FILOSOFÍA,
ÉTICA Y RELIGIÓN EN LA PSICOTERAPIA FORMATIVA
David Alberto Campos Vargas, MD
La psicoterapia formativa
tiene unas dimensiones filosófica, ética y religiosa que le son inherentes. De
hecho, se asienta firmemente en ellas. El psicoterapeuta y el paciente, en una
sinergia fascinante, van descubriéndose y transformándose en una espiral
ascendente de forja y redefinición de la personalidad. Y todo el proceso es
catalizado por los procesos que en este ensayo nos conciernen.
En cuanto a los aspectos
filosóficos, cabe señalar lo siguiente:
1. La psicoterapia formativa está encaminada a lograr la plenitud
existencial.
Más allá de la mejoría y aún
de la cura sintomática, la psicoterapia formativa busca que la persona y la
personalidad se formen de tal modo que la felicidad y la realización sean una
posibilidad legítima.
Todo ser humano merece
realizarse existencialmente. Es un hecho que grandes pensadores ya han
señalado. La vida humana no puede ser reducida a un simple fenómeno biológico en
el que entre el nacer y el morir no existan sino fenómenos meramente
fisiológicos. Esa bestialización de la experiencia humana, tan proclamada por
varios autores de los pasados siglos XIX y XX, debe ser superada: tras el
sangriento y catastrófico fin de la Modernidad materialista, antropocentrista y
atea en el siglo XX, y el amargo y conflictualizado devenir de la Posmodernidad
opaca y carente de sentido, es evidente que reducir al hombre a términos
netamente organicistas es un completo descalabro.
Si bastara el desfogue
irreflexivo de las pulsiones, o si fuera suficiente “llenarse la barriga” y
tener solamente éxito a nivel profesional o económico, es evidente que el
materialismo sería hoy la primerísima filosofía, y autores como Marx, Comte, Engels,
Nietzsche, Lenin o Gramsci serían celebrados y venerados por la comunidad
internacional. Pero no es así. La barbarie de las dos guerras mundiales, los
campos de concentración del nazismo y del comunismo, los múltiples conflictos
bélicos colonialistas del fascismo y del socialismo, los diversos genocidios y
masacres, los atropellos y la brutalidad de las distintas dictaduras que
florecieron en el siglo XX, fueron la estocada final de la falsa ilusión
generada por las filosofías que negaban los aspectos espirituales y trascendentes
del ser humano.
Para completar, las
dificultades y paradojas de la Neoposmodernidad que estamos viviendo nos confirman
que, efectivamente, una visión reduccionista del hombre y de su experiencia (la
que le niega un alma con potencialidades estéticas, lúdicas, reflexivas,
religiosas o artísticas) sólo trae consecuencias nefastas: narcisismo
patológico, competitividad enfermiza, aislamiento, desesperanza, promiscuidad,
exclusión y negación del prójimo, nihilismo, sensación de vacío, intolerancia, fanatismo,
terrorismo, y una creciente desigualdad entre personas y entre naciones.
Por todo lo anterior, y en
atención a los objetivos de la psicoterapia formativa, el hombre debe percatarse
de que existe una realidad que trasciende lo puramente físico, que hay una
felicidad más allá de acumular dinero o poder político: que sí es posible una
vida dichosa, una vida auténtica. Una vida plena que no se consigue derrochando
el dinero, ni coleccionando autos, ni ostentando títulos, ni ufanándose de
ejercer posiciones de mando.
Y, efectivamente, en el
proceso terapéutico son de utilidad los pensadores que rescataron lo
verdaderamente esencial de la experiencia humana. Los que supieron ver al
hombre completo, pleno de sentido y de significado, con una vocación hacia lo
sublime. Aquellos que captaron que el ser humano es también solidaridad,
contacto con la naturaleza, creatividad, comunicación genuina, serenidad, vida
hogareña, vida contemplativa, arte, buena literatura, alta cultura. Los que no concibieron
al hombre como un ente autómata, egoísta, utilitarista, contaminante y ajeno a
Dios y a las manifestaciones elevadas del espíritu por estar centrado en la
utilidad económica.
En tanto que proceso
filosófico, la psicoterapia formativa allana el terreno para que psicoterapeuta
y paciente encuentren una cosmovisión nueva, una forma de ser-en-el-mundo más
satisfactoria que la triste y limitada vida en la que el sistema busca
encasillarlo (desgastarse en una oficina, ojalá al servicio de una
multinacional, enfocándose en la mera producción de dinero, alejado del amor y
de la vida familiar, hipertenso, infeliz, irreligioso y alienado, para luego
retirarse y morir sin poder gozar de sus ahorros).
En ese orden de ideas, buscando
la plenitud existencial, en la psicoterapia formativa están presentes el
pensamiento de Karl Jaspers (en cuanto a los aspectos trascendentes de la
persona humana, la noción de responsabilidad y la necesidad de significado como
antídoto de la angustia), Emmanuel Mounier (en el rescate de lo relacional, de
la construcción de una sana personalidad en la empatía, la cooperación y la
solidaridad), Emmanuel Levinas (en tanto al reconocimiento de la otredad y la
aceptación de la diferencia que conducen a la tolerancia y la dignificación de
lo humano) y Karol Wojtyla, san Juan Pablo II (por cuanto la alegría de vivir
se basa en el encuentro con los aspectos más profundos del ser, en la libertad
y la verdad, en el respeto a la vida que triunfa sobre la cultura de muerte
enarbolada por los que se creen amos del mundo y configuran el establishment de injusticia y
explotación de los débiles).
2. La psicoterapia formativa busca que paciente y terapeuta logren una
redefinición de sí mismos, de sus conceptos, de sus relaciones.
El proceso terapéutico debe
ser un verdadero camino hacia la transformación. De alguna manera, algo de
razón han tenido todos los grandes psicoterapeutas: más allá de su filiación a
una u otra escuela, lograron atisbar que la psicoterapia verdaderamente bien
hecha permite un cambio.
Una de las mayores desgracias
del hombre actual es esa: con frecuencia se niega a sí mismo la posibilidad de
cambiar. Y necesita urgentemente un cambio. Trata de convencerse de que la suya
es una buena vida, y no es así. Vive estancado, asfixiado en una rígida
concepción que se le ha impuesto desde fuera: es una marioneta en manos de los
que lo contratan, alguien que debe comportarse y hasta pensar según las lógicas
y los discursos de poder que emanan de quienes configuran el orden social,
político y económico dominante. La desgracia del oficinista, del empleado, del
ciudadano de las “repúblicas democráticas” del siglo XXI.
Si la gente no cambia, y
sigue dócilmente lo que le ordena el establishment
(“trabaja, haz dinero y gástalo, esa es la vida; endéudate para costearte
lujos; no pienses en nada que no sea material y tangible; desconfía de todo y
de todos; lo que no puedes ver no existe; esta es una lucha de supervivencia, y
la gana el más rico”), inevitablemente llega a un estado de insatisfacción
vital insoportable. Una tragedia de vida.
Al permitirle razonar, reflexionar,
sopesar y aún repensar y replantearse todo, la psicoterapia formativa le permite
al paciente salir de ese estancamiento, de ese encarcelamiento sutil en el que
lo han metido desde la infancia (cuando empezaron a decirle falsedades como que
la clave de la felicidad era “hacerse rico y/o poderoso y/o famoso”, y le presentaron
el “éxito” puramente material como el non
plus ultra de la vida).
Los pacientes que logran una
cura completa son aquellos en los que la psicoterapia logra abrir una nueva
perspectiva de vida, una forma de ser y existir en el mundo distinta a la que
llevaban antes de empezar el proceso. Es decir, aquellos que logran cimentar
una nueva filosofía de vida.
En cuanto a los aspectos
éticos, en la psicoterapia formativa resalta que:
1. La psicoterapia formativa alienta a que ambos, paciente y terapeuta,
logren ser unas buenas personas.
Aunque algunos traten de
confundir subjetivando los conceptos del bien y del mal (una de las premisas
del relativismo moral, que ha resultado ser desastroso para la Humanidad), la
verdad es que existe una ley natural inmutable cimentada en principios éticos
eternos y universales, válidos en todas las situaciones. En consecuencia, es
apropiado y pertinente hablar de bien y mal, y de personas buenas y malas.
Una buena persona es aquella
efectivamente amoldada a la ley natural, y que por ello se conduce de forma
virtuosa. Sus pensamientos, palabras y actos están encaminados a la protección
y la promoción de la vida, la dignidad y la libertad humanas, en el marco de
una actitud amorosa y solidaria, fortalecida en una genuina religiosidad y comprometida con el cuidado y el cariño a
todas las formas de vida.
Para redondear la definición
del bien, y de la bondad de una persona, podemos también basarnos en Sócrates
(bueno sería aquel que se conoce a sí mismo, y tiene un compromiso radical con
la verdad y la defensa de la misma), Platón (la bondad, la sabiduría y la
belleza son tres facetas de una misma realidad, y el bueno es el que las busca
incansablemente, guiándose por lo esencial, sin dejarse distraer por lo
superficial o lo aparente), Aristóteles (la bondad radica en el equilibrio, en
la armonía, en el guardar la justa proporción entre la satisfacción de los
apetitos, la capacidad de autodominio y el fin obtenido de ello), Cicerón
(bueno es quien lleva una vida correcta, al servicio de nobles ideales), san
Agustín de Hipona (el hombre bueno imita a Cristo, y se dona amorosamente a los
demás) y santo Tomás de Aquino (el buen vivir es el vivir en el justo centro,
en el sensato equilibrio que es fruto de la acción del Espíritu Santo). En
conclusión, una buena persona es aquella que ha logrado vivir plenamente el
amor en su vida, y es capaz de proyectarlo a los demás.
Así que, en el proceso
psicoterapéutico, la diada paciente-terapeuta es el escenario en el cual se
produce un acercamiento genuino a todo lo que se puede llamar bello, bueno,
virtuoso y equilibrado. La psicoterapia bien hecha apunta a que tanto el
consultante como el psiquiatra mejoren como personas, aprendan a amar cada vez
mejor, logren la armonía y el grado de virtud necesarios para ser un reflejo
del Supremo Bien (Dios).
2. La psicoterapia formativa constituye un proceso pedagógico y formativo.
Es importante lograr todo lo
que las distintas escuelas de psicoterapia proponen: hacer consciente lo
inconsciente, integrar los contenidos mentales, modificar los hábitos
inadecuados, fortalecer el Yo y favorecer la adaptabilidad, dar un sentido de
vida, mejorar la forma de relacionarse, expresar/narrar/representar aquello que
es conflictivo, optimizar el funcionamiento de los sistemas a los cuales
pertenece el paciente. Pero eso es apenas el inicio. Todo ello debe generar
aprendizajes significativos, duraderos y prácticos.
Dichos aprendizajes deben
manifestarse en la estructuración de una personalidad sana y armónica, de un
psiquismo organizado y bien definido, cuyo resultado sea un comportamiento
mesurado, maduro y encaminado a la consecución de lo verdaderamente sublime y
valioso.
La armonía requiere un
equilibrio dinámico entre las distintas facetas y tendencias del sí mismo. Como
he señalado en otros textos, el sí mismo debe integrarse y ecualizarse, tiene
que llegar a ser una construcción bien ensamblada, bellamente funcional. Y eso
va de la mano con el aprendizaje.
No existe un ser humano tan
viejo que no pueda aprender. No existe un ser humano tan inmaduro o
irreflexivo, que no pueda adquirir sabiduría de vida a través de la
experiencia. De hecho, al hombre le gusta aprender. Es algo natural. La psicoterapia
formativa, al estimular al paciente (y también al terapeuta) a extraer
aprendizajes de todo lo vivido, está sacando provecho de esta condición humana.
¿Y de qué se puede aprender?
De todo. De las experiencias felices y de las dolorosas. De las cotidianas y de
las extraordinarias.
Muchos autores se han centrado en lo traumático, en lo
difícil y en lo doloroso, y la verdad es que, aunque han hecho maravillosos
aportes a la Psiquiatría y la Psicología, se han perdido una estupenda
oportunidad: la de aprovechar cada momento, cada vivencia, como una hermosa
ocasión para explorar la personalidad del paciente, su funcionamiento, su
manera de entenderse a sí mismo, su cosmovisión, sus anhelos, sus temores, sus
objetivos, su religiosidad, su historia, todas las esferas de su existencia.
Asimismo, una posibilidad para conocer su vida de pareja, su sistema familiar,
sus contextos escolar y laboral, su barrio, las comunidades en las que se
desenvuelve.
Los mismos pacientes caen
con frecuencia en el sesgo de creer que la psicoterapia debe restringirse a los
aspectos duros y dolorosos de la vida. Es tarea del buen psicoterapeuta ir
allanando el terreno para que el paciente, por sí mismo, empiece a extraer
reflexiones, interpretaciones e inferencias sumamente enriquecedoras de su día
a día.
No está de más insistir en
que todos los aprendizajes logrados deben ir encaminados a la mejoría en las
condiciones morales tanto del paciente como del psicoterapeuta.
3. La psicoterapia formativa tiene una praxis.
Como proceso orientado a la
consecución de la felicidad, la realización y la plenitud existencial, la
psicoterapia se proyecta en la totalidad de la vida del paciente: la
transformación lograda tiene un impacto en su forma de pensar, sentir y actuar.
El autoconocimiento es un
logro formidable, pero se hace genuinamente fecundo cuando el paciente empieza
a vivir de modo más pleno. Los aprendizajes adquiridos se hacen aprendizajes
significativos en la medida en que llevan al terreno real y concreto de la vida
todo lo logrado en el proceso. La práctica de lo adquirido se debe ver también
en la vida de pareja, la familia y los otros sistemas en los que se desenvuelve
el paciente.
Lo religioso es otro pilar
fundamental de la psicoterapia formativa, y por eso viene al caso explayarse
ligeramente en ello. En la actualidad, a muchos psiquiatras y psicoterapeutas
les da vergüenza hablar de religión. Se amedrentan, aún habiendo visto en su
práctica clínica todos los beneficios que ella trae a sus pacientes,
especialmente en las tormentas propias del duelo y los trastornos depresivos.
Se cohíben, aún reconociendo en su fuero interno las tremendas ventajas que a
todo ser humano trae el redescubrimiento de su relación con Dios (y muy
especialmente al paciente ansioso, o sobreexigido en su trabajo, o simplemente
insatisfecho con su vida). Afortunadamente, no soy de los que se amedrentan o
cohíben.
1. La psicoterapia
formativa es consciente de la necesidad de Dios a nivel individual y colectivo.
El hombre del siglo XXI que se
observa a sí mismo y conoce la Historia saca una conclusión definitiva: el
ateísmo recalcitrante, propugnado por muchos intelectuales en el siglo XIX y
tan de moda en el siglo XX, no trajo sino desgracias. De hecho, el siglo XX fue
el siglo más sangriento, brutal y caótico de todos.
Gracias a los líderes
políticos que hicieron de la consigna decimonónica de darle la espalda a Dios
un asunto personal, el siglo pasado fue verdaderamente horrible. Bajo el férreo
yugo de estos estadistas, o el pérfido discurso de muchos intelectuales que
atacando lo espiritual se sintieron “de avanzada”, la inmensa mayoría de la población
fue obligada a desconectarse de lo trascedente. El mundo asistió entonces a la
peor muestra de salvajismo de la que se haya tenido noticia: trenes atestados
de personas rumbo a Auschwitz o Kolymá, tráfico y esclavitud de personas,
dictadores malvados y megalomaníacos, cientos de conflictos armados (incluidas
dos guerras mundiales casi apocalípticas), millones de ciudadanos detenidos,
torturados y silenciados.
Sí, todo el veneno de
“pensadores” que minusvaloraron el papel de Dios, que ridiculizaron la
experiencia religiosa o que proclamaron a los cuatro vientos que el ser humano
no necesitaba de lo trascendente, encontró en sus lectores y pupilos a los
peores asesinos de todos los tiempos: Lenin, Stalin, Hitler, Ho Chi Minh, y por
supuesto, Mao Zedong, verdadera bestia homicida que casi triplicó los crímenes
de Hitler.
Por eso uno de los sellos del
siglo XXI, es el rescate de lo religioso. Los neoposmodernos no somos tan
ingenuos ni tan torpes como la mayoría de los seres humanos del siglo XX, que
siguieron a pie juntillas todo lo que les propusieron: darle la espalda la
religión y a la experiencia religiosa, rechazar la fe y la trascendencia, poner
al Estado y a los líderes sociales en el puesto que le correspondía a Dios,
atacar el matrimonio y la familia, centrarse en los aspectos meramente
corporales y materiales de la existencia, burlarse de la gente devota y
piadosa, descuidar la espiritualidad en aras de lo político y lo económico, y
vivir como si no hubiera nada más que esta vida terrena.
Las actuales circunstancias
del mundo exigen recuperar lo que las generaciones del siglo XX casi echan a
perder: ante la pandemia de trastornos depresivos, suicidios, adicciones y
vidas vividas sin sentido, es clave la recuperación de la religión como
re-ligazón y re-conexión con Dios y con lo sagrado, verdaderas y poderosas
fuentes de significado. Frente a la triste realidad representada por sujetos
ateos y grises, completamente sumidos en lo material, el rescate de la vida espiritual
permite darle color a la existencia, llenarla de alegría y plenitud. Contra la
nueva yihad de los fanáticos musulmanes, que tratan de justificar su
malevolencia con “argumentos” falsamente religiosos, es necesario rescatar el
concepto de experiencia religiosa que tan claro han tenido quienes la han
sentido de verdad: lo divino se vive como una dicha, un deleite, un
arrobamiento sutil, personalísimo, que no tiene nada de violento ni de
impositivo, sino que, por el contrario, invita a amar con mayor plenitud a
todos los seres vivientes.
Si hubiera escrito esto a
principios del siglo XX, muchos de ustedes se habrían sentido ofendidos, o
habrían soltado una risotada, o me habrían creído un retrógrado. Pero ahora que
ya saben qué pasó, ahora que han visto la realidad de los genocidios
perpetrados en nombre de la Razón, o de la Ciencia, o del Progreso (no fueron
inventos, como hasta hace pocas décadas aún sostenían algunos negacionistas),
pueden sopesar con serenidad los argumentos, y hasta replantearse muchas de las
cosas que algunos de sus profesores (idiotizados por el establishment de inspiración marxista) trataron de imponerles.
Sí. Ya las personas se están
quitando la venda que trataron de imponer los Estados usando una fachada
democrática y aún posando de “políticamente correctos”. Ya están percatándose
de un sistema jurídico que de forma sutil persigue y sanciona al creyente, y
que ha provocado, en efecto, la aparición de una ciudadanía dócil, apática,
conformista, deshumanizada, incapaz de buscar grandes ideales, y sobretodo,
psíquicamente enferma, narcisística e insolidaria.
En la medida en la que los
hombres del siglo XXI están redescubriendo a Dios y reavivando su vida
religiosa (esa conexión con lo sagrado, indispensable para la salud mental)
están abriéndose, en consecuencia, a posibilidades más ciertas de tener una plenitud
existencial.
El planeta, tal como lo
conocemos hoy (contaminado, deforestado, al borde del colapso) es producto del
ateísmo que no supo valorar la belleza de la vida, que se enfocó en la
producción industrial y descuidó los ecosistemas, que se centró en la absurda
(y fratricida) “lucha de clases” en vez de fomentar la cooperación y la
solidaridad, que consideró que la Historia iba en un camino ascendente en la
medida en que se iban talando bosques y levantando fábricas, que creyó en un
modelo de “desarrollo” irresponsable, que sólo llenaba los bolsillos de unos pocos
pero enfermaba los cuerpos (y las mentes, y las almas) de todos.
Y yo pregunto: ¿cuántos
desastres naturales, cuántas especies extintas, cuántos nuevos diagnósticos,
cuántas nuevas tragedias necesitamos para salir de ese camino erróneo que
trazaron unas mentes obtusas del pasado?
2. La psicoterapia formativa
contacta a las personas con Dios, con lo más sublime de su entendimiento: su
dimensión trascendente y religiosa.
El ser humano necesita
religión, experiencia religiosa, fe, trascendencia, existencias con sentido,
vidas sublimes. Pero, ¿qué es religión? Ha sido tal la confusión creada por los
que se han asumido el triste rol de “enemigos de Dios” (y se han convertido en
enemigos del hombre, al empujarlo hacia la enfermedad, el materialismo, el
egoísmo y la superficialidad), que hoy
en día más de un desinformado disocia espiritualidad de religión, o peor aún,
las contrapone.
Religión es re-unión con
Dios, re-encuentro con esa Totalidad poderosa y llena de sentido, re-ligazón
con el Ser de seres, re-viviscencia de los aspectos más profundos, hermosos y
significativos de la esencia de los seres vivos. Y hablo de los seres vivos, y
no solamente de los seres humanos, porque en algunos animales he notado también
esos momentos de plenitud, de gratitud hacia ese Supremo Bien que intuyen (cada
cual según su capacidad cerebral y sus propias experiencias de vida).
Espiritualidad es cultivo
del espíritu, es cuidado del alma. En consecuencia, entre más viva la
espiritualidad, más fuerte la religión. El alma que busca crecimiento,
efectivamente, añora el contacto con el único ser que le puede dar cohesión,
madurez y acercamiento a lo sagrado: Dios, el gran desconocido de las épocas
recientes (en las que, no por casualidad, ha crecido geométricamente la
patología mental).
Esa espiritualidad que se
forja en la fe, en la piedad y en la devoción, siempre teniendo como meta a
Dios (anhelando la reconexión con Él, si se ha perdido, y el fortalecimiento de
la misma, si ya se tiene), es la que permite la religión, la renovación de esa
relación con lo más bello y sacro.
El espíritu se va haciendo
cada vez más religioso, en la medida en que desea cada vez estar más tiempo con
Dios. Entra entonces en una espiral hermosa, en la que así como añora
amorosamente un contacto cada vez más íntimo y constante con el Señor se ve
impelido hacia Él, renovándose, recuperando la plena salud; a su vez, al
afianzar su relación con Él se llena de una fe, una piedad y una devoción cada
vez mayores. La espiritualidad se enmarca en un contexto religioso, en un deseo
de estar junto a ese Dios eterno, excelso, desbordantemente amoroso y dador de
vida. Por eso es un absurdo desligar espiritualidad de religión.
Así como la religión es la relación
con el Señor (el Sumo Bien, el Amor Perfecto, la Suprema Bondad), y la espiritualidad
es cultivo y perfeccionamiento del espíritu (sólo posible en esa relación), la fe
es la llama que mantiene vivo ese cultivo del alma. La fe, a su vez, va de la
mano con la piedad y la devoción, que engloban el cumplimiento de los deberes
para con ese Dios con el que se busca una buena relación. Fe, piedad y devoción
se concretan no solamente en ritos o símbolos como los que describió Mircea Eliade,
sino también en la oración, en la vivencia de lo religioso, en el contacto con
lo sagrado, y, por supuesto, en el estudio mismo de las manifestaciones del
Señor en el mundo físico (que nutren, tan sólo en el campo de la Medicina,
millares de historias clínicas).
Para nadie es un secreto que
un creyente tiene menos probabilidad de suicidarse que un ateo o un agnóstico,
o que necesita menos dosis de antidepresivos que ellos, o que resuelve más
fácilmente los conflictos que ellos. Por eso en la actualidad los buenos
psiquiatras, y en general los buenos médicos, no dudan en recomendarles a sus
pacientes que trabajen en sus aspectos religiosos (aquellos que los reconectan
con Dios, y les permiten sobrellevar mejor las vicisitudes y los sufrimientos
propios de la existencia humana, y que también potencian la alegría y la
sensación de plenitud y sentido).
Quienes pertenecemos de
lleno al siglo XXI tenemos bien claro que sin lo religioso el ser humano queda
mutilado, escindido, huérfano, reducido y proclive a los desórdenes
psiquiátricos. No es casualidad que los estudios clínicos y las estadísticas de
todos los países del mundo muestren de manera consistente que quienes tienen una
religiosidad bien desarrollada sean menos propensos al suicidio, al homicidio,
a las adicciones, a los trastornos de ansiedad y a las depresiones
refractarias.
Tampoco es casualidad que en
muchos “Estados de bienestar” en los que a la vivencia de Dios se le relega a
un segundo plano, y en los que se vive una persecución mal disimulada
(jurídica, gubernamental, disfrazada de discurso “incluyente”, hipócrita) de
los que profesan una fe, existan cifras tan alarmantes de suicidio y otras
patologías mentales. Si se le niega al hombre la posibilidad de relacionarse
con el Señor, se le empuja al desequilibrio, a la enfermedad y a la muerte.
Dos de los mejores
psiquiatras de todos los tiempos, Carl Gustav Jung y Viktor Frankl, al ser
conscientes de la carnicería que se vivió en el siglo XX por culpa de aquellos que
creyeron que sólo lo material y lo económico eran suficientes, y que se
dedicaron a atacar o minusvalorar lo trascendente, fueron claros y enfáticos a la hora de hablar
de las bondades de lo religioso, tanto en el ámbito de la psicoterapia como en
el de las familias y las comunidades.
3. La psicoterapia formativa es plenamente consciente de la importancia
del matrimonio y la familia.
Ante el caos social
provocado por los ataques a los matrimonios y a las familias, que no ha hecho sino
triplicar la tasa de trastornos de personalidad, y la aparición de sujetos
profundamente alterados, resentidos y egoístas, vale la pena rescatar estas dos
instituciones que no solamente son imprescindibles para que sobrevivan las
sociedades, sino también la Humanidad misma.
Con respecto al matrimonio y
la familia, la neoposmodernidad también se enfrenta claramente a su antecesora,
la posmodernidad conflictualizada y limítrofe de la segunda mitad del siglo XX.
Después de los horrores vistos en los Estados socialistas, en los que las
familias eran fragmentadas y los niños eran sometidos a crueles procesos de
adoctrinamiento, y del caos y las perversiones de las familias descompuestas y
recompuestas de forma defectuosa de las generaciones hippie y yuppie, no es de
extrañar que las personas que hoy en día tienen entre 15 y 35 años sean
abanderadas de volver a vivir con intensidad en pareja y en familia.
Otra consecuencia de este
despertar religioso del siglo XXI será que las personas tenderán a cuidar mejor.
Aparecerá una ética del cuidado, o del cariño, en la que el prójimo (hombre,
animal o planta) y la propia persona serán adecuadamente protegidos y cuidados.
Disminuirán las tristes estadísticas de maltrato y violencia al interior de las
familias.
Espero que ese modelo
decadente, claramente maligno, que se ha difundido por todo el mundo gracias a
la globalización (el del ególatra pendiente de su bienestar y sus posesiones
materiales, negligente con su matrimonio y con sus hijos, consumidor de cultura
light y desinteresado de todo lo que
no esté relacionado con su confort y su placer), sea superado muy pronto. Deseo
que aparezca un hombre nuevo, solidario, comprometido, pacífico, volcado a la
protección de su familia, y de las otras familias de su entorno.
Si la Humanidad entera
consigue conectarse de forma cada vez más fuerte con ese Dios eterno que trae
armonía y equilibrio, que es Supremo Bien y Suprema Belleza, las predicciones
catastróficas de algunos científicos y pensadores podrán evitarse. El
reencuentro con la Divinidad permitirá reconectarse con la pareja, con la
familia, con el prójimo (aún aquel desconocido con el que nos cruzamos en la
calle) y con la naturaleza, y permitirá volver a respetarlos y cuidarlos. Reconocer
a Dios en los demás seres, tal como indicaba Jesucristo, posibilitará el fin
definitivo de todas las formas de violencia.
En conclusión, la psicoterapia
formativa entiende que la vida y la historia de cada ser humano adquirirá
fuerza, plenitud, coherencia y trascendencia en la medida en que se desenvuelva
lo religioso, vivido como espiritualidad encaminada a una religión, una
re-conexión con el Sumo Bien. Las prácticas religiosas (tendientes a consolidar
y robustecer la amistad con Dios) permitirán formar personas sanas, armónicas,
equilibradas y capaces de vivir en sociedad. Una nueva ética, la del cuidado
del prójimo (categoría que incluirá a todos los seres vivos), guiará todas las
acciones humanas. El redescubrimiento, en la psicoterapia, de ese Dios-Amor del
que habla Joseph Ratzinger (y, por ende, de todo lo sagrado, lo puro, lo bello
y lo sublime, que completan, estructuran y dan sentido a la vida del hombre)
hará realidad la meta que a todos los psiquiatras nos convoca: la salud mental.
David Alberto Campos Vargas
Médico
cirujano-Pontificia Universidad Javeriana.
Especialista
en Psiquiatría- Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo-Universidad
de Valparaíso
Neuropsiquiatra-Universidad
Católica de Chile
Filósofo-Universidad
Santo Tomás de Aquino
Estudiante
de Teología Obispado Castrense de Colombia
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