miércoles, 6 de julio de 2022

PSICOTERAPIA FORMATIVA DE GRUPO, por David Alberto Campos Vargas


PSICOTERAPIA FORMATIVA DE GRUPO


David Alberto Campos Vargas, MD*


Introducción


La psicoterapia formativa también puede hacerse en un formato de grupo. Sus objetivos, alcances y herramientas son los mismos, aunque el esquema general varía atendiendo a las peculiaridades propias de este tipo de psicoterapia.

Mi experiencia con la psicoterapia formativa de grupo se remonta a 2015, cuando empecé a trabajar con pacientes que estaban en proceso de rehabilitación de drogodependencia. En 2016, inicié a trabajarla también con los pacientes hospitalizados en instituciones psiquiátricas. A partir de 2017, la empecé a realizar también con pacientes con infección por VIH (virus de inmunodeficiencia humana), estudiantes universitarios, pacientes con cardiopatías y miembros de la Sociedad de Psicoterapia Formativa. Y desde 2021, con organizaciones de distintos campos (empresas, grupos académicos, equipos deportivos, condominios, vecindarios y grupos parroquiales).

Creo firmemente en la utilidad de los procesos grupales, por su formato especial (que permite movilizar fenómenos psíquicos positivos con gran intensidad, situación muy provechosa para quienes desean una nueva forma de ser y estar en el mundo), por la facilidad con que mueve y motiva al cambio, y por el hecho de que permite ayudar a varias personas al mismo tiempo. 


Elementos


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Se puede conceptualizar brevemente el proceso así: a) hay un escenario específico, el escenario G (de Grupo); b) el psicoterapeuta formativo y el grupo funcionan como una diada (y cabe señalar que el principio sistémico de que “el todo es más que la suma de las partes” tiene plena vigencia), y, en efecto, se viven los fenómenos de empatía, deseo de ayuda, transferencia, contratransferencia, alianza terapéutica y sinergia terapéutica con una gran intensidad; c) hay una peculiar amplificación de los anteriores fenómenos, por movilizarse gran cantidad de energía psíquica (son muchas las almas que se encuentran, vibran y comparten emociones, pensamientos y vivencias en una sesión grupal); d) así como se da esa relación de gran intensidad entre el doctor y el grupo, se vive también, en menor intensidad, una relación entre él y cada uno de los demás asistentes: el hecho de que el todo sea más que la suma de las partes, o de que psicoterapeuta (y coterapeutas) y grupo terminen funcionando como una diada terapéutica, no extingue del todo la individualidad de cada uno de los miembros del grupo, y por eso hay particulares momentos de consonancia y disonancia de cada miembro con respecto al grupo, así la sesión vaya por buen camino y resulte provechosa para dicho miembro; e) todo grupo puede aprender, crecer, formarse y transformarse, y también el psicoterapeuta (y de sus coterapeutas, si los hay); f) la sinergia terapéutica es tan potente, que las posibilidades de transformación y avance hacia la plenitud existencial pueden alcanzarse a mayor velocidad que en otros escenarios; g) la psicoterapia formativa de grupo no excluye otros encuentros: con un mismo paciente se puede realizar psicoterapia formativa individual si asiste solo, psicoterapia formativa de pareja si asiste con su cónyuge, y psicoterapia formativa de grupo si se encuentra en una situación grupal; h) la psicoterapia formativa de grupo es compatible con otras psicoterapias (de tal modo que un paciente que esté recibiendo una terapia X, de cualquier modelo, con un terapeuta Y, puede también beneficiarse y sacar provecho de ella); i) la psicoterapia formativa de grupo puede combinarse con otros abordajes a nivel hospitalario (terapia ocupacional, psicoeducación, meditación, deporte, actividades lúdicas, consejería, dirección espiritual, farmacoterapia, musicoterapia, técnicas de relajación, etcétera), siempre y cuando el grupo tenga bien claro cuándo y cómo se desenvuelve cada encuentro: el encuadre será de preferencia fijo, con dos sesiones semanales en un horario previamente acordado, siempre; j) cada proceso es único, cada sesión es única, y cada momento al interior de cada sesión es único.  

Las características propias de la psicoterapia formativa pueden resumirse en estos conceptos: plenitud, sentido de vida, realización existencial, transformación, trascendencia, integración, armonización, cohesión, ecualización, transmutación, sinergia, empatía, aprendizajes significativos, praxis, ética, diálogo y forja del carácter; en todos ellos, está siempre presente el concepto de formación. Por eso hablo de una psicoterapia formativa: entiendo el proceso psicoterapéutico como una obra eficiente, de efectos positivos duraderos, hecha para cohesionar el self y reconstruir la personalidad, con logros medibles en el tiempo y de largo alcance; de este modo, la psicoterapia formativa de grupo no sólo está diseñada para remover aspectos psicológicos que causen sufrimiento (al grupo en general y a cada paciente en particular), sino especialmente para que el grupo encuentre y transite la senda de la plenitud existencial. Por eso está hecha para transformar, reestructurar y renovar el psiquismo y llevarlo lo más alto y lo más lejos posible, teniendo en cuenta los dinamismos propios de la formación.


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¿Qué hace un psicoterapeuta formativo en el escenario G? Apoya y es apoyado, ayuda a crecer y crece, permite que el grupo encuentre su rumbo y reestructure sus concepciones y su conducta. Siembra paz donde hay discordia, permite la integración en donde encuentra hostilidades, torna la timidez en activa participación, convierte la inercia en dinamismo, levanta los ánimos caídos, permite una salida agradable de la rutina (en el hospital, en la empresa, en el vecindario, en el centro de rehabilitación), invita al cambio y él mismo cambia, lleva la esperanza a quienes se encuentran abatidos (o en quienes ya la familia o el mismo personal sanitario dan por “casos perdidos”), permite y promueve la apertura a la trascendencia, contagiando de optimismo, siendo un instrumento de mejoría en la medida en que él también mejora como persona.

Obviamente, el psicoterapeuta formativo de grupo debe ser empático, moralmente intachable, espiritualmente y bondadoso. Sabiendo identificar y usar a favor de la formación integral de cada miembro como individuo, y del grupo como una realidad total, las distintas dinámicas grupales conscientes e inconscientes, despejará el camino y permitirá que aflore todo lo que da sentido y color a la vida. Su altura moral, pureza y religiosidad harán que el contacto corporal con sus pacientes (en el momento de la oración grupal, al terminar la sesión), lejos de poder ser malinterpretado, sea entendido por ellos como afecto solidario, coherente y genuino.    

El grupo aprende a conocer al terapeuta, y éste conoce y comprende al grupo. De ahí que, aunque el humor y la alegría son bienvenidos, nadie se faltará al respeto. Dicho conocimiento mutuo exige dedicarle todos los recursos psíquicos a cada sesión (y por eso el psicoterapeuta formativo debe procurar sosiego a su alma, llevar una vida agradable y cómoda, estar bien alimentado y bien descansado, y, sobretodo, tener una fuerte vida religiosa), interesarse de verdad por la vida y el bienestar de cada miembro, establecer un vínculo sincero. Su honestidad y consecuencia resonarán en sus pacientes, y tendrá credibilidad y cariño de parte de ellos. De este modo, todos compartirán, se apoyarán y vibrarán de un modo especial, muy apto para la transformación y la cura.


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Así como no entiendo por qué tantos teóricos insisten en que una psicoterapia es dolorosa, o que la introspección ha de implicar siempre una especie de experiencia traumática, y he encontrado en miles de pacientes que la cosa es bastante distinta (se gozan el proceso terapéutico, lo disfrutan, le sacan todo el provecho posible, y agradecen y se sienten felices con cada toma de conciencia), tampoco le encuentro sentido a la afirmación, lamentablemente muy difundida entre psicólogos y psiquiatras, de que en el encuentro con el grupo hay que sortear todo tipo de escollos y animadversiones. A lo largo de mi carrera he visto, por el contrario, que se entra muy fácilmente en sintonía, porque a la gente le gusta que uno quiera ayudar, sea genuino y disfrute lo que hace.

El psicoterapeuta formativo, al vivir los valores del Evangelio, siente una especial conexión con todos los seres humanos que sufren; desea acompañar y apoyar, y se la juega por ellos. No hay cabida para prejuicios ni estratificaciones, pues todos ellos son personas humanas, hijos de Dios, y tienen esa dignidad particular. Más allá de su camino previo, muchas veces tortuoso (en centros para el tratamiento de adicciones he conocido a hombres y mujeres repudiados por la sociedad, en virtud de un pasado de hurto, prostitución, terrorismo, sicariato, estafa, o cualquier otra cara del delito), ve en ellos lo que son en realidad: criaturas del Señor, verdaderos hermanos, y se esfuerza por darles el trato exquisito y profesional que todo ser humano merece. 

Como buen terapeuta, estudiará y cultivará su espíritu todos los días, para ofrecerle al grupo todas las herramientas que sean de utilidad para vivir en plenitud; se entregará, dando lo mejor de sí, ofreciendo su saber y su tiempo con generosidad; está muy atento a lo que hace, y buscará la perfección en su labor, pues quiere ser útil; estará dispuesto a formar y formarse; ejecutará la maniobra que le sea más benéfica al grupo en cada momento de la sesión (incluso si ello implica flexibilizar y hasta modificar el plan con el que había preparado el encuentro); tendrá en cuenta los aspectos familiares, comunitarios y colectivos (y aún los estratos más profundos y arcaicos del psiquismo, como los del inconsciente colectivo), para brindarle al grupo la mayor cantidad de recursos para triunfar, alcanzar la felicidad y realizarse. 

Al tener la alegría de llevar una firme y sólida vida espiritual, el psicoterapeuta formativo llegará a cada sesión precedido de esa lucidez y serenidad que sólo son posibles en quien tiene una buena relación con Dios y valora lo trascendente. Y, de este modo, su actuación será juiciosa y sensata (aunando teoría y práctica, planificación e improvisación, técnica e intuición, razón y fe, ciencia y arte, respeto al encuadre y flexibilidad, precisión diagnóstica y versatilidad terapéutica), conectará con el consultante y establecerá pronto una alianza terapéutica, llevará a cabo su misión de manera cariñosa, respetuosa, responsable y adecuada.


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En la psicoterapia formativa se tiene la certeza de que todo ser humano puede transformarse para bien, vivir cada vez mejor, ser feliz y realizarse plenamente. Y como se considera que en todo paciente está la posibilidad de cambio, se brinda libertad y espacio suficiente para que cada quien descubra su camino, con total autonomía. El grupo hace su búsqueda. El psicoterapeuta está también en la suya. Muchas veces sus búsquedas se encuentran y entrelazan y potencian (especialmente por obra de la sinergia terapéutica), pero en otras, las diferencias, las singularidades y los rasgos distintivos (siempre bienvenidos, porque nada más propenso a los totalitarismos que las homogeneidades), harán que cada quien realice su proceso de forma personalísima.

En línea con lo anterior, sucede muchas veces que cada paciente decida enfocarse en aquellos aspectos del proceso psicoterapéutico que sean más concordantes con sus necesidades e intereses más profundos. Si bien todos (también el psicoterapeuta) han de alcanzar los objetivos de la psicoterapia formativa de grupo (la plenitud existencial, la felicidad, el verdadero sentido de la vida, la reconexión con Dios y lo sagrado, la formación integral, el logro de una cosmovisión nueva, los aprendizajes significativos, la mejoría en la calidad de la vida, la integración armónica del psiquismo, el desarrollo equilibrado y ecualizado de las distintas dimensiones de la personalidad, la redefinición de la existencia encaminada a la aprehensión de la completitud, la salud mental y la totalidad, la forja de una personalidad virtuosa en cada uno de los pacientes, el logro de una nueva filosofía de vida, la praxis que lleva a la transformación, la optimización de los aspectos relacionales y contextuales, la mejoría en las distintas habilidades psicológicas, el desarrollo de los talentos y las potencialidades), es un hecho que cada paciente tiene todo el derecho a centrarse más en lo que percibe que le hace más falta (por ejemplo, el ejecutivo que quiere mejorar las relaciones con sus compañeros de oficina se enfocará más en mejorar sus habilidades interpersonales y elevar su inteligencia emocional, la madre que ha logrado superar su adicción y recuperar su familia se enfilará hacia la praxis transformadora y el restablecimiento de los vínculos, el adulto joven que desea triunfar en su carrera y dejar un legado se encaminará por el logro de aprendizajes significativos y el desarrollo de una personalidad equilibrada y ecualizada, la adolescente que busca un sentido para vivir hará hincapié en los distintos modos de realización personal y reconexión con lo trascendente, etcétera).  

Los procesos de construcción y reconstrucción del psiquismo están dados, pero implican una corresponsabilidad: el terapeuta y el paciente aportan sus saberes, sus experiencias y sus habilidades, constituyendo un equipo. El paciente es el protagonista, sin duda alguna, pero el tratante tiene que arrimar el hombro y hacer también su rol (de coequipero, guía, consejero, tutor, cuidador, amigo, maestro y escudero, y todas las demás funciones que requiera desplegar en beneficio de que el paciente lleve una existencia plena); la responsabilidad no está ni inclinada hacia el doctor (como sucede en casi todas las vertientes de la terapia cognitivo-conductual, en el coaching, en la hipnosis, en la atención plena, en la terapia dialéctico-conductual, y en las diversas técnicas actualmente de moda, como EMDR o imaginación guiada) ni hacia el consultante (como sucede en casi todas las vertientes psicodinámicas y psicoanalíticas, que incurren en errores como el de hacer del tratante un mero testigo pasivo del proceso, o como el de menospreciar herramientas tan valiosas como la consejería o la espiritualidad). En este aspecto, la psicoterapia formativa está hermanada con la terapia sistémica, el psicodrama, la terapia humanística, la terapia gestáltica y la terapia centrada en el cliente: se ubica en el centro, exigiendo a ambos, paciente y psicoterapeuta, un papel activo.

De lo anterior deriva que en la psicoterapia formativa el grupo no está a merced del terapeuta, ni lo ve como un líder político o religioso (uno de los defectos más deletéreos de la teoterapia y de las “terapias de motivación”), ni mucho menos depende de él. De hecho, al tener un encuadre fijo, claro y bien establecido, el grupo sabe que arranca la sesión y la lleva a cabo, aún en ausencia del psicoterapeuta (que puede sufrir un accidente, un imprevisto o cualquier otro tipo de percance), pues tiene ya claros los objetivos terapéuticos y se autorregula con disciplina y eficiencia. Obviamente ocurre rarísimas veces, y es siempre una circunstancia excepcional, pero un buen psicoterapeuta formativo sabe que, si ha hecho bien su trabajo, el grupo ha madurado lo suficiente, y se las apañará sin él en una sesión. 

También es cosa cierta que el terapeuta no está a merced del grupo, no se deja mangonear ni apabullar por él; no hay cabida para la manipulación ni el chantaje, ni mucho menos para la anarquía. No es ni siervo ni esclavo (como suelen fantasear algunos pacientes, especialmente aquellos con trastorno de personalidad narcisista o sociopático), y tiene la autoridad que da el saber. Es el experto. Tiene el conocimiento, tanto por sus estudios como por su experticia. No es una “excursión de colegiales”, no es un “campamento de vacaciones”, no es una “actividad recreativa” de hotel. El encuadre y los límites están dados, claramente definidos. El psicoterapeuta formativo cree en la democracia, el liderazgo horizontal y la corresponsabilidad, y sabe hacer equipo (con el grupo, y con cada uno de los miembros del mismo), pero está revestido de una especial dignidad: es el tratante.


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El que asiste a psicoterapia formativa de grupo sabe (o lo descubre rápidamente, en los primeros encuentros) que busca una sólida estructuración de la personalidad: allí donde hay inseguridades, asuntos no resueltos, duelos mal elaborados y carencias del psiquismo, pronto empezarán a emerger respuestas, soluciones, crecimientos y transformaciones. El self pobremente constituido irá cohesionándose y fortaleciéndose cada vez más. El miedo a hablar en público o a mostrarse dará paso a una espontaneidad y una confianza sucesivamente mayores. La dificultad para socializar e integrarse se convertirá en apertura, tolerancia y capacidad para el diálogo. Los temores al juicio o al rechazo se tornarán en seguridad y alta autoestima. La indiferencia y la insolidaridad serán sepultadas por la empatía, la comprensión del prójimo y el deseo de ayuda. 

Alguien podría argumentar que tiene un self bien cohesionado, una personalidad bien estructurada, y hasta una salud mental envidiable (sí, muchos se ufanan de ello… aunque suelen ser víctimas de una falta de introspección lamentable). Aún si ese fuera el caso, a nadie le sobra una reestructuración. Las neurociencias han mostrado, en miles de estudios, que quien no aprende cosas nuevas y se queda estancado en los mismos patrones mentales, termina anquilosándose, enfermando y acercándose a la muerte a velocidad pasmosa. Si ya hay una adecuada (o, al menos, aceptable) organización, vale la pena una reorganización.

Volver a pensar, y volver a pensarse a sí mismo, tiene un sabor especial en el contexto de una terapia de grupo. Se convierte en una fascinante aventura. Cuando cada uno de los participantes repiensa aquello que en algún momento quiso dar por sentado porque le pareció “indudable” o “incontrovertible”, va descubriendo una enorme cantidad de basura mental que lo limitaba y anclaba a emociones, pensamientos, fantasías y conductas que impedían la plenitud existencial. La reflexión y la praxis filosófica de la psicoterapia formativa le permitirán librarse de dichos residuos, y empezar a pensar sin ataduras: con creatividad, curiosidad y disposición a aceptar las cosas sin encasillarlas en esquemas previos. 

Catapultado así a la libertad y la originalidad, cada miembro del grupo entenderá que tiene una nueva oportunidad en la vida: que, literalmente, puede re-nacer y re-crearse. Y el grupo, como un todo, sentirá esa energía peculiar que alienta y aviva los grandes momentos: se lanzará con todo hacia la transformación que anhela.


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Formación. Un buen clínico entenderá a cabalidad el proceso terapéutico si logra captar todas las dimensiones de dicho concepto. No hay grupos malos, ni condenados al fracaso. Simplemente hay grupos esperando encontrar esa magia.

El psicoterapeuta formativo entiende y valora la belleza de pensar. Y desea despejarles el terreno a todos los que concurren a la sesión de grupo, para que puedan también descubrirla, experimentarla y disfrutarla. Sabe que no podrá ahorrarles el camino, por supuesto, pero sí puede mostrarles dónde inicia. 


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Del re-pensar y re-pensarse, de la redefinición y la reintegración terapéuticas, surgirá la forja y la construcción de un psiquismo encaminado a la felicidad, la realización y la plenitud. 

Todo grupo quiere un cambio. Y dentro de lo que se quiere como cambio, hay deseos explícitos (los que el grupo suele verbalizar) y deseos implícitos (los que el grupo no verbaliza usualmente, pero está ahí, y aflora con cierta frecuencia). Estos últimos, usualmente inconscientes, están íntimamente ligados con los objetivos de la psicoterapia formativa de grupo (de hecho, he ido identificando dichas metas terapéuticas en la medida en que conozco cada vez mejor el inconsciente personal y el inconsciente colectivo de mis pacientes).

Si el grupo está compuesto por personas con adicción al alcohol y otras sustancias psicotóxicas, explícitamente desea llevar una vida de satisfacción, sobriedad, lucidez mental, productividad y equilibrio, así como recuperar la funcionalidad y las buenas relaciones con su entorno. Si lo integran pacientes con enfermedades médicas, todo apunta a la adaptación, la recuperación y el reinventarse en la nueva condición, así como mostrar a la sociedad que aún se puede ser útil, exitoso y creativo. Los que padecen algún trastorno mental quieren superar el cuadro sindromático, recuperar su autoestima y empoderarse, moldeando de la personalidad alrededor de lo bueno, lo bello y lo razonable (y no alrededor del déficit o el sufrimiento). Los deseos explícitos de quienes son médicos, psicólogos, terapeutas ocupacionales o enfermeros rondan el autoconocimiento, la integración de la psique, el fortalecimiento de las inteligencias emocional y social, el aprendizaje y la posibilidad de expresarse libremente en un espacio en el que no serán juzgados. Los miembros de distintas organizaciones manifiestan que desean optimizar el liderazgo, la asertividad en la comunicación, el rendimiento y el clima laboral. Cuando se trata de equipos deportivos, suelen explicitarse deseos de victoria (coronarse campeones de un torneo, recibir una bonificación o un premio, evitar el descenso de categoría), avenencia, compenetración, relaciones inteligentes con los periodistas, autoimagen e incremento en el desempeño. Los grupos académicos verbalizan estar buscando integración para agilizar los procesos de estudio, investigación y producción académica, herramientas para el manejo del estrés y superación del miedo a hablar en público. Las comunidades parroquiales explicitan querer avanzar en el camino espiritual, disponer de material para ser más persuasivos y eficaces en su labor misionera, sublimar sus pulsiones o modificar los aspectos más oscuros de su Sombra. En condominios y vecindarios, las personas suelen querer llevarse mejor, entrenarse en comunicación asertiva, aprender a negociar y resolver conflictos de manera pacífica, y, en general, tener unos estilos de afrontamiento de las dificultades maduros y adaptativos. 

Dentro de los deseos implícitos hay cosas que a muchos grupos les cuesta reconocer, bien sea porque los consideran “inferiores”, ligeramente “vergonzosos” o no muy políticamente correctos. Lo interesante es que en la psicoterapia formativa pronto descubren que no tienen por qué cohibirse, que es preferible ser genuinos y francos a caer en un obtuso acartonamiento, que pueden estar muy por encima de los prejuicios, las limitaciones y las tonterías de la cultura light y la neoposmodernidad. Y dichos deseos implícitos empiezan a jugar a favor del proceso terapéutico, como potentes motivadores. Resulta fundamental que el grupo entienda que, si algo no atenta contra la ética, el mensaje esencial de Cristo (que hay que amar, perdonar y ayudar sin medida), ni el sentido común, así parezca algo trivial o inaceptable, y siempre y cuando sirva para inspirar y motivar, es bienvenido.  

Los deseos implícitos a los que las personas con adicción al alcohol y otras sustancias psicotóxicas le pueden sacar provecho son: mejorar su apariencia personal, rejuvenecer o al menos recuperar parte de los años de vida perdidos, llegar a ser “buenos partidos” para emparejarse nuevamente, recuperar la custodia de los hijos y demostrarles a los escépticos que sí podían salir de las tinieblas. Los pacientes con enfermedades médicas quieren sentirse vivos y poder volver hacer lo que hacían antes de la enfermedad (y por eso están dispuestos a llevar un estilo de vida saludable, modificar hábitos maladaptativos y llevar una buena adherencia al tratamiento).  Los que padecen algún trastorno psiquiátrico procuran tener salud mental para emparejarse, ser más útiles en sus sistemas familiares, y triunfar académica y laboralmente. Quienes son médicos, psicólogos, terapeutas ocupacionales o enfermeros quieren un espacio para hacer catarsis, adquirir conocimientos y hacerse expertos (para también tener fama y prestigio). Los miembros de distintas organizaciones implícitamente desean trabajar mejor para ganar más dinero, descansar un rato del trabajo rutinario y acrecentar los lazos de amistad y camaradería. Deportistas y entrenadores buscan celebridad, sentirse vigorosos y atléticos, y disfrutar de una conversación amena y relajada. Gran parte de quienes ingresan a grupos académicos andan a la caza de nuevas amistades (y, a lo mejor, del amor de sus vidas), un invento o una idea que les traiga riqueza y al mismo tiempo satisfacción moral, dejar un legado a las generaciones venideras y entretenerse de manera sana en su tiempo libre. A un alto porcentaje de miembros de comunidades parroquiales la psicoterapia de grupo les permite expresar ideas, sentimientos y posturas que serían fácilmente censurados en ambientes eclesiásticos; muchos también añoran superar tendencias “pecaminosas” (por ejemplo, el deseo de una persona prohibida, o la tendencia al rencor), así como la culpa, la ira y la vergüenza. Muchos de los grupos de vecinos que asisten a terapia quieren conocer gente nueva, o reforzar vínculos ya existentes, y usar la mayor compenetración lograda como una catapulta para sus carreras y negocios. 

Por supuesto, la terapia está enfocada especialmente en los objetivos de la psicoterapia formativa (plenitud existencial, felicidad, conexión con Dios, fortalecimiento de la dimensión trascendente y religiosa, formación integral, aprendizajes significativos, reflexión, redefinición, construcción de una cosmovisión nueva, forja de una personalidad equilibrada y virtuosa, integración armónica del psiquismo, praxis filosófica, optimización de los aspectos relacionales, sano desarrollo de todas las dimensiones del psiquismo). Pero las metas de cada paciente, y los deseos implícitos y explícitos que cada grupo tenga, lejos de ir en contravía con ellos, lo que hacen es reforzarlos y potenciarlos.   


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Aun cuando psicoterapeuta y grupo terminen funcionando como una diada terapéutica, la individualidad de cada uno de los miembros del grupo está preservada. Esto es algo favorable. El grupo no puede convertirse en masa, porque el proceso se desdibujaría y podrían darse, en los momentos de mayor intensidad emocional, situaciones francamente inadecuadas. Que cada paciente siga siendo una persona consciente, lúcida y sensata es deseable y permite alcanzar los objetivos de manera más contundente. 

A raíz de dicha conservación de la individualidad se dan momentos de consonancia y disonancia de cada miembro con respecto al grupo. Esto no tiene nada de malo. El buen psicoterapeuta debe ser consciente de que la sensatez del paciente va de la mano con su autonomía y su libre albedrío. En consecuencia, muchas veces vibrará con los otros y opinará en consenso, o se lanzará a hacer lo que los demás estén haciendo, con agrado y simpatía. Pero en otras ocasiones (los momentos de disonancia) uno de los pacientes preferirá discrepar, o al menos interpretar distinto cierto argumento dicho por otros miembros del grupo, o procederá a hacer a su manera cierta actividad grupal. 

El psicoterapeuta formativo, con delicadeza y prudencia, identificará estos momentos de disonancia del individuo frente al grupo, los respetará (siempre y cuando no generen discordia ni malestar al interior del grupo), procederá con tacto a suavizarlos (matizándolos, complementándolos, introduciéndolos dentro del contexto discursivo del grupo), y tenderá los puentes que hagan falta para que terminen siendo simplemente lo que son (disonancias), y no disputas ni actitudes antiterapéuticas.


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En todo grupo está la posibilidad de cambio, pues el hombre es un ser dinámico, con potencial para la evolución y el desarrollo. Aún si ha logrado un relativo nivel de salud mental, o una forma madura de ser y de existir, puede ser mejor: puede avanzarse en la consolidación, la potenciación y el fortalecimiento de los aspectos positivos del psiquismo. 

Como la psicoterapia formativa está encaminada a lograr la plenitud existencial, busca que grupo y terapeuta logren una redefinición de sí mismos, de sus conceptos y de sus relaciones (una cosmovisión nueva), y alienta a que ambos logren ser buenos (éticos, responsables, solidarios, comprometidos, virtuosos, reconectados con Dios y con sus aspectos más profundos, sublimes y trascendentes…en conclusión, personas bien formadas). Esto, en consecuencia, trae que tratante y grupo aprendan a vivir bien, usando a favor experiencia de vida, siendo capaces de reconocer en el otro a un prójimo que hay que cuidar (viviendo una ética del cuidado y del cariño), conectando con los demás de manera respetuosa, empática, responsable y solidaria, transmutando lo negativo de antaño en la construcción de un presente de progreso y un futuro de plenitud.

Como resultado, grupo y psicoterapeuta formativo irán más allá de la mejoría y el bienestar propios, e impactarán positivamente en sus familias y comunidades. Y, a largo plazo, contribuirán a que todas las naciones vivan según los más altos ideales de bondad, belleza, moralidad y virtud.


¿Cómo es un psicoterapeuta formativo de grupo?


En la Sociedad de Psicoterapia Formativa existen unos Estatutos, un Código de Ética, unas capacitaciones y una disciplina encaminados a lograr la máxima coherencia entre cada profesional en concreto y el ideal de buen psicoterapeuta.

El psicoterapeuta formativo de grupo es empático, justo y bueno: como se sabe responsable frente a Dios, frente a su conciencia moral y frente a sus semejantes, busca conocer y comprender a sus pacientes (quienes conforman el grupo), y logra establecer un vínculo sincero con ellos. Su honestidad, patente en sus gestos y actitudes, lo hace genuino y creíble. Vibra con el grupo, pues entra fácilmente en sintonía. Disfruta lo que hace, se divierte, porque está ayudando a los demás y realizándose a nivel vocacional. Crece cada día, en todos los niveles del psiquismo. Estudia y se actualiza constantemente, y dedica tiempo a su desarrollo personal, pues su interés es servir como instrumento de Dios en su labor sanadora. Se entrega, hace su trabajo con entusiasmo, busca que todos los miembros del grupo se enruten hacia la plenitud existencial. Es detallista y está atento a lo que hace, pues conoce los peligros de una contratransferencia inadecuada, y las ventajas de una transferencia, un vínculo y una sinergia terapéutica bien logrados.

A nivel técnico, el psicoterapeuta formativo está tan bien preparado que busca ser útil ejecutando la maniobra que le sea más benéfica al grupo en cada momento de la sesión, nadando con fluidez entre los distintos modelos terapéuticos (obviamente, sin perder su identidad y sin perder de vista los objetivos de la psicoterapia formativa, es decir, sin caer en un eclecticismo sin pies ni cabeza); siempre tratando de impactar también en lo familiar, comunitario y colectivo, mueve a cada uno de los miembros del grupo, y al grupo como totalidad, a un cambio en la forma de ser y de estar en el mundo que implique mejores relaciones interpersonales, mayor compromiso social, más proactividad y la construcción de un proyecto de vida en el que el servicio al prójimo y la práctica concreta de los valores del Evangelio.

Insisto siempre en la vida espiritual del psicoterapeuta, porque es el factor más poderoso para mantener la virtud, la serenidad, el equilibrio psíquico, el buen juicio y la lucidez mental. Nada tan eficaz para ir por la senda de la plenitud como la oración, la meditación, las lecturas edificantes, los retiros espirituales, la contemplación, en fin, todo lo englobable dentro de lo religioso. Y el grupo fluirá también en la medida en que explore y explote su religiosidad: vivirá cada vez mejor. La transmutación, la catálisis y la sinergia terapéutica, potenciadas, permitirán la salud, la reflexión fructífera, el desarrollo integral, la praxis duradera. Formación y plenitud. Formación para la plenitud.


¿Cuáles son las metas de la psicoterapia formativa de grupo?


1. Consecución de la plenitud existencial, la felicidad, el verdadero sentido de la vida.

2. Conexión con Dios.

3. Fortalecimiento de la dimensión trascendente y religiosa.

4. Constitución de un proceso pedagógico y formativo, una oportunidad para hacer mejores personas tanto a los pacientes como al terapeuta.

5. Logro de aprendizajes significativos.

6. Encuentro, en compañía de los pacientes, de una cosmovisión nueva.

7. Reflexión, pensamiento y reconceptualización, encaminados a la forja de una personalidad equilibrada y virtuosa en cada uno de los pacientes, y en el grupo como totalidad.

8. Logro de una nueva perspectiva existencial, una forma de ser y existir en el mundo distinta a la que se llevaba antes de empezar el proceso: una nueva filosofía de vida para el grupo.

9. Redefinición completa y conjunción armónica de todas las dimensiones del grupo.

10. Logro de un sano equilibrio entre las distintas facetas y tendencias del sí mismo en cada paciente (self integrado y ecualizado) y en el grupo (que tiene una personalidad propia, y que está llamado a ser una construcción bien ensamblada, funcional y estructurada).

11. Praxis. El grupo debe llegar, a partir del conocimiento, a la transformación. Tiene que lleva al terreno real y concreto todo lo logrado en el proceso.

12. Optimización de los aspectos relacionales y contextuales de los miembros del grupo (la inclusión de las parejas y las familias en el proceso, que permite la sanación de múltiples dimensiones a nivel sistémico).

13. Cohesión del sí mismo, individuación y formación: grupo y psicoterapeuta saldrán del proceso teniendo mucho más claro quiénes son, cómo quieren ser, de qué manera desean vivir y qué pueden hacer para mejorar sus vidas.

14. El psicoterapeuta formativo busca hacer de sí mismo el mejor instrumento para el tratamiento del grupo, y, en consecuencia, efectúa acciones que fomenten la formación y el desarrollo integral de todos, en el marco de una legítima alianza terapéutica y aprovechando al máximo la sinergia terapéutica.

15. En la psicoterapia formativa de grupo se da un crecimiento mutuo, dado que todos están abiertos a nuevos aprendizajes, nuevos esquemas mentales, nuevas formas de afrontar la vida.

16. Las funciones catártica, sostenedora, catalizadora, sanadora, pedagógica, reconstructora, analítica, sintética, motivadora, terapéutica, facilitadora y transformadora, aunque se dan en todos los procesos de psicoterapia formativa, tienen un modo único y singular de darse en cada grupo. 

17. El proceso está llamado a ser placentero o al menos agradable. La tradicional asunción de que la toma de conciencia, la introspección, el insight o la psicoterapia misma han de ser siempre dolorosos, difíciles y “duros”, está completamente superada en la psicoterapia formativa. La meta es que el doctor y el grupo disfruten del proceso, se sientan seguros y felices con cada avance, y descubran e integren los aspectos inconscientes o escindidos de su psiquismo con una satisfactoria sensación de logro.


Otras consideraciones en la psicoterapia formativa de grupo


La integralidad debe darse en lo teórico y lo técnico: se deben usar diversas miradas y herramientas según cada momento vivido en la sesión. El dinamismo de los grupos es enorme, y exige al psicoterapeuta desenvolverse con versatilidad y eficiencia.

Cada grupo es un mundo nuevo. El buen psicoterapeuta debe tener la mente abierta a la hora de abordarlo, y echar mano de distintos enfoques y distintas maniobras, de distintas escuelas, buscando el beneficio de sus pacientes. La terapia debe adaptarse a las necesidades del grupo.

La sinergia entre el grupo y el psicoterapeuta es innegable. El grupo influye en el terapeuta, así como el terapeuta influye en el grupo. Son equipo, se compenetran, complementan y ayudan.

El psicoterapeuta ha de ser un instrumento terapéutico que se dona y se convierte en catalizador del cambio y la transformación, en el grupo y en cada uno de los miembros del mismo.

No se requiere una parafernalia o de un lugar especial para la ejecución de la psicoterapia formativa de grupo. Basta un espacio limpio y seguro, sin contaminación visual o auditiva. Hasta el día de hoy, he obtenido buenos resultados trabajando con grupos de entre diez y veinticinco integrantes, en sitios al aire libre o en auditorios o salones. También puede hacerse usando la Telemedicina; de hecho, la virtualidad me ha permitido trabajar con equipos de trabajo y otros grupos con miembros que no están ubicados en la misma ciudad, o que tienen alguna dificultad para movilizarse o algún otro impedimento (por ejemplo, comorbilidades médicas). Una treintena de sillas (ojalá cómodas y ergonómicas) es el único mobiliario requerido, aunque no es algo indispensable si se trata de una locación campestre (en la que cada paciente puede hacerse en una litera o alfombra de yoga, o sentado en el césped); en la Teleconsulta, una plataforma segura y de buena calidad de imagen y sonido.


Contenidos de la psicoterapia formativa de grupo


Como he sostenido en otros ensayos y artículos, es deseable equilibrar lo espontáneo con lo esquemático, lo lúdico con lo solemne, lo intuitivo con lo racional. Obviamente el terapeuta ha de llegar a cada encuentro con una idea previa de lo que espera encontrar en dicha sesión, y ha de efectuar, antes de la misma, unas adecuadas preparación y planeación. Pero ellas no pueden ser camisa de fuerza. Si en algún momento aparece algo novedoso o inesperado que pueda ser utilizado para beneficio del grupo, el guion puede cambiar.

La clave está en ser sensatamente flexible, y vibrar con el grupo de tal forma que los asuntos a tratar en la sesión vayan surgiendo sin acartonamientos, sin sacrificar la espontaneidad ni el dinamismo propio de lo inconsciente que va aflorando en el momento menos pensado. Al mismo tiempo, recomendaría asegurarse que con el grupo se van a tener por lo menos doce encuentros (pudiendo ser, obviamente, muchos más; lo ideal, para tener un grupo muy bien formado, es lograr un vínculo de al menos cuatro años), para cumplir a cabalidad los ítems a desarrollar a lo largo del proceso.

Las metas de la psicoterapia formativa son universales. Todo tipo de pacientes, y todo tipo de grupos, se benefician de alcanzar sus objetivos (felicidad, verdadero sentido de vida, realización, reconexión con Dios y lo sagrado, sabiduría, logro de una cosmovisión nueva, aprendizajes significativos, mejoría en la calidad de vida, integración armónica del psiquismo, desarrollo equilibrado y ecualizado de las distintas dimensiones de la personalidad, redefinición de la existencia, completitud y totalidad, salud mental, forja de una personalidad virtuosa, una nueva filosofía de vida, praxis y transformación, optimización de los aspectos relacionales y contextuales, mejoría en las distintas habilidades psicológicas, desarrollo de talentos y las potencialidades, en fin, formación y plenitud), pero obviamente en ciertos grupos se pueden hacer determinados énfasis. 

Me he percatado que con grupos de drogodependientes en proceso de rehabilitación conviene enfocarse en el autocuidado, el rescate de las funciones yoicas, el fortalecimiento de habilidades sociales y comunicativas, la religión (entendida como religazón con lo divino), la adquisición de la capacidad de espera, la recuperación de las redes de apoyo social y familiar, la identificación y la transformación clara de los factores que provocaron el consumo o la recaída, la forja de una personalidad fuerte y disciplinada, el saneamiento de las amistades, la recuperación a nivel académico y ocupacional, el uso adecuado del tiempo libre y la adquisición de una devoción y una piedad robustas. 

Con pacientes crónicos, he visto muy pertinente trabajar la introspección y la conciencia de enfermedad, la construcción de redes de soporte emocional, la adherencia al tratamiento, la plena reinserción laboral, la reestructuración de la personalidad, la espiritualidad en la vida cotidiana, el rescate de los valores y las capacidades que favorecen la adaptación, la expansión del círculo social, la psicoeducación, el fortalecimiento de la fe, la identificación de síntomas de alarma y el favorecimiento de los aspectos sanos del psiquismo.

Las personas con enfermedades psiquiátricas se benefician enormemente de una redefinición completa de su condición, de tal manera que los símbolos y las asociaciones relacionados con ser excluido, padecer y sufrir, sean reemplazados por cogniciones y conductas de confianza, seguridad, conocimiento y control de la enfermedad, liderazgo y plenitud existencial. Resulta muy conveniente el retomar espacios de estudio, trabajo y vida social; para ello, el entrenamiento en inteligencia emocional y el empoderamiento resultan cruciales. Las estrategias sociopolíticas que el tratante y el grupo puedan realizar en aras de acabar de una vez por todas con todas las formas de discriminación son bienvenidas.

En cuanto al personal sanitario, el aporte de Michael Balint resulta tan eficaz como valioso. Sin embargo, como todo lo bueno puede ser mejor, he visto que añadir estos elementos resulta sumamente benéfico: entrenamiento en técnicas de relajación como los de Edmund Jacobson y Heinrich Shultz, la autohipnosis, el yoga, la imaginación guiada y la meditación; preparación en métodos de respiración profunda, atención plena y desensibilización de experiencias traumáticas; exploración y elaboración de distintos duelos (muchos de ellos, relacionados con el propio quehacer en instituciones hospitalarias); manejo inteligente de las finanzas; cuidados del cuidador; empleo inteligente del tiempo libre; optimización de las relaciones de pareja y familia; uso de la fe y la religiosidad como caminos de aceptación y resiliencia. 

Con los miembros de la Sociedad de Psicoterapia Formativa he ido descubriendo que todo lo anterior debe complementarse con el redescubrimiento de Dios y de la vida religiosa (frecuentemente ahogada por docentes obtusos en las Facultades de Medicina y Psicología), el uso inteligente de todas las vías que conduzcan a la instauración de un estilo de vida plenamente ético, sabio y virtuoso, el trabajo en la escucha activa, la asertividad y otras herramientas de comunicación, la capacitación constante en diversas habilidades y técnicas terapéuticas, el logro de la integración y la transmutación plenas (más allá del insight), la formación filosófica y teológica, la potenciación de la creatividad, la producción musical/artística/literaria, la práctica deportiva regular, y la dirección o asesoría espiritual a cargo de un sacerdote, pastor o consejero prudente, sensato, intachable, juicioso y honrado (ojalá también psicoterapeuta formativo).

Los deportistas se benefician singularmente del descubrimiento de otras propias capacidades y vocaciones “ocultas”, de las autoafirmaciones positivas, de la mejoría en las habilidades sociales, de la cuidadosa estructuración de la autoimagen y la autoestima, de las conductas de autocuidado, de las actividades extradeportivas y de todo lo que rescate su dignidad de la maraña de exigencias auto y heteroimpuestas, fantasías irrealizables y proyecciones enfermas de clubes, fanáticos, comentaristas y periodistas deportivos.

En el ámbito organizacional, he notado que sirven mucho el entrenamiento en comunicación efectiva e inteligencia emocional, la oración compartida al iniciar la jornada, las pausas activas y momentos de retroalimentación, los talleres y seminarios enfocados a mejorar el clima laboral, los estímulos académicos y sociales, las fiestas de integración (que deben incluir las familias de cada miembro de la organización, y estar libres de alcohol y otros tóxicos), los encuentros deportivos y lúdicos, los retiros espirituales, los paseos y los otros espacios de convivencia encaminados al conocimiento del prójimo.

En el trabajo con grupos de vecinos y comunidades parroquiales, resultan de utilidad las dinámicas de grupo que permitan: conocimiento de los demás e integración; formación en habilidades no técnicas y en el arte de la negociación; oportunidades de aprendizaje en autorregulación y gestión emocional; adquisición de elementos de cortesía, civismo y buenos modales; asertividad y amabilidad cada vez mayores; comunicación fluida, sin distorsiones ni sesgos; crecimiento espiritual y vivencia coherente de los valores éticos universales (bondad, honradez, amor, empatía, solidaridad, paciencia, gratitud, perdón, humildad, responsabilidad, prudencia, sinceridad, justicia, verdad, templanza, y, muy especialmente, un cuidado cariñoso del prójimo).

Por supuesto, todos los puntos anteriores, en esos grupos y en otros grupos terapéuticos (incluyendo familiares y cuidadores), tienen que estar en consonancia con las metas de la psicoterapia formativa, para lograr un proceso finamente ensamblado y eficaz.

Recomiendo a los psicoterapeutas hacer una buena oración (que ojalá incluya tanto meditación como plegaria), a solas, antes de cada sesión, y el ofrecimiento de la misma al Señor, que sabrá guiar y organizar todo a favor del crecimiento personal del grupo. También, al terminar el encuentro, una breve oración de agradecimiento (por lo general, a los pacientes les gusta mucho hacer la oración de la Paz compuesta por san Francisco de Asís).     

  

Conclusión


La psicoterapia formativa de grupo tiene múltiples aplicaciones y utilidades, y puede ser usada en diferentes escenarios clínicos. Teniendo en cuenta la necesidad de ofrecer una psicoterapia estructurada, completa e integral a diversos grupos de pacientes, resulta un modelo útil, práctico y eficiente, ampliamente versátil y de bajo costo.  


Referencias


Balint, M. (1986). El médico, el paciente y la enfermedad. Buenos Aires: Editorial Libros Básicos.

Balint, M. (1993). La falta básica: aspectos terapéuticos de la regresión. Buenos Aires: Paidós.

Bernard, M. (2006). El trabajo psicoanalítico con pequeños grupos. Buenos Aires: Editorial Lugar.

Bion, W.R. (2006). Experiencias en grupos. Buenos Aires: Paidós.

Kaës, R. (1995). El grupo y el sujeto del grupo. Buenos Aires: Amorrortu.

Kaës, R. (2000). Las teorías psicoanalíticas del grupo. Buenos Aires: Amorrortu.

Kaës, R. (2005). La palabra y el vínculo: procesos asociativos en los grupos. Buenos Aires: Amorrortu.

Kaplan, H.I., Sadock, B.J. (1983). Comprehensive Group Psychotherapy. Portland: Book News Inc.

Moreno, A. (2015). Manual de Terapia Sistémica. Bilbao: Desclée de Brouwer.

Moreno, J.L. (1966). Psicoterapia de Grupo y Psicodrama. México: Carlos Fuentes Editores.

Morin, E. (1998). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa.

Selvini, M. (1986). Al frente de la organización: estrategia y táctica. Buenos Aires: Paidós.


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David Alberto Campos Vargas


Médico cirujano - Pontificia Universidad Javeriana.

Especialista en Psiquiatría - Pontificia Universidad Javeriana

Neuropsicólogo - Universidad de Valparaíso

Neuropsiquiatra - Universidad Católica de Chile

Filósofo - Universidad Santo Tomás de Aquino

Teólogo – Obispado Castrense de Colombia


Cómo citar este artículo: Campos Vargas, D.A. (2022) Psicoterapia Formativa de Grupo. Revista Virtual de Psicoterapia Formativa, julio de 2022.


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