PSICOTERAPIA FORMATIVA EN EL
NOVIAZGO
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Cada
pareja es un dinamismo hacia la plenitud existencial. La psicoterapia formativa
entiende al
noviazgo como escuela de amor, y asume
que Dios (el Amor total) llama a vivir la vida de pareja a partir de unos valores trascendentes,
superando los intereses materialistas y hedonistas y la banalidad de la cultura
light.
Es
innegable la base natural, biológica e instintiva de la atracción. Todo nace
ahí. Esa chispa, esa sensación energética especial que genera el conocer a la
persona con la que se desea formar pareja. Pero ese apenas es el primer paso.
Es un grave error creer que la relación se puede quedar ahí, en la simpatía y el
interés físico. Quienes caen en dicha trampa, quedan empantanados en un círculo
vicioso de animalidad, sufrimiento, deseo, urgencia, inseguridad y
sintomatología psiquiátrica variopinta e inagotable.
El
siguiente nivel consiste en entender que debe dársele una mística especial a la
relación: del simple gusto entre dos personas se debe llegar a la conciencia de
que se necesitan un hombre nuevo y una mujer nueva, dispuestos a amar,
compartir y madurar. De la pulsión básica llegamos entonces al compromiso de
una relación de adultos, en la que la búsqueda de la felicidad propia va unida
a la búsqueda de la felicidad del otro.
En
consecuencia, en el proceso terapéutico se han de cultivar el estar atento al otro
(escucharlo, acogerlo), aceptarlo en sus aspectos positivos (dejándole vivir su
singularidad, sus valores y su proyecto de vida, sin tratar de anularlo,
someterlo o desdibujarlo) y acompañarlo en sus luchas por corregir y mejorar sus
aspectos negativos. Es decir, los novios deben estar dispuestos a morir juntos
a lo viejo (el egoísmo, las pataletas, la pretensión de que el mundo se debe
acomodar al individuo, y otras conductas infantiles) para resucitar a lo nuevo
(asumir la realidad del otro amándolo, creyendo que siempre es posible mejorar
y vivir más plenamente el Evangelio).
En virtud
de la transferencia positiva, la alianza terapéutica, la fuerza del vínculo y
la sinergia paciente-terapeuta, tanto los novios como el psicoterapeuta
formativo irán aprendiendo a ser cada vez más generosos (a darse sin reservas y
sin interrupciones), a ser más empáticos (librándose de la instrumentalización
de la pareja y del vivir en función de sí mismos), a abrir el corazón en las
pequeñas y en las grandes cosas, a descubrir y reconocer bondad en el otro, a
cultivar la asertividad y la amabilidad en las interacciones, a gestionar las
emociones de forma cada vez más apropiada y adecuada.
Pero ahí
no termina el avance. La pareja que inicia un proceso de psicoterapia formativa
entiende que Dios (el Amor) se da/se dona, y que se trata de imitarlo en el
amor generoso de pareja. Por Dios, el Amor, el hombre es. Es el amor lo que nos
hace ser y existir. El ser humano no podría ser sin amor. Donarse al otro, y
acoger el don del otro (recibir a la persona del otro, sin prejuicios, sin
sospechas: como ese prójimo al que Jesús nos enseñó a amar), debe llevar a la
dicha del ser y existir en plenitud.
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Pero hay
también días de borrasca. El noviazgo implica compromisos: fidelidad, lealtad,
vivir pendiente del otro, ser cada vez más detallista, pensar en términos de
pareja sin renunciar a las metas que cada uno tiene como individuo, perdonar, incrementar
la tolerancia y la paciencia, aceptar concesiones, hacer esfuerzos de toda
índole. Y, a veces, dichos compromisos pueden agotar (especialmente a quien
está viviendo su primer noviazgo maduramente).
Lo
primero es saber que “crisis” no significa “ruptura”. Los problemas surgen
inevitablemente, como en toda relación. Pero, salvo un escollo grave (violencia
y otras formas de maltrato, físico o verbal; infidelidad; engaño; desfalco o
estafa; conducta irresponsable que ponga en riesgo la vida del otro), los novios
deben perdonar, permanecer y perseverar. De eso se trata el amor. No hay un
prójimo perfecto, pues la perfección es un atributo exclusivo de Dios. Lo que
hay es una persona humana, con todas sus luces y sombras (logros, fracasos,
habilidades, taras, aprendizajes y deficiencias); en consecuencia, hay que comprender
y ayudar con ternura, cuando se descubran sus debilidades y flaquezas.
Resulta
fundamental reconocer lo que se hace bien en pareja, y verbalizarlo. De este
modo, lo imperfecto no empaña lo que los novios han construido. El
psicoterapeuta formativo sabe que ellos son los protagonistas, pero participa
activamente en esa triada terapéutica, y contribuye con su saber de distintas
maneras: elogia lo que hacen correctamente, recuerda las veces en las que ellos
han superado otros problemas, trae a colación anécdotas y experiencias de su
propia vida de pareja que puedan serles de utilidad, estimula a cada novio a
tender puentes, vibra y los mueve a expresar (con asertividad, claridad y
precisión) qué puede ser mejorado o transformado.
Si hay
desavenencias, la psicoterapia debe sembrar semillas de paz y diálogo. Todos
tienen que saber que con amor se ayuda a curar y a crecer, y que tienen la
tarea de llevarse mutuamente a la plenitud. No sirve atrincherarse en posturas
defensivas, ni hacer proyecciones (poniendo en el otro lo que corresponde a
uno), ni mucho menos quedarse en una posición de rencor o de reversión de la
perspectiva. En cada sesión se debe recordar que el amar conlleva a una
donación tierna y leal, constante, en la que se comparten tareas y trabajos, en
la que crecen y se potencian ambos miembros de la pareja.
El
tratante ha de fomentar todos los caminos y estrategias que ayuden a los novios
a establecer una relación de equilibrio, respeto, sencillez y comunión. Entre
todos deben alentar y desarrollar la gratitud (por lo que el noviazgo significa
y la plenitud que permite, por lo que produce el amor, por lo que la vida de
pareja ha llegado a despertar, por lo que el otro ha hecho en términos de
esfuerzos, sacrificios, superaciones, logros y perfeccionamientos),
agradeciendo a Dios por la dicha de haber recibido el don del otro.
Frente a
las dificultades, los novios deben recurrir al Señor, fuente imperecedera de
toda fuerza y de todo poder. La oración individual y en pareja les dará
serenidad y mente lúcida, capacidad para reflexionar y discernimiento para
esclarecer cada vivencia.
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En cuanto
a la sexualidad, el noviazgo permite comprender que lo masculino y lo femenino
se complementan y potencian en una conjunción que crea una nueva entidad: el ser
pareja, el ir juntos, captando la grandeza de ser hombre y de ser mujer,
valorando las diferencias y superando los prejuicios que el machismo y el
hembrismo han sembrado en el inconsciente colectivo.
La vida
sexual en el noviazgo está encaminada a la comunión entre los cuerpos, al
gozoso descubrimiento del otro, a la potenciación de la ternura, a la
consolidación de la identidad sexual (y con ello, al cohesionamiento del
sí-mismo). Es de las cosas más bellas y gratificantes, pues la vivencia
satisfactoria del encuentro sexual fortifica y reafirma la satisfacción de ser
hombre y de ser mujer en cada integrante de la pareja. Como preparación para la
sexualidad del matrimonio, va permitiendo “ser para el otro” (el hombre para su
mujer, la mujer para su hombre) superando el “ser para sí mismo” típico del
narcisismo de la niñez y la adolescencia.
Además de
ser un llamado a la comunión y un paso en el camino hacia la plenitud de la
existencia, la aventura exploratoria de la sexualidad entre novios refuerza el
placer de estar y compartir en pareja, favorece el crecimiento mutuo, mejora el
estado de ánimo, permite la expresión de amor, previene la aparición de
trastornos de ansiedad, ayuda a superar el estrés, se constituye en expresión
de amor, da placer y gratificación, enriquece el intercambio al interior de la
pareja, corporaliza la aceptación y la acogida del otro, reafirma los otros gestos
de cariño y bondad por el otro, permite el sentirse aceptado, querido y único.
Esta
sexualidad entre novios incluirá los flirteos, las salidas, los momentos de
coquetería y las citas propiamente dichas, así como los besos, los abrazos, las
caricias y otros momentos cargados de magia (juegos, encuentros furtivos, bailes,
etcétera). Es decir, será una sexualidad no genital (no coital). Lo idóneo es
que la sexualidad genital se dé sólo en el matrimonio, o por lo menos, en las
etapas finales del noviazgo (cuando ya no se habla simplemente de novios, sino
de prometidos), como una preparación para la vida sexual matrimonial. Es un
hecho que la mayoría de las personas adultas hubieran querido iniciar su
sexualidad coital con la persona con la que llegaron a casarse, y vivir el
inicio de la genitalidad de manera menos chabacana, traumática y banal a como
usualmente se hace. Casi todos hubieran querido su “primera vez” mucho más
romántica, memorable, significativa y hermosa que la que tuvieron, y ojalá en
el marco de una unión sacramentada y un compromiso serio. De otro lado, gran
cantidad de momentos de zozobra, carreras frustradas y embarazos no deseados en
niñas y adolescentes, derivan de que muchas parejas de novios sean sido
incapaces de diferir el coito hasta la adultez y el matrimonio.
Ahora
bien, si se da también la vida genital en el noviazgo, resulta útil que la
pareja sea muy consciente de los riesgos que está corriendo, y se asesore
médicamente. Planificar con métodos anticonceptivos adecuados, idealmente
combinados (por ejemplo, método hormonal sumado a método de barrera) es la
mejor manera de prevenir tanto un embarazo infanto-juvenil como la atrocidad de
un aborto (que no es más que el asesinato de un ser humano completamente
indefenso y vulnerable). Y, por supuesto, además de protegerse, vivir la
coitalidad en espíritu de monogamia, manteniendo la fidelidad a toda costa,
haciendo de esa comunicación corporal una ofrenda y una auténtica celebración
del amor de pareja.
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El
noviazgo es también un bonito entrenamiento que ayuda a cimentar la
espiritualidad conyugal posterior. Ahí se aprende a orientar la vida hacia Dios a
partir del hecho de vivir de a dos, gozando la vivencia del amor humano pleno
inspirado en el amor divino. Ser novio o novia es abrirse a la posibilidad de
entender que hombre y mujer están hechos para amarse, ayudarse,
complementarse y cuidarse mutuamente, para ser reflejo del amor infinito del Señor
(que se sirve de esta realidad natural para irradiar Su amor).
El psicoterapeuta formativo ha de
ser muy respetuoso con las creencias de los novios. Por lo general, los
adolescentes son agnósticos o por lo menos sumamente críticos con todo tipo de
corrientes religiosas. Lo importante es que descubran, en completa libertad,
que Dios habita y transfigura el amor de pareja (la forma de amor humano que el
Sumo Bien escoge para mostrarnos cómo es el amor que Él tiene por la
Humanidad), y que el noviazgo está llamado a ser presencia y síntesis de todas
las otras expresiones de amor humano.
Dicho fortalecimiento de la vida
espiritual debe dar otros frutos, igualmente deseables: mantener viva la
admiración y el cuidado del uno por el otro, incentivar el cultivo del ser y el
perfeccionamiento de ambos, dar la posibilidad de ser cada día “nuevos”
(mejores), permitir la transformación progresiva de la conducta para dar
respuesta a las necesidades verdaderas del otro, elicitar comportamientos
positivos y benéficos (mirarse con cariño, descubriendo cada vez más lo mejor
del otro; aprender a perdonar cada vez más fácil; verbalizar todas las cosas
buenas que se van haciendo cada vez más patentes en la vida de pareja;
bendecirse; divertirse juntos), compartir y dialogar a diario, hacer de la
bondad una norma de vida, tener empatía y misericordia en cada interacción.
Descubriendo/expresando el amor hasta
en las cosas más pequeñas, los novios irán cimentando una religiosidad fecunda
(que trasciende las simples muestras externas de piedad, los rituales y la
fachada ceremoniosa), con plena confianza en la providencia de Dios. Haciendo
ejercicios espirituales, oración, convivencias y retiros espirituales en
pareja, lograrán dejarse transformar, como pareja, por el Amor Perfecto. En
consecuencia, detectarán a tiempo qué preocupa o causa sufrimiento al otro, y
ayudarán a corregir la situación lo más pronto posible, venciendo caprichos,
negligencias y otras manifestaciones de egoísmo. Es decir, discernirán el
querer de Dios para el servicio y el acompañamiento mutuos, lejos del
narcisismo y de cualquier tipo de inflación psíquica.
La espiritualidad en el noviazgo es
también ir encontrando cada vez nuevas alegrías, compartiendo el camino
mientras se saborea, darse siempre nuevas oportunidades (pues la buena vida
religiosa va de la mano con el saber que siempre hay lugar para el perdón, la
comunión y el perfeccionamiento). puede mejorar, convertirse, perfeccionarse.
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Con la psicoterapia formativa aflorará
lo mejor al interior de la pareja de novios, y ellos irán logrando: a) expresar
con palabras, gestos y actitudes, ese amor generoso y completo al que los
invita Dios, Sumo Bien y Amor Pleno; b) hacer de cada día una celebración, un
oasis, un ágape; c) comprometerse con causas y movimientos nobles, contribuyendo
con sus recursos (no sólo económicos, sino también intelectuales, emocionales,
éticos y de personalidad) a la construcción de un mundo bello, justo y en paz;
d) vivir en el amor, por el amor y para el amor, siendo luminosos en medio de
una sociedad que le apuesta a la oscuridad, siendo grandes frente a una cultura
light intoxicada de materialismo, hedonismo y superficialidad; e) abrirse a los
demás con amor solidario y ayuda efectiva, para compensar la mezquindad y el
individualismo imperantes.
Ese amor irá encendiendo la fe. Y
será una fe potente, vigorosa, hecha para encender sus corazones en deseos de
cambiar el mundo y anticipar algo de la bienaventuranza y la justicia del Reino
de los Cielos. Los novios se lanzarán entonces a una actividad coherente y
organizada de apoyo a todos los que estén afligidos, necesiten cooperación o
sean discriminados. Su cotidianidad estará llena de audacia para ayudar, coraje
para cambiar lo que debe ser cambiado (los males que aquejan al hombre,
especialmente la violencia), y eficacia en la construcción de una nueva
realidad (pacífica, armónica y justa).
Y ese amor y esa fe, traerán
esperanza. Lejos de la desesperanza y sus ramificaciones (la inercia, el
derrotismo y la pusilanimidad), que suelen estancar hasta a los mejor
intencionados, la pareja tendrá confianza y certidumbre en su misión, sabrá
cuidarse y sabrá cuidar, emprenderá sus acciones con determinación y logrará
múltiples victorias en todos los escenarios en los que se desenvuelva, porque
ver a una pareja que se ama y quiere transmitir su amor a todas las demás
personas, resulta francamente inspirador.
Llenos de fe, amor y esperanza en
un mundo mejor, los novios aprenderán a ser cada vez más hospitalarios y
abiertos, más sensibles frente al sufrimiento humano, más valientes a la hora
de luchar contra todos los tipos de injusticia, más solidarios y dispuestos a
compartir sus bienes, recursos y talentos. Y compensarán con creces el triste espectáculo
de tantas parejitas egoístas y encerradas en sí mismas, atrapadas por la indolencia
y la indiferencia.
Referencias
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David Alberto Campos Vargas
Médico cirujano - Pontificia Universidad Javeriana.
Especialista en Psiquiatría - Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsicólogo - Universidad de Valparaíso
Neuropsiquiatra - Universidad Católica de Chile
Filósofo - Universidad Santo Tomás de Aquino
Teólogo – Obispado Castrense de Colombia
Cómo citar este artículo: Campos Vargas, D.A. (2022) Psicoterapia Formativa en el Noviazgo. Revista Virtual de Psicoterapia Formativa, agosto de 2022.
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