañamiento cálido y protector, sin juzgar ni tomar partido por ninguno de los dos. Al fin y al cabo, suele suceder que los roles de chantajista y chantajeado se intercambien entre novios o esposos, y que, una vez hecho el diagnóstico de la situación, ambos sientan remordimiento y muestren un genuino deseo de reparación y cambio. El terapeuta, ecuánime y solidario, ha de ser un coequipero, un amigo, un instrumento para la sanación y un puente para la integración. 

Ambos miembros de la pareja deben comprometerse a respetar la esencia del otro, su singularidad, su escala de valores, sus formas de entender el mundo y sus prioridades (a nivel personal, conyugal, familiar, comunitario, social, económico, religioso y político). El tratamiento les permitirá captar que para estar juntos no necesitan desdibujarse, ni renunciar a lo que anhelan. Lo hermoso de la vida en pareja es justamente avanzar juntos, en vez de limitarse mutuamente.

La sinergia terapéutica ha de permitirles crecer a todos (terapeuta y pareja) en la tolerancia, la apertura mental y la cooperación en medio de la diferencia. El trabajo en equipo consistirá en potenciar los talentos y las habilidades de cada uno, en lugar de asfixiarlos: cada uno deberá aprender a resistir la tentación narcisística de pretender que el otro deba renunciar a sus metas e ideales. El noviazgo y el matrimonio no son para renunciar a las respectivas individualidades, ni para convertirse en autómatas sin identidad ni autonomía.

La psicoterapia formativa de pareja propende a que novios y esposos dejen de tratar de someterse o anularse y empiecen a tratarse como lo que son: dos personas distintas, con cerebros, mentes, conocimientos, talentos y experiencias de vida diferentes. Pueden aprender a convivir felizmente, sabiendo que la consecución de objetivos en común (consolidarse en el amor, crecer en el apoyo mutuo, permanecer fieles el uno al otro, lograr una comunicación fluida y respetuosa, tener una casa propia, constituirse como un hogar estable y armónico, viajar juntos, formar una familia, funcionar al unísono en la crianza y la educación de los hijos) es completamente conjugable con que cada uno pueda también alcanzar lo que se ha propuesto en la vida (sobresalir en su profesión, aprender otros idiomas, publicar sus trabajos, seguir estudiando y perfeccionándose a nivel académico, concretar sueños de juventud, ganar premios y condecoraciones, descubrir otras vocaciones y potencialidades). 

La plenitud existencial al interior de la pareja es compatible, en consecuencia, con el que cada miembro de la misma desarrolle su personalidad en libertad y autonomía, trabajando en sí mismo y al mismo tiempo en pro del dueto que ha conformado gracias al amor. El terapeuta y ellos constituirán entonces un equipo dispuesto a la apertura a lo sagrado y trascendente, la formación de personalidades bien integradas y ecualizadas, la redefinición de las percepciones y los conceptos sobre la totalidad de las cosas, la incorporación de aprendizajes significativos, la construcción de una cosmovisión nueva, la mejoría de las distintas habilidades intrapersonales e interpersonales, la praxis filosófica, el uso de la filosofía y de la fe para forjar un psiquismo equilibrado creativo y vigoroso, el fortalecimiento de los valores y las actitudes coherentes con la bondad, la verdad y la justicia, el crecimiento en el amor hacia sí mismos y hacia los demás. 

Cada miembro de la pareja, y por supuesto el psicoterapeuta formativo, como personas, irán avanzando. Pero hay algo especial con la pareja, la familia y el grupo: el todo es más que la suma de las partes. En términos terapéuticos, la triada terapéutica novio/esposo + novia/esposa + doctor funcionará también como diada terapéutica. Y, gracias a la sinergia transmutadora, en este escenario P de la psicoterapia se explorarán nuevas y diversas maniobras para potenciar el coeficiente emocional de todos. Mente, cuerpo y espíritu, bien ecualizados, permitirán al todo y a sus partes un funcionamiento psíquico sano y armónico, realización, desarrollo de las diversas potencialidades, felicidad auténtica: la construcción de una relación sana y madura. 

Los fenómenos de transferencia y contratransferencia se darán con cada miembro de la pareja en particular, así como con la pareja como totalidad. No hay que temerles. Por supuesto que se pueden desarrollar lazos de amistad además de la alianza y el vínculo terapéuticos. A lo largo de mi carrera he observado que lo que otros psiquiatras del pasado escribieron al respecto no aplica en todos los contextos ni en todas las épocas. A las parejas muchas veces les gusta que su terapeuta las acompañe en momentos claves de la vida (boda, nacimiento de sus hijos, grado de maestría o doctorado) o en otras celebraciones (cumpleaños, algún día de la Novena de Aguinaldos), y, siempre y cuando la conducta del médico sea intachable (elegante, señorial, sin comportamientos licenciosos, sin reyertas, sin excesos en el comer o borracheras), no constituye ningún error en la técnica ni mucho menos un hecho censurable el asistir y acompañar. La relación terapéutica genuina se nutre y fortalece cuando hay calidez, amabilidad, cercanía, cariño y apoyo a lo largo de la vida. El psicoterapeuta formativo, practicante de su fe, ético y recto en su proceder, no tiene que ser descortés como los de otras escuelas, que no tienen Dios ni ley y, en efecto, incurren con facilidad en todo tipo de aberraciones y comportamientos reprobables (como tener sexo con sus pacientes). Como en la psicoterapia formativa brilla la luz del Evangelio, no hay lugar para la frialdad, la lejanía y el acartonamiento propios de quienes tienen que recurrir a la distancia para no caer presa de sus propias inclinaciones.    

Superar el chantaje emocional en pareja es darse cuenta que cada quien puede ser como es, y, al mismo tiempo, ser-con-el-otro. Es entender que se pueda nacer juntos a algo nuevo: asumir la realidad del otro amándolo, creyendo que siempre es posible mejorar y vivir más plenamente, sin miedos, sin reservas, sin interrupciones y sin narcisismos, porque el don del amor en pareja es total.

Asertividad y habilidades sociales serán un punto a trabajar, para poder delimitar el espacio vital de cada uno y hacer, en consecuencia, un compromiso de respeto a la diferencia, a la eventual disensión, a la variedad de sueños e intereses. Así se podrán sentar las bases para un intercambio fecundo (estar y compartir en pareja), favoreciendo el crecimiento tanto conyugal como individual, permitiendo la expresión del amor.

El proceso deberá permitir a cada miembro de la pareja el sentirse aceptado y afirmado, querido y único, tal como es: sin necesidad de renunciar a su personalidad, sus preferencias y sus metas en la vida. Podrán sentir entonces que se dan mutuamente alegría, acogida, placer y gratificación sin negarse a sí mismos, en plena aceptación de lo que los diferencia y los une, en total validación de lo que los convoca y también lo que los hace únicos.

La psicoterapia formativa ha de permitirles a los novios o esposos descubrirse mutuamente, enriquecerse en la singularidad, el complemento y el intercambio. El amor, como acto de entrega personal, no implica en modo alguno un automutilarse-para-parecerse. Todo lo contrario, significa llegar a ser todo lo que se está llamado a ser, para poder donarse al otro desde la propia particularidad. El verdadero amor implica tener bondad con el otro y consigo mismo, permitiendo el ejercicio de la libertad. 

La búsqueda de soluciones incluirá el diálogo sinérgico, el diálogo socrático, el juego de roles, la reformulación cognoscitiva, el buscar ayudas complementarias (el terapeuta podrá concertar reuniones con el sacerdote o director espiritual de la pareja, los padrinos de boda, un amigo que sea ecuánime y sereno), el orar juntos, el entrenarse en actitudes positivas y estilos sanos de comunicación, el aprender a negociar de forma calmada y tolerante, el demostrar a diario que hay amor por el otro y fe en el otro, el hablar con frecuencia de la dicha de estar juntos, el ir remplazando la confrontación por la concertación.

Los pacientes deben hablar con franqueza de las actitudes que hieren o limitan el amor de pareja, pero siempre con elegancia y cariño, respetando el turno y el tiempo de cada uno. El doctor los debe animar a encontrar y potenciar puntos en común, a tener en cuenta que la ternura y la comprensión ayudan a superar los escollos, a desarrollar la empatía y la vida religiosa, a superar desconfianzas y reservas, a conocerse cada vez mejor, a recordar los momentos alegres de la historia vivida en pareja, a felicitarse y elogiarse por cada cambio conseguido, a dejar el miedo y dar la bienvenida a la transformación.

En la medida en que se vaya acabando todo tipo de chantaje emocional, otros problemas aparecerán: la persona acostumbrada a chantajear incurrirá, muchas veces de manera inintencionada, en posturas y conductas dominantes y desconsideradas; quien usualmente asumía el rol de chantajeado caerá en actos inconscientes de corte masoquista o autodenigratorio. Lo importante en estos casos es desplegar respuestas oportunas que lleven al restablecimiento del equilibrio y la justicia, consolidar los mecanismos de resolución aprendidos en el proceso, buscar nuevas vivencias de feliz conyugalidad, redescubrirse, encontrarle nuevas alegrías al camino compartido, resaltar los detalles de dulzura, hacer de cualquier ocasión un motivo para celebrar el amor. 

Sacar todos los días al menos un espacio para compartir y disfrutarse mutuamente, permitir que el amor crezca en el respeto a lo que cada uno es (y piensa, y elige), vivir como coequiperos, dar las luchas de la vida juntos pero preservando la identidad, expresar con libertad y tranquilidad los talentos, mantener el buen humor y la admiración por el otro frente a las inevitables desavenencias, procurar la pronta reconciliación, tener la humildad de empezar de cero todas las veces que haga falta, potenciar el entendimiento mutuo y la esperanza de vivir sabiendo que el matrimonio tiene como meta agradar a Dios (que es el Amor) viviendo el amor en abundancia.

El proceso, sanador y también constructivo, le irá enseñando a cada novio o esposo que no se pueda esperar a que el otro sea lo que queremos que sea para quererlo, que es necio proyectar en la pareja nuestras fantasías o insatisfacciones, que jamás prescindir del cónyuge a la hora de tomar decisiones relacionadas con el presupuesto o el funcionamiento del hogar, que la alegría del compartir también debe defenderse evitando contextos, personas y lugares tóxicos.

Los consultantes y el doctor irán entonces formándose en el amor, enriqueciéndose como personas, comprendiendo cada vez mejor que la vida de pareja es, de entre todas las relaciones humanas, la más pródiga en maravillas y potencial de crecimiento espiritual. Y, al mismo tiempo, un vínculo cada vez más atacado por esa neoposmodernidad egoísta, banal, materialista y adormecida que encuentra su más triste expresión en la cultura light. Por eso resulta decisivo que cada avance, aprendizaje y herramienta sean introyectados y puestos en práctica cada vez con mayor fluidez y eficiencia. Los enemigos de las parejas felices acechan por doquier, y es bueno contrarrestarlos de manera adecuada y oportuna. 

El psicoterapeuta formativo podrá sentirse cansado a veces, porque atender este tipo de consultas no es cosa fácil. Por eso es mandatorio que se encuentre en forma a nivel físico, mental y espiritual, que sepa descansar y que se deje guiar por los más altos criterios éticos (sabiendo claramente qué es lo bueno y deseable para los consultantes, tanto a nivel personal como de pareja, y qué es lo es lo que puede hacerse, y cumplir a cabalidad). El objetivo final es que los tres avancen en su camino de formación hacia la felicidad y la plenitud existencial, realizando un trabajo cooperativo y de provecho para todos.  


Bibliografía


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Vilar, E. (1995). El varón domado. Milán: Mondadori 


David Alberto Campos Vargas

Médico cirujano, Pontificia Universidad Javeriana

Especialista en Psiquiatría, Pontificia Universidad Javeriana

Neuropsicólogo, Universidad de Valparaíso

Neuropsiquiatra, Pontificia Universidad Católica de Chile

Psicoterapeuta, Sociedad de Psicoterapia Formativa

Filósofo, Universidad Santo Tomás de Aquino

Teólogo, Obispado Castrense de Colombia

Profesor, Universidad del Quindío


Cómo citar este artículo: Campos Vargas, D.A. (2022) La psicoterapia formativa frente al chantaje emocional. Revista Virtual de Psicoterapia Formativa, marzo de 2022.



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