PSICOTERAPIA FORMATIVA EN EL PACIENTE DEPORTISTA
David Alberto Campos Vargas*
Introducción
El siglo XXI ha visto un aumento interesante en la
cantidad de personas que realizan de manera cotidiana actividad física y/o
deportiva. Esto constituye algo muy positivo, puesto que aquellos que por
afición o profesionalmente practican algún deporte tienen menos riesgo padecer enfermedades
crónicas no transmisibles (como la hipertensión arterial, la obesidad, la
dislipidemia o la diabetes); es decir, ejercitarse es bueno para la salud. Pero
también es cierto que la práctica deportiva puede asociarse a tendinopatías,
fracturas, agotamiento del cartílago y artrogénesis imperfecta. De otro lado, una
práctica demasiado intensa y competitiva puede volver a los deportistas más
ansiosos y frágiles, vulnerables a todo tipo de patologías mentales (trastornos
depresivos, trastornos de ansiedad, consumo de sustancias psicoactivas,
trastornos de alimentación, dismorfofobia, trastornos del control de los
impulsos y trastornos de la personalidad).
Por eso es fundamental que todo deportista (tanto el
profesional como el aficionado) tenga el acompañamiento constante de un psicoterapeuta.
Se puede realizar una psicoterapia formativa atinada y realista, adecuada al
contexto de cada consultante.
¿Cómo hacer psicoterapia formativa con
un deportista profesional?
En cuanto al encuadre, debe procurársele estabilidad e
intimidad. Con ello, se le protegerá de la sobreexposición mediática y se le
brindará sensación de permanencia en su vida de vertiginosos cambios. El
psicoterapeuta formativo ofrecerá un ambiente sosegado y tranquilo, en el que
el deportista pueda sentirse acogido (una especie de oasis en medio su carrera,
por lo general plagada de retos, vaivenes de contratación, crecientes
exigencias y críticas demoledoras).
Son fundamentales la seguridad del paciente y la protección
de sus datos. Vivimos en una época tan enferma que los fanáticos pueden pasar rápidamente
de ser fieles seguidores a ser enconados enemigos. Y también hay muchos
periódicos de cloaca prestos a publicar asuntos de la vida privada de los
deportistas.
Los honorarios deben ser adaptados a la situación
económica del deportista, si éste es de aquellos que reciben salarios
astronómicos por su oficio. En tal caso, el psicoterapeuta habrá de explicarle
cuál es su tarifa, y le explicará el respectivo ajuste de honorarios. En todo
caso, es ético y elegante evitar excesos y acordar un precio justo, para que el
paciente no llegue a considerar casi regalada la terapia (lo cual dificultaría enormemente
su proceso) pero tampoco llegue a sentir que se aprovechan de él. Ahora bien,
algunos deportistas de élite tienen unos ingresos apenas suficientes para
subsistir; en ellos se cobrará una tarifa estándar.
En lo que se refiere al lugar, el consultorio debe
ofrecer confort y máxima privacidad. Deberá contar con un parqueadero interno y
una ruta alterna para la salida del paciente (por si el consultante de la
siguiente sesión llegase antes). El psicoterapeuta también podrá atenderlo en
su casa, obviamente asegurándose que sean máximas la intimidad y la seguridad
brindadas.
En ciertos casos puede ser válida la consulta a
domicilio: si el deportista enfrenta una lesión o una enfermedad que le impida
o dificulte el desplazamiento, si no tiene con quién dejar a sus hijos o si el
consultorio o el hogar del terapeuta no tienen los elementos necesarios para
salvaguardar su privacidad.
Con respecto a los horarios, hay que ser realistas y acomodar
el número de sesiones al mes según los torneos, entrenamientos, compromisos
publicitarios y demás exigencias propias de la carrera del paciente. El
encuadre, en este sentido, puede ser móvil en cuanto a la asignación de las
citas (eso sí, ambas partes se comprometen a cumplirlas), pero debe ser fijo en
cuanto a la duración de las mismas (de una hora y media al menos). El cobro de
las inasistencias no es compatible con la psicoterapia formativa. Pero si el
paciente llega tarde a la sesión, limitarla al horario estipulado ayudará a
fundamentar la seriedad del compromiso adquirido.
Cuando el deportista de élite se siente “especial”
dada su condición de estrella o ídolo popular, puede ser proclive al incumplimiento
o a la impuntualidad en las sesiones. Para que el asunto no se convierta en un terreno
de narcisismo inadecuado, es bueno ceñirse al horario y respetar el límite de
tiempo establecido para cada sesión. Eso servirá para ayudarle a conservar la
humildad y el sentido de realidad, que a veces se desdibujan por el inflamiento
y la soberbia promovidos en el paciente por la neoposmodernidad y la cultura
light.
El acompañamiento constante es clave. Los contenidos a
trabajar en la psicoterapia serán: a) autoimagen (que el deportista se perciba
a sí mismo como alguien valioso y que valora a los demás, digno de ser amado y
respetado, capaz de madurar y ser feliz, solidario y generoso, pleno y triunfador
en todos los aspectos de la vida, independientemente de su estado físico o de
los títulos que obtenga); b) autoestima (que sienta confianza en sí mismo y
respeto por sí mismo, que tenga capacidad para tomar decisiones correctas y adecuadas,
que pueda elegir con autonomía, que se sienta bien consigo mismo, más allá de
su rendimiento o de lo que opinen de él); c) autocuidado (que quiera su cuerpo,
que se permita el descanso, que evite exigencias desmedidas, que no se exponga
a trasnochas y otros excesos, que viva libre de sustancias psicotóxicas, que no
incurra en conductas de riesgo); d) expectativas (que sean realistas,
realizables, maduras, razonables, enfocadas en logros necesarios y que
realmente satisfagan sus necesidades, no los planes de otros); e) retiro (que
lo asuma con creatividad e hidalguía, aceptando el paso del tiempo y
afrontándolo como una oportunidad para descubrir otras vocaciones y desplegar
nuevas potencialidades); f) proyecto de vida (que construya un plan de vida
flexible y rico en alternativas, por si apareciera alguna lesión u otro
imprevisto); g) vida matrimonial (para que con su cónyuge disfruten de la
belleza de la vida en pareja, crezcan y avancen juntos, y vivan una
espiritualidad plena); h) vida familiar (que sepa dar y recibir amor, que
aprenda a expresar el cariño con asertividad y dulzura, que saque tiempo en
cantidad y calidad suficientes para compartir con ella); i) vida social
(construida con personas realmente amigas, sinceras, bondadosas, honestas,
genuinamente interesadas en su progreso y su bienestar); j) uso del dinero (pensando
a futuro, sin derroches ni excentricidades); k) actividades extra-deportivas (que
le permitan hacer obras de caridad, crecer en su psiquismo y consolidarse como
una persona altruista y bondadosa, y que al mismo tiempo lo distraigan de sus
afanes cotidianos); l) reacción ante los resultados, las críticas y los
comentarios (ayudándole a hacerlo siempre con ecuanimidad y sentido de la
propia valía, agradeciendo a Dios sus logros y avances, más allá de lo que
opinen otros).
Como en toda psicoterapia formativa, el proceso
también debe apuntarle a la plenitud existencial (que no podrá limitarse a los
triunfos deportivos o la celebridad lograda, sino que deberá significar una
vida fecunda, dichosa y satisfactoria), la felicidad (que no deberá depender de
la consecución de títulos ni la ubicación en el escalafón mundial, porque
deberá darse como algo natural, inherente al simple hecho de vivir), la
reflexión filosófica (encaminada a hacer de él un individuo con criterio,
reflexivo y no manipulable), la redefinición del paciente y de sus contenidos
mentales (de manera que entienda que no es una mercancía, y que su dignidad no
depende de su cuerpo o de sus proezas deportivas), la potenciación de los
aspectos espirituales y trascendentes (para que edifique una fe sólida y
coherente, que le ayude a sobrellevar los altibajos de su carrera y le brinde
sentido a su vida), la formación/reestructuración y la integración armónica de
su personalidad (procurando la salud, el equilibrio y la ecualización de sus
distintas dimensiones), la cohesión del self (cosa que pueda permanecer
satisfecho de sí mismo pese a los inevitables cambios en su cuerpo y en su
rendimiento), la praxis (implementando en su día a día lo pensado y aprendido),
el aprendizaje significativo (generador de nuevas cogniciones positivas y de un
ensanchamiento lúcido y adaptativo en su repertorio conductual), la mejoría en
las habilidades relacionales (afianzando una buena red de apoyo social y emocional),
la adquisición de nuevos significados (repensándose a sí mismo y repensando al
mundo, comprendiendo que lo vital no puede restringirse a la mera consecución
de medallas) y las nuevas estrategias de afrontamiento (para que pueda resolver
problemas y comunicarse cada vez con mayor versatilidad, sensatez y eficiencia).
Se deben explorar otras fantasías, intereses y aficiones,
de tal forma que su desempeño como atleta sea sólo un aspecto más de su vida (y
que ésta ofrezca muchas posibilidades para la realización personal). Debe
brindarse un apoyo constante, usando también las tecnologías para estar junto a
él en sus desplazamientos a otras ciudades (pudiéndose hacer, eventualmente,
algunas citas en la modalidad virtual), procurando que el paciente no caiga (o
recaiga) en algún trastorno psiquiátrico, en especial en los momentos críticos
de su carrera (debut con un equipo “grande”, instancias finales de un
campeonato, lesión, declive, desavenencias con sus entrenadores o sus
compañeros, pérdida de un ser querido, etcétera).
Con respecto a las relaciones con los medios de
comunicación, el psicoterapeuta formativo tiene que tener en cuenta las
necesidades y aspiraciones del paciente, y jamás dar declaraciones sin su
autorización expresa. Para artículos y ponencias, evitar citarlo por su nombre
y ser siempre conciso y prudente, sin revelar detalles innecesarios.
Hay que acompañar al paciente con paciencia y franco
deseo de ayuda, en las buenas y en las malas, embarcados ambos en un proceso
que permita la sinergia y el avance mutuo, recordando siempre que se es el tratante,
y no un experto en deportes (y mucho menos un rival, un comentarista o un
crítico).
¿Cómo hacer psicoterapia formativa con un deportista
aficionado?
El psicoterapeuta deberá acogerlo con respeto y cariño,
sabiendo que para él su deporte favorito es mucho más que una simple entretención.
Los honorarios corresponderán a la tarifa estándar. La atención podrá ser
brindada en el consultorio o en la casa del terapeuta, puesto que no se trata
de un paciente que represente un peligro (de hecho, suele tratarse de profesionales
o estudiantes que empezaron a ejercitarse buscando mejorar su salud o por
pasatiempo, y que descubrieron que tenían cierta habilidad en ese campo,
aficionándose aún más). Se podrá realizar la consulta a domicilio si el
deportista enfrenta una lesión o una enfermedad que le dificulte el
desplazamiento.
Se pueden cuadrar las sesiones de cada mes según sus entrenamientos
y competencias. El encuadre, igual que con el deportista profesional, puede ser
móvil en cuanto a la asignación de las citas (comprometiéndose ambas partes a
cumplirlas) y fijo en cuanto a la duración de las mismas (de por lo menos una
hora y media). Tampoco se cobrarán las inasistencias, pero cada sesión durará
según lo estipulado, aún si el paciente llega tarde (o se conecta a destiempo,
si se trata de una teleconsulta).
También se trabajarán de manera especial la autoimagen
(que el paciente se percate que no tiene que ser un gran atleta ni tener un
cuerpo escultural para sentirse amado o atractivo), la autoestima (que sepa que
vale por lo que es, y que es suficientemente bueno, más allá de que bata cierta
marca o que realice cierta hazaña deportiva), el autocuidado (que capte que el
ejercicio físico lo realiza por su salud física, mental y espiritual, y no para
satisfacer cánones de belleza ni expectativas de otros, y que no puede excederse),
las expectativas del paciente (aterrizándolo siempre en la realidad,
recordándole amorosamente que puede divertirse y ser muy bueno en su disciplina
sin necesidad de poner en riesgo su vida o su integridad en aras de imitar a un
deportista de élite), su proyecto de vida (que debe integrar distintas
actividades, y no puede restringirse al deporte), sus vidas matrimonial y
familiar (fuentes indispensables de alegría y salud, y que están por encima de
la actividad física), su vida social (que hay que mantener, y no limitar por la
afición deportiva), el uso que da al dinero (recordándole que hay prioridades,
y que no puede gastarlo desmedidamente en máquinas, aparatos, ropa u otros artículos
deportivos), las actividades extra-deportivas (conservando distintos quehaceres
y ocupaciones, sin centrarse exclusivamente en su afición) y sus reacciones
ante los resultados (permitiéndole sentir felicidad y satisfacción consigo
mismo a pesar de no conseguir los resultados que alguna vez idealizó, como
obtener un cuerpo “perfecto”, alcanzar un récord, emular a un profesional o
ganar una copa).
Como se trata de una psicoterapia formativa, son objetivos primordiales la plenitud existencial (más allá de lograr un estado físico determinado, deberá buscar una vida armónica y equilibrada), la felicidad (independientemente de la consecución de cualquier tipo de meta), la reflexión filosófica (encaminada a favorecer el pensamiento, la independencia, la autonomía y la coherencia entre valores y conducta), la redefinición del paciente y de sus contenidos mentales (para que entienda que vale por lo que es, y no por lo que tiene; que vale por su alma, no por el cuerpo o las cualidades físicas que posea), la potenciación de los aspectos espirituales y trascendentes (de manera que una buena vida religiosa le ayude a mantener la calma, la lucidez, el optimismo y la esperanza, en todas las circunstancias), la formación/reestructuración y la integración armónica de su personalidad (forjándola fuerte y ecualizada), la cohesión del self (cosa que pueda permanecer pese a los inevitables cambios asociados al ciclo vital), la praxis (llevando a un verdadero cambio de cogniciones, respuestas emocionales, hábitos y conductas en general), el aprendizaje significativo (cosa que logre transformar realmente su existencia), la mejoría en las habilidades relacionales (para tener amistades genuinas que representen un verdadero sostén afectivo), la adquisición de nuevos significados (repensándose a sí mismo y repensando al mundo, comprendiendo que la vida abarca mucho más esferas que la simple práctica de su deporte favorito) y las nuevas estrategias de afrontamiento (para que pueda comunicarse asertivamente, pensar atinadamente y salir airoso frente a cada dificultad que se le presente).
Se deben explorar distintas fantasías e intereses.
Muchas veces el deportista aficionado que se desborda y exagera (dedicando más
de dos horas al día a su práctica deportiva, sin sentir siquiera placer,
compulsivamente) esconde diversas problemáticas: insatisfacción consigo mismo,
autoexigencias inauditas en cuanto al peso y la figura corporal (como he visto
a cientos de pacientes, que a pesar de ser hermosas, jóvenes y esbeltas se
consideran feas, decrépitas y obesas), deseo de aprobación y cariño (que
imagina, erróneamente, que puede conseguir logrando un cuerpo de determinadas
características), sensación de vacuidad o fracaso (que trata de solucionar
volcándose de forma desmedida al ejercicio, sin sospechar que no lo conseguirá
de ese modo) y cogniciones negativas de toda índole. Explorándolas,
corrigiéndolas y transmutándolas, paciente y terapeuta lograrán hacer del deporte
algo útil y coadyuvante en el tratamiento, pero poniéndolo en su justo sitio,
quitándole su potencial tiránico y depurándolo de connotaciones equivocadas.
El deporte no se puede convertir en una adicción que le
quite al paciente tiempo para compartir con su pareja o su familia: por eso es
fundamental que aprenda a dar colorido a sus días con otras actividades lúdicas
y culturales, y que incluya a su cónyuge y/o a sus familiares en su rutina de
ejercicios. Hay que acompañarlo respetuosamente, sin caer en
contratransferencias inadecuadas, entendiendo sus necesidades psíquicas y
apoyándolo de manera integral (con la ayuda de un médico deportólogo, de un
nutricionista y de un licenciado en Educación Física), de manera que la
actividad física no vaya a poner en riesgo su salud. Y siempre de la mano del
Señor, el único capaz de dar completa paz al atribulado espíritu del hombre. Cuanto
más mejore la vida religiosa del paciente, cuanto más cerca se encuentre del
sosiego y la armonía que sólo dan los caminos de Dios, más podrá reencontrarse
con la práctica deportiva sensata, equilibrada y saludable.
*
David Alberto Campos Vargas
Médico cirujano, Pontificia Universidad Javeriana
Especialista en Psiquiatría, Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo, Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra, Pontificia Universidad Católica de Chile
Filósofo,
Universidad Santo Tomás de Aquino
Teólogo, Obispado Castrense de Colombia
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