martes, 6 de marzo de 2018

FILOSOFÍA, ÉTICA Y RELIGIÓN EN LA PSICOTERAPIA FORMATIVA, por David Alberto Campos Vargas


FILOSOFÍA, ÉTICA Y RELIGIÓN EN LA PSICOTERAPIA FORMATIVA

David Alberto Campos Vargas, MD

La psicoterapia formativa tiene unas dimensiones filosófica, ética y religiosa que le son inherentes. De hecho, se asienta firmemente en ellas. El psicoterapeuta y el paciente, en una sinergia fascinante, van descubriéndose y transformándose en una espiral ascendente de forja y redefinición de la personalidad. Y todo el proceso es catalizado por los procesos que en este ensayo nos conciernen.

En cuanto a los aspectos filosóficos, cabe señalar lo siguiente:

1. La psicoterapia formativa está encaminada a lograr la plenitud existencial.

Más allá de la mejoría y aún de la cura sintomática, la psicoterapia formativa busca que la persona y la personalidad se formen de tal modo que la felicidad y la realización sean una posibilidad legítima.

Todo ser humano merece realizarse existencialmente. Es un hecho que grandes pensadores ya han señalado. La vida humana no puede ser reducida a un simple fenómeno biológico en el que entre el nacer y el morir no existan sino fenómenos meramente fisiológicos. Esa bestialización de la experiencia humana, tan proclamada por varios autores de los pasados siglos XIX y XX, debe ser superada: tras el sangriento y catastrófico fin de la Modernidad materialista, antropocentrista y atea en el siglo XX, y el amargo y conflictualizado devenir de la Posmodernidad opaca y carente de sentido, es evidente que reducir al hombre a términos netamente organicistas es un completo descalabro.

Si bastara el desfogue irreflexivo de las pulsiones, o si fuera suficiente “llenarse la barriga” y tener solamente éxito a nivel profesional o económico, es evidente que el materialismo sería hoy la primerísima filosofía, y autores como Marx, Comte, Engels, Nietzsche, Lenin o Gramsci serían celebrados y venerados por la comunidad internacional. Pero no es así. La barbarie de las dos guerras mundiales, los campos de concentración del nazismo y del comunismo, los múltiples conflictos bélicos colonialistas del fascismo y del socialismo, los diversos genocidios y masacres, los atropellos y la brutalidad de las distintas dictaduras que florecieron en el siglo XX, fueron la estocada final de la falsa ilusión generada por las filosofías que negaban los aspectos espirituales y trascendentes del ser humano.

Para completar, las dificultades y paradojas de la Neoposmodernidad que estamos viviendo nos confirman que, efectivamente, una visión reduccionista del hombre y de su experiencia (la que le niega un alma con potencialidades estéticas, lúdicas, reflexivas, religiosas o artísticas) sólo trae consecuencias nefastas: narcisismo patológico, competitividad enfermiza, aislamiento, desesperanza, promiscuidad, exclusión y negación del prójimo, nihilismo, sensación de vacío, intolerancia, fanatismo, terrorismo, y una creciente desigualdad entre personas y entre naciones.

Por todo lo anterior, y en atención a los objetivos de la psicoterapia formativa, el hombre debe percatarse de que existe una realidad que trasciende lo puramente físico, que hay una felicidad más allá de acumular dinero o poder político: que sí es posible una vida dichosa, una vida auténtica. Una vida plena que no se consigue derrochando el dinero, ni coleccionando autos, ni ostentando títulos, ni ufanándose de ejercer posiciones de mando.

Y, efectivamente, en el proceso terapéutico son de utilidad los pensadores que rescataron lo verdaderamente esencial de la experiencia humana. Los que supieron ver al hombre completo, pleno de sentido y de significado, con una vocación hacia lo sublime. Aquellos que captaron que el ser humano es también solidaridad, contacto con la naturaleza, creatividad, comunicación genuina, serenidad, vida hogareña, vida contemplativa, arte, buena literatura, alta cultura. Los que no concibieron al hombre como un ente autómata, egoísta, utilitarista, contaminante y ajeno a Dios y a las manifestaciones elevadas del espíritu por estar centrado en la utilidad económica. 

En tanto que proceso filosófico, la psicoterapia formativa allana el terreno para que psicoterapeuta y paciente encuentren una cosmovisión nueva, una forma de ser-en-el-mundo más satisfactoria que la triste y limitada vida en la que el sistema busca encasillarlo (desgastarse en una oficina, ojalá al servicio de una multinacional, enfocándose en la mera producción de dinero, alejado del amor y de la vida familiar, hipertenso, infeliz, irreligioso y alienado, para luego retirarse y morir sin poder gozar de sus ahorros).

En ese orden de ideas, buscando la plenitud existencial, en la psicoterapia formativa están presentes el pensamiento de Karl Jaspers (en cuanto a los aspectos trascendentes de la persona humana, la noción de responsabilidad y la necesidad de significado como antídoto de la angustia), Emmanuel Mounier (en el rescate de lo relacional, de la construcción de una sana personalidad en la empatía, la cooperación y la solidaridad), Emmanuel Levinas (en tanto al reconocimiento de la otredad y la aceptación de la diferencia que conducen a la tolerancia y la dignificación de lo humano) y Karol Wojtyla, san Juan Pablo II (por cuanto la alegría de vivir se basa en el encuentro con los aspectos más profundos del ser, en la libertad y la verdad, en el respeto a la vida que triunfa sobre la cultura de muerte enarbolada por los que se creen amos del mundo y configuran el establishment de injusticia y explotación de los débiles).     

2. La psicoterapia formativa busca que paciente y terapeuta logren una redefinición de sí mismos, de sus conceptos, de sus relaciones.

El proceso terapéutico debe ser un verdadero camino hacia la transformación. De alguna manera, algo de razón han tenido todos los grandes psicoterapeutas: más allá de su filiación a una u otra escuela, lograron atisbar que la psicoterapia verdaderamente bien hecha permite un cambio.  

Una de las mayores desgracias del hombre actual es esa: con frecuencia se niega a sí mismo la posibilidad de cambiar. Y necesita urgentemente un cambio. Trata de convencerse de que la suya es una buena vida, y no es así. Vive estancado, asfixiado en una rígida concepción que se le ha impuesto desde fuera: es una marioneta en manos de los que lo contratan, alguien que debe comportarse y hasta pensar según las lógicas y los discursos de poder que emanan de quienes configuran el orden social, político y económico dominante. La desgracia del oficinista, del empleado, del ciudadano de las “repúblicas democráticas” del siglo XXI.

Si la gente no cambia, y sigue dócilmente lo que le ordena el establishment (“trabaja, haz dinero y gástalo, esa es la vida; endéudate para costearte lujos; no pienses en nada que no sea material y tangible; desconfía de todo y de todos; lo que no puedes ver no existe; esta es una lucha de supervivencia, y la gana el más rico”), inevitablemente llega a un estado de insatisfacción vital insoportable. Una tragedia de vida.

Al permitirle razonar, reflexionar, sopesar y aún repensar y replantearse todo, la psicoterapia formativa le permite al paciente salir de ese estancamiento, de ese encarcelamiento sutil en el que lo han metido desde la infancia (cuando empezaron a decirle falsedades como que la clave de la felicidad era “hacerse rico y/o poderoso y/o famoso”, y le presentaron el “éxito” puramente material como el non plus ultra de la vida).

Los pacientes que logran una cura completa son aquellos en los que la psicoterapia logra abrir una nueva perspectiva de vida, una forma de ser y existir en el mundo distinta a la que llevaban antes de empezar el proceso. Es decir, aquellos que logran cimentar una nueva filosofía de vida.

En cuanto a los aspectos éticos, en la psicoterapia formativa resalta que:

1. La psicoterapia formativa alienta a que ambos, paciente y terapeuta, logren ser unas buenas personas.

Aunque algunos traten de confundir subjetivando los conceptos del bien y del mal (una de las premisas del relativismo moral, que ha resultado ser desastroso para la Humanidad), la verdad es que existe una ley natural inmutable cimentada en principios éticos eternos y universales, válidos en todas las situaciones. En consecuencia, es apropiado y pertinente hablar de bien y mal, y de personas buenas y malas.

Una buena persona es aquella efectivamente amoldada a la ley natural, y que por ello se conduce de forma virtuosa. Sus pensamientos, palabras y actos están encaminados a la protección y la promoción de la vida, la dignidad y la libertad humanas, en el marco de una actitud amorosa y solidaria, fortalecida en una genuina religiosidad y  comprometida con el cuidado y el cariño a todas las formas de vida.

Para redondear la definición del bien, y de la bondad de una persona, podemos también basarnos en Sócrates (bueno sería aquel que se conoce a sí mismo, y tiene un compromiso radical con la verdad y la defensa de la misma), Platón (la bondad, la sabiduría y la belleza son tres facetas de una misma realidad, y el bueno es el que las busca incansablemente, guiándose por lo esencial, sin dejarse distraer por lo superficial o lo aparente), Aristóteles (la bondad radica en el equilibrio, en la armonía, en el guardar la justa proporción entre la satisfacción de los apetitos, la capacidad de autodominio y el fin obtenido de ello), Cicerón (bueno es quien lleva una vida correcta, al servicio de nobles ideales), san Agustín de Hipona (el hombre bueno imita a Cristo, y se dona amorosamente a los demás) y santo Tomás de Aquino (el buen vivir es el vivir en el justo centro, en el sensato equilibrio que es fruto de la acción del Espíritu Santo). En conclusión, una buena persona es aquella que ha logrado vivir plenamente el amor en su vida, y es capaz de proyectarlo a los demás.  

Así que, en el proceso psicoterapéutico, la diada paciente-terapeuta es el escenario en el cual se produce un acercamiento genuino a todo lo que se puede llamar bello, bueno, virtuoso y equilibrado. La psicoterapia bien hecha apunta a que tanto el consultante como el psiquiatra mejoren como personas, aprendan a amar cada vez mejor, logren la armonía y el grado de virtud necesarios para ser un reflejo del Supremo Bien (Dios).

2. La psicoterapia formativa constituye un proceso pedagógico y formativo.

Es importante lograr todo lo que las distintas escuelas de psicoterapia proponen: hacer consciente lo inconsciente, integrar los contenidos mentales, modificar los hábitos inadecuados, fortalecer el Yo y favorecer la adaptabilidad, dar un sentido de vida, mejorar la forma de relacionarse, expresar/narrar/representar aquello que es conflictivo, optimizar el funcionamiento de los sistemas a los cuales pertenece el paciente. Pero eso es apenas el inicio. Todo ello debe generar aprendizajes significativos, duraderos y prácticos.

Dichos aprendizajes deben manifestarse en la estructuración de una personalidad sana y armónica, de un psiquismo organizado y bien definido, cuyo resultado sea un comportamiento mesurado, maduro y encaminado a la consecución de lo verdaderamente sublime y valioso. 

La armonía requiere un equilibrio dinámico entre las distintas facetas y tendencias del sí mismo. Como he señalado en otros textos, el sí mismo debe integrarse y ecualizarse, tiene que llegar a ser una construcción bien ensamblada, bellamente funcional. Y eso va de la mano con el aprendizaje.

No existe un ser humano tan viejo que no pueda aprender. No existe un ser humano tan inmaduro o irreflexivo, que no pueda adquirir sabiduría de vida a través de la experiencia. De hecho, al hombre le gusta aprender. Es algo natural. La psicoterapia formativa, al estimular al paciente (y también al terapeuta) a extraer aprendizajes de todo lo vivido, está sacando provecho de esta condición humana.
¿Y de qué se puede aprender? De todo. De las experiencias felices y de las dolorosas. De las cotidianas y de las extraordinarias. 

Muchos autores se han centrado en lo traumático, en lo difícil y en lo doloroso, y la verdad es que, aunque han hecho maravillosos aportes a la Psiquiatría y la Psicología, se han perdido una estupenda oportunidad: la de aprovechar cada momento, cada vivencia, como una hermosa ocasión para explorar la personalidad del paciente, su funcionamiento, su manera de entenderse a sí mismo, su cosmovisión, sus anhelos, sus temores, sus objetivos, su religiosidad, su historia, todas las esferas de su existencia. Asimismo, una posibilidad para conocer su vida de pareja, su sistema familiar, sus contextos escolar y laboral, su barrio, las comunidades en las que se desenvuelve.

Los mismos pacientes caen con frecuencia en el sesgo de creer que la psicoterapia debe restringirse a los aspectos duros y dolorosos de la vida. Es tarea del buen psicoterapeuta ir allanando el terreno para que el paciente, por sí mismo, empiece a extraer reflexiones, interpretaciones e inferencias sumamente enriquecedoras de su día a día.      

No está de más insistir en que todos los aprendizajes logrados deben ir encaminados a la mejoría en las condiciones morales tanto del paciente como del psicoterapeuta.  

3. La psicoterapia formativa tiene una praxis.

Como proceso orientado a la consecución de la felicidad, la realización y la plenitud existencial, la psicoterapia se proyecta en la totalidad de la vida del paciente: la transformación lograda tiene un impacto en su forma de pensar, sentir y actuar.

El autoconocimiento es un logro formidable, pero se hace genuinamente fecundo cuando el paciente empieza a vivir de modo más pleno. Los aprendizajes adquiridos se hacen aprendizajes significativos en la medida en que llevan al terreno real y concreto de la vida todo lo logrado en el proceso. La práctica de lo adquirido se debe ver también en la vida de pareja, la familia y los otros sistemas en los que se desenvuelve el paciente.

Lo religioso es otro pilar fundamental de la psicoterapia formativa, y por eso viene al caso explayarse ligeramente en ello. En la actualidad, a muchos psiquiatras y psicoterapeutas les da vergüenza hablar de religión. Se amedrentan, aún habiendo visto en su práctica clínica todos los beneficios que ella trae a sus pacientes, especialmente en las tormentas propias del duelo y los trastornos depresivos. Se cohíben, aún reconociendo en su fuero interno las tremendas ventajas que a todo ser humano trae el redescubrimiento de su relación con Dios (y muy especialmente al paciente ansioso, o sobreexigido en su trabajo, o simplemente insatisfecho con su vida). Afortunadamente, no soy de los que se amedrentan o cohíben. 

1. La psicoterapia formativa es consciente de la necesidad de Dios a nivel individual y colectivo.

El hombre del siglo XXI que se observa a sí mismo y conoce la Historia saca una conclusión definitiva: el ateísmo recalcitrante, propugnado por muchos intelectuales en el siglo XIX y tan de moda en el siglo XX, no trajo sino desgracias. De hecho, el siglo XX fue el siglo más sangriento, brutal y caótico de todos.

Gracias a los líderes políticos que hicieron de la consigna decimonónica de darle la espalda a Dios un asunto personal, el siglo pasado fue verdaderamente horrible. Bajo el férreo yugo de estos estadistas, o el pérfido discurso de muchos intelectuales que atacando lo espiritual se sintieron “de avanzada”, la inmensa mayoría de la población fue obligada a desconectarse de lo trascedente. El mundo asistió entonces a la peor muestra de salvajismo de la que se haya tenido noticia: trenes atestados de personas rumbo a Auschwitz o Kolymá, tráfico y esclavitud de personas, dictadores malvados y megalomaníacos, cientos de conflictos armados (incluidas dos guerras mundiales casi apocalípticas), millones de ciudadanos detenidos, torturados y silenciados.

Sí, todo el veneno de “pensadores” que minusvaloraron el papel de Dios, que ridiculizaron la experiencia religiosa o que proclamaron a los cuatro vientos que el ser humano no necesitaba de lo trascendente, encontró en sus lectores y pupilos a los peores asesinos de todos los tiempos: Lenin, Stalin, Hitler, Ho Chi Minh, y por supuesto, Mao Zedong, verdadera bestia homicida que casi triplicó los crímenes de Hitler.

Por eso uno de los sellos del siglo XXI, es el rescate de lo religioso. Los neoposmodernos no somos tan ingenuos ni tan torpes como la mayoría de los seres humanos del siglo XX, que siguieron a pie juntillas todo lo que les propusieron: darle la espalda la religión y a la experiencia religiosa, rechazar la fe y la trascendencia, poner al Estado y a los líderes sociales en el puesto que le correspondía a Dios, atacar el matrimonio y la familia, centrarse en los aspectos meramente corporales y materiales de la existencia, burlarse de la gente devota y piadosa, descuidar la espiritualidad en aras de lo político y lo económico, y vivir como si no hubiera nada más que esta vida terrena.

Las actuales circunstancias del mundo exigen recuperar lo que las generaciones del siglo XX casi echan a perder: ante la pandemia de trastornos depresivos, suicidios, adicciones y vidas vividas sin sentido, es clave la recuperación de la religión como re-ligazón y re-conexión con Dios y con lo sagrado, verdaderas y poderosas fuentes de significado. Frente a la triste realidad representada por sujetos ateos y grises, completamente sumidos en lo material, el rescate de la vida espiritual permite darle color a la existencia, llenarla de alegría y plenitud. Contra la nueva yihad de los fanáticos musulmanes, que tratan de justificar su malevolencia con “argumentos” falsamente religiosos, es necesario rescatar el concepto de experiencia religiosa que tan claro han tenido quienes la han sentido de verdad: lo divino se vive como una dicha, un deleite, un arrobamiento sutil, personalísimo, que no tiene nada de violento ni de impositivo, sino que, por el contrario, invita a amar con mayor plenitud a todos los seres vivientes.

Si hubiera escrito esto a principios del siglo XX, muchos de ustedes se habrían sentido ofendidos, o habrían soltado una risotada, o me habrían creído un retrógrado. Pero ahora que ya saben qué pasó, ahora que han visto la realidad de los genocidios perpetrados en nombre de la Razón, o de la Ciencia, o del Progreso (no fueron inventos, como hasta hace pocas décadas aún sostenían algunos negacionistas), pueden sopesar con serenidad los argumentos, y hasta replantearse muchas de las cosas que algunos de sus profesores (idiotizados por el establishment de inspiración marxista) trataron de imponerles.

Sí. Ya las personas se están quitando la venda que trataron de imponer los Estados usando una fachada democrática y aún posando de “políticamente correctos”. Ya están percatándose de un sistema jurídico que de forma sutil persigue y sanciona al creyente, y que ha provocado, en efecto, la aparición de una ciudadanía dócil, apática, conformista, deshumanizada, incapaz de buscar grandes ideales, y sobretodo, psíquicamente enferma, narcisística e insolidaria.

En la medida en la que los hombres del siglo XXI están redescubriendo a Dios y reavivando su vida religiosa (esa conexión con lo sagrado, indispensable para la salud mental) están abriéndose, en consecuencia, a posibilidades más ciertas de tener una plenitud existencial.

El planeta, tal como lo conocemos hoy (contaminado, deforestado, al borde del colapso) es producto del ateísmo que no supo valorar la belleza de la vida, que se enfocó en la producción industrial y descuidó los ecosistemas, que se centró en la absurda (y fratricida) “lucha de clases” en vez de fomentar la cooperación y la solidaridad, que consideró que la Historia iba en un camino ascendente en la medida en que se iban talando bosques y levantando fábricas, que creyó en un modelo de “desarrollo” irresponsable, que sólo llenaba los bolsillos de unos pocos pero enfermaba los cuerpos (y las mentes, y las almas) de todos.

Y yo pregunto: ¿cuántos desastres naturales, cuántas especies extintas, cuántos nuevos diagnósticos, cuántas nuevas tragedias necesitamos para salir de ese camino erróneo que trazaron unas mentes obtusas del pasado?

2. La psicoterapia formativa contacta a las personas con Dios, con lo más sublime de su entendimiento: su dimensión trascendente y religiosa.

El ser humano necesita religión, experiencia religiosa, fe, trascendencia, existencias con sentido, vidas sublimes. Pero, ¿qué es religión? Ha sido tal la confusión creada por los que se han asumido el triste rol de “enemigos de Dios” (y se han convertido en enemigos del hombre, al empujarlo hacia la enfermedad, el materialismo, el egoísmo y la superficialidad),  que hoy en día más de un desinformado disocia espiritualidad de religión, o peor aún, las contrapone.

Religión es re-unión con Dios, re-encuentro con esa Totalidad poderosa y llena de sentido, re-ligazón con el Ser de seres, re-viviscencia de los aspectos más profundos, hermosos y significativos de la esencia de los seres vivos. Y hablo de los seres vivos, y no solamente de los seres humanos, porque en algunos animales he notado también esos momentos de plenitud, de gratitud hacia ese Supremo Bien que intuyen (cada cual según su capacidad cerebral y sus propias experiencias de vida).

Espiritualidad es cultivo del espíritu, es cuidado del alma. En consecuencia, entre más viva la espiritualidad, más fuerte la religión. El alma que busca crecimiento, efectivamente, añora el contacto con el único ser que le puede dar cohesión, madurez y acercamiento a lo sagrado: Dios, el gran desconocido de las épocas recientes (en las que, no por casualidad, ha crecido geométricamente la patología mental).

Esa espiritualidad que se forja en la fe, en la piedad y en la devoción, siempre teniendo como meta a Dios (anhelando la reconexión con Él, si se ha perdido, y el fortalecimiento de la misma, si ya se tiene), es la que permite la religión, la renovación de esa relación con lo más bello y sacro.

El espíritu se va haciendo cada vez más religioso, en la medida en que desea cada vez estar más tiempo con Dios. Entra entonces en una espiral hermosa, en la que así como añora amorosamente un contacto cada vez más íntimo y constante con el Señor se ve impelido hacia Él, renovándose, recuperando la plena salud; a su vez, al afianzar su relación con Él se llena de una fe, una piedad y una devoción cada vez mayores. La espiritualidad se enmarca en un contexto religioso, en un deseo de estar junto a ese Dios eterno, excelso, desbordantemente amoroso y dador de vida. Por eso es un absurdo desligar espiritualidad de religión.

Así como la religión es la relación con el Señor (el Sumo Bien, el Amor Perfecto, la Suprema Bondad), y la espiritualidad es cultivo y perfeccionamiento del espíritu (sólo posible en esa relación), la fe es la llama que mantiene vivo ese cultivo del alma. La fe, a su vez, va de la mano con la piedad y la devoción, que engloban el cumplimiento de los deberes para con ese Dios con el que se busca una buena relación. Fe, piedad y devoción se concretan no solamente en ritos o símbolos como los que describió Mircea Eliade, sino también en la oración, en la vivencia de lo religioso, en el contacto con lo sagrado, y, por supuesto, en el estudio mismo de las manifestaciones del Señor en el mundo físico (que nutren, tan sólo en el campo de la Medicina, millares de historias clínicas).

Para nadie es un secreto que un creyente tiene menos probabilidad de suicidarse que un ateo o un agnóstico, o que necesita menos dosis de antidepresivos que ellos, o que resuelve más fácilmente los conflictos que ellos. Por eso en la actualidad los buenos psiquiatras, y en general los buenos médicos, no dudan en recomendarles a sus pacientes que trabajen en sus aspectos religiosos (aquellos que los reconectan con Dios, y les permiten sobrellevar mejor las vicisitudes y los sufrimientos propios de la existencia humana, y que también potencian la alegría y la sensación de plenitud y sentido).

Quienes pertenecemos de lleno al siglo XXI tenemos bien claro que sin lo religioso el ser humano queda mutilado, escindido, huérfano, reducido y proclive a los desórdenes psiquiátricos. No es casualidad que los estudios clínicos y las estadísticas de todos los países del mundo muestren de manera consistente que quienes tienen una religiosidad bien desarrollada sean menos propensos al suicidio, al homicidio, a las adicciones, a los trastornos de ansiedad y a las depresiones refractarias.

Tampoco es casualidad que en muchos “Estados de bienestar” en los que a la vivencia de Dios se le relega a un segundo plano, y en los que se vive una persecución mal disimulada (jurídica, gubernamental, disfrazada de discurso “incluyente”, hipócrita) de los que profesan una fe, existan cifras tan alarmantes de suicidio y otras patologías mentales. Si se le niega al hombre la posibilidad de relacionarse con el Señor, se le empuja al desequilibrio, a la enfermedad y a la muerte.

Dos de los mejores psiquiatras de todos los tiempos, Carl Gustav Jung y Viktor Frankl, al ser conscientes de la carnicería que se vivió en el siglo XX por culpa de aquellos que creyeron que sólo lo material y lo económico eran suficientes, y que se dedicaron a atacar o minusvalorar lo trascendente,  fueron claros y enfáticos a la hora de hablar de las bondades de lo religioso, tanto en el ámbito de la psicoterapia como en el de las familias y las comunidades.

3. La psicoterapia formativa es plenamente consciente de la importancia del matrimonio y la familia.

Ante el caos social provocado por los ataques a los matrimonios y a las familias, que no ha hecho sino triplicar la tasa de trastornos de personalidad, y la aparición de sujetos profundamente alterados, resentidos y egoístas, vale la pena rescatar estas dos instituciones que no solamente son imprescindibles para que sobrevivan las sociedades, sino también la Humanidad misma. 

Con respecto al matrimonio y la familia, la neoposmodernidad también se enfrenta claramente a su antecesora, la posmodernidad conflictualizada y limítrofe de la segunda mitad del siglo XX. Después de los horrores vistos en los Estados socialistas, en los que las familias eran fragmentadas y los niños eran sometidos a crueles procesos de adoctrinamiento, y del caos y las perversiones de las familias descompuestas y recompuestas de forma defectuosa de las generaciones hippie y yuppie, no es de extrañar que las personas que hoy en día tienen entre 15 y 35 años sean abanderadas de volver a vivir con intensidad en pareja y en familia.

Otra consecuencia de este despertar religioso del siglo XXI será que las personas tenderán a cuidar mejor. Aparecerá una ética del cuidado, o del cariño, en la que el prójimo (hombre, animal o planta) y la propia persona serán adecuadamente protegidos y cuidados. Disminuirán las tristes estadísticas de maltrato y violencia al interior de las familias.

Espero que ese modelo decadente, claramente maligno, que se ha difundido por todo el mundo gracias a la globalización (el del ególatra pendiente de su bienestar y sus posesiones materiales, negligente con su matrimonio y con sus hijos, consumidor de cultura light y desinteresado de todo lo que no esté relacionado con su confort y su placer), sea superado muy pronto. Deseo que aparezca un hombre nuevo, solidario, comprometido, pacífico, volcado a la protección de su familia, y de las otras familias de su entorno.

Si la Humanidad entera consigue conectarse de forma cada vez más fuerte con ese Dios eterno que trae armonía y equilibrio, que es Supremo Bien y Suprema Belleza, las predicciones catastróficas de algunos científicos y pensadores podrán evitarse. El reencuentro con la Divinidad permitirá reconectarse con la pareja, con la familia, con el prójimo (aún aquel desconocido con el que nos cruzamos en la calle) y con la naturaleza, y permitirá volver a respetarlos y cuidarlos. Reconocer a Dios en los demás seres, tal como indicaba Jesucristo, posibilitará el fin definitivo de todas las formas de violencia.

En conclusión, la psicoterapia formativa entiende que la vida y la historia de cada ser humano adquirirá fuerza, plenitud, coherencia y trascendencia en la medida en que se desenvuelva lo religioso, vivido como espiritualidad encaminada a una religión, una re-conexión con el Sumo Bien. Las prácticas religiosas (tendientes a consolidar y robustecer la amistad con Dios) permitirán formar personas sanas, armónicas, equilibradas y capaces de vivir en sociedad. Una nueva ética, la del cuidado del prójimo (categoría que incluirá a todos los seres vivos), guiará todas las acciones humanas. El redescubrimiento, en la psicoterapia, de ese Dios-Amor del que habla Joseph Ratzinger (y, por ende, de todo lo sagrado, lo puro, lo bello y lo sublime, que completan, estructuran y dan sentido a la vida del hombre) hará realidad la meta que a todos los psiquiatras nos convoca: la salud mental.   

David Alberto Campos Vargas
Médico cirujano-Pontificia Universidad Javeriana.
Especialista en Psiquiatría- Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo-Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra-Universidad Católica de Chile
Filósofo-Universidad Santo Tomás de Aquino
Estudiante de Teología Obispado Castrense de Colombia




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