viernes, 4 de junio de 2021

APORTES TEOLÓGICOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA, por David Alberto Campos Vargas



APORTES TEOLÓGICOS  DE LOS PADRES DE LA IGLESIA


David Alberto Campos Vargas



Afraates

 

Vivió entre 280 y 345 d.C. Fue obispo en Mosul, Irak. Compuso exposiciones y homilías sobre la doctrina cristiana, recopiladas en sus Demostraciones. Insistió en que la salvación del hombre se da gracias a Cristo, el Mesías verdadero, que es Dios encarnado, y a Su sacrificio y Su resurrección. Señaló también que con la segunda venida del Señor iba a venir la resurrección de los justos.

 

San Agustín de Hipona

 

Este filósofo, teólogo, gramático, abogado y Doctor de la Iglesia vivió entre 354 y 430 d.C. Gran buscador de la verdad, este aplicado estudioso tomó la obra de grandes filósofos griegos (especialmente Platón, Aristóteles y Zenón), romanos (sobretodo Cicerón y Séneca), neoplatónicos (destacando a Plotino), maniqueos y gnósticos, y los confrontó con las Sagradas Escrituras y los textos de los Padres de la Iglesia que le antecedieron, produciendo un corpus de altísimo nivel filosófico y literario, sólido y contundente, que prácticamente delineó las bases de la Cristiandad. Puede afirmarse que es, junto a santo Tomás de Aquino, el gran intelectual del Catolicismo.

Estableció que los seres humanos tienen dos alternativas para llevar sus vidas: de acuerdo a su propia humanidad, o de acuerdo a Dios. En caso de tomar la primera alternativa, estaban sentenciados a tener una existencia limitada a lo meramente humano, llena de afanes, encaminada a los placeres materiales y muy susceptible de hacerse estéril y pecaminosa. En caso de elegir el camino de Dios, podían tener la dicha de una existencia en la verdad, equilibrada y estable, mucho más tranquila y llena de alegrías: una vida sublime, bien vivida, que permite además asegurarse una vida eterna de plenitud total junto al Señor.

Formuló la doctrina del pecado original, según la cual todos los hombres nacen con una mácula heredada de la desobediencia de los padres primigenios (representados por el relato del libro del Génesis como Adán y Eva), que se llenaron de arrogancia humana y le dieron la espalda a Dios. Esta mancha puede borrarse por el sacramento del bautismo (establecido por el mismo Jesucristo, como todos los demás sacramentos), y no estuvo presente en Jesús (por ser el mismo Dios encarnado, clímax de perfección).

También central en el sistema agustiniano es el concepto de libre albedrío, que le permite al hombre escoger entre lo que viene de Dios (y por lo tanto es bueno, apetecible y virtuoso) y lo que no (que es malo, indeseable, inmoral y pecaminoso). El Señor desea sólo lo bueno para los seres humanos, que son sus creaturas, pero ellos son libres de decidirse por él o no. Y ahí entra en juego otro elemento: la gracia. La gracia inclina el alma del hombre hacia lo que es correcto, hacia lo que es de Dios (el Sumo Bien), y lo mueve a la fe y a las buenas obras (a la salvación). Sin el auxilio de la gracia, al alma humana le queda muy difícil decidirse por el Bien.

En cuanto a su antropología, san Agustín concibió al hombre como un ser en el que se unían perfectamente cuerpo y alma: por eso, al mismo tiempo que arengó a sus oyentes y lectores a cuidar su alma (y, por lo tanto, su salvación), los exhortó también a cuidar y respetar el cuerpo. Los pecados, tan dañinos para el alma, son también nocivos para el cuerpo.

Postuló también que al inicio de la Historia humana, antes del pecado original, el alma y el cuerpo constituían un perfecto matrimonio: eran armonía. Pero, después de la caída, se convirtieron en oponentes. De este modo, la vida humana actual es una representación de un dramático combate entre el cuerpo y el alma: el primero quiere saciar la animalidad y se rige por la materia; la segunda, en cambio, busca retornar a ese momento de felicidad perdida en el que no estaba aún en conflicto ni encerrada por la materia.

El alma, en términos agustinianos, es una sustancia en sí misma, capaz de conocer, comprender y razonar en tanto que participa de la Razón Universal (Dios). Ella también es capaz de manejar el cuerpo. Para el santo, el momento exacto en el que el alma es infundida al cuerpo es un misterio sólo conocido por Dios, y ocurre en la formación del feto, en el embarazo, mucho antes del nacimiento.

Por lo anterior, igual que san Atenágoras de Atenas, san Basilio de Cesarea, san Clemente de Alejandría y Tertuliano, san Agustín condenó la práctica del aborto inducido, en cualquiera de las etapas del embarazo. Además, la procreación es uno de los bienes del matrimonio; el aborto frustra este bien, por lo que es moralmente malo. Y la tercera razón por la que se debe evitar el aborto es que es, en términos jurídicos, un tipo de infanticidio. En consecuencia, provocar un aborto es un acto claramente maligno.

Con respecto a la formación del universo, san Agustín propuso una visión cosmológica interesante: Dios, siempre existente (eterno), es distinto del universo (que tuvo un punto inicial, y, por lo tanto, no es eterno). Dios es el Creador; el cosmos, la creación. El universo, finito pese a su vastedad, tendrá un final así como tuvo un principio. El libro del Génesis no puede ser interpretado de forma literal, sino analógica y simbólica: la creación descrita ahí no es una descripción física, sino un relato metafórico de lo que ocurrió.

En cuanto a su eclesiología, el obispo de Hipona se opuso a la secta donatista (rigoristas fanáticos, que insistían en que la Iglesia debía ser “una Iglesia de santos y no de pecadores”, y por lo tanto, como los clérigos no eran impolutos ni santos del todo, por ser humanos, los sacramentos por ellos administrados carecían de validez) con su concepción de la Iglesia como una sola, católica (universal) y apostólica (fundada por Jesús de Nazaret, y continuada por sus discípulos y los discípulos de éstos, en una sucesión apostólica ininterrumpida), pero con dos aspectos: uno visible (la Iglesia en cuanto a institución, con una jerarquía, un clero, unas órdenes religiosas y un laicado) y uno invisible (la Iglesia triunfante, animada por el Espíritu Santo, incluyendo a todos sus miembros ya muertos).

En consonancia con lo anterior, san Agustín definió la Iglesia visible como el cuerpo de Cristo institucionalizado, establecido por el Señor para proclamar Su Evangelio (la clave de la salvación) y administrar Sus sacramentos, falible, susceptible de tener taras y ser pecadora en tanto que constituida y manejada por seres humanos (buenos y malos en su obrar, fuertes y débiles en su fe), pero con el claro deber de ser santa por el hecho de haber sido instituida por Jesús, Dios hecho Hombre.

La Iglesia, pues, no tiene que negarles a los pecadores la misericordia que enseñó el propio Jesucristo. No puede encerrarse, pues está llamada a la apertura. No puede pretender tener solamente gente “pura y santa”, sino que tiene que agradecer a Dios por su existencia, que permite la administración de los sacramentos y la difusión de la buena doctrina que salva, y que está llamada a acogerlos a todos, santos y pecadores.

Los sacramentos fueron también instituidos por el Señor a lo largo de Su paso por la Tierra, tal como se lee en las Sagradas Escrituras. Es evidente que muy pocas veces los encargados de administrarlos son santos, pero lo que se requiere no es que sean santos, sino que se encuentren en estado de gracia. Eso sí, sacerdotes y obispos que no se encuentren en estado de gracia no tienen autoridad ni poder para preparar y/o administrar los sacramentos.

La autoridad de la Iglesia está dada por su formación (ordenada por Cristo), por su misión (propender a la salvación del mundo entero, dando a conocer la verdad del Evangelio y administrando los sacramentos), porque sus obispos son los sucesores de los apóstoles, por su función (guía y maestra, depósito de la tradición apostólica) y porque sigue el primado de san Pedro y sus sucesores (los obispos de Roma).

En cuanto a lo escatológico, explicó que es un error tratar de fijar una fecha para la segunda venida del Señor o para el fin de la Historia.

San Agustín expuso que el destino eterno de las almas es determinado a la hora de la muerte, negando la predeterminación (no se nace condenado ni salvo de antemano, sino que la salvación o la condenación se dan a cada quien según como haya vivido); enseñó también que para las almas a las que no les alcanzaron la fe y las buenas obras para acceder al Cielo, pero que no merecen condenarse eternamente en el infierno, existe en Purgatorio, un estado intermedio de purificación después del cual el alma ya queda lista para ir al encuentro con el Señor.

Con respecto a la Virgen María, estableció que era la madre de Dios y que para ello había sido llena de gracia, y defendiendo además que conservó su integridad, su inocencia y su pureza toda su vida. María concibió siendo virgen, dio a luz siendo virgen y permaneció virgen por siempre. Estas ideas serían acogidas por el Concilio de Éfeso.

En lo referente a la interpretación bíblica, señaló que se deben leer las Sagradas Escrituras después de una oración ferviente pidiendo a Dios el auxilio de la recta razón y la inteligencia para entender las verdades de fe; afirmó además que en aquellos pasajes en los que el relato contradijera la ciencia o la razón natural, el texto podía ser interpretado metafóricamente.

Para san Agustín, la experiencia del Mal en los seres humanos radica en su propia naturaleza, debilitada y averiada por el Maligno desde los tiempos del pecado original y en sucesivos ataques a cada alma humana. A esta naturaleza defectuosa de antemano la llamó concupiscencia, o tendencia al mal y a la inmoralidad inherente al ser humano, que lo lleva a obrar actos pecaminosos aún a sabiendas de reconocerlos como tales.

En lo relativo a la Eucaristía, insistió en la presencia real de Cristo en dicho sacramento. Señaló que los cristianos debían tener fe en que las especies consagradas eran de hecho el cuerpo y la sangre del Señor, más allá de lo que pudiesen captar los limitados sentidos humanos.

Recomendó asiduamente dar libertad a todos los esclavos como un acto de piedad, y se opuso furiosamente al comercio de niños. También escribió en contra de los que se autoproclaman adivinos o los que hacen horóscopos, aduciendo que sólo Dios puede conocer lo venidero.

De su extensa obra sobresalen los libros: La Ciudad de Dios, Sobre la Doctrina Cristiana, De la Trinidad, Confesiones, Retractaciones (en las que corrige posturas y errores de sus libros de juventud), Del libre albedrío, Comentarios al Génesis, Comentarios a los Salmos, Comentarios a las cartas de san Pablo, Folios de Catequesis, Contra los académicos, Sobre el Maestro (un hito la historia de la Pedagogía), Tratados sobre el Evangelio de Juan, Advertencias sobre la interpretación literal del Génesis, Del matrimonio y la concupiscencia, Sobre la corrección y la gracia, De los cuidados a los moribundos y a los muertos, así como numerosas cartas y sermones.  

 

San Ambrosio de Milán

 

Su nombre completo era Aurelio Ambrosio; este Doctor de la Iglesia, abogado, literato, filósofo y teólogo vivió entre 340 y 397 d.C., y fue obispo de Milán desde 374 d.C. hasta su muerte. Como obispo vivió siempre de modo ascético, sobresaliendo por sus donaciones a los más pobres.  

Fue discípulo de Simpliciano y amigo personal de san Agustín de Hipona, a quien convirtió al Cristianismo. Cuando el emperador Valentiniano II, reconocido hereje, se puso del lado de los arrianos, san Ambrosio lo espetó de forma frentera y determinada. Al emperador Teodosio I lo excomulgó por la matanza de 7000 hombres en Tesalónica. De los Doctores de la Iglesia, pertenece a los cuatro originales (junto a san Agustín, san Jerónimo y san Gregorio Magno).

En sus escritos configuró la Ética Cristiana, definiéndola sobre los pilares de la caridad, el ascetismo, la veracidad, la honradez, el estilo de vida simple, la piedad y el amor a Dios sobre todo lo demás.

En cuanto a la liturgia, aconsejaba a los clérigos adaptarse a las costumbres de los distintos pueblos y no llevar un esquema demasiado rígido. Igual que Orígenes y Dídimo el Ciego, era consciente del carácter universal (y por ende, pluriétnico) de la Iglesia.

Fue también uno de los primeros mariólogos, insistiendo en que la Virgen María no sólo fue la más perfecta de las criaturas, sino también la madre de Dios encarnado. Defendió la idea de la virginidad perpetua de María.

Su cristología fue contundente: Jesucristo era el Verbo encarnado, absolutamente sin pecado, gracias a que era el mismo Dios perfecto, y concebido sin mancha por obra del Espíritu Santo. Jesús era Dios, y también el Espíritu Santo, y junto a Dios Padre configuran la Santísima Trinidad.   

Defendió la idea de que la salvación de Cristo sólo era posible si el hombre respondía a su llamado con fe y buenas obras. Tuvo también en muy alto concepto la virginidad y la pureza de corazón.

Dentro de su vasta obra destacan: Sobre la Fe, Sobre el oficio de los ministros, Sobre el Espíritu Santo, Sobre la Encarnación del Señor, De los Misterios, La muerte como un bien, Exposición del Evangelio de san Lucas, De la Penitencia, Del Paraíso, Santa María Virgen Perpetua en san Eusebio, De los Sacramentos, De los viudos, De los Vírgenes, Sobre la virginidad, Exhortación a la virginidad, Sobre el sacramento del Renacimiento, y unos fragmentos de Sobre Filosofía.

También escribió numerosos comentarios al Antiguo Testamento: El Hexamerón (sobre los seis días de la Creación), Sobre Noé, Sobre Elías, De Jacob y la Vida Feliz, Sobre Abraham, Sobre Isaac y el alma, Sobre Caín y Abel, Sobre José, Sobre Tobías, Sobre las oraciones de Job y David, De los Patriarcas.

San Ambrosio nos dejó también una Explicación de los Salmos, una Explicación sobre los Símbolos, tres oraciones fúnebres, 91 cartas, un breve Comentario de las Cartas de san Pablo, y numerosos fragmentos de sermones.

En el ámbito musical, introdujo a Occidente el uso de los himnos en la liturgia, cultivó el canto antifónico (llamado en su honor canto ambrosiano) y compuso muchos de ellos (han llegado hasta nosotros cinco). También compuso el Te Deum, para el día en que bautizó a san Agustín.

 

San Anastasio Sinaíta (San Anastasio del Sinaí)

 

Abad, teólogo y apologista. Se opuso a las herejías monotelista y monofisista, y fue el gran teórico de los ángeles de la guarda, a quienes definió como ángeles que el Señor asignaba a cada cristiano para su guía espiritual y su protección en todas las situaciones de la vida.

Consideró que así como los demonios servían al Maligno y trabajaban activamente para alejar a los hombres de la gracia de Dios, los ángeles (y especialmente el ángel de la guarda) se esforzaban por mantenernos haciendo el bien. Advirtió que el ángel de la guarda podía alejarse a causa de los múltiples pecados.

Escribió Guía del Verdadero Camino, Historia de los sínodos eclesiásticos, Comentario al Génesis, Sermón sobre la Eucaristía (en el que exhorta a comulgar dignamente, en estado de gracia), Libro de las Cuestiones (preguntas y respuestas sobre aspectos morales y exegéticos), Hexamerón y varias homilías. Murió el 700 d.C.

 

San Andrés de Creta

 

Vivió entre 650 y 740 d.C. Fue obispo, teólogo, predicador y compositor de himnos religiosos. Mudo de nacimiento, empezó a hablar de forma milagrosa el día que recibió su primera comunión. Destacó por la elegancia de su estilo en sus homilías. Como compositor, se le reconoce el haber creado numerosos cánones y odas para ser usados en la liturgia, en los cuales recreó numerosos pasajes de la vida de Jesús y de los primeros santos de la Iglesia.

Su obra maestra fue el Gran Canon, el canon más largo jamás escrito, con 250 estrofas que incluyen ejemplos del Antiguo y del Nuevo Testamento que invitan al arrepentimiento y a la humildad frente a Dios.

 

San Antonio Magno (San Antonio Abad, San Antonio de Egipto, San Antonio del Desierto, San Antonio el Anacoreta, San Antonio de Tebas)

 

Vivió entre 251 y 356 d.C. Fue uno de los Padres del Desierto, monje y erudito, verdadero modelo de fe, bondad y vida dedicada al Señor.

Fue el primer fundador de monasterios cristianos, maestro de san Macario el Grande y autor de una Carta al emperador Constantino, así como de numerosas sentencias recopiladas en el libro Dichos de los Padres del Desierto. Sólo salió del desierto a Alejandría en una ocasión, el año 338 d.C., para ayudar a refutar a los arrianos.

 

Arnobio de Sicca

 

Fue maestro de Lactancio. Escribió un trabajo apologético en siete volúmenes que san Jerónimo nombró Frente a las gentes. En él defendió al Cristianismo frente a la religión grecorromana, dedujo que el alma humana podía ganar la inmortalidad por el estado de gracia, insistió en que Dios era único y Buen Supremo.

Otras ideas que defendió fueron: el Cristianismo como religión verdadera, el paganismo como inmoral y lleno de vicios, los dioses paganos como seres ridículos y carentes de fuerza, la imposibilidad humana para predecir el futuro (con lo cual quedaban desacreditados “adivinos” y “hacedores de horóscopos”). En respuesta a la persecución ordenada por Diocleciano, compuso Contra los paganos. Murió en 330 d.C.

 

Arquelao de Carras

 

Obispo de Carras, célebre por haber vencido a los heréticos discípulos de Manes (los maniqueos) en un debate público en el 278 d.C.

Este obispo desenmascaró la falsedad de Manes, quien se autoproclamó “el último profeta enviado por Dios” y consideró que el cuerpo del hombre era del demonio mientras que su espíritu era de Dios y que todo era cuestión de ejercicios de ascesis para poder “liberar la luz interior” y no reencarnar más. Arquelao echó por tierra este burdo dualismo e insistió en que las prácticas ascéticas no eran suficientes para lograr la comunión completa con el Señor; además, advirtió sobre la falsedad de la reencarnación y sobre cómo el hombre no podía excusarse en ella para vivir de forma irresponsable y viciosa su vida terrena.

Frente a la creencia maniquea de la ausencia de responsabilidad humana por los males cometidos (supuestamente inevitables, por el dominio del Mal sobre el cuerpo y la vida del hombre), Arquelao insistió en que el hombre sí tenía voluntad y capacidad para hacer el bien.

 

Arquelao de Cesarea

 

Obispo de Cesarea y apologeta del siglo V. Combatió la secta de los messalianos o “euquitas”, quienes sostenían errores como que la esencia de la Santísima Trinidad podía ser visible al ser humano suficientemente entrenado en prácticas ascéticas, o que la salvación no precisaba de fe ni de sacramentos ni de pertenencia a la Iglesia, sino de la liberación “del mundo y las pasiones”. Los messalianos también se consideraban libres de cualquier obligación moral o disciplina, por su supuesta “experiencia de Dios en el interior de sus corazones”.  

 

San Atanasio de Alejandría (Atanasio el Grande)

 

Este teólogo, polemista y Doctor de la Iglesia vivió entre 296 y 373 d.C. Como obispo de Alejandría, hizo una valiente defensa de la divinidad de Cristo frente a los arrianos (que incluían numerosos obispos, presbíteros y diáconos en sus filas), y de la Iglesia frente a los emperadores arrianos Constancio II y Valente, y frente al emperador pagano Juliano el Apóstata. Por eso se le llegó a llamar “Atanasio contra el mundo”, y san Gregorio Nacianceno lo nombró “Pilar de la Iglesia”.

Como pensador y escritor, produjo las Cartas a Serapión (en las que defendió las verdades guardadas por la tradición de la Iglesia, frente a las novedosas herejías de su época), las Cartas concernientes a los decretos del Concilio de Nicea (en las que condenó el arrianismo, y proclamó abiertamente que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo compartían la misma dignidad, tenían plenitud de divinidad y constituían todos la Santísima Trinidad), una Exposición de los Salmos, una Carta sobre las Sagradas Escrituras en la que por primera vez se describe claramente cuáles son los textos del Canon bíblico (los 73 libros de la Biblia), así como algunas Oraciones contra los arrianos.

Su Defensa del Espíritu Santo consolidó la idea del Dios único conformado por tres personas distintas y dejó sin argumentos a los herejes macedonianos (quienes negaban la divinidad del Espíritu Santo), mientras que su libro Contra los ateos sintetizó la doctrina católica que se había ido forjando desde la fundación de la Iglesia por Jesús.

En La encarnación de la Palabra, san Atanasio explicó, de conformidad con san Juan Evangelista, que el Logos era eterno y por tanto existía antes de la creación del mundo, y que quiso encarnarse para hacerse hombre, siendo Dios, por un acto de infinito amor y de infinita misericordia, buscando que la Humanidad se redimiera de su caída y se reencontrara con la felicidad y la armonía perdidas.

También escribió numerosas exégesis bíblicas, una Carta al monje Draconte (en la que lo urgió, dado el peligro que corría la Iglesia en ese entonces, a tomar una postura más activa en la defensa de la sana doctrina y en su divulgación), una Carta a la Iglesia de Alejandría (en la que insistió en que reconocer a Jesús como hijo de Dios no era algo opcional sino algo indispensable para no caer en herejía) y una Vida de Antonio Abad.

Otros textos de san Atanasio fueron: Tratado de la Salud y de la Enfermedad, Discurso sobre la virginidad  y Sobre el amor y el autodominio. Se le ha atribuido también, aunque no hay consenso de todos los expertos, el Credo de Atanasio.

 

San Atenágoras de Atenas (Atenágoras el Apologista)

 

Vivió entre 133 y 190 d.C. Filósofo y escritor neoplatónico converso al Cristianismo, autor de una Apología (en la que, de manera sólida, defendió el monoteísmo y la grandeza de la Iglesia en contraposición a la decadencia de las costumbres romanas) y de un Embajada a favor de los cristianos (en el que se dirigió al emperador Marco Aurelio, también filósofo y tristemente célebre por su implacable persecución a los católicos, exponiéndole razones para cesar dicha infamia), además de un tratado llamado De la resurrección de los muertos.

 

San Basilio Magno (Basilio de Cesarea)

 

Este Doctor de la Iglesia, teólogo, escritor y obispo nació en 329 y murió en 379 d.C. Combatió a los seguidores de Arrio y de Apolinar de Laodicea (obispo amigo suyo, también contrario a Arrio, que incurrió a su pesar en herejía al postular que el alma racional de Cristo no tenía nada de humana y que Su cuerpo era una forma espiritualizada y gloriosa, distinta del cuerpo del resto de los hombres).

Junto a san Pacomio (fundador del monasticismo cenobítico cristiano) fue el gran impulsor de la vida monástica en Oriente. Estableció normas para la vida monástica, haciendo hincapié en la vida comunitaria, la oración litúrgica, el estudio de la Sagrada Escritura, los trabajos manuales y el cuidado amoroso de los pobres.

Escribió Sobre el Espíritu Santo probando la divinidad del Espíritu Santo y exponiendo la naturaleza de la Trinidad de Dios, y Refutación del impío Eunomio, obra en la que desnuda los errores arrianos.

Se conservan también muchos de sus sermones, así como algunos comentarios sobre la Pascua y la Creación. También algunos escritos referidos al culto de las reliquias de los santos, la importancia del estudio de los filósofos clásicos y de la literatura griega, y la necesidad de una interpretación de la Biblia más espiritual y menos literal.

Aunque algunos lo ponen en duda, la tradición le atribuye el haber escrito un tratado de moral (Moralia) y de una Estética. En el primero, señala que la ética cristiana nos llama a vivir las necesidades del prójimo como si fueran nuestras. En el segundo, llama la atención sobre el uso adecuado del lenguaje, que en su opinión debe ser bello, en especial cuando trate de la Suprema Belleza que es Dios.

También escribió 300 cartas, tocantes a la administración eclesiástica, la reforma de los monasterios y los usos correctos en la liturgia. 

 

San Beda el Venerable

 

Vivió entre 672 y 735 d.C. Historiador, hagiógrafo, escritor, filósofo, lingüista, científico y traductor, declarado Doctor de la Iglesia en 1899. 

Como comentarista bíblico, siguió el método hermenéutico alegórico, destacó por la altura filosófica y por la dimensión ética que encontró en la interpretación de numerosos pasajes. Prácticamente comentó todos los libros de las Sagradas Escrituras. Todos estos comentarios fueron incorporados en la Glosa Ordinaria del siglo XI. También escribió varias homilías sobre Adviento, Natividad y Pascua, y otras festividades. Dichas homilías fueron recopiladas y editadas por Pablo el Diácono.

Excelente conocedor del latín y de los autores grecolatinos, se propuso y logró traducir al inglés todos Evangelios. De hecho, en su lecho de muerte alcanzó a terminar de traducir el Evangelio según san Juan.

También nos dejó varios textos científicos: Del Tiempo, Del cálculo del tiempo, La razón temporal, y Sobre la naturaleza de las cosas. 

Como profesor de gramática, escribió un tratado Sobre el arte de la métrica y otro Sobre ortografía, y un célebre libro Sobre los esquemas y tropos en las Sagradas Escrituras. También escribió numerosos poemas, algunos de ellos siguiendo el estilo popular (canciones en lengua vernácula).

 

San Benito de Nursia

 

Vivió entre 480 y 547 d.C. Famoso por su santidad, su piedad, su caridad y su capacidad para hacer exorcismos.

Escribió la Regla para los monasterios benedictinos y fue el fundador del monasticismo de Occidente. Sobresalió por sus sermones y sus discursos invitando a la disciplina de la vida religiosa, el amor por el trabajo y el estudio, y la belleza del silencio reflexivo.

 

San Celestino I

 

Al parecer fue estudiante de san Ambrosio de Milán, y llegó a ser Papa en 422 d.C., sucediendo a san Bonifacio I.

Escribió numerosas cartas y exhortaciones apoyando las misiones, condenando herejías como el pelagianismo (que sostenía que el ser humano podía bastarse a sí mismo para salvarse, dado que el pecado original no alteraba su voluntad, y que el propio esfuerzo humano hacia el bien no necesitaba de ninguna ayuda divina) y el nestorianismo (que negaba la divinidad de Jesucristo e invitaba a llamar a María “madre de Jesús” y no “madre de Dios”), y combatiendo el novacianismo (que rechazaba la absolución y la reincorporación a la Iglesia de los que habían incurrido en herejía). En todos sus textos invitó a la reconciliación entre los cristianos, y a la aceptación de los pecadores sinceramente arrepentidos. Murió el 432 d.C.

 

San Cesareo de Arles

 

Vivió entre 468 y 542 d.C. Obispo, polemista y apologeta. Promotor del ascetismo y de la vida religiosa en Europa, célebre por sus sermones llenos de fuerza y fervor, de los cuales han llegado a nuestros días 250. En todos ellos es notorio su afán por mantener la sana doctrina frente a las numerosas corrientes desviacionistas y el celo por mantener en alto los valores del cristianismo y la educación del laicado, así como la lucha contra las prácticas sincréticas neopaganas. En dichos sermones también instó a que todos los creyentes, y no sólo los clérigos, conocieran cabalmente la Biblia y los comentarios de los santos, e invitó a que al interior de todos los hogares se hiciera la lectio divina a lo largo del día.

 

San Cesareo Nacianceno

 

Hermano menor de san Gregorio Nacianceno; fue un médico, astrónomo y político prominente que vivió entre 331 y 368 d.C. Cercano a la corte imperial en Bizancio, prefirió defender su fe católica a caer en la influencia del emperador Juliano el Apóstata y se opuso a sus intentos de restauración del paganismo. A la muerte del apóstata, regresó a Bizancio y fue nombrado por el nuevo emperador cuestor y recaudador de impuestos de Bitinia. Al poco tiempo prefirió dejarlo todo y dedicarse a la vida religiosa. Llevó de ahí en adelante una vida ascética, entregado a la oración y a las obras de caridad. Se le ha atribuido una colección de 197 Preguntas y respuestas.

 

 

San Cipriano de Cartago

 

Vivió entre 200 y 258 d.C. Obispo, autor y mártir. Destacó por sus habilidades pastorales y por su sólida educación clásica, rasgos bastante útiles en las luchas que sostuvo contra numerosas herejías. Antes de morir decapitado en la persecución organizada por el emperador Valeriano, pudo escribir Exhortación a los mártires.

Otras obras suyas fueron A Donato (monólogo acerca de su conversión, la corrupción del gobierno imperial y las decadentes costumbres romanas), Testimonio (una invitación a la vida cristiana, virtuosa y caritativa, como alternativa a la vida disoluta de los paganos), Tratado sobre la oración del Señor (acerca del Padrenuestro), Sobre los caídos (en la que recomendaba misericordia y oración para con los enemigos de Dios y de Su Iglesia), y La unidad de la Iglesia Católica, su libro más famoso.

Además se conservan unas 60 cartas suyas, en las que es visible su generosidad, su bonhomía y su celo apostólico, y una oración pidiendo la ayuda de los ángeles frente a los ataques demoníacos.

Se le atribuyen también a san Cipriano textos como: Sobre los espectáculos, La virtud de la modestia, El orgullo de los mártires, Sobre los montes Sinaí y Sión, y Contra los jugadores.  

 

San Cirilo de Alejandría

 

Este Doctor de la Iglesia vivió entre 376 y 444 d.C. Autor prolífico, santo varón y protagonista de numerosas polémicas cristológicas, en las que defendió con valentía las verdades de fe de la Iglesia. Como obispo de Alejandría (cargo que ocupó del 412 al 444 d.C.) e inspirado apologista, fue una de las figuras protagónicas del Concilio de Éfeso (431 d.C.).

Definió claramente a Jesucristo como verdadero Dios hecho Hombre, Verbo encarnado y Mesías, constituido para la redención de la Humanidad. A María la conceptualizó como Theotokos y madre de este Dios encarnado. Y a la Santísima Trinidad la comprendió como un solo Dios Todopoderoso, una sola naturaleza, una misma esencia y un mismo ser con tres aspectos distintos o hipostasis (subsistencias del mismo ser): Padre, Hijo (la instancia encarnada, el Logos hecho carne) y Espíritu Santo. 

Otro elemento fundamental de la cristología de san Cirilo de Alejandría es su hipótesis de los dos estados del Hijo: a) el estado previo a la encarnación, en el que era Logos o Verbo; b) el estado en el que asumió la encarnación, en la persona de Jesús de Nazaret. Este Logos encarnado tuvo plena naturaleza humana además de su plena naturaleza divina, y fue hombre en todo excepto en el pecado, y murió en la cruz para la salvación de todo el género humano.

Su espíritu de lucha frente a los distintos herejes de su época se materializó en todos sus escritos. Sus obras más célebres fueron: Comentarios al Antiguo Testamento, Diálogos sobre la Santísima Trinidad, Discurso contra los arrianos, Comentario al Evangelio de Juan, Comentario al Evangelio de Lucas, Convirtiéndonos en Templos de Dios, Resumen de la reunión con Juan de Antioquía, Contra las blasfemias de Nestorio (en cinco tomos), Cristo es uno y único, Escollos sobre la encarnación del Unigénito, Contra Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuesta, Tesauro, Tesauro contra herejes, Contra Juliano el apóstata y Tratado contra los sinusiastas. 

 

San Cirilo de Jerusalén

 

Este teólogo, polemista y Doctor de la Iglesia nació en 313 y murió en 386 d.C. Combatió los errores de los patripasianos (herejes antitrinitarios de Occidente, que consideraban que Dios Padre no compartía esencia con Jesús) y sabelianos (herejes antitrinitarios de Oriente, que sostenían que no había identidad sustancial entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo).

Escribió veintitrés exposiciones catequéticas mientras fue obispo de Jerusalén; dichas conferencias han sido clasificadas en Homilías de Catequesis y Catequesis Mistagógicas (relativas a los misterios del bautismo, la confirmación y la eucaristía). En todas ellas, insistió en que la vida de fe es el sello de todo miembro de la Iglesia fundada por Cristo, e instó amorosamente a los que se preparaban para el bautismo a conocer la Palabra del Señor y a amar los sacramentos por Él establecidos.

Defendió la idea de la igualdad de esencias entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; Jesucristo se ofreció sacrificialmente para la salvación de todos los hombres, por amor, y resucitó al tercer día, porque era Dios. Tan divino fue, según san Cirilo, que a sabiendas de que conocía todo lo que iba a ocurrirle durante Su pasión, mantuvo su fe y el plan salvífico intacto, aceptando amorosamente todas las circunstancias que rodearon Su juicio y Su crucifixión, y perdonando de corazón a todos los que lo agraviaron o traicionaron.

Otras pruebas de la divinidad de Jesucristo fueron, a su entender: a) el hecho de que no mostrara desesperación ni cobardía a lo largo de Su doloroso sacrificio; b) el hecho de que hubiera vivido sin pecado (algo que nadie más ha podido alcanzar); c) el hecho de que Su vida y Su muerte fueran completamente compatibles con las Sagradas Escrituras; d) la total coherencia entre Sus actos y Sus enseñanzas (en tanto que Su existencia fue un Evangelio e sí mismo).

En cuanto a su escatología, san Cirilo consignó algunos de sus pensamientos en su Carta a Constancio: la segunda venida de Jesucristo se daría en medio de guerras, terremotos y otras catástrofes, discordias al interior de la Iglesia y acciones del Anticristo. Después de este Segundo Adviento, en el que Jesús vendría con Su corte de ángeles a realizar el Juicio Final, se crearía un nuevo mundo a Su imagen.  

 

Clemente de Alejandría

 

Vivió de 150 a 215 d.C. Su nombre completo era Tito Flavio Clemente. Nacido en Atenas en un hogar pagano y formado en la cultura griega clásica, después de viajar por Grecia, Egipto, Palestina y Asia Menor se convirtió al Catolicismo. Al parecer, en estos viajes conoció y aprendió de teólogos ilustres como Atenágoras de Atenas, Taciano y san Teófilo de Cesarea.  

Como teólogo, fue discípulo de san Panteno, director de la Escuela de Alejandría y maestro de Orígenes de Alejandría y san Alejandro de Jerusalén. Todo indica que se casó, pero como aún no se había instituido el celibato obligatorio para los sacerdotes, fue ordenado hacia el 188 d.C. Durante la sangrienta persecución de Severiano (202-203 d.C.), abandonó Alejandría y vivió en Capadocia y Jerusalén, siendo desconocido el sitio exacto de su muerte.

Escribió varios trabajos de teología cristiana, pero también sobre mitología griega, esoterismo judeo-cristiano, gnosticismo, cábala y cultos mistéricos. Además, enseñó que la materia del universo era eterna y siempre había existido, independientemente de Dios, contradiciendo la doctrina de la creación a partir de la nada (Creatio ex nihilo) oficial de la Iglesia. Otro de sus errores fe creer que Jesús era en parte creado por el Padre, y por lo tanto, no eterno, contradiciendo a Juan Evangelista. Otra torpeza suya fue la de darles la razón parcialmente a los herejes docetistas, que creían que el cuerpo terreno de Cristo era una ilusión. Y otras dos fallas: creer que Eva había sido el resultado de una polución nocturna de Adán y que los ángeles podían tener sexo con las mujeres (cuando la enseñanza de la Iglesia es que los ángeles no tienen sexo). Es probable que todo lo anterior haya contribuido a que el cardenal César Baronio (1538-1607), acucioso historiador eclesiástico, haya aconsejado al Papa Sixto V removerlo del Martirologio Romano.

Pero más allá de estos escasos gazapos teológicos, de sus textos exóticos y de su afición por el ocultismo, hay que reconocerle a Clemente de Alejandría su esfuerzo titánico por establecer una teología cristiana sistemática, y sus numerosos aportes a la doctrina católica. De hecho, fue ampliamente leído y comentado por varios padres de la Iglesia, y ha sido abordado por numerosos teólogos, aún en el siglo XXI (el Papa Benedicto XVI hizo una elogiosa semblanza de Clemente en su audiencia general del 18 de abril de 2007).

Su obra maestra, una trilogía compuesta por Exhortación a los griegos (Protrepticus), Maestro (Paedagogus) y Miscelánea (Stromata), ofrece uno de los puntos más altos de la literatura, y al mismo tiempo, permite al lector una progresiva maduración espiritual.

En la Exhortación a los griegos, invitó a todos los griegos a unirse a la Iglesia y dejar el paganismo. Comentó que autores como Platón habían ido en el sentido correcto en cuanto a la búsqueda de la verdad, y que habían prefigurado la Verdad plena contenida en Jesucristo y la tradición de la Iglesia. De haber conocido el Evangelio, Platón no habría dudado en convertirse al Cristianismo, sugiere Clemente.

También invitó a los griegos a dejar los cultos idolátricos y el politeísmo, que no sólo son erróneos sino que también contribuyen a la inmoralidad. Cristo, el Logos encarnado, es el único hombre que ha tenido pleno acceso a la Verdad; por eso, su culto es válido para todas las naciones y culturas: la Verdad no puede quedarse en manos de unos pocos, debe ser universalizada y conocida por todos. Por eso la Iglesia es católica (universal).

En el Maestro, Clemente expuso que Jesucristo era el maestro de maestros, universalmente válido: un pedagogo para toda la Humanidad. El Cristianismo es la mejor y auténtica respuesta al amor de Dios. Cristo fue verdadera imagen de Dios y real manifestación del amor del Padre a todos nosotros. En consecuencia, imitándolo tendremos la salvación.

Escribió también que la salvación no hacía distingos de sexo, raza, cultura o nacionalidad: todos los hombres estaban llamados a ser salvos. Contradijo además la falsa presunción gnóstica de que bastaba el conocimiento esotérico para salvarse, insistiendo en que lo necesario para la salvación estaba en la fe en Cristo y las acciones por esta fe iluminadas (las obras coherentes con el Evangelio).

Propuso además una ética cristiana clara: caridad y respeto por el prójimo, buenas maneras, templanza en el comer y en el beber, sencillez (a la que consideraba consecuente con la simplicidad del monoteísmo), alegría, piedad, honradez, pureza en la vida sexual (en la que no había cabida para el desenfreno, la promiscuidad, la prostitución, el concubinato, el adulterio, la homosexualidad o el comercio), la primacía de la belleza del alma sobre la belleza del cuerpo, la búsqueda de buenas compañías (evitando gente inmoral y corrompida), desapego de los bienes materiales, inteligencia para no distraerse en tonterías y centrarse en Jesús y Su mensaje.

En su Miscelánea, Clemente de Alejandría opinó que la filosofía de los griegos y el respeto por la ley de los judíos habían sido incorporados y superados por el Cristianismo, en tanto que éste era la plenitud de lo filosófico y de lo moral. Insistió en que la Fe y la Razón eran perfectamente compatibles, exponiendo que los roles de la fe y de la argumentación filosófica eran complementarios y tendían a una misma Verdad Suprema: Jesús de Nazaret.

Propuso que el deseo de verdad era innato en el ser humano, y que la fe era el primer paso para recibir algo de la sabiduría del Señor: después vendrían la razón y la lógica para acompañar la fe en el camino hacia la Verdad, es decir, hacia Dios.

Consideró que la fe era voluntaria y personal, en tanto que se daba por una decisión autónoma y concienzuda. La fe jamás era irracional, pues está bien fundamentada en el conocimiento del Logos (Dios mismo), y entre más grande, más cercana a Él. Cuanto más cercana un alma a la Verdad, más accede a dicha Verdad, y más se acrecienta su fe.  

Hizo también un elogio del ascetismo, y de la vida religiosa en general, en tanto que permitían liberarse de las inútiles preocupaciones materiales y dedicarse al Señor, lo más valioso e importante de la vida. Advirtió que los ejercicios ascéticos de los que no creían en Cristo eran mera gimnasia sin sentido.

Con respecto al martirio, Clemente opinó que ningún cristiano debía temer la muerte, porque después de ella, si se había llevado una vida bien vivida (rica en fe y buenas obras, agradable a los ojos de Dios), se accedía al Reino de los Cielos. Sin embargo, advirtió a los que buscaban activa y voluntariamente una muerte por martirio (cosa usual en su época) que no respetaban el don de la vida, dado por Dios, y que en consecuencia no respetaban a Dios.

Pensó también que el Padre era el primer principio de todas las cosas, sin inicio ni fin, y que no podía ser conocido por los sentidos humanos. En cambio el Hijo sí podía ser cognoscible y accesible a los sentidos, porque era el Logos revelado. Pero el conocimiento sensorial de Cristo es irrelevante: lo importante es el conocimiento espiritual del Señor: Su mensaje, Sus enseñanzas.

Al final de su Miscelánea, Clemente manifestó que el hombre estaba llamado a corresponder el inmenso amor de Dios reverenciándolo. El buen cristiano es un trabajador en la viña del Señor, responsable tanto de su salvación como de la de su vecino. Asimismo, señaló que los herejes que dividían la Iglesia de Dios hacían un daño enorme, pues se condenaban a sí mismos y condenaban a otros (sus seguidores).

También escribió Salvación para el Rico (en la que explica cómo un rico puede salvarse: manteniendo la crítica frente a los efectos corruptores del dinero y despreciando actitudes de codicia y de idolatría a las riquezas, usando su riqueza para ayudar a sus vecinos y viviendo una vida conforme al Evangelio), Extractos de Teódoto (sobre la redención operada por Jesús, el Salvador, y las doctrinas gnósticas sobre la naturaleza de Dios y del hombre), Éclogas proféticas (sobre los intermediarios entre Dios y el hombre, la Creación y el fin de los tiempos), Hipotipos (un tratado cargado de ocultismo, simbolismo arcano y esoterismo, en el que sugiere que todo lo que hay en el mundo reproduce el rostro de Dios, y que el alma del mundo (el Señor) organiza todas las almas particulares, dejando su huella o impresión en ellas), Sobre el ayuno, Sobre la maledicencia, Exhortación a la paciencia, Canon eclesiástico (Contra los judaizantes), Sobre el matrimonio, Sobre la castidad, Sobre el alma, Sobre la profecía, Sobre la resurrección y Contra Melitón de Sardes. No se ha reconocido aún su paternidad sobre la Carta de Mar Seba, en la que el autor sugiere la existencia de un supuesto “Evangelio Secreto de Marcos”, más espiritual y lleno de simbolismos que el Evangelio canónico, presuntamente escrito por el evangelista mientras vivió en Alejandría.

Venerado como santo durante la Edad Media, Clemente fue removido del santoral de la Iglesia por el Papa Sixto V en 1586, pero sigue aún siendo santo para coptos, ortodoxos y anglicanos.

 

San Clemente I (san Clemente Romano)

 

Vivió del 35 d.C. al 101 d.C. Conoció personalmente a san Pedro, san Pablo y otros discípulos directos del Señor, y fue Papa después de san Pedro, san Lino y san Anacleto, y murió mártir al ser amarrado a un ancla y arrojado al Mar Negro durante la persecución ordenada por el emperador romano Trajano.

Escribió una Epístola a los Corintios (en la que estableció: la necesidad de respetar la jerarquía eclesiástica en tanto que ha sido instituida por los apóstoles de Jesucristo; las funciones de obispos, presbíteros y diáconos; la doctrina cristiana de la resurrección de los muertos; la primacía de Roma como corazón de la Iglesia; el uso litúrgico de la expresión Amén.

Combatió el gnosticismo (herejía que postula que la salvación no está en Cristo sino en la gnosis o conocimiento introspectivo, ya que el hombre es autosuficiente y se puede salvar a sí mismo, sin necesidad de Cristo) y el ebionismo (herejía que negaba la naturaleza divina y el nacimiento virginal de Cristo e insistía en continuar con el riguroso cumplimiento de los ritos y los preceptos judíos).

San Juan Clímaco (San Juan de la Escalera)

 

También llamado Juan el Escolástico y Juan el Sinaíta. Vivió entre 589 y 649 d.C. Abad del monasterio del Monte Sinaí y escritor. Famoso por su santidad, así como por un notable conocimiento de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia que lo antecedieron. El mismo Papa san Gregorio Magno le pedía que rezara por él.

Escribió Escalera al Cielo (Scala Paradisi), en la que expuso cómo cada persona va hacia Dios en un camino ascendente, en el que va fortaleciendo su fe y adquiriendo nuevas virtudes, sobreponiéndose a la propia naturaleza concupiscente y consolidándose en la oración y la lectura edificante.

También redactó un bello opúsculo, Al Pastor, lleno de consejos a obispos, sacerdotes y diáconos a propósito de cómo crecer espiritualmente y cómo guiar a las almas a la santidad haciendo una imitación de Cristo, el Divino Maestro.

 

San Cornelio

 

Fue Papa después del martirio de su predecesor, el Papa Fabián (251 d.C.), y supo guiar la Iglesia en medio de la brutal persecución de los emperadores Decio y Treboniano Galo. Por culpa de tan sangrienta represión ejercida por el Imperio Romano, muchos católicos se hicieron apóstatas, pues al renunciar a su fe conservaban la vida. Con respecto a la actitud de la Iglesia frente a estos apóstatas, llamados también lapsos (“caídos”), se enfrentó en sus cartas y homilías al presbítero y teólogo Novaciano.

Terminó de organizar la jerarquía eclesiástica, delimitó las funciones de los diáconos y los acólitos, ordenó que cada diócesis tuviera un exorcista, y a través de sus cartas pastorales hizo ascender a más de 50.000 el número de cristianos en Roma.   

Combatió al novacianismo apoyando la postura de san Cipriano de Cartago (que la Iglesia no podía volverse excluyente ni elitista, y debía acoger en su seno a los pecadores genuinamente arrepentidos), y mantuvo la unidad del Catolicismo frente al cisma de Novaciano, que terminó fundando la “Iglesia de los puros” (katharoi) o “cátaros”, una minoría de la cual se hizo elegir “papa”.  

Acusado por el emperador Trebonio Galo de “provocar desgracias en Roma” y de “ofender a los dioses”, fue encarcelado, torturado y finalmente decapitado el año 253 d.C.

San Cromancio de Aquileya

 

Vivió entre 345 y 407 d.C. Fue obispo de Aquileya. En sus cartas y sermones defendió la divinidad de Cristo, contrastando Su vida pura y sin mancha con la cantidad de vicios, caprichos, debilidades y vanidades de los dioses del panteón romano. También escribió acerca de la naturaleza de Jesucristo, verdadero Dios engendrado del Padre y existente con el Padre desde antes del inicio de la Historia.

En cuanto a su mariología, señaló que gracias a la participación de la Virgen el Señor pudo tener también una naturaleza humana, además de la divina, definiendo la Encarnación como la asunción plena de la humanidad de parte de Dios, encaminada a lograr la salvación de todo el género humano, puesto que Él fue también humano: por eso Su muerte redimió al mundo entero.

Enseñó a orar “invocando al Señor con todo el corazón y con toda la fe”, y definió a la Iglesia como nacida de Jesucristo, Verbo y Logos encarnado, presente dondequiera que se anuncie a Cristo, y sostenida por el Espíritu Santo, la providente tercera persona de la Santísima Trinidad.

 

San Dámaso I

 

Vivió entre 305 y 384 d.C. Fue Papa desde el 366 d.C. hasta su muerte. Presidió el Concilio de Roma (382 d.C.) que determinó el canon (la lista oficial) de los libros pertenecientes a las Sagradas Escrituras, y apoyó decididamente la difusión de la Biblia entre todos los creyentes, apoyando y propagando el trabajo de  de san Jerónimo (la Biblia Vulgata, es decir, la Biblia popular, hecha para todos aquellos que no hablaban griego, hebreo ni arameo).

En sus sermones alentó la unión de toda la Cristiandad, la veneración de santos y mártires, y la unidad doctrinaria de la Iglesia. Por ello, en sus homilías y cartas combatió a los herejes arrianos (que consideraban a Jesús un simple mortal), apolinaristas (que negaban que Jesús tuviera una mente humana) y macedonianos (que negaban que el Espíritu Santo hiciera parte de la Santísima Trinidad).

Escribió también poemas y epitafios, y tuvo al brillante san Jerónimo como su secretario personal. Este eminente teólogo le ayudó a resolver numerosas cuestiones cristológicas y mariológicas, y a cesar el cisma de Antioquía.

 

San Dídimo el Ciego

 

Vivió entre 313 y 398 d.C. Fue un hombre de gran talento, que pese a su discapacidad visual destacó en el mundo académico y fue filósofo, geómetra, matemático y teólogo, y miembro de la Escuela de Teología de Alejandría.

Escribió Comentarios a los Salmos, Comentarios al Evangelio de Juan, Comentarios al Evangelio de Mateo, Contra los arrianos (defendiendo con vehemencia la divinidad de Jesús de Nazaret, el Hijo, de quien dijo compartía la misma esencia con Dios Padre) y Sobre el Espíritu Santo (exaltando su divinidad, enfatizando su pertenencia a la Santísima Trinidad y señalando sus dones y carismas, así como su función como animador y guía de la Iglesia).

También han llegado a nuestros días fragmentos de sus Comentarios a los libros de la Biblia y unas Cartas Católicas en las que se enfrentó a las herejías arriana y macedoniana.

 

Diodoro de Tarso

 

Teólogo y obispo de Tarso. No ha llegado a nuestros días ninguna obra completa suya, pero sí numerosos fragmentos y anotaciones.

Aunque incurrió en errores teológicos como considerar que en Cristo la persona divina y la persona humana actuaban de forma separada y completamente independiente (punto de partida para la herejía de Nestorio, patriarca de Constantinopla del 428 al 431 d.C.), se opuso valientemente a las políticas de Juliano el Apóstata, defendió la idea del Purgatorio (un lapso de tiempo en el cual el alma se purifica y prepara para acceder al Cielo, previsto por Dios en Su infinita misericordia, para evitar que fueran condenadas al Infierno las “almas débiles” que hubieran cometido actos malos de gravedad leve a moderada, pero que se hubieran arrepentido de corazón y también hubieran realizado actos buenos) y ratificó lo establecido en el I Concilio de Constantinopla (381 d.C.).

En dicho Concilio se confirmó el Credo Niceno y estableció el Credo Niceno-Constantinopolitano (existe un solo Dios Todopoderoso y Creador; Jesucristo es el unigénito de Dios, existente antes de todos los siglos, engendrado y no creado, consustancial con el Padre, encarnado por obra del Espíritu Santo, venido al mundo para la salvación de todos los hombres, crucificado y muerto para redimirnos, y resucitado al tercer día; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, junto a ellos conforma un solo Dios y habla a través de los profetas; la Iglesia es santa, católica y apostólica; los creyentes esperamos la resurrección y la vida del mundo futuro), se condenó el arrianismo, el macedonismo y el apolinarismo, se ratificó la autoridad del obispo de Roma como Sumo Pontífice, y se establecieron las normas para recibir de nuevo en la Iglesia a herejes y apóstatas arrepentidos.  

Diodoro fundó un monasterio y una Escuela de Catequesis cerca de Antioquía, en la que tuvo como discípulo a san Juan Crisóstomo. Fue desterrado a Armenia por orden del emperador romano en 372 d.C. A la muerte del emperador (378 d.C.), san Basilio Magno, arzobispo de Cesarea, lo nombró obispo de Tarso. Murió en 390 d.C.

 

San Dionisio de París

 

Fue el apóstol de las Galias. Se convirtió en el primer obispo de París, y con su vida ejemplar y su elocuencia evangelizó casi toda Francia. Después de haber fundado cientos de Iglesias, fue martirizado el 270 d.C. durante la persecución del emperador Decio, junto a sus compañeros Rústico y Eleuterio, en el actual Montmartre (mons Martyrum, el monte de los mártires) de París.

Cuenta la tradición que después de ser decapitado, dio un sermón sobre el arrepentimiento mientras caminó seis kilómetros (la actual calle de los mártires) con su cabeza debajo del brazo; al entregársela a una piadosa mujer llamada Casulla, se desplomó en el lugar donde se encuentra la actual basílica erigida en su honor (Basilique royale de Saint-Denis).

 

San Dionisio Aeropagita (Dionisio de Atenas)

 

Filósofo y teólogo, convertido al Cristianismo después de escuchar un sermón del apóstol san Pablo, tal como narró san Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Fue el primer obispo de Atenas, y vivió durante el siglo I d.C. Durante mucho tiempo se atribuyeron a este santo, famoso por su erudición, unos textos escritos por un teólogo bizantino, de nombre desconocido, al que se le llama actualmente Pseudo-Dionisio Aeropagita.

 

 

 

Pseudo-Dionisio Aeropagita

 

Teólogo y escritor bizantino del siglo V d.C. No se ha podido esclarecer su identidad, porque firmó todos sus textos como “Dionisio”. Su obra fue difundida en la Edad Media por el poeta, filósofo y teólogo Juan Escoto Eriugena, y llegó a tener influencia en algunos místicos, como el Maestro Eckhart.

De su obra, el llamado Cuerpo Aeropagítico, destacan: Los nombres de Dios, Jerarquía Eclesiástica, Jerarquía Celestial, Teología Mística y diez Cartas. En todos ellos hay elementos platónicos, neoplatónicos y agustinianos, y se nota la influencia del filósofo Proclo (412-485 d.C.). A Dios se le llama Uno, y se le reconoce como el primer principio de todas las cosas, el ser del que todos los seres proceden.

Además se le han atribuido estos textos, saturados de elementos esotéricos y alquímicos, en los que su conocido neoplatonismo se ve cargado en ocasiones de ideas francamente especulativas y erróneas, aunque también tienen elementos útiles para entender la doctrina cristiana, sobretodo en lo referente a la naturaleza de los ángeles y la corte celestial: Apuntes de Teología, Teología Simbólica, Sobre las características de los ángeles, Sobre la Justicia Divina, Sobre el Alma, Himnos Divinos, De los objetos inteligibles y sensibles. De estos libros sólo han llegado fragmentos hasta nuestros días.

 

San Efrén el Sirio

 

Vivió entre 306 y 373 d.C. Fue un diácono que escribió explicaciones teológicas, poemas, e himnos religiosos (de los que se conservan aún 400), declarado Doctor de la Iglesia en 1920.

Combatió el docetismo (herejía que sostenía que Jesús nunca existió como un ser real, de carne y hueso, sino que era un espectro, una fantasmagoría) insistiendo en que, con su encarnación, el Señor fue un hombre en todo el sentido de la palabra, y que lo único que no compartió con el resto de hombres fue el pecado de ellos. También cantó a la Virgen María, a la que consideró llena de gracia y modelo para todas las criaturas por su obediencia a Dios.

 

 

 

 

Enodio de Pavía

 

Celebrado poeta, hagiógrafo y obispo grecorromano, que vivió entre 473 y 521 d.C. Su nombre completo era Magno Félix Enodio. Escribió: La vida de san Epifanio, obispo de Pavía (una biografía muy bien lograda de este santo), Eucarístico (confesiones autobiográficas), Panegírico de Teodorico (agradeciéndole a dicho rey su tolerancia con la Iglesia y su apoyo al Papa Símaco), Didascalia (una guía pedagógica de cuestiones gramaticales y retóricas), dos volúmenes de poesía (los Itinerarios) y los famosos Discursos sobre cuestiones éticas y morales.

 

San Eusebio de Vercelli

 

Este obispo vivió de 283 a 371 d.C. Defendió la doctrina de la encarnación y confirmó la pertenencia del Espíritu Santo a la Santísima Trinidad. También condenó la herejía arriana, que negaba la divinidad de Cristo. De él se conservan algunas cartas, un comentario a los Salmos y el Código de Vercelli, una traducción de los Evangelios al latín.

 

Eusebio de Cesarea

 

Vivió entre 260 y 340 d.C. Fue historiador, exégeta, teólogo y polemista, además de obispo de Cesarea Marítima.

Buena parte de su enorme producción literaria ha llegado a nuestros días. Escribió una formidable Historia de la Iglesia (la primera de su tipo), además de libros como Onomástico (recuento de fechas, lugares y nombres de las Sagradas Escrituras, pionero en el campo de la geografía histórica), unos Cánones (tablas con resúmenes esquemáticos de las Sagradas Escrituras, muy difundidas en la Edad Media), unas Crónicas, una Vida de Constantino, algunas Vidas de Mártires, una Apología de Orígenes, un Tratado contra Hierocles, una Preparación a los Evangelios (en la que probó la excelencia del Cristianismo en comparación con el paganismo y las escuelas filosóficas de la Antigüedad), una Demostración de los Evangelios, unos Extractos Proféticos (en los que analizó pasajes mesiánicos de la Biblia), un Tratado sobre las manifestaciones divinas o Teofanías, una polémica Contra Marcelo y una Teología Eclesiástica (en la que atacó la doctrina de san Atanasio el Grande, incurriendo en algunos pasajes heréticos, en los que situó a Jesucristo por debajo de Dios Padre).

También escribió Comentarios a los Salmos, Comentario a Isaías, Comentarios a las cartas a los Romanos y a los Corintios, Cuestiones y soluciones para Estéfano y Marino  (libro en el que demostró la unidad dogmática entre los cuatro Evangelios canónicos, más allá de las innegables diferencias estilísticas entre ellos), Equivalentes griegos de los nombres hebreos, La antigua Judea y las diez tribus perdidas de Israel (incursionando en la arqueología bíblica) y El templo de Salomón, además de numerosas cartas y sermones.

 

San Eustacio de Antioquía

 

Arzobispo de Antioquía, defensor de la divinidad de Jesús frente a las abominaciones del obispo Arrio y sus seguidores, que la negaban. En el Concilio de Nicea (325 d.C.) destacó entre quienes disputaron contra el arrianismo. Escribió Contra Orígenes, criticando la tendencia de este autor a la interpretación alegórica de la Sagrada Escritura, y Alocución al emperador. Los arrianos consiguieron que fuera depuesto de su cargo, calumniado y condenado al exilio, donde murió en 337 d.C. (algunos historiadores señalan que pudo haber vivido hasta el 360 d.C.).

 

San Febadio de Agen

 

Obispo de Agen, férreo defensor de la divinidad de Cristo frente a otros clérigos arrianos en el Concilio de Rímini (359 d.C.) y autor de Contra los arrianos, una refutación sistemática de dicha herejía. Ya anciano, apoyó a san Hilario de Poitiers en la ofensiva antiarriana del 361 d.C. Murió en 393 d.C.

 

San Fulgencio de Cartagena

 

Vivió entre 540 y 630 d.C. Obispo de Ecija y escritor, hermano de los también santos Isidoro de Sevilla, Leandro de Sevilla y Florentina (un caso único de cuatro hermanos canonizados, famosos por su piedad, su integridad y su espíritu de servicio). En sus homilías se dedicó a extender la doctrina cristiana, y participó en el segundo Sínodo de Sevilla (619 d.C.). 

San Germano I de Constantinopla

 

Vivió entre 634 y 740 d.C. Monje y obispo en Asia Menor. Participó en el III Concilio de Constantinopla (680-681 d.C.) defendiendo el ditelitismo (la presencia de dos voluntades, divina y humana, en la misma persona de Jesucristo, coexistiendo como modos de operación en armonía) en contra del nestorianismo (que postulaba una total independencia de las voluntades y de las naturalezas divina y humana en Cristo) y del monotelitismo (que postulaba que Jesús tenía las dos naturalezas pero sólo una voluntad).

También combatió a León III Isáurico, férreo iconoclasta, señalando las bondades del uso de las imágenes y esculturas religiosas, y aclarando que no eran una forma de idolatría, puesto que no se veneraba a la estatua o a la pintura propiamente dichas, sino que a través de la representación artística el alma se disponía a buscar más asiduamente el contacto con Dios. Además señaló que el arte religioso era una forma contundente y sencilla de evangelizar, al alcance de todos. Además advirtió a los iconoclastas que retirar las imágenes religiosas de las iglesias sólo les iba a allanar el terreno a los musulmanes (y su profecía, tristemente, se cumplió: el Islam terminó adueñándose de toda Asia Menor, Siria y Antioquía, y las iglesias de Bizancio, antaño cristianas, terminaron convertidas en mezquitas).

Sin embargo, la testarudez, la arrogancia y la falta de previsión del emperador bizantino prevalecieron. Germano  fue removido de su cargo de Patriarca de Constantinopla en el 730 d.C., quince años después de haberlo asumido. Aprovechó el santo para terminar de escribir su monumental Historia Eclesiástica, todavía consultada.  

También ha llegado a nuestros días su libro Sobre la Divina Liturgia, una completa explicación de la liturgia bizantina.

 

San Genadio I de Constantinopla

 

Teólogo y polemista. Después de algunas disputas académicas con san Cirilo de Alejandría (partidario de la interpretación alegórica de la Biblia), se convirtió en un buen amigo suyo. Obispo de Constantinopla en 458 d.C., administró con diligencia su diócesis y escribió condenando la simonía (compraventa de cargos eclesiásticos).

Escribió unos Comentarios al libro de Daniel, unos Comentarios a las cartas de san Pablo, unos Comentarios a los Salmos (a los que tenía gran estima: cuenta la tradición que nunca ordenaba a un presbítero si antes no constataba que se los sabía de memoria), unos Comentarios al Génesis y unos Comentarios al Éxodo.

También escribió muchas cartas y homilías, de las cuales se conservan hoy fragmentos. Sus comentarios exegéticos,  la pureza de su vida y su talento como organizador lo hicieron bastante famoso. Murió en 471 d.C. 

 

San Gregorio de Elvira (San Gregorio Baético)

 

Este teólogo y exégeta fue obispo de Elvira y vivió en el siglo IV d.C. Fue una de las figuras del Concilio de Rímini (359 d.C.), manifestando su desaprobación del arrianismo.

Además de varios sermones, escribió un Tratado sobre la Fe y una disputa contra los arrianos (De la Fe ortodoxa), además de unos Comentarios al Cantar de los cantares. Se le han atribuido también un texto Sobre la Trinidad y un Tratado sobre las Sagradas Escrituras.  Parece que murió a muy avanzada edad, pues san Jerónimo en su obra Varones Ilustres señaló que aún vivía en el 392 d.C.

 

San Gregorio Magno (San Gregorio I)

 

Este Papa, filósofo, teólogo y Doctor de la Iglesia vivió entre 540 y 604 d.C. Comandó la primera misión a gran escala, la Misión Gregoriana, que logró miles de conversos al Cristianismo.

Su experiencia política (había sido prefecto de Roma), su erudición y su viva fe le permitieron realizar un Pontificado destacadísimo en lo pastoral, lo administrativo y lo social, del 590 al 604 d.C. Contribuyó al desarrollo de la liturgia (de hecho, es el autor de la liturgia aún usada en el rito bizantino), al reconocimiento del obispo de Roma como suprema autoridad en la Iglesia, y a la expansión del número de católicos gracias a un excelente combinación de actividades misioneras y catequéticas a lo largo de Europa.

Además de estructurar la Santa Misa tal como se realizó hasta el Concilio de Trento (1545-1563), promovió el canto plano litúrgico (llamado canto gregoriano en su honor) y escribió textos como Comentarios sobre el libro de Job (Magna Moralia), Regla de los Pastores, Diálogos (una extensa recopilación de curaciones, milagros, maravillas y otros signos de Dios realizados por la intercesión de los santos) y Sermones (entre los que se incluyen 40 homilías sobre los Evangelios, otras sobre libros del Antiguo Testamento, y otras sobre la vida moral y el uso de los cánticos en las celebraciones religiosas).

Además de los libros anteriores, se conservan 854 cartas suyas, en las que hay indicaciones pastorales, amonestaciones fraternas, correcciones teológicas y recomendaciones para la adecuada interpretación de la Biblia.

 

San Gregorio Nacianceno (San Gregorio el Teólogo)

 

Este filósofo, teólogo, polemista y Doctor de la Iglesia fue arzobispo de Constantinopla, y vivió entre 329 y 390 d.C.  

Con respecto a la Santísima Trinidad, expuso la consubstancialidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, insistiendo en que eran tres modos distintos de un solo Dios verdadero.

Cuando el emperador Juliano el Apóstata trató de reinstaurar el paganismo y empezó a perseguir cristianos, san Gregorio escribió Invectivas contra Juliano. En Constantinopla, combatió en sus sermones a sacerdotes y teólogos favorables al apolinarismo y al arrianismo.

Presidió el II Concilio Ecuménico de Constantinopla (381 d.C.) junto a Timoteo de Alejandría y san Melecio de Antioquía, y después de presiones de parte del emperador bizantino y de algunos obispos partidarios del arrianismo, renunció a su cargo. Después de componer una oración de despedida, retomó su puesto de obispo de Nacianzo. Allí siguió defendiendo la sana doctrina frente a sabelianos (llamados también modalistas; herejes estrictamente monoteístas que desconocían la Santísima Trinidad) y apolinaristas (quienes sostenían que Cristo no tenía ni intelecto ni espíritu humano, sino que era un cuerpo humano sin alma ocupado por el verbo divino).

Escribió también De la Vida, un poema autobiográfico, y otros poemas de corte moralista. De sus discursos y sermones se nutrieron la cristología y la pneumatología, al aclarar que: a) el Espíritu Santo es verdadero espíritu, proveniente del padre no por creación ni generación, sino por procesión; b) el Espíritu Santo, el Hijo y el Padre son consubstanciales, tienen la misma esencia, son el mismo Dios; c) las tres divinas personas son tres modalidades o hipostasis de la misma esencia, el único Señor; d) para todos los católicos es posible la teosis, el lograr la semejanza con Dios, si imitan al Hijo, modelo de vida y Dios encarnado.

San Gregorio Nacianceno compuso varias oraciones, confirmadas como enseñanzas ciertas por el I Concilio de Éfeso (431 d.C.), numerosos epitafios y epigramas. Vivió los últimos meses de su vida como un ermitaño, entregado a la oración.     

 

San Gregorio de Nisa (San Gregorio Niseno)

 

Vivió entre 335 y 395 d.C. Obispo, teólogo y apologeta. Era hermano menor de san Basilio de Cesarea y amigo de san Gregorio de Nacianzo. A los tres se les conoce como los “Padres de Capadocia”.

Defendió la concepción trinitaria de Dios, así como la idea de que el Hijo se encarnó para la salvación universal (propuesta por Orígenes). En su pneumatología formuló que el Espíritu Santo provenía tanto del Padre como del Hijo, y compartía con ellos la esencia.

Contradijo a Orígenes afirmando que Dios era infinito: postuló que así como el amor del Señor era infinito, también debía serlo Su esencia. Por lo tanto, Dios era infinito, no tenía límites. Asimismo, expuso que los seres humanos, en tanto que criaturas limitadas, nunca podrían conocer completamente a Dios, ni Su divina naturaleza, pero sí podían tratar de definirlo en términos humanos para reflexionar sobre Él y acercarse progresivamente a su conocimiento (la que consideraba una actividad edificante).

Definió el crecimiento espiritual como un ascenso paulatino, nunca acabado, en el conocimiento de Dios, que parte de la oscuridad de la ignorancia y poco a poco se va iluminando, hasta llegar a la contemplación mística del Señor (que es un estado también siempre perfectible).

La encarnación de Dios en Jesús de Nazaret permitió, en su opinión, dos cosas importantes: que todos los hombres tuvieran un modelo claro de cómo debía ser una vida sin tacha, y que todos los hombres tuvieran una oportunidad de salvación, por los misterios de Su muerte y Su resurrección.

San Gregorio de Nisa defendió también la idea de la Santísima Trinidad, que no era incompatible con el monoteísmo. Declaró que sólo existía un único Dios, todopoderoso, creador del universo y providente, que por amor había encarnado buscando redimir a todos los seres humanos.

Aunque inicialmente consideró, siguiendo a Orígenes, que absolutamente todas las criaturas (incluyendo a los pecadores, a los que están actualmente en el Infierno, y aún a los demonios) terminarían regresando algún día al Señor (apocatástasis), en sus últimos años consideró que la salvación sólo era posible para los bautizados que habían llevado una vida conforme al Evangelio, o para aquellos que habían pasado por la purificación del Purgatorio (limpiándose de cualquier rastro de maldad, para ser dignos de unirse a la corte celestial). Sólo los verdaderamente malvados, o los que abiertamente rechazaban la redención ofrecida por Cristo, iban a dar al Infierno por toda la eternidad.

Expuso que el hombre era un ser creado y, desde su corporeidad, limitado; sin embargo, su alma si era inmortal, y tenía una capacidad indefinida de acercarse a Dios. A diferencia de Orígenes, que creía en la preexistencia de las almas (y que cada alma se iba asignando a cada cuerpo durante la gestación), san Gregorio de Nisa consideró que cada alma era creada simultáneamente con el cuerpo en la concepción, y que los embriones eran personas.

También creyó que el ser humano era excepcional, creado a imagen y semejanza de Dios, teomórfico en cuanto poseedor de una conciencia moral y de un libre albedrío que le permitía buscar el bien. Describió también al hombre como un aprendiz que debe imitar a su Maestro (el Señor), reflejando la bondad y la belleza de Cristo.

En su pensamiento político, condenó enérgicamente la esclavitud, señalando que era una institución pecaminosa y maligna. Para él, esclavizar un ser humano era negarle su humanidad, puesto que el hombre es por naturaleza libre. Cristo, además, había sido para san Gregorio un verdadero Libertador, que quiso la libertad de todos los seres humanos.

Estableció que Dios era al mismo tiempo Suprema Belleza y Suprema Bondad, eterno, increado y omnipotente.  

Escribió Gran Catecismo, Vida después de la muerte, Homilía sobre el Eclesiastés, Comentario al Cantar de los cantares  Contra el aristotelismo de Eutonio, Contra el libro de Eunomio (obispo arriano de Cízico), Vida de santa Macrina, Elogio de Basilio, Vida de Moisés, De la Virginidad, Obra dogmática menor, Sobre la vocación cristiana y numerosos sermones.   

 

San Gregorio Taumaturgo (San Gregorio Obrador de Milagros, San Gregorio de Neocesarea)

 

Vivió entre 213 y 270 d.C. Estudió filosofía y leyes en la Escuela de Beirut y luego, en Cesarea, conoció al famoso Orígenes, director de la Escuela de Alejandría, quien lo convirtió al Cristianismo. Con este sabio estudió del 231 al 239 d.C.

Enseñó que la doctrina de la Iglesia era la verdadera filosofía, no solamente convincente desde lo racional sino también promotora del bien y de la bondad. Igual que Orígenes, consideró que la lectura de los filósofos griegos, que contenían semillas de verdad, era un buen abrebocas para la lectura de la Verdad plena: los Evangelios. También alentó a sus oyentes a que pusieran los tesoros intelectuales de los griegos al servicio de la filosofía católica.

Cuando regresó a su ciudad natal, y a pesar de sus planes (dedicarse a la abogacía), fue ordenado presbítero y rápidamente consagrado obispo. Es llamativo que al inicio sólo contaba con un puñado de feligreses en su diócesis, y después de su excelente episcopado (célebre además por los múltiples milagros que Dios le concedió obrar), a su muerte, todos los habitantes de Cesarea y Neocesarea eran cristianos.

De sus escritos nos han llegado fragmentos de Oración Panegírica (en honor a Orígenes), Epístola Canónica, Exposición de la Fe (enfatizando en la igualdad de las tres personas de la Trinidad, todas ellas iguales en cuanto a su eternidad, inmortalidad y perfección), Paráfrasis del Eclesiastés, Tratado del Alma y Epístola a Filagrio (en la que defendió la consubstancialidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo).

 

Hermas de Roma

 

Autor del Pastor de Hermas y hermano mayor del Papa Pío I. Vivió en el siglo II d.C. En su obra combina elementos bucólicos con elementos de espiritualidad cristiana y algunas anécdotas autobiográficas, además de numerosas referencias a la filosofía y la cultura griegas.

 

San Hesiquio del Sinaí

 

Monje y autor, que vivió en el monasterio de santa Catalina en el Monte Sinaí. Escribió un compendio de Máximas (200 en total) relacionadas con la vida ascética y el amor a Cristo. Murió en 380 d.C.

 

 

 

 

San Hilario de Poitiers

 

Este teólogo y Doctor de la Iglesia vivió de 310 a 367 d.C. Fue llamado el “martillo de los arrianos” y ocupó el cargo de obispo de Poitiers.

Fue partidario, igual que Orígenes, de la interpretación alegórica de las Sagradas Escrituras, y utilizó en sus exégesis numerosas referencias a escritores clásicos como Cicerón, Quintiliano, Plinio el Joven, Tito Livio y Séneca, además de los Padres de la Iglesia Tertuliano, san Cipriano y san Atanasio.

Su obra maestra fue De la Trinidad. Escribió también: Comentarios al Evangelio según san Mateo, Tratado sobre los Salmos, Tratado sobre los Misterios, Comentario de la carta de san Pablo a los romanos, Sobre los Sínodos, Fragmentos históricos, Contra los arrianos, Libro sobre el emperador Constantino, y una colección de poemas religiosos e himnos llamada Libro de los Himnos.

 

San Ireneo de Lyon

 

Vivió entre 130 y 202 d.C. Teólogo, apologista, obispo de Lyon y mártir. Fue estudiante de san Policarpo, a su vez discípulo de san Juan Evangelista.

Se enfrentó contra la herejía del gnosticismo, enseñando que no había ningún conocimiento secreto ni arcano del Evangelio, sino todo lo contrario: la Palabra del Señor era clara, comprensible y directa, y que la enseñanza de los obispos era una guía segura para interpretar aquellos pasajes que pudieran parecer difíciles.

Fue también el primero en definir como canónicos, libres de herejías y de autenticidad indiscutible los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Prácticamente definió los libros pertenecientes al Nuevo Testamento, preocupado por la avalancha de textos gnósticos que adulteraban el mensaje de Cristo introduciéndole rarezas y errores de toda índole, y que se estaban haciendo circular como escritos por discípulos de Jesús (siendo en realidad obras apócrifas, de autores gnósticos de los siglos II y III d.C.).

Defendió el primado del obispo de Roma sobre toda la Iglesia, señalando que Jesucristo claramente había designado a Pedro como Su sucesor y líder de Su Iglesia. Asimismo, fue el primero en señalar que la fidelidad a la línea de sucesión apostólica evitaba a los fieles caer en la trampa de seguir predicadores y pastores de dudosa doctrina.

Definió la Tradición Apostólica como el reservorio de todas las enseñanzas que el Señor dio a sus discípulos, complementario de las Sagradas Escrituras y garante de la veracidad del magisterio ejercido por el papa y el resto de obispos genuinamente ordenados según el principio de sucesión apostólica.

Defendió la bondad y el amor de Dios en oposición a la idea errónea que los gnósticos tenían del Señor (a quien consideraban un Demiurgo maligno y destructor), y señaló que Jesús era el Logos hecho carne.

Conceptualizó también la Historia de la Salvación, acotando que Dios ha intervenido en la Historia humana de forma constante y amorosa a lo largo de los siglos, guiando a los patriarcas, inspirando a los profetas y protegiendo a Su pueblo, y especialmente a través de Su Hijo, Jesucristo, culmen de dicho proceso y redentor universal.

Definió a Jesús como el nuevo Adán que sistemáticamente deshizo el mal que Adán había hecho, corrigiendo la Historia: así como Adán había desobedecido a Dios, Jesús había sido obediente hasta la muerte; así como Adán había traído la muerte a su descendencia, Jesús había traído vida eterna. Del mismo modo, san Ireneo conceptualizó a María como la nueva Eva, contrastando la fe, la pureza y la humildad de la Virgen con la falta de fe, la naturaleza pecadora y la soberbia de Eva.     

Consideró la encarnación de Jesús como el clímax de la Historia, al permitir la salvación del hombre. Allí donde el pecado había traído corrupción, enfermedad y muerte, el Mesías permite la reunión del ser humano con la inmortalidad y la incorruptibilidad de Dios.

La encarnación de Dios en la persona de Jesucristo fue para san Ireneo la oportunidad de re-ligazón del hombre con Dios, y, por ende, de asociación con la salud y la perfección divinas. Y Su sacrificio fue necesario para dar nueva vida a la Humanidad.

Su principal obra fue Contra los herejes, resaltando la verdadera naturaleza de Dios frente a las barbaridades gnósticas, y la real significación y esencia de Cristo frente a las interpretaciones heréticas que de Él hacía el gnosticismo. También escribió Demostración de la prédica de los Apóstoles, Por qué Dios no es la causa del Mal, Sobre la Pascua, Contra los cismáticos y Sobre el conocimiento.    

 

 

 

 

Isidoro de Pelusio

 

Asceta y teólogo que vivió como ermitaño cerca de Pelusio, siendo uno de los llamados Padres del Desierto. Escribió unas 10.000 cartas instruyendo en la fe, consolando, aconsejando, aclarando asuntos teológicos y exegéticos o apoyando a sus lectores. A través de este medio, fue mentor de san Cirilo de Alejandría y otros obispos.

Tuvo la iniciativa de convocar el Concilio de Éfeso (431 d.C.), defendió a san Juan Crisóstomo de la persecución orquestada por la emperatriz Eudoxia y defendió la importancia de las buenas acciones para lograr la salvación.

 

San Isidoro de Sevilla

 

Este filósofo, teólogo, historiador, escritor, obispo de Sevilla y Doctor de la Iglesia vivió de 560 a 636 d.C. Tres hermanos suyos fueron también santos (Florentina, Fulgencio de Cartagena y Leandro de Sevilla). Logró la conversión de los visigodos y fue el protagonista de los Concilios de Toledo y Sevilla.

Fue el primer académico en tratar de compilar una summa que sintetizara todo el conocimiento de su época: las Etimologías. Esta enciclopedia constó de 20 volúmenes.

También escribió Sobre la Fe Católica frente a los judíos, en la que muestra cómo el Cristianismo superó con creces en lo doctrinal y en lo ético al Judaísmo, del mismo modo que la sabiduría y la fe del Antiguo Testamento fueron sintetizadas y mejoradas por el Nuevo Testamento: Jesucristo, Dios encarnado y Mesías auténtico, fue la plenitud de la Revelación, y Su buena nueva, el Evangelio, sobrepasó el ritualismo y el legalismo judíos. Siguiendo a san Agustín de Hipona, aceptó el legado judío, precursor de la doctrina cristiana, y la presencia de judíos en la Cristiandad, puesto que ellos cumplirían un rol en la segunda venida del Señor.

Otras obras de san Isidoro fueron: Crónica Mayor (una Historia del Mundo), Cuestiones sobre el Antiguo Testamento, Historia de los reyes góticos, vándalos y suevos, Las diferencias del Verbo (en la que describe la esencia de Cristo como parte de la Santísima Trinidad, en contraposición a la naturaleza de los ángeles y de los hombres), Tratado místico sobre los significados alegóricos de los números en las Sagradas Escrituras, Libro de las Sentencias, Sobre la naturaleza de las cosas (un tratado de astronomía, biología e historia natural), Del Supremo Bien, De los oficios eclesiásticos y Varones Ilustres (biografías de santos y académicos), además de cartas y sermones.

 

San Jerónimo de Estridón

 

Su nombre completo era Eusebio Sofronio Jerónimo. Fue filósofo, teólogo, historiador, sacerdote, traductor, asceta y Doctor de la Iglesia, y vivió entre 347 y 420 d.C. Fue un verdadero erudito, de vasta cultura, que acudió a distintas escuelas y por eso fue estudiante de famosos académicos como Elio Donato, Apolinar de Laodicea, Rufino, Paulino de Antioquía y san Dídimo el Ciego.

También fue secretario del Papa san Dámaso I, a quien ayudó en el proceso de reacercamiento con muchos sectores heréticos y cismáticos, y a quien prestó una colaboración invaluable al traducir las Sagradas Escrituras al latín vulgar (el hablado por la inmensa mayoría de cristianos en su época). Esta traducción y edición a cargo de san Jerónimo fue la llamada Biblia Vulgata, que actualizó la llamada Vieja Biblia Latina y fue inmensamente popular hasta 1979 (cuando la Nueva Vulgata fue promulgada). Con ella se pudo ofrecer a todos los feligreses la oportunidad de conocer la Palabra de Dios.

Su vasta obra comprendió: a) traducciones y comentarios, de la Torá (que hace parte el Antiguo Testamento, y que tradujo directamente del hebreo para no incurrir en imprecisiones de la traducción de los Setenta o Septuaginta, a cargo de eruditos de la Escuela de Alejandría), de otros textos del Antiguo Testamento (que tradujo del hebreo y del griego), de algunos neoplatónicos como Filón de Alejandría, y de otros Padres de la Iglesia; destacando sus Comentarios a los libros de Samuel y de los Reyes, Comentarios al Sirácida, Comentarios a Baruc, Comentarios a Jeremías; b) numerosas homilías, entre las que destacaron Sobre Jeremías, Sobre Ezequiel, Sobre Orígenes de Alejandría, Sobre Salomón, Sobre el Cantar de los cantares, Sobre Isaías y Sobre el Evangelio de Lucas; c) una guía sobre lugares bíblicos llamada Libro de sitios y locaciones del mundo hebreo;  d) un Libro de interpretación de los nombres hebreos; e) numerosos tratados de teología dogmática como De los serafines, De las tribus de Israel, Cuestiones hebreas en el Génesis, Comentarios al Eclesiastés, Explicaciones de Miqueas, Sofonías, Nahum y Habacuc, Comentarios a Jonás, Comentarios a Daniel, Sobre los profetas menores y Comentarios al Nuevo Testamento (desde el Evangelio según san Mateo hasta el Apocalipsis); f) libros históricos, como Crónicas, De Varones Ilustres (en el que incluyó biografías de 153 autores cristianos, desde san Pedro), Vida de san Pablo de Tebas (el primer eremita de la Historia), Vida de san Malco de Siria, Vida de Hilarión; g) textos médicos, como la descripción de los síntomas y la cura de la deficiencia de vitamina A, o del impétigo; h) numerosas epístolas (confortando afligidos, animando a monjes y obispos, aclarando asuntos teológicos o interpretativos, denunciando casos de corrupción o inmoralidad sexual en el clero, juzgando casos difíciles para los que algunos obispos le pidieron su opinión); i) textos polémicos y apologéticos, como Libro contra Luciferianos, Contra Joviniano, Diálogo contra los pelagianos, Contra Juan Jerosolimitano, Respuesta a los escritos de Rufino y Apología contra Rufino.

 

San Juan Casiano (San Juan el Asceta, San Juan el Romano)

 

Vivió entre 360 y 435 d.C. Monje eremita, filósofo y teólogo. Sus escritos influyeron en san Benito, que incorporó muchos de sus principios en la regla monástica.

Fue el autor de Institución de los Cenobios (con recomendaciones a los monjes, a propósito de cómo crecer en santidad y amor a Cristo) y Conferencias de los Padres del Desierto (libro en el que codificó los principales aportes de estos sabios y castos monjes).

 

San Juan Crisóstomo

 

Este teólogo, polemista, escritor y Doctor de la Iglesia vivió de 349 a 407 d.C. Fue arzobispo de Constantinopla, personificó las enseñanzas del Evangelio y brilló como orador, logrando gran número de conversos.

Su teología es clara: insta a no dejarse distraer por los bienes materiales, a tener caridad con los pobres y necesitados, a seguir el mandato de amor de Jesús, y a buscar el conocimiento de Dios en la lectura de las Sagradas Escrituras y los textos de los maestros de la Iglesia. De otro lado, condena a los cristianos que viven como paganos, en medio de vanidad, gastos superfluos, borracheras, adulterio y otros excesos.   

También denunció valientemente diversos abusos y vicios en autoridades tanto políticas como eclesiásticas, con altura y elocuencia, lo cual le valió el mote de “boca de oro” (chrysostomos), y sólo fue superado por san Agustín de Hipona en cuanto a la cantidad de trabajos escritos.

Han llegado a nuestros días sus Homilías, su Liturgia Divina, su Exégesis sobre el Antiguo Testamento y su Exégesis sobre el Nuevo Testamento, así como estos textos apologéticos: Contra los Judaizantes (aquellos cristianos que sostenían, a esas alturas, que la circuncisión y los rituales judíos debían conservarse dentro de la Iglesia) y Contra los que se oponen a la vida monástica.

También dio instrucciones pastorales en Sobre el Sacerdocio,  Instrucciones a los catecúmenos, Sobre la incomprensibilidad de la Divina Naturaleza y Cartas a la diaconisa Olimpia.

La influencia de san Juan Crisóstomo es aún enorme, y muchas de sus enseñanzas hacen parte del actual Catecismo de la Iglesia Católica.

 

San Juan Damasceno

 

Vivió entre 675 y 749 d.C. Fue monje, teólogo, abogado, filósofo, músico, escritor y Doctor de la Iglesia.

Su mariología es destacadísima, siendo el primero en formular de forma sistemática el dogma de la asunción de la Virgen, la más noble y sublime de las criaturas justamente para ser una digna Theotokos (para llevar al mismísimo Dios en su vientre), así como la necesidad lógica de su pureza y su santidad (puesto que Dios mismo no se iba a encarnar en una mujer con el más mínimo rastro de pecado).

También se puso de lado de san Germano I, patriarca de Constantinopla, en su disputa frente a los iconoclastas, y escribió un Tratado Apologético en contra de los que odian las Imágenes Religiosas.

La fuente de la Sabiduría, Sobre las Herejías (en el que dedicó un capítulo, Herejías de los ismaelitas, desnudando los errores del Islam, que trata de justificar la violencia, desconoce la coexistencia pacífica entre las naciones y perpetúa estructuras sociales injustas, además de basarse en las alucinaciones de Mahoma, un falso profeta), Exposición de la Fe Verdadera (un sumario del pensamiento de los primeros Padres de la Iglesia), Contra los jacobitas (herejes monofisitas, que creían que Cristo sólo tenía una naturaleza, negando su doble condición de Dios y hombre), Contra los nestorianos, Diálogo contra los maniqueos, Introducción a los Dogmas, Sobre los Himnos Religiosos, El correcto razonar, De la Fe, Sobre las dos voluntades de Cristo (Contra los monotelitas), De los servicios religiosos, Sagrados Paralelos y Sobre fantasmas y demonios.  

 

 

San Julio I

 

Fue Papa desde 337 hasta su muerte en 352 d.C. Combatió a los arrianos y afianzó la autoridad papal sobre la Cristiandad, al someter a los obispos de Oriente partidarios de esta herejía.

Además de definir el 25 de diciembre para celebrar la Natividad del Señor, en sus sermones y cartas defendió la naturaleza divina de Jesús de Nazaret.  

 

San Justino Mártir

 

Este filósofo y teólogo vivió entre 100 y 165 d.C. Defendió la idea de Jesucristo como Logos encarnado y parte de la Santísima Trinidad.

Después de presenciar la vida de los católicos, muy superior a la de los paganos en lo moral, y después de constatar la piedad y el heroísmo de los mártires, se convirtió al Cristianismo y fundó su propia escuela, a la que asistió Taciano de Adiabene.  

Escribió Apologías I y II tratando de convencer a los paganos, y específicamente al emperador Antonino Pío, de que el Cristianismo era la verdad plena, resultado natural de una evolución del conocimiento en la que estaban (como antecedentes ilustres) los trabajos de los grandes filósofos grecorromanos como Sócrates y Platón, en cuyos escritos ya estaban contenidas algunas “semillas” de dicha verdad.

Consideró que la encarnación del Señor era la plenitud de una larga Historia de Salvación en la que Dios siempre ha estado cuidando al hombre, pues en ella se produjeron al mismo tiempo la revelación de la Verdad Suprema y la redención de todo el género humano. La Iglesia fundada por Cristo (el Logos, la verdad plena), no podía ser perseguida en tanto que es inmoral y absurdo odiar y perseguir la verdad. Por tanto, las persecuciones del Imperio Romano al Catolicismo eran, además de injustas, bastante necias.

Escribió también un Diálogo en el que demostró que el pitagorismo, el platonismo, el aristotelismo, el estoicismo y otras escuelas filosóficas, encontraban no sólo compatibilidad sino también plenitud en la doctrina de la Iglesia, pues las enseñanzas de Jesucristo eran el culmen de la verdad, la felicidad y la sabiduría de vida, que son las metas de toda filosofía.

El “filósofo” Crescente, después de ser vencido por san Justino en una disputa, lleno de ira y envidia levantó calumnias contra él, denunciándolo ante la corte del emperador Marco Aurelio. Este emperador, impío y sangriento con los cristianos, no dudó en ordenar al prefecto Rústico la decapitación de san Justino. 

 

Lactancio

 

Vivió entre 250 y 325 d.C. Su nombre completo era Lucio Cecilio Firmiano Lactancio, y fue el teólogo consejero del emperador Constantino I cuando éste decidió convertirse y dejar de perseguir la Iglesia.

Fue discípulo de Arnobio de Sicca y conoció al filósofo Porfirio. Siendo parte de la corte imperial, decidió renunciar a ella cuando el emperador Diocleciano empezó su brutal persecución. Vivió entonces en la pobreza, subsistiendo apenas como profesor de retórica. Sin embargo, con la conversión de Constantino I fue llamado de nuevo a la corte y nombrado tutor de Crispo, el hijo del emperador.

Fue conocido como el “Cicerón cristiano”, dadas su inmensa cultura y la gracia y la elegancia de su estilo, que alcanzaron un punto muy alto en su Institución Divina, una presentación sistemática de la doctrina católica en la que definió la religión como una re-ligazón, una reconexión del hombre con lo divino.

Otros escritos suyos fueron Los trabajos de Dios, La ira de Dios y De la muerte de los perseguidores (en la que narró cómo terminan de mal quienes osan alzarse contra Dios mismo, persiguiendo Su Iglesia, narrando las trágicas muertes de los emperadores Nerón, Domiciano, Decio, Valeriano, Aureliano, Marco Aurelio, Cómodo, Diocleciano, Máximo, Galerio y Maximino), además de numerosos poemas, reunidos bajo el título de Obras.

 

San Leandro de Sevilla

 

Vivió de 534 a 596 d.C. Perteneció a una familia devota, y tres hermanos suyos fueron también canonizados. Como obispo de Sevilla consiguió la conversión de los príncipes Hermenegildo y Recaredo, y prácticamente de todos los visigodos. Fue amigo personal de san Gregorio Magno y combatió la herejía arriana con vehemencia.

Convocó el III Concilio de Toledo, fundó la Escuela de Teología de Sevilla y escribió una Exposición sobre el libro de Job, De la Institución virginal y del mundo conventual (una regla monástica escrita para su hermana, santa Florentina de Cartagena) y Homilía del triunfo de la Iglesia en la conversión de los Godos.

Su innegable talento y sus grandes virtudes le granjearon el cariño de su pueblo. Todavía hoy san Leandro y su hermano san Isidoro (quien le sucedió en el episcopado) aparecen en el escudo de Sevilla.

 

Leoncio de Bizancio

 

Teólogo del siglo VI d.C. Algunos sitúan su nacimiento en 485 d.C. En su juventud perteneció a la secta nestoriana, pero luego regresó a la Iglesia y se hizo monje. Murió el año 543 d.C.

Escribió Contra los nestorianos y eutiquianos, Contra los monofisitas, Sobre las sectas, Treinta capítulos contra Severo de Antioquía (hereje que sostuvo que el cuerpo de Cristo era corruptible y que su mente no podía conocer todas las cosas), Contra los fraudes de los apolinaristas, Contra los argumentos de Severo, Discusiones de las cosas sagradas (en una probable coautoría con san Juan Damasceno) y varias homilías.

 

San León Magno (San León I)

 

Este teólogo, polemista, Papa y Doctor de la Iglesia vivió entre 400 y 461 d.C. Verdadero héroe romano, se encontró con Atila el Huno (452 d.C.) y lo convenció de dar la vuelta y terminar su invasión a la península itálica, evitando una carnicería.

Definió las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana, como una unión hipostática en una persona, sin confusión ni conflicto entre ellas. Combatió a pelagianos, maniqueos, eutiquianos (que negaban la naturaleza humana de Jesús)  y priscilianos (hipermoralistas e intolerantes, víctimas de un rígido ascetismo, que abogaban por tomar la comunión en la iglesia y comerla en casa, y que insistían en la continencia sexual aún entre los casados), y lideró varias obras de caridad en Roma, instando a los ricos a vivir conforme al Evangelio ayudando a los más necesitados.

Definió también que el liderazgo del obispo de Roma sobre todos los demás miembros de la Iglesia obedecía a un claro mandato de Jesucristo, que nombró a Simón Pedro (quien sería obispo de Roma y primer Pontífice) cabeza de sus seguidores.

De él se conservan 100 sermones y 150 cartas, de contenido pastoral y catequético, insistiendo en la salvación traída por Cristo, motivando a los obispos a enseñar a todos los fieles la doctrina contenida en la tradición apostólica, exponiendo que María sólo fue madre de Jesús y siempre virgen, rechazando desviaciones heréticas y reprimiendo a miembros del clero que no estaban a la altura de su función.   

 

San Luciano de Antioquía

 

Vivió entre 240 y 312 d.C. Fue presbítero, teólogo y mártir. Fundó la Escuela de Antioquía, donde estudiaron Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuesta. En esta escuela se mantuvo una línea de interpretación opuesta a la alegórica (de la Escuela de Alejandría).

Hizo una transcripción de las Sagradas Escrituras que usaron san Juan Crisóstomo y otros obispos griegos, en la que de manera minuciosa omitió pasajes de traducción ambigua o de interpretación oscura que pudiesen dar pie a herejías y comentarios malintencionados.

Durante la persecución de Maximino Daza (emperador romano del 308 al 313 d.C.) fue arrestado y torturado durante nueve años en los que jamás renegó de su fe. Al final fue muerto por inanición y decapitado. Cuenta la tradición que cuando su cuerpo fue arrojado al mar un delfín lo trajo de vuelta a la playa.

 

San Macario de Alejandría (San Macario el Joven)

 

Vivió del 300 al 395 d.C. Fue un mercader que a los 40 años, después de conocer a san Macario el Grande, se hizo bautizar e ingresó a la vida monacal.

Además de escribir algunas cartas y una regla para sus monjes, produjo Sobre el final de las almas de los santos y los pecadores, en la cual explicó que la inmensa mayoría de los miembros de la Iglesia se encontraba en estado de Iglesia purgante, en el Purgatorio, a la espera de alcanzar el estado de Iglesia triunfante (aquellos que llevaron una vida tan ceñida al Evangelio que se ganaron la entrada directa al Cielo).

 

 

 

San Macario el Grande (San Macario el Viejo, San Macario de Egipto)

 

Vivió entre 300 y 391 d.C. Ya en su juventud era conocido por su inteligencia y su talento literario. Después enviudar tempranamente y de ser calumniado por una mujer embarazada (que terminó confesando su mentira), en vez de recibir las excusas de muchos ciudadanos que en un primer momento lo juzgaron de forma apresurada prefirió irse al desierto. Allí conoció a san Antonio el Grande e ingresó a la vida monástica.

Han llegado a nuestros días sus 50 Homilías Espirituales, verdaderos tesoros de piedad, en los que definió la naturaleza del Espíritu Santo, Sus dones y Su rol dentro de la Santísima Trinidad. También algunas cartas, en las que dio consejos a los monjes más jóvenes.

El monasterio que fundó (Monasterio de san Macario el Grande) sigue en uso, y pertenece hoy a la Iglesia Copta Ortodoxa.

 

Mario Mercátor

 

Vivió entre 390 y 451 d.C. Teólogo, escritor y polemista. Combatió a pelagianos (que consideraban que el esfuerzo y la voluntad humanos eran suficientes para la salvación)  y nestorianos (que consideraban a Cristo radicalmente separado en dos naturalezas, una divina y una humana, como si fuesen dos entidades o personas completamente independientes).

Escribió Blasfemias nestorianas, Epístola contra los herejes nestorianos, Contra el hereje Julián Eclanio y Tratados antipelagianos y Contra los herejes pelagianos.

 

Mario Victorino

 

Su nombre completo era Gayo Mario Victorino, y fue un filósofo, gramático y retórico del siglo IV d.C. Tradujo algunas obras de Aristóteles y, tras su conversión al Cristianismo (alrededor del 355 d.C.), se convirtió en un fogoso defensor de la Iglesia.

Escribió Contra los arrianos, Comentarios a las epístolas de san Pablo, La ingenuidad de los arrianos y numerosos Himnos. De sus obras no religiosas destacaron Arte gramática, Explicaciones sobre la retórica de Cicerón, Silogismos hipotéticos y Comentarios a tópicos de Cicerón.

 

San Martín de Tours

 

Vivió entre 316 y 397. Soldado romano converso al Cristianismo, que después de convertirse en objetor de conciencia (al percatarse de la incompatibilidad entre la fe católica y la vida militar) vivió predicando a lo largo y ancho de Europa, contribuyendo enormemente a su evangelización. Fue discípulo de san Hilario de Poitiers y combatió el arrianismo y el gnosticismo en sus sermones.

Consagrado obispo de Tours en 371, destacó por su celo misionero y dotes de organizador. Pese a su firme oposición a los errores propagados por los herejes, coincidió con san Ambrosio de Milán en sostener con vehemencia que no se podían condenar a muerte, como algunas autoridades políticas sugirieron en su época.

 

Máximo el Confesor (Máximo el Teólogo, Máximo de Constantinopla)

 

Afirmó que Jesús tenía voluntad como divina como humana, en tanto que gozaba de plena divinidad y de plena humanidad. En la persona de Cristo, enseñó, se dio la unión hipostática entre la naturaleza humana y la naturaleza divina (doctrina ditelita). Todo esto lo consignó en las actas oficiales del Sínodo de Letrán convocado por el Papa san Martín I para condenar la herejía del monotelismo (649 d.C.) según la cual Jesucristo sólo tenía voluntad divina.

Paradójicamente, fue condenado como hereje y torturado por orden del emperador de Constantinopla, quien le hizo cortar la lengua y la mano derecha para que no volviera a enseñar ni a escribir, y murió a las pocas semanas (662 d.C.).

Escribió Meditaciones sobre la agonía de Jesús, Tratados espirituales, Disputa con Pirro (conocido monotelita), Escollos en los libros del beato Dionisio, Sobre Gregorio Nacianceno, Cuestiones sobre aspectos difíciles de las Sagradas Escrituras, Mistagogia, Libro ascético, Diversas disquisiciones teológicas sobre la virtud y el vicio, Cómputo eclesiástico y Breve descripción de la Pascua Cristiana.

Defendió que la Teología sin ser llevada a la práctica era vacía, que el hombre es imagen de Dios y que el propósito de la salvación es retornar a la unidad primigenia con Dios.

En lo cristológico, además de ditelita era difisista (en la persona de Jesús existen dos naturalezas: divina y humana). La salvación que ofrece Cristo, postuló, sólo es posible gracias a que en Él, la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios se unió con la Humanidad en la encarnación. Se requiere que Jesucristo haya sido tan plenamente humano como plenamente divino, porque si no, no sería posible la salvación para los seres humanos (que nunca serán plenamente divinos).

El Nazareno, para Máximo, realmente asumió la totalidad de la naturaleza humana y fue hombre en todo excepto en el pecado. Su encarnación fue voluntaria, nacida del amor (que lleva al deseo de salvar a todo ser humano), total e incondicional.   

 

San Melitón de Sardes

 

Teólogo, escritor y obispo de Sardes. San Jerónimo afirmó que fue el primero en hacer un canon de los libros del Antiguo Testamento.

Escribió una Apología de la Cristiandad dedicada a convencer al emperador romano Marco Aurelio de que cesara sus persecuciones, un Tratado sobre la Pascua (en el que estableció que la Pascua cristiana recopilaba y mejoraba la Pascua judía, y definió a Jesucristo como el cordero más perfecto, sacrificado por la redención del mundo entero), una polémica Contra Marción (en la que defendió la divinidad de Jesús, mencionando que había sido al mismo tiempo completamente divino y completamente humano, excepto en el pecado), además de varias cartas y homilías.

Murió hacia el 180 d.C., en olor de santidad. Ya Eusebio se refirió a él como “inspirado por el Espíritu Santo”.

 

San Metodio de Olimpo

 

Teólogo, filósofo, obispo y escritor. Señaló la virginidad de Jesús de Nazaret, y dijo que toda la vida del Señor había sido el ejemplo más perfecto de virtud para los seres humanos. Contradijo también a Orígenes (quien creía que en la resurrección de los fieles operada en la segunda venida de Cristo, cada alma recibiría un cuerpo distinto al que tuvo en vida), anotando que las almas tendrían los mismos cuerpos. Sí apoyó al sabio de Alejandría en cuanto a su sugerencia de interpretar las Sagradas Escrituras de forma alegórica.

Escribió Simposio sobre la Virginidad, Diálogo sobre el libre albedrío, Diálogo sobre la Resurrección, De la Vida, Sobre el Levítico, Sobre los Proverbios, Contra Porfirio (un neoplatónico que había escrito contra el Catolicismo), Comentarios al Génesis, Comentarios al Cantar de los cantares, Comentarios al libro de la Revelación, un tratado médico (Sobre la lepra) y algunas cartas y homilías.

Fue martirizado y asesinado durante la última persecución de Máximo Daza el año 311 d.C.

 

Marco Minucio Félix

 

Fue uno de los primeros apologistas latinos de la Cristiandad. Escribió Octavio, un diálogo entre un pagano y un cristiano, exaltando las bellezas del Evangelio. Murió cerca del 250 d.C.

 

San Nilo del Sinaí (San Nilo el Viejo)

 

Fue un laico que se convirtió en teólogo y monje. Después de haber sido uno de los prefectos pretorianos de la corte de Constantinopla, bajo la dirección de san Juan Crisóstomo empezó su estudio de las Sagradas Escrituras y los libros de los Padres de la Iglesia (398 d.C.) que lo antecedieron.

Hacia el año 404 d.C. lo dejó todo e ingresó con su hijo Teódulo al monasterio del Monte Sinaí. Allí empezó una febril producción teológica y literaria, convirtiéndose en consultor de teólogos, obispos y funcionarios. Sus numerosos trabajos consistieron en polémicas contra sectores cismáticos y heréticos, defensas de la verdadera doctrina, consejos para llevar una vida ascética, denuncias sobre abusos de poder y otros crímenes, argumentaciones para persuadir a otras figuras públicas de hacer parte de la Iglesia, y máximas y refranes sobre la vida religiosa.

Asimismo, hizo una vigorosa defensa de su antiguo mentor, san Juan Crisóstomo, cuando éste fue perseguido y atacado por la emperatriz y algunos clérigos que lo envidiaban. Algunos historiadores afirman que murió hacia el 431 d.C. Otros, hacia el 451 d.C.

Escribió Sobre la oración, Sobre los espíritus malvados, Sobre los vicios, Sobre los malos pensamientos, Sobre el Evangelio de san Lucas, Del ascetismo, De la pobreza voluntaria, Elogio del Monje, Excelencias de la vida monástica, Admoniciones (una colección de máximas sobre la piedad, el amor a Dios y la vida contemplativa), y una gran cantidad de cartas (de las que han llegado más de 1000 hasta nuestros días).

 

San Optato

 

Teólogo y obispo del siglo IV d.C., famoso por su trabajo Contra los donatistas (sectarios que rechazaban la objetividad de los sacramentos y la idea de que los sacramentos administrados por un sacerdote ordenado fueran plenamente válidos por intercesión divina), insistiendo en que los pecadores sí podían ser miembros de la Iglesia y que aún aquellos sacerdotes cuya vida no fuera intachable podían administrar los sacramentos, pues los atributos de los sacramentos dependían de Dios y no de los que los preparasen.

Asimismo, señaló que la Iglesia era Católica, es decir, universal, y por eso no podía reducirse a unos pocos, ni limitarse geográficamente. Y anotó que la Iglesia era Una, y que nadie tenía derecho a dividirla.

 

Orígenes de Alejandría (Orígenes Adamancio)

 

Filósofo, teólogo, profesor, exégeta, autor y asceta, que vivió de 184 d.C. a 254 d.C.

Se le llamó “adamancio”(diamantino, irrompible, inalterable) por su célebre rígido ascetismo. Su maestro fue su padre, san Leonidas de Alejandría, teólogo y mártir. Fue una de las figuras más influyentes en la Historia de la Iglesia.

Aunque nunca fue canonizado por algunos sus temerarios conceptos teológicos (la preexistencia de las almas, la subordinación del Hijo al Padre siendo ambos consubstanciales, la apocatástasis), la Cristiandad le reconoce sus valiosos aportes en materia hermenéutica, crítica, literaria y espiritual, y su vida rica en virtud y piedad.

Defendió la interpretación alegórica de las Sagradas Escrituras, haciendo hincapié en superar la literalidad y pasar a la búsqueda de significados y símbolos para una hermenéutica más completa. San Ambrosio de Alejandría, uno de sus conversos, impresionado por su talento, se comprometió a publicar todos sus trabajos (que, en consecuencia, Orígenes le dedicó).

Propuso que después de la segunda venida de Cristo se instauraría un nuevo mundo, en el que todas las criaturas (incluyendo a Satanás) se reconciliarían con Dios, reconociéndolo como el único Señor (apocatástasis).

Después de que la situación política se hizo difícil en Alejandría, se fue a vivir a Cesarea (Palestina). Algunos envidiosos empezaron a difundir contra él rumores de heterodoxia y de una supuesta castración que se autoinflingió (crimen que se castigaba con la pena capital en aquella época). El rumor de que se había castrado siguiendo literalmente el pasaje de Mateo 19:12 (“… y hay eunucos que se hicieron eunucos a sí mismos para lograr el Reino de los cielos…”) va en completa contravía con la lectura que Orígenes hacía de la Biblia, opuesta a la burda literalidad, y con la propia personalidad del sabio, tan estricta en lo moral (pues la tal castración habría contravenido las muy cristianas ideas del cuerpo como creación de Dios sobre la que no debe hacerse mutilación o alteración alguna, y de no poner en riesgo la vida, que no le pertenece sino al Señor).

Creó una Hexapla consistente en una compilación de traducciones del Antiguo Testamento, organizada en forma de tabla comparativa, en la que estaban el texto hebreo consonántico, el texto hebreo traducido a caracteres griegos, la traducción griega de Aquileo de Sinope, la traducción griega de Símaco el Ebionita, la versión Septuaginta y la traducción griega de Teodocio. San Jerónimo y Eusebio de Cesarea la alcanzaron a conocer. Lastimosamente, nunca fue copiada por entero y fue destruida por los musulmanes, por cuya estupidez sólo la conocemos parcialmente, a través fragmentos.

Además, confeccionó una lista de los libros que, a su parecer, debían hacer parte del Nuevo Testamento, por su naturaleza de escrituras inspiradas. La lista de Orígenes casi termina siendo la definitiva del canon, excepto porque él también incluyó el libro del Pastor de Hermas y la primera epístola del Papa san Clemente.

Escribió De los primeros principios (una exposición de la doctrina católica), Exhortación al martirio, De la Oración, Comentarios a las Sagradas Escrituras, Mosaicos, Homilías sobre las Sagradas Escrituras (de las cuales se han descubierto y publicado hasta el momento casi 300), Refutaciones a los gnósticos, Contra Celso (un filósofo platónico que había atacado al cristianismo), Sobre la Resurrección (hoy en día perdido), Filocalia, Diálogos sobre la recta fe en Dios, además de numerosas cartas.

Durante la persecución del emperador Decio, fue encerrado en un calabozo y torturado brutalmente. Murió al cabo de un tiempo, a raíz de las numerosas injurias que recibió. Según san Jerónimo, fue sepultado en Tiro.

 

San Osio de Córdoba

 

Vivió entre 256 a 359 d.C. Fue teólogo y obispo de Córdoba, amigo de Lactancio y catequista y consejero del emperador Constantino, a quien motivó a bautizarse.

Defendió en el Concilio de Elvira la necesidad de garantizar la disciplina de los clérigos, y apoyó la moción de que se les debía exigir celibato.

Fue encargado por el emperador para mediar la disputa entre san Atanasio de Alejandría y el hereje Arrio (obispo que negaba la divinidad del Hijo y su consubstancialidad con el Padre), pero al ver que ambas partes se atrincheraron en sus argumentos, tomó la inteligente decisión de apoyar a san Atanasio y convocó el Concilio de Nicea (325 d.C.), en el que él mismo redactó el Símbolo de la Fe (Credo Niceno), aseverando que Jesucristo era tan divino como el Padre. También fue uno de los coautores de las Actas de dicho Concilio.

También convocó al Concilio de Sárdica (343 d.C.), en el que se reafirmó la condena del arrianismo y se fijaron las líneas de la organización eclesiástica, señalando una vez más la sumisión de todos los obispos al Papa, obispo de Roma, y esclareciendo los roles de los obispos, los presbíteros y los diáconos.

El emperador arriano Constancio II lo persiguió y pretendió obligarlo a rehabilitar a Arrio y condenar a san Atanasio. El varonil Osio, pese a sus 101 años, le respondió con determinación en su Epístola a Constancio que a ningún emperador ni monarca humano le correspondía inmiscuirse en los asuntos sagrados y de fe, así como a ningún prelado le era lícito mezclarse en los asuntos políticos y terrenos. Asimismo, le reiteró que estaba dispuesto a padecerlo todo antes que a derramar sangre inocente o ir en contra de la verdad. Este texto fue el primero en la Historia en el que se propuso una separación entre la autoridad eclesiástica y la autoridad civil.  

Enfurecido, el emperador Constancio lo hizo comparecer ante un “concilio” arriano, lo presionó, lo azotó, lo encarceló y lo torturó. Pero san Osio se negó a firmar la condenación de san Atanasio. Murió desterrado, al poco tiempo.  

 

 

 

 

San Paciano

 

Vivió entre 310 y 391 d.C. Fue obispo de Barcelona y teólogo. Destacó por su castidad, su piedad, su ciencia y su elocuencia. Fue un hombre casado y tuvo un hijo, Flavio, prefecto pretoriano a quien san Jerónimo dedicó De los varones ilustres.

Escribió a favor del primado de Roma, la primacía del papa dentro del magisterio de la Iglesia, los sacramentos, las penitencias y el reingreso de los que hubiesen apostatado (contradiciendo el rigorismo fanático de Novaciano).

Han llegado a nuestros días su tratado Exhortación a la penitencia y tres cartas pastorales (en una de ellas mencionó: “Mi nombre es Cristiano, mi apellido es Católico”).

 

San Paulino de Nola

 

Su nombre completo fue Poncio Meropio Anicio Paulino y vivió de 354 a 431 d.C. Fue poeta, teólogo, escritor y obispo de Nola. Escribió poemas de corte religioso y un himno en honor de san Félix de Nola.

Hombre inmensamente rico y poderoso, había sido senador y cónsul, pero lo dejó todo cuando se convirtió al Cristianismo. Estuvo un tiempo aprendiendo de san Ambrosio en la Escuela de Milán, y luego se radicó con su esposa en España.

Destacó por su cariño y entrega a sus fieles. Al parecer, llegó a canjearse por un prisionero de guerra de un rey vándalo, sólo para consolar a una pobre viuda que afirmaba que el prisionero era su único hijo; al enterarse de lo ocurrido, el vándalo no sólo liberó al obispo, sino que les concedió la libertad a todos los cautivos de Nola.

Paulino también fue responsable de que san Agustín de Hipona hubiera escrito sus Confesiones: al escribirle a Alipio, obispo de Tagaste y amigo íntimo de san Agustín, preguntándole cómo fue la conversión de ellos dos, el sabio de Hipona contestó con ese excelente libro.

Los historiadores también señalan que fue el primero en usar campanas en las iglesias, costumbre que pronto fue imitada en todo el mundo.

 

 

San Pánfilo de Cesarea

 

Este sacerdote, teólogo, profesor y mártir fue maestro y amigo de Eusebio de Cesarea.

Durante la persecución de Diocleciano fue encarcelado y torturado junto al diácono Valente y a Pablo de Jamnia; sin embargo, malherido y sometido a un trato cruel, trabajó junto a Eusebio en la coautoría de Apología de Orígenes, y escribió también un Resumen de los Hechos de los apóstoles. Fue decapitado el año 309 d.C.

 

San Panteno (San Panteno el Filósofo)

 

Filósofo, teólogo y exégeta, figura descollante de la Escuela de Alejandría. Fue maestro de Clemente de Alejandría.

Inicialmente estoico, se convirtió al Catolicismo y demostró cuán compatibles eran la doctrina cristiana y los pasajes verdaderos de las obras de los filósofos griegos y romanos.

Fue el principal apoyo de san Serapión en su lucha contra los gnósticos, y también un formidable misionero (fundando comunidades cristianas en Persia e India, y reanimando otras que se remontaban a los tiempos de los apóstoles san Bartolomé y santo Tomás).   

Aunque no han llegado hasta nuestros días, escribió varios Comentarios a las Sagradas Escrituras, que llegaron a ser conocidos por Eusebio. Murió en 200 d.C.

 

Papías de Hierápolis

 

Este teólogo, autor y obispo de Hierápolis vivió entre 60 y 130 d.C. Escribió una Exposición de los dichos del Señor, en concordancia con los cuatro Evangelios canónicos, de la que sobrevivieron fragmentos gracias a san Ireneo de Lyon y a Eusebio de Cesarea.

 

 

San Pedro Crisólogo

 

Este teólogo, exégeta, obispo de Rávena y Doctor de la Iglesia vivió de 380 a 450 d.C. Es conocido como el “Doctor de las Homilías” por sus concisas, profundas y estructuradas reflexiones. De hecho, “crisólogo” significa “el de las palabras de oro”. Se conservan 176 de estas Homilías, compiladas y editadas por el arzobispo Félix de Rávena.

También han llegado a nosotros algunas de sus cartas. En ellas condenó el arrianismo y el monofisismo, explicó el credo de los Apóstoles y el misterio de la Encarnación con sencillez y claridad, alentó a sus feligreses a ir a misa y comulgar a diario, declaró que toda la Iglesia le debía obediencia al Papa y sostuvo la virginidad perpetua de María.

 

San Policarpo de Esmirna

 

Vivió entre 69 y 156 d.C. Fue discípulo del apóstol san Juan, condiscípulo de san Papías de Hierápolis y maestro de san Ireneo de Lyon, quien copió la única obra de san Policarpo que ha sobrevivió hasta el día de hoy: su Carta a los Filipenses. 

Cuando conoció personalmente a san Ignacio de Antioquía, que pasó por Esmirna de camino a Roma para su martirio,  besó sus cadenas. Ambos se habían carteado anteriormente.

Fue martirizado durante la persecución del emperador Marco Aurelio. La tradición cuenta que cuando fue obligado a blasfemar contra Dios, el venerable anciano exclamó: “Ochenta y seis años he servido al Señor, y Él no me ha hecho ningún mal… ¿Cómo voy entonces a blasfemar contra mi Rey y mi Salvador?...En la compañía de los mártires voy a compartir el cáliz de Cristo”.

 

San Proclo de Constantinopla

 

Secretario de san Juan Crisóstomo, filósofo, teólogo y patriarca de Constantinopla del 434 d.C. al 446 d.C., año en que falleció.

Trabajó enérgicamente en la reconciliación de los episcopados occidentales y orientales, y se distinguió por su bondad, la dulzura de su trato y su espíritu de servicio. Se conservan 25 sermones suyos, en los que hace referencia a Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre, modelo para toda la Humanidad, y a María como la siempre Virgen y madre de Dios.

 

Rufino de Aquilea

 

Su nombre completo fue Tirano Rufino de Aquilea. Escritor, traductor y exégeta, nacido en 345 y fallecido en 411 d.C. Fue estudiante de san Jerónimo, san Cromancio y san Dídimo el Ciego.

Escribió De los bendecidos Patriarcas, Comentarios al Símbolo de los Apósoles, Apología de san Jerónimo, Continuación de la Historia de Eusebio y De las adulteraciones de los libros de Orígenes.

Como traductor, destacó por traducir al latín casi por completo la obra del sabio Orígenes de Alejandría, así como algunos textos de san Gregorio Nacianceno, de Eusebio y de Clemente de Alejandría. 

 

Salviano de Marsella

 

Escritor, filósofo y asceta que vivió entre el 400 y el 470 d.C. Su obra maestra fue El gobierno de Dios, una extensa reflexión sobre la Historia en la que creyó ver una Providencia o plan universal de Dios que terminaba siempre por permitir el triunfo de los buenos y castigaba a los inmorales, viciosos y decadentes de múltiples maneras. Asimismo, planteó que la salvación del Señor alcanzaba aún a quienes estuvieran fuera de la Iglesia (idea que se consolidaría en el Concilio Vaticano II), siempre y cuando vivieran una vida casta, piadosa y de servicio al prójimo.

También escribió un Libro contra la avaricia (en el que sostuvo que todos los cristianos estaban llamados a compartir sus bienes, a ser generosos y a vigilar que los clérigos no acumulasen bienes materiales), y nueve Cartas en contra de la codicia y la lujuria, en las que exaltó la pureza del espíritu.

 

San Serapión de Antioquía

 

Teólogo, escritor y Patriarca de Antioquía de 191 a 211 d.C., año de su muerte. Escribió una Carta contra el montanismo (herejía que sostenía que cualquier creyente podía profetizar en nombre del Espíritu Santo, y que advertía contra un “inminente” fin del mundo en esa época), unas Actas contra el gnosticismo y una Carta contra el evangelio apócrifo de Pedro (en la que presentaba argumentos en contra de este texto no canónico).

 

San Siricio

 

Vivió entre 334 y 399 d.C. Fue Papa, teólogo y polemista. Escribió unos Decretos sobre el Bautismo, sermones contra maniqueos y priscilianos, y varias cartas pastorales instando a laicos, religiosos y clérigos a llevar una vida disciplinada, ordenada, piadosa y entregada al servicio.

 

Sofronio I de Jerusalén

 

Discípulo de Juan Mosco (autor de Prado Espiritual, una compilación de biografías de santos de la Iglesia), defensor de la doctrina cristológica difisista (Jesús tenía plena naturaleza divina y plena naturaleza humana) y ditelista (Jesús tenía tanto voluntad divina como voluntad humana) y escritor de numerosos textos poéticos (Anacreóntica, veintitrés poemas en métrica clásica ), dogmáticos y hagiográficos, entre los que destaca el Florilegio (antología de diversos padres de la Iglesia a favor del ditelismo), una Vida de santa María de Egipto, varios sermones y una Carta Sinodal al Papa Honorio I.

Su última contribución, poco antes de morir, fue negociar con el califa Omar, conquistador de Jerusalén, que les perdonara la vida a los cristianos que allí vivían y que les permitiera conservar sus derechos civiles y religiosos, a cambio de un tributo. Así se logró el Tratado de Sofronio y Omar.

 

Taciano de Adiabene (Taciano el Sirio)

 

Este teólogo y filósofo vivió entre 120 y 180 d.C. Fue discípulo de Justino el Mártir, y abrió una escuela cristiana en Roma. Después de la muerte de Justino (165 d.C.) viajó a Alejandría, donde conoció a san Clemente, y terminó sus días como predicador y misionero en Mesopotamia, donde fundó una nueva escuela y apoyó el ascetismo cristiano.

Consideró que el alma humana originalmente era cercana a Dios y llena de fe, y que el monoteísmo era connatural a ella, pero que a raíz del pecado original (la caída) se había alejado de Él y de la fe verdadera, y por eso había incurrido en el craso error del politeísmo. Insistió en que sólo a través del monoteísmo, el alma humana podía librarse de las tinieblas y los errores del mundo material y ascender nuevamente hacia el punto de reunión con el Señor.

Describió a Dios como ser Todopoderoso, inmaterial y eterno, por lo tanto existente antes de la creación. En su entender, la creación se dio a partir de la nada, gracias al amor del Señor, quien permitió la emergencia de la materia. También opinó que como la creación provenía de Dios, en cierto sentido todos los seres creados tienen algo de Dios: el espíritu universal o alma universal, que es común a los ángeles, los hombres, los animales y las plantas. Este espíritu universal en el ser humano es su alma, la chispa divina.

De los primeros espíritus (los ángeles) una porción cayó, originando a los demonios. Según Taciano, dicha caída se produjo a raíz del deseo de estos espíritus por separar a los hombres de Dios, con la esperanza de que los hombres los sirvieran a ellos y no al Señor. El líder de estos demonios, Satanás, logró tentar y hacer caer al hombre, perdiendo éste su vida bendecida inicial, y siendo sumergido en la esfera de lo material, aunque conservando una ligera reminiscencia de Dios.

Taciano fue un convencido de la libre voluntad del hombre. Esta voluntad lo empuja al reencuentro con Dios, de quien está nostálgico. El Espíritu de Dios, a través de sus profetas, recuerda a los seres humanos su relación perdida con Dios, y los alienta a restablecerla; también envía a sus profetas, y allana el terreno para la redención definitiva lograda con Cristo.

Escribió Carta a los griegos (desnudando las incoherencias y los absurdos del politeísmo pagano), Sobre la perfección acorde con la doctrina del Salvador y comentarios a las Sagradas Escrituras (entre los que se cuenta una Compilación de pasajes difíciles y problemáticos).

Su obra más conocida y traducida es Concordancias  (Diatessaron), al mismo tiempo síntesis y majestuosa narración de la vida y la doctrina de Jesucristo, lograda al combinar de manera armónica y ordenada el material de los cuatro Evangelios canónicos (Marcos, Mateo, Lucas y Juan). Este libro fue el texto oficial de la Iglesia en Siria hasta el siglo V d.C., y circuló en Occidente como suplemento.

 

 

 

Beato Teodoreto de Ciro

 

Este filósofo, teólogo y obispo vivió de 393 a 466 d.C. Tuvo como maestros a Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia. Destacó por su celosa defensa de la correcta doctrina, en una época de frecuentes polémicas cristológicas.

Erigió muchas iglesias y capillas, y atrajo de nuevo a la Iglesia a miles de marcionitas (que rechazaban el Antiguo Testamento, sostenían que Dios no era el mismo Dios de Israel y concebían el mundo de forma similar a los maniqueos, como una lucha entre deidades benignas/inmateriales y malignas/materiales), arrianos y macedonianos.

Concibió a los autores bíblicos como instrumentos del Espíritu Santo, señalándolos como guiados por Él a la hora de escribir, aunque sin perder sus peculiaridades estilísticas individuales. Señaló también que las Sagradas Escrituras se comunicaban a veces en forma metafórica y simbólica.

Escribió Comentarios de casi todos los libros del Antiguo Testamento y de las epístolas de san Pablo, así como una Cadena Áurea (exégesis de los cuatro Evangelios), una Colección de argumentos suyos y de otros Padres de la Iglesia contra sectarios y herejes), un tratado Sobre la Santísima Trinidad dadora de Vida, una Exposición de la recta fe y una Encarnación del Señor.

Asimismo, publicó La verdad del Evangelio como cura de las enfermedades de la filosofía griega, Historia de la Iglesia (desde el ascenso del arrianismo hasta el año 450 d.C.), Historia de los Religiosos (un conjunto de biografías de monjes y ermitaños), Tratado de Heresiología, Compendio de Herejías, Compendio de los Dogmas de Dios, Sobre el Amor Divino y numerosas cartas (de las que han sobrevivido 250) y homilías.

También nos han llegado fragmentos de sus libros Defensa de Diodoro y Teodoro, Contra Arrio y Eunomio, Contra los macedonianos, Contra Marción, Sobre los magos y Diez discursos sobre la Divina Providencia.

 

Teodoro de Mopsuestia (Teodoro de Antioquía, Teodoro el Intérprete)

 

Vivió entre 350 y 428 d.C. Teólogo, obispo de Antioquía, autor y apologista, perteneciente a la Escuela de Antioquía. Fue amigo de san Juan Crisóstomo, quien lo convirtió.

Escribió Tratado sobre la Encarnación, Comentarios al Antiguo Testamento, Libro de las perlas (una colección de máximas y consejos, al parecer recopilados por sus estudiantes), textos catequéticos y varios sermones

Incurrió en varios errores, como el negar a la Virgen el título de madre de Dios o apoyar algunas posturas pelagianas, motivo por el cual fue criticado por varios teólogos e historiadores eclesiásticos, y hasta anatematizado, aunque su importancia en la Patrística es indiscutible.

 

Teófilo de Alejandría

 

Patriarca de Alejandría de 385 hasta su muerte en 412 d.C. Tío de san Cirilo de Alejandría y celoso defensor de la fe cristiana contra el paganismo, aunque también cometió graves errores, como atacar a san Juan Crisóstomo y presidir el ridículo “Sínodo de la Encina” que lo depuso.

Escribió un Tratado contra Crisóstomo y unas Homilías (algunas de ellas traducidas por san Jerónimo), así como algunas cartas a san jerónimo y a los Papas Anastasio I e Inocencio I.

 

San Teófilo de Antioquía

 

San Eusebio de Cesarea y san Jerónimo de Estridón conocieron sus textos Contra la herejía de Hermógenes (retórico y poeta que vio con buenos ojos la feroz persecución que de la Iglesia hizo el emperador Marco Aurelio), Contra Marción (hereje que sostenía que las acciones de Jesús eran incompatibles con las de Yahvé, y propuso que constituían dos deidades distintas; también negaba la omnisciencia y la inmaterialidad de Yahvé, e incurrió en un gnosticismo burdo, postulando que Yahvé era el Demiurgo furioso y castigador), Comentario a los Proverbios y Apología. Este último es el único libro de san Teófilo que ha llegado a nuestros días.

En su Apología, dedicada a un amigo pagano llamado Autólico, opinó que la Biblia era divinamente inspirada (y no  los libros paganos) y que los autores grecorromanos paganos eran inconsistentes, poco veraces y poco convincentes, a diferencia de los hagiógrafos de la Sagrada Escritura. También señaló que los oráculos paganos eran imprecisos, mendaces y ambiguos, mientras que las profecías que el Señor ponía en boca de Sus profetas eran claras, contundentes y verdaderas, porque sí se cumplían. 

San Teófilo fue el primer católico en escribir sobre la Santísima Trinidad de forma sistemática en un texto teológico: habló de Dios Creador (el Padre), de Su Palabra (el Logos, el Hijo) y de Su Sabiduría (el Espíritu Santo). También creyó en la inmortalidad de las almas de los creyentes, y en su resurrección, para el Juicio Final asociado a la segunda venida de Jesús y al fin de los tiempos. Fue obispo de Antioquía desde 169 hasta su muerte en 185 d.C.

 

Tertuliano

 

Su nombre completo era Quinto Septimio Tertuliano, y vivió entre el 155 y el 240 d.C. Apologista cristiano y polemista contra los herejes, considerado el fundador de la Teología en Occidente.

Fue el primero en definir la Santísima Trinidad para explicar las tres distintas personas del único Dios verdadero: tres personas y una sola sustancia. También contradijo a Platón y a Pitágoras, negando las ideas de la reencarnación y la metempsicosis de las almas.

Insistió en que por el bautismo el hombre renuncia a las obras del Maligno, y empieza un camino de paulatino acercamiento a Dios, siempre y cuando se guarde de cumplir con los preceptos establecidos por Jesucristo en Su Evangelio. El bautismo, para Tertuliano, era un renacer.

Consideró que los sufrimientos del Señor a lo largo de su vida, su pasión y su crucifixión fueron eficaces para la redención del hombre, siempre y cuando éste responda con fidelidad al llamado salvador de Dios.

Consideró los libros de la Biblia verdadera Sagrada Escritura, de inspiración y origen divino así sus redactores hubiesen sido humanos, en tanto que habían escrito movidos e inspirados por el Señor. Las Escrituras contienen palabras de verdad y de sabiduría superiores a cualquier texto filosófico.

También defendió la tradición apostólica de la Iglesia, señalando que desde su fundación a cargo de Jesucristo, y desde su primer Papa (el apóstol san Pedro), era rastreable toda la línea de sucesión apostólica, cosa que no sucede con las sectas.

Condenó enérgicamente el asesinato, la mentira y la fornicación, insistiendo en que eran completamente contrarios a la doctrina católica. Identificó al Imperio Romano de su época con la Babilonia del Apocalipsis, dada la feroz persecución que hacía contra los seguidores de Cristo. Afirmó que Roma estaba borracha con la sangre de los mártires y los santos, y exhortó a dicha ciudad a que respetara al Pontífice, sucesor de Pedro, y a su grey, si quería evitarse los justos tormentos que correspondían a su maldad.

Creyó firmemente en la resurrección de los justos a la segunda venida de Jesucristo (parusía), que además anunciaría el fin de los tiempos. Igual que san Ireneo de Lyon, Tertuliano identificó al Anticristo con la Bestia y el Hombre del Pecado del Apocalipsis. Dicho Anticristo será el peor perseguidor de la Iglesia, más malo aún que los sanguinarios emperadores romanos, y aparecerá poco antes de la parusía. La Bestia será derrotada por Jesucristo, y se instaurará un nuevo mundo (“Nueva Jerusalén”) precedente a la eternidad del Cielo.

De su extensa obra destacaron los libros: Apologética a favor de los cristianos, Libro a las Naciones, Sobre el testimonio del Alma, Sobre los mártires, Sobre la idolatría, Sobre los espectáculos, De la Oración, Del Bautismo, De la Penitencia, De la Paciencia, Disertación sobre Moisés, Del culto de las mujeres, Contra Marción, Contra Hermógenes, Contra Valentiniano, Contra los judíos, De la alimentación, Del Alma, De la Encarnación, De la resurrección de la carne, Exhortación a la castidad, De la monogamia, Del pudor.   

 

San Venancio Fortunato

 

Vivió entre 530 y 609 d.C. Poeta, obispo y compositor de himnos religiosos. Dos de sus poemas se hicieron parte de la liturgia, el Pange Lingua Gloriosi Proelium Certaminis (que sirvió de inspiración a santo Tomás de Aquino para componer el Pange Lingua Gloriosi Corporis Mysterium) y el Vexilla Regis prodeunt de Semana Santa.

Este santo, famoso por su carácter dulce y servicial, cultivó prácticamente todos los géneros poéticos de su tiempo: en sus libros encontramos epitafios, himnos, poemas religiosos, consolaciones, panegíricos, epitalamios, poemas festivos, dedicatorias a otros obispos y amigos, poemas políticos, prosa poemática, reflexiones, aforismos, poemas al estilo alejandrino y al estilo latino.

También escribió una biografía, la Vida de san Martín de Tours, un extenso poema histórico-narrativo, y una hagiografía de la reina Radegunda.  

 

San Vicente de Lerins

 

Este monje y autor se hizo célebre con su Comunitorio, una guía sobre la correcta enseñanza del Cristianismo. Tuvo esta idea para ayudar a distinguir a todos sus lectores entre la herejía y la verdadera doctrina. Murió el 445 d.C.

 

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David Alberto Campos Vargas

 

Médico y cirujano - Pontificia Universidad Javeriana

Especialista en Psiquiatría - Pontificia Universidad Javeriana

Neuropsiquiatra - Pontificia Universidad Católica de Chile

Neuropsicólogo - Universidad de Valparaíso

Filósofo - Universidad Santo Tomás de Aquino

Psicoterapeuta - Sociedad de Psicoterapia Formativa

 


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


Butler, A. (1791) Vidas de los Padres, Mártires y otros principales Santos, Valladolid.

Coppleston, F. (1971) Historia de la Filosofía, Barcelona, Ediciones Ariel.

Eusebio (2010) Historia de la Iglesia, Michigan, Editorial Portavoz.

Hughes, K., Walters, T. (2005) Historia de la Iglesia, Chicago, Loyola Press.

Johnson, P. (2017) Historia del Cristianismo, Barcelona, Sipan Barcelona Network.

Laporte, J. (2004) Los Padres de la Iglesia, Editorial San Pablo.

Martirologio Romano (1791), Madrid.

Moliné, E (2008) Los Padres de la Iglesia. Una guía introductoria, Madrid, Ediciones Palabra.

Patiño Franco, J.U. (2011) Los Padres de la Iglesia, Bogotá, Editorial San Pablo.

Ribadeneyra, P. (1761) Libro de las Vidas de los Santos, Toledo.

Sálesman, E. (2005) Vidas de Santos, Bogotá, Apostolado Bíblico Católico.

 

© David Alberto Campos Vargas, 2017


Cómo citar este artículo: Campos Vargas, D.A. (2021) Aportes teológicos de los Padres de la Iglesia. Revista Virtual de Psicoterapia Formativa, Junio de 2021.

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