INTRODUCCIÓN
A LA PSICOTERAPIA FORMATIVA
David
Alberto Campos Vargas*
Fundamentos
La Psicoterapia Formativa es, ante todo,
un modelo de psicoterapia con aspiración de totalidad, que se basa en la
dimensión religiosa y trascendente de la persona humana.
Muchos son completamente ignorantes
acerca de qué es el aspecto religioso de la existencia humana, y por eso les
fastidia tanto la palabra religión. Es
pertinente aclarar que religión es relación, religazón, reconexión, reunión
y reintegración del hombre con Dios. Es rescatar todo lo que el ateísmo, el
materialismo, la banalidad y la superficialidad de la cultura light tratan de ocultar y negar: que el
ser humano es mucho más que carne y hueso, que es mucho más que instinto y
egoísmo. La vida espiritual del hombre necesita de esa relación con el Sumo
Bien, con la Suprema Belleza, con ese Dios que es Amor y Verdad infinitos y que
representa una fuente de vida inagotable.
La Psicoterapia Formativa busca
recuperar esa relación entre Dios y el alma humana que, sin Él, está
incompleta, mutilada y susceptible a todo tipo de frustraciones y
padecimientos. La Psicoterapia Formativa busca dar el empuje necesario para que
el paciente logre acceder a los aspectos más profundos y maravillosos de su
psiquismo, esos mismos aspectos que lo catapultan hacia Dios, y por ende, a la
felicidad, la plenitud y el goce pleno de su existencia.
Además de lo anterior, la Psicoterapia
Formativa está encaminada hacia la recuperación de lo trascendente, lo que
cohesiona y da sentido a la vida humana. Hay una gran tragedia detrás de todos
los padecimientos y las psiquiátricas que existen: todos ellos impiden al
hombre trascender, todos ellos mutilan su vitalidad, todos ellos impiden o al
menos dificultan su realización.
Por eso la Psicoterapia Formativa asume
lo religioso y lo trascendente como el fundamento del cambio que se obra en la
psicoterapia. Y, a partir de ahí, contempla también estos elementos:
1. Está orientada a la consecución de la plenitud existencial, de la felicidad, de la eudaimonía. Ahí reside el sentido de la vida. Vida plena. Vida satisfactoria. Vida feliz.
No basta hacer consciente lo inconsciente, ni integrar las partes del inconsciente escindidas de la consciencia, ni cambiar hábitos o extinguir ciertas conductas y promover otras, ni con fortalecer el Yo, ni con obtener una supuesta conciencia plena, ni con hacer a las personas más adaptadas, productivas y eficaces (a lo que apuntaban buena parte de las psicoterapias de la segunda mitad del siglo XX), ni con corregir algunos síntomas y seguir aguantando. Claro que todo eso es importante, pero insisto: no basta.
Todos los anteriores son elementos necesarios, pero no suficientes. Las personas buscan plenitud en sus vidas, por sobre todas las cosas.
2. La psicoterapia, al contactar a las personas con Dios, las abre a lo más sublime de su vida psíquica. En Dios está la energía vital, el verdadero motor de la existencia humana. Trabajar este aspecto es trabajar directamente con lo que hace del hombre un ser completo y dichoso, un ser bien formado, listo para sobrellevar de forma sana todas las vicisitudes del ciclo vital.
La negación de Dios, el vivir como si Dios no existiera, hace parte de la génesis del malestar y la infelicidad del hombre contemporáneo. Hoy en día muchas personas andan por ahí, confundidas y torpes, viviendo atolondradamente, con una pobreza espiritual preocupante, que es el caldo de cultivo perfecto para todo tipo de trastornos.
La aridez y el estancamiento que trae la
negación de Dios en la vida, producen, además de infelicidad y vacío
existencial, el endiosamiento de todo tipo de tonterías, ídolos de barro como
el dinero, las relaciones superficiales, las sustancias psicoactivas o los
hábitos maladaptativos. Y lo más triste es que esas chucherías ni siquiera sirven
a largo plazo. Lejos del verdadero Dios que da plenitud de vida, los seres
humanos se enfrascan en un pantano de inquietud y desdicha.
Cuando las personas se acercan a Dios y
a lo sacro, tienen acceso al equilibrio, a la serenidad. Pero si se alejan de
Dios y de lo sagrado, se distraen y confunden de modo tan espantoso que sufren
cada más en sus vidas estancadas, en sus aflicciones, en sus adicciones, en su
mediocridad, en sus múltiples padecimientos.
3. Cuando los pacientes hacen de la psicoterapia un proceso formativo, y viven la psicoterapia como una oportunidad para hacerse mejores personas, alcanzan más rápida y eficazmente esa plenitud vital que es uno de los principales objetivos de la existencia humana.
Un error muy difundido es el de creer que se puede ser exitoso sin ser buena persona. Craso error. Las malas personas pueden andar por ahí amasando fortunas, logrando títulos y obteniendo fama y posiciones de poder, pero las persigue, dondequiera que estén, una infelicidad crónica.
Las malas personas (las personas que no fueron bien formadas) van por la vida creyendo que tienen luz verde para pasar por encima de todo y para hacer daño al resto del mundo. Explotan y luego desechan al que alguna vez les sirvió, compiten de manera brutal (llegando hasta a arruinar a quienes consideran sus rivales), tienen una retorcida escala de valores (en la que el acceso a ciertos bienes mundanos y el dominio sobre los otros son las máximas aspiraciones), anteponen sus intereses a los del bien común y pisotean a los demás. Pobres infelices. Puede que una parte de ellos esté convencida de que se está triunfando, pero otros aspectos de su propio psiquismo les advierten, de forma desesperada, que no están haciendo lo correcto. Por eso se sienten vacíos, se enferman y experimentan una gran desolación en su interior. Por eso se deprimen y tienen la sensación de que su vida es una mascarada, y se sienten infinitamente solos y faltos de amor. Por eso se hacen adictos y ludópatas, y se meten en todo tipo de problemas, en una trayectoria de autodestrucción. No son gente exitosa, en realidad. Terminan fracasando en el más importante de los asuntos: el cómo existir.
Por el contrario, las buenas personas son más sanas mentalmente, más generosas y solidarias, más espontáneas y creativas, menos propensas a la autodestrucción, y obtienen con más facilidad un montón de bienes valiosos que no se restringen a lo meramente material.
Ser una buena persona (estar bien
formado) va de la mano con ser más feliz y sentirse más a gusto con la vida,
ser más agradecido con lo que se ha logrado y estar más contento con lo que se
es y lo que se tiene. Ser una buena persona permite sentirse y vivir mejor y
más tiempo.
Lo anterior es tan importante que,
evidentemente, un proceso psicoterapéutico debe estar encaminado a producir
buenas personas. O, dicho de otro modo, a abonar el terreno para que en dichas
personas emerjan con facilidad los rasgos bondadosos de carácter (los mismos
que les permitirán llevar unas vidas mejores).
4. La psicoterapia es un verdadero proceso filosófico. Se trata de pensar, reflexionar y encontrar, en compañía del paciente, una cosmovisión nueva.
Muchas de las enfermedades mentales, y aún la propia desazón existencial, están dadas por esa asfixia, ese constreñimiento, esa estrechez mental consistente en vivir amasando prejuicios, respuestas estereotipadas e ideas erróneas. Las personas sufren excesivamente cuando se atrapan ellas mismas en una telaraña que mutila el pensamiento.
La Filosofía es un auxilio valiosísimo. Permite razonar, reflexionar, sopesar de manera lógica, atenta y cuidadosa todas las variables. La Psicoterapia Formativa, en la medida en que se nutre de la Filosofía, es también un arte de pensar.
Es innegable que los padecimientos mentales
mayores, los trastornos de personalidad, la angustia existencial y la
infelicidad personal comparten la incapacidad para pensar, o el pensar de forma
muy restringida, o el pensar de forma caótica. También exhiben una visión
distorsionada y deformada de la realidad (tanto de la realidad subjetiva como
de la realidad objetiva), y, en consecuencia, tienen una cosmovisión (una forma
de entender la vida y el mundo) a todas luces patológica.
Los pacientes que logran una cura completa son aquellos en los que la psicoterapia logra abrir una nueva perspectiva de vida, una forma de ser y existir en el mundo distinta a la que llevaban antes de empezar el proceso. Es decir, los que logran cimentar una nueva filosofía de vida.
5. La psicoterapia debe permitir al paciente una redefinición completa: de sí mismo, de sus conceptos, de sus relaciones, de su mundo.
El sufrimiento psíquico es inevitable cuando hay esclerosis mental: cuando la persona se apega a ciertas definiciones de ella misma y de lo que la rodea, y se cierra a la posibilidad de cambio.
La psicoterapia debe ser, en ese sentido, una ruptura sana y deseable. Debe marcar un antes y un después. Si es sólo una tenue introducción de pequeñas novedades se queda en lo puramente sintomático, o peor aún: en una intentona infructífera, apenas superior al consejo bienintencionado o la palabra de aliento de un amigo.
Ahora bien: dicha ruptura, dicha redefinición, debe hacerse con tacto, profesionalismo y maestría. En este aspecto, la labor de un buen psiquiatra es como la de un buen cirujano. No se trata de ir haciendo cortes de manera desorganizada.
Es necesaria una transformación, por
supuesto. Pero no una conmoción traumática, sino una esclarecedora y
reconfortante vivencia de cambio. Debe darse, en la psicoterapia, una verdadera
reestructuración de la existencia. Pero debe hacerse de forma agradable y
adecuada, teniendo en cuenta el mandato médico por excelencia: ante todo, no hacer
daño. Por eso son tan deletéreas esas “terapias de choque” que patrocinan
algunos. No se trata de traumatizar o hacer sufrir al paciente más aún de lo
que ya ha sufrido. Tampoco es completamente cierta esa creencia tan difundida
de que la introspección y el insight
necesariamente han de causar dolor. De hecho, muchas veces sucede lo contrario:
el insight es maravilloso, egosintónico, y se vivencia como
una especie de epifanía.
6. La psicoterapia de alta calidad tiene un carácter sintético, holístico e integrador. Le apunta a la conjunción armónica de todas las dimensiones de la persona que la inicia. No se queda a medias. Tiene aspiración de totalidad.
La buena psicoterapia es síntesis e integración, tanto en sus aspectos teóricos como en sus aspectos técnicos.
El proceso terapéutico le debe permitir al paciente el rescate de un montón de partes de sí mismo que no tenía suficientemente bien ensambladas. Como cuando se van uniendo las voces de distintos instrumentos y al final emerge una bella sinfonía.
Son necesarias la integración y la cohesión del sí-mismo o self. Pero hay que ir mucho más allá. No es suficiente la integración del self. El paciente debe lograr no sólo un self bien cohesionado, sino también un self armónico, maduro, bien sintonizado, bien ecualizado.
La salud mental de una persona va más allá de hacer conscientes sus contenidos mentales; va más allá de conocerse bien; va más allá de integrar aspectos luminosos y aspectos oscuros del psiquismo. Pero la clave es ir más lejos todavía: además de integración, armonía y ecualización. Una integración a secas suele ser insuficiente, y puede ser monstruosa.
La armonía requiere un sano equilibrio entre las distintas dimensiones, facetas y tendencias del sí mismo. El self debe estar no sólo integrado, sino también ecualizado. Tiene que llegar a ser una construcción bien ensamblada, bien organizada, bellamente funcional y estructurada. Se requiere ecualización. Se requiere belleza.
Lo monstruoso de la conjunción de lo consciente y lo inconsciente que no logra esa hermosura (ese ensamblaje, esa ecualización) está dado por lo disarmónico: por dejar aristas, por promover algunas facetas en desmedro de otras, o por promoverlas todas sin tener en cuenta que el producto debe ser algo bien formado, y no un esperpento acéfalo.
Valga este otro símil: la psicoterapia debe producir una persona tan bien formada, tan completa, tan armónica como una obra de Mozart dirigida por Von Karajan. Estructura clara. Nitidez. Sinergia. Algo impecable.
La integración no se puede limitar a lo que se produce en el paciente (y en el propio terapeuta, que también está transformándose en el proceso psicoterapéutico: por eso es un psicoterapeuta formativo, formador y en formación), se da también en lo teórico y en lo técnico. El psicoterapeuta dotado debe incorporar distintos modelos, miradas, técnicas y abordajes, y debe ser capaz de utilizar, en cada momento y con cada paciente, distintas herramientas.
Sólo así logrará desenvolverse con
versatilidad y eficiencia. Y sólo así logrará escapar de las taras del
pensamiento unidimensional y de las restricciones de la ortodoxia. El dogmatismo
y la falta de flexibilidad (que suelen ir unidas al narcisismo y a la pobre
vida religiosa) terminan nublando las capacidades de los terapeutas.
Por supuesto, es deseable que la psicoterapia tenga un respaldo teórico, una sólida base conceptual. No se trata de ir a tientas, porque con ello se corre el riesgo de hacer daño al paciente. Pero aferrarse a una única forma de entender al hombre o de hacer psicoterapia, con tozudez y cerrazón, implica una preocupante incapacidad para aceptar los logros y los aportes ajenos, y una gravísima falta de versatilidad, condiciones que perjudican tanto al proceso como al paciente.
Es arrogante suponer que se puede ayudar a todos los pacientes haciendo siempre lo mismo. Uno no puede pretender que todos los pacientes encajen en su marco teórico. Y mucho menos pretender que un método (así sea su método, así se le tenga todo el cariño que se le tiene a un hijo) le sirva en todas partes y con todas las personas. Al contrario, un buen psicoterapeuta sabe que cada paciente es único, en la medida que cada cerebro es único y cada psiquismo es único.
Dicho de otro modo, cada persona es un mundo. Y, en ese orden de ideas, el buen psicoterapeuta echa mano de distintos enfoques y distintas maniobras, de distintas escuelas, en pro de que su paciente salga beneficiado. La terapia debe adaptarse a las necesidades del paciente, y no al contrario. Ahí entra en juego lo holístico.
El buen psiquiatra debe tener la mente abierta a la hora de abordar a sus pacientes. Se equivocan los que tienen cabeza de martillo y creen que todos sus pacientes tienen cabeza de puntilla.
7. La psicoterapia debe tener una praxis. Debe permitir el conocimiento, y a partir de dicho conocimiento, la transformación.
El autoconocimiento es un prerrequisito. Pero la mejoría necesita mucho más que eso. Un error de muchos eminentes terapeutas fue creer que la introspección y el insight eran suficientes. Son algo importante, sin duda. Pero no implican cura o mejoría. Se requiere llevar lo aprendido a la práctica, en todos los escenarios de la vida cotidiana. Que todo lo trabajado dentro del proceso terapéutico tenga una concreción, una utilidad en la vida real del paciente. Eso es verdadero aprendizaje significativo.
Buena parte del éxito clínico depende,
además del aspecto relacional médico-paciente y del genuino deseo de ayuda, de
qué tanto el paciente logra ejecutar en su existencia lo trabajado, elaborado y
aprendido en la psicoterapia. La eficiencia tiene que ver con cómo se logra
llevar a cabo lo avanzado en el consultorio, y en no quedarse en el individuo,
sino también involucrar su pareja, su familia, su círculo de amistades, sus contextos
laboral, lúdico y académico: sus entornos, sus realidades.
Esa es la praxis terapéutica: la posibilidad de llevar al terreno real y concreto todo el conocimiento logrado en los encuentros entre el paciente y el psicoterapeuta (escenario I del proceso terapéutico), entre la pareja y el psicoterapeuta (escenario P), entre la familia y el psicoterapeuta (escenario F) y entre el grupo y el psicoterapeuta (escenario G). Sin dicha praxis, la psicoterapia no pasa de ser mera gimnasia mental.
8. La psicoterapia debe estar muy atenta a los aspectos relacionales de la persona.
La transformación que ocurre al interior del individuo (que es verdadera alquimia, conversión y liberación) se queda corta si no se produce al mismo tiempo una transformación en sus relaciones.
Esto puede verse con claridad en todos los pacientes. Aún si logran todas las metas terapéuticas a nivel personal, si no se modifican sus contextos y sus relaciones, terminan recayendo en las situaciones que los llevaron a consultar.
El hombre no está solo. Siempre está en relación con algo. Vive inmerso en relaciones. De hecho, no es concebible el ser humano completamente aislado y reducido a ente solitario. El hombre es en la medida en que existe en relación con otros seres. El hombre es lo que es y lo que lo circunda: su contexto, sus relaciones. Por ello, la psicoterapia es útil en la medida en que aborda lo relacional y contextual del paciente.
No genera cambios a largo plazo una
terapia que no incluya a la pareja, a la familia y a los otros sistemas en los
que se desenvuelve el paciente. Es una verdad evidente en sí misma.
9. La psicoterapia es un proceso claramente sinérgico, que viven profunda e intensamente tanto el paciente como el terapeuta.
El paciente influye en el terapeuta, así como el terapeuta influye en el paciente. Llegan a constituir una pareja, un verdadero equipo. Son la combinación de voluntades que, bajo la iluminadora presencia de Dios en el proceso, buscan la transformación que llevará a la madurez psíquica y a la plenitud existencial.
La Psicoterapia Formativa es eso: un
paciente (un matrimonio, una familia, un grupo) y un psicoterapeuta en mutua
formación, constituyendo un equipo que trabaja en aras de lograr las metas terapéuticas.
Un terapeuta y un paciente que se comprometen y compenetran, se complementan y
se ayudan de tal forma que terminan funcionando como si fuesen un matrimonio
simbólico.
El proceso es fecundo en la medida en que los dos, paciente y psicoterapeuta, se liberan de sus preconcepciones y prejuicios (entre ellos, el muy difundido del terapeuta como “experto” que no aprende de su paciente), y se lanzan, como coequiperos, a la aventura de la vida con mayor lucidez.
Es algo cierto que gracias a los pacientes los psiquiatras (y otros profesionales que se dediquen a la psicoterapia) pueden convertirse en mejores personas, siempre y cuando tengan la suficiente humildad como para estar atentos y abiertos a sus aportes.
Escuchar al paciente con respeto y deseo
de aprender permite al terapeuta madurar enormemente, modificar su personalidad
y actualizar sus propias ideas sobre la vida.
Acaso esto explique el por qué varios colegas (los que se han acostumbrado en su vida personal a pasar por encima de la Ética, los que no saben mantener el encuadre, los que tienen una religiosidad endeble, los que tienen un pobre autocontrol, los que no tienen un matrimonio feliz, los que no captan que son un instrumento de Dios para ayudar al que sufre) terminan enredándose afectivamente con sus pacientes. Es que en la psicoterapia el paciente y el terapeuta llegan a establecer un vínculo tan fuerte, tan intenso, que pueden extraviarse. Y acaso esto también explique por qué otros colegas (los que se identifican masivamente con el paciente, los que no han pasado previamente por un proceso de psicoterapia, los que hacen apegos ansiosos, los ateos o agnósticos, los excesivamente autoexigentes) salen tan agotados y desgastados de la consulta.
La relación paciente-psicoterapeuta es, por sí misma, es tremendamente dinámica y poderosa, llena de energía. Es, en cierto sentido, algo electrizante. Si el trabajo realizado se pone en las manos de Dios, si se hace una buena oración antes de empezar la jornada, si se actúa teniendo siempre en cuenta las necesidades del paciente (y no las suposiciones, o peor aún, los sesgos o las preferencias del terapeuta) y si se trabaja de forma pura, empática y desinteresada, se puede salir de la sesión con una agradable sensación de energía, rejuvenecimiento, vigor, alegría y ganas de vivir.
10. En consonancia con lo anterior, la psicoterapia bien hecha es aquella en la que el psiquiatra es, en sí mismo, un instrumento terapéutico: cuando es una buena persona, se asume como una herramienta que Dios utiliza para ayudar a las personas y se dona a sí mismo de tal forma que se convierte en catalizador del cambio (la transformación).
Esto explica el por qué terapeutas disímiles pueden tener en común el mismo efecto (benéfico y formativo) en sus pacientes: terapeutas dispares en cuanto a su formación y formación teórica pueden lograr los mismos excelentes resultados, siempre y cuando sean, ellos mismos, lo suficientemente buenos y comprometidos como para dejarse guiar por el Señor para lograr un impacto profundo en las vidas de quienes los consultaron.
Terapeutas distintos en su estilo tienen un común denominador, cuando son buenos: quieren acompañar, reconfortar, apoyar y aliviar a sus pacientes, por encima de cualquier otra cosa. Y, obviamente, terminan lográndolo.
El
psicoterapeuta formativo
Como ya se ha mencionado, en la
psicoterapia Formativa tanto el paciente como el terapeuta se asumen como
personas susceptibles de aprendizaje, crecimiento y transformación.
Es evidente que el psicoterapeuta tiene
a su favor la formación académica, la experiencia clínica, un mayor equilibrio
emocional y una situación vital más completa que la del paciente (o la pareja,
o la familia, o el grupo) que se dispone a atender. Si no fuera así, sería un
peligro exponerse a la terapia. Pero su saber y su experticia no deben impedir
su maduración. El terapeuta, como todo ser humano, es un ser imperfecto, y en
consecuencia mejorable: siempre podrá avanzar un poco más, en su camino de
crecimiento espiritual. Por supuesto, si no hay rasgos patológicos de
personalidad no podrá ni siquiera intentarlo: la soberbia y la autosuficiencia
serán un obstáculo, y permanecerá estancado. En cambio, cuanto más sana su
personalidad, más dispuesto estará a seguir avanzando, en el largo (y siempre
inacabado) camino hacia el ideal.
El buen psicoterapeuta, entonces, forma
y se deja formar. Ayuda a que el (los) paciente(s) se formen, es decir,
estructuren una personalidad sana, y al mismo tiempo avanza en la misma
dirección. Ambos elementos del equipo terapéutico viven la sinergia encaminada
a la consecución de la plenitud de vida.
¿Y qué hace a un terapeuta bueno? Hay unas características innegables: a) el buen terapeuta es empático; b) el buen terapeuta es una buena persona; c) el buen terapeuta conoce y comprende a su paciente, y logra establecer un vínculo sincero; d) el buen terapeuta es honesto; sus gestos y actitudes, lejos de ser hipócritas o impostados, son genuinos y creíbles; e) el buen terapeuta vibra con su paciente, entra fácilmente en sintonía; f) el buen terapeuta disfruta lo que hace; g) el buen terapeuta se esfuerza por ir acrecentando cada día su bagaje cultural y psicoterapéutico, estudia y se actualiza constantemente; h) el buen terapeuta se entrega, no es mezquino con sus habilidades ni con su tiempo; i) el buen terapeuta está atento a lo que hace, quiere ser útil, busca ejecutar la maniobra que le sea más benéfica al paciente en cada momento de la sesión; j) el buen terapeuta trasciende lo puramente individual y tiene en cuenta lo familiar, comunitario y colectivo en la existencia de su paciente; k) el buen terapeuta tiene una fuerte vida espiritual; l) el buen terapeuta lleva una vida virtuosa, ética, profundamente religiosa, y en coherencia es disciplinado, juicioso y sensato en su acontecer cotidiano; m) el buen terapeuta sabe cuándo debe ser intuitivo y cuándo debe ceñirse a la técnica, y se mueve entre ambos polos con flexibilidad; n) el buen terapeuta sabe vivir bien, tiene experiencia de vida, y no se traga enteros los prejuicios que trata de inocularle la sociedad en la que transcurre su existencia; o) el buen terapeuta es capaz de reconocer en el otro a un prójimo que hay que cuidar, y busca conectar con dicho prójimo de forma respetuosa, responsable y adecuada; p) el buen terapeuta es transmutador y catalizador, es agente de cambio; q) el buen terapeuta sabe hablar, se comunica de forma adecuada, transmite con claridad y precisión lo que está pensando, y, sobretodo, sabe escuchar; r) el buen terapeuta reconoce el valor de su trabajo, lo valioso de la psicoterapia, y realiza su labor con toda la nobleza y toda la altura posibles; s) el buen terapeuta se alía con las partes sanas del paciente, y le permite reflexionar, razonar y decidir por sí mismo (aunque en ocasiones oriente o aconseje, siempre brinda libertad de acción a su paciente); t) el buen terapeuta tiene claro quién es (cuál es su historia, cuáles son sus inclinaciones, cuáles son sus apetencias, cuáles son sus defectos), y busca hacer de sí mismo el mejor instrumento para el tratamiento del paciente; u) el buen terapeuta sólo efectúa acciones que fomenten la formación y el desarrollo integral de su paciente, en el marco de una apropiada alianza terapéutica; v) el buen terapeuta sabe que en la psicoterapia se da un crecimiento mutuo, y en consecuencia moldea y permite que lo moldeen en los aspectos pertinentes a la terapia; w) el buen terapeuta siempre está abierto a nuevos aprendizajes, libre y lleno de curiosidad científica, dispuesto a repensar y reevaluar todas las cosas (incluso sus hipótesis diagnósticas); x) el buen terapeuta ejerce, además de su función sanadora, una función pedagógica; y) el buen terapeuta es también un buen facilitador y un buen motivador, y entiende que el proceso puede ser placentero o al menos agradable; z) el buen terapeuta permite que haya un espacio seguro para que el paciente pueda desnudar su alma, en tanto que él también trabaja en su alma, acercándola cada vez más a Dios.
Otros conceptos
1. El nombre
de este modelo está dado porque en todos los aspectos abordados
(existencia, transformación, trascendencia, integración, armonización,
cohesión, ecualización, transmutación, sinergia, empatía, contextualización,
praxis, sintonía) está siempre presente el concepto de formación.
Formación es posibilidad de construir, ensamblar y estructurar un psiquismo bueno y bello, lo más cercano al ideal de bondad y belleza representado por Dios. Formación es también posibilidad de reparar, de remodelar, de reestructurar ese psiquismo, en aras de lograr una personalidad apta para la buena vida: el amor, la solidaridad, la creatividad, la religiosidad, la plenitud, la veracidad, la espontaneidad y la felicidad.
Formación también implica la posibilidad
de transformación. En la Psicoterapia Formativa se tiene la certeza de que en
todo paciente está la posibilidad de cambio: su forma de ser y de existir
siempre puede ser otra, mejor diseñada, más apta para lograr la plenitud de
vida.
En lo formativo está también implícita
la doble función del terapeuta (formador y en formación), y la manera como
interactúa con el paciente (sinergia, compromiso, cooperación). También la
posibilidad, en términos del self, de
estructuración, reestructuración (cambio de forma) o consolidación (de una
forma apropiada pero endeble: el paso de un self
no cohesionado a un self bien
cohesionado).
2. La Psicoterapia Formativa es una psicoterapia total, un modelo abarcador y holístico, que aprecia todo aquello pueda ser valioso y útil para los pacientes.
Este modelo es integral; por eso incluye
distintos campos: el biológico (en cuanto a que se integra con las
neurociencias y las otras especialidades médicas, reconoce en el hombre su
dimensión corporal y fisiológica, y acepta el tratamiento farmacológico como
complemento de la psicoterapia), el psicológico (pues sostiene la existencia
del alma, la conciencia y los mecanismos del funcionamiento mental), el familiar
(en tanto que entiende que la buena vida familiar es fuente de salud mental, y
que la familia es el microcosmos en el que el hombre adquiere su horizonte de
valores, los elementos primordiales para su desarrollo y las bases de su
personalidad), el social (puesto que tiene en cuenta los determinantes
comunitarios, laborales, culturales, políticos y económicos, tanto en la
génesis como en la recuperación de las distintas condiciones y enfermedades de
la psique), el religioso (porque reconoce que la ausencia de Dios y de lo
sagrado contribuye a perpetuar y empeorar los distintos escenarios clínicos,
mientras que la fuerte vida espiritual es un factor preponderante en la
recuperación, la sanación y el logro de la felicidad y la plenitud existencial),
el pedagógico (en términos de aprendizaje y adquisición de conocimiento útil para
la vida), el filosófico (dado que alienta el ejercicio de la razón, la
reflexión y el discernimiento a la hora de forjar una cosmovisión nueva, piedra
angular de la transformación buscada en el proceso), el cinestésico (ya que
involucra los ejercicios de calistenia, las técnicas de relajación, las
técnicas psicodramáticas y otras estrategias neuromusculares), el sensorial (en
vista de cómo usa la arteterapia, la musicoterapia y otras herramientas
afines), el creativo (con su promoción de la espontaneidad, la inventiva, la
libre expresión, la originalidad y el pensamiento transformador) y el cognitivo
(a la luz de la forma en que el repensar y revalorar las cosas, el redefinir
las ideas y el reconceptualizarse a sí mismo y al entorno hacen parte del
proceso terapéutico).
3. La Psicoterapia Formativa exige a cada
psicoterapeuta una vida intachable, de oración, llena de valores y virtudes;
asimismo, debe ser una persona sumamente culta, pero no sólo versada en
Humanidades, sino también experta en la vida, conocedora de todo aquello que
pueda beneficiar a sus pacientes; debe ser alguien muy estudioso, y no
solamente en ámbitos de educación formal, puesto que también está llamado a ser
un gran autodidacta, asiduo lector de textos de psiquiatría, psicología y
psicoterapia. Y debe pedirle a Dios ayuda e inspiración, y todos los dones del
Espíritu Santo, para poder efectuar su labor con amor, calidez, entrega y
eficiencia.
4. La Psicoterapia Formativa sostiene
que al interior de un sistema todo está interrelacionado, y que interviniendo
en un elemento (un miembro de la familia, por ejemplo) es posible influir en
otros (así en apariencia sean distantes): sanando (o, al menos, aliviando) en
un punto se sanamos (aliviamos) también en otros.
5. En esta forma de entender la
psicoterapia, cada paciente debe ser valorado y dignificado como un prójimo al
que se quiere ayudar. En ese orden de ideas, cada persona que consulta debe ser
abordada empáticamente, comprensivamente, teniendo en cuenta el momento del
ciclo vital por el que esté atravesando.
En la Psicoterapia Formativa es imperioso acercarse al infante con toda la ternura, toda la paciencia y toda la capacidad clínica posibles; apoyar al niño de forma genuina, formando una verdadera alianza y correspondiendo a las necesidades propias de su edad; valorar al adolescente en toda su complejidad, en sus pequeñas luchas cotidianas, en su añoranza de ser tratado como alguien que realmente le importa al psicoterapeuta; acoger al adulto joven con respeto, apreciando sus logros, guiándolo dulcemente cuando se encuentre en difíciles encrucijadas; acompañar al adulto medio en sus vicisitudes, sus paradojas, sus triunfos y sus caídas; animar al adulto maduro a abrirse a la vida sin miedo, con creatividad, energía y optimismo; caminar junto al anciano con dulzura y sabiduría, hacia la plena aceptación de su realidad y la preparación a esa otra vida (la eterna) en la que, si se supo vivir bien en ésta (la terrena), no habrán más dolores ni luchas, y todo será dicha.
6. Esta propuesta requiere aprender, y
aprender de todos: repasar lo que los grandes maestros del pasado encontraron
útil a la hora de atender a sus pacientes, redescubrir viejas herramientas y
estar atento también a las novedades, sabiendo siempre que la estrategia se
debe adaptar a cada tipo de paciente, en cada momento de la sesión, buscando
siempre la mayor pertinencia y utilidad.
En cuestión de psicoterapia nadie ha
dicho la última palabra. Todo puede ser revisado y adaptado. La rigidez sólo
perjudica al paciente, mientras que la flexibilidad (y el buen psicoterapeuta
es un artista flexible) permite hermosos caminos de sanación.
7. En la Psicoterapia Formativa el
psicoterapeuta debe vibrar con el paciente: sentir con él, pensar con él,
compenetrarse con él. Recordar, cada instante, que pese a la asimetría de la
relación médico-paciente (en tanto que uno es más experto, o al menos tiene más
conocimiento que el otro en ése ítem que constituye el motivo de consulta) hay
una innegable sinergia, que los beneficia a ambos.
Un psicoterapeuta activo (alejado de ese
cliché de oidor distante, restringido y acartonado) y genuino (espontáneo,
atento, entusiasta) logra una especial (muchas veces, inolvidable) forma de
atender a sus pacientes, y tiene grandes ventajas en su oficio.
El psicoterapeuta que quiere en realidad
impactar profunda y positivamente, debe permitir a sus pacientes interacción,
diálogo fecundo, concatenación de reflexiones, dejando que actúen las fuerzas
de sinergia.
8. Dentro de la reestructuración
cognitiva y la praxis filosófica buscada, está la configuración de un
pensamiento crítico, autónomo, independiente y definido, que permite la recuperación
de algo que la Humanidad por poco olvida durante los siglos XIX y XX: la fuerza
del espíritu (la grandeza de un carácter que le apunta a lo sublime y no se
deja distraer por el materialismo y la superficialidad que el estamento
ideológico dominante trata de imponer).
9. Comprender que toda maniobra
psicoterapéutica tiene unas consecuencias neurofisiológicas exige suma
prudencia a la hora de intervenir en la sesión. Es cierto que un psicoterapeuta
formativo (formador/en formación) tiene que intervenir, actuar y manifestarse
en el proceso, pero debe hacerlo de forma delicada, considerada y prudente.
Muchas veces es adecuado controlarse, sin ir actuando a la ligera, y esperar el
momento oportuno para realizar cada intervención.
10. Al paciente se le debe ver como una
totalidad, en la que son importantes todas las variables (médicas,
farmacológicas, nutricionales, afectivas, cognitivas, religiosas, familiares,
comunitarias, sociales, económicas, académicas, laborales, lúdicas), para acercarse a él con profesionalismo.
Tratar a las personas aunando comprensión,
compasión, diligencia y deseo de sanar implica esta mirada completa e
integradora, único camino para ayudar
a los pacientes a mantener sus logros a largo plazo y reestructurar su
personalidad (haciéndola menos rígida, más funcional, mejor dispuesta al
encuentro con el prójimo).
Es bastante sensato adaptar los esquemas y la propia forma de trabajo a cada paciente. Por eso el psicoterapeuta debe ser un sanador completo, capaz de desenvolverse en todos los enfoques. Por eso debe ser amable y cálido, pero también disciplinado y autoexigente, de tal manera que la creatividad y la espontaneidad no riñan con el orden y la calidad de la atención.
11. El proceso psicoterapéutico puede
durar toda la vida. Así como el paciente ingresa en una espiral interminable de
formación (maduración, crecimiento, búsqueda de plenitud) el buen psicoterapeuta
está también en dicha tarea.
12. Los encuadres rígidos son tan
dañinos como los encuadres demasiado flexibles. La clave, como siempre, es
mantenerse en el justo centro.
El que busca ayuda quiere salir más
integrado, más equilibrado, más flexible, más resiliente, más conocedor de sí
mismo y de su mundo (y de sus potencialidades, y de cómo puede superar ciertos
problemas, situaciones o síntomas), más pleno. De ahí la necesidad de un
encuadre que brinde acogida, seguridad y confianza. Un encuadre que le permita
al paciente sentirse protegido, sereno, en una atmósfera de hogar.
El encuentro entre el paciente y el
psicoterapeuta tiene una mística especial, que le imprime de entrada un
carácter sanador. Es un encuentro formal, serio, entre personas que
concurren buscando un gran objetivo en común: hacer de la experiencia
algo formativo, del cual emerjan más equilibrados, más plenos y felices.
Dicho encuentro tiende a la bildung, a la formación de ambos componentes del equipo (recuérdese la sinergia). Por eso se debe efectuar en el marco de una ética intachable, con verdadero espíritu cristiano (de misericordia y servicio). Cualquier tipo de intercambio inadecuado (sexual, comercial, político) con los pacientes es deleznable e incompatible con este modelo de psicoterapia.
Lo bello del encuentro entre el paciente y su psiquiatra está justamente en eso. Son un equipo. Ambos se influencian. Ambos corrigen sus imperfecciones durante el proceso. Ambos anhelan (y merecen) una vida con plenitud de sentido.
Por eso el encuadre debe ser claro. No se trata de un encuentro casual, ni de una reunión de amigos, ni de una consultoría, ni de una consulta médica ordinaria. Es algo extraordinario. Nada menos que la búsqueda de una manera más adecuada de ser y existir.
El encuadre debe empezar a explicitarse aún antes de la primera sesión. Nada se puede dar por sobreentendido. Lo habitual es que muy pocas personas estén familiarizadas con las normas de la psicoterapia (mucha gente ignora incluso qué es el encuadre). Por eso es bueno, aún antes del primer encuentro, poner todos los puntos sobre las íes. Quien haga las veces de secretario o asistente debe especificar cuál es el valor de la sesión y resolver las primeras dudas e interrogantes de quien solicita la consulta.
Después, en el primer encuentro, sigue
la explicitación del encuadre en la medida en que el paciente va percatándose
de qué va a hacer en cada encuentro, qué es psicoterapia y qué no es
psicoterapia, qué actos son terapéuticos y contribuyen al éxito del proceso, y
qué actos están de más.
Se deben respetar los horarios, y la cancelación de las citas debe hacerse (tanto por parte del paciente como por parte del doctor) al menos 12 horas antes del encuentro programado.
No es justa la pretensión de algunos de cobrarle al paciente por la cita a la que no asistió. Y es errado cobrarle por el tiempo en que el terapeuta se va de vacaciones, como algunos autores han postulado. Pero tampoco es conveniente que se irrespete la profesión médica y se le incumpla de manera injustificada. Lo recomendable es que el paciente sepa de antemano que dejará de ser paciente si atenta contra el proceso incumpliendo dos citas seguidas sin previo aviso y sin justificación.
La continencia y la abstinencia no están pasadas de moda. Al contrario, protegen tanto al paciente como al terapeuta. El contacto físico debe ser mínimo: un cálido apretón de manos y una sonrisa genuina son más que suficientes. Ahora bien, en el contexto latinoamericano (en el que la efusividad y el contacto corporal amistoso son bien vistos, y de hecho fortalecen el vínculo) pueden ser válidos el abrazo o el beso en la mejilla al saludar o al despedirse, si el doctor y su paciente han establecido ya una alianza terapéutica firme, han pasado varias sesiones y si no existe el riesgo de una erotización de la transferencia.
13. La duración del proceso es
indefinida en la medida en que el paciente va avanzando en su propio derrotero
de vida. El tratamiento, en consecuencia, puede prolongarse todo lo que el
paciente necesite, adaptándose por su puesto a las necesidades específicas de
cada momento de su ciclo vital.
Por ejemplo, el paciente que antaño requirió apoyo por sufrir matoneo en el colegio buscará ahora definir su orientación vocacional, y luego consultará para tener un acompañamiento en su vida matrimonial. Los pacientes cambian, y sus problemas también. Y un buen terapeuta no puede negarse a seguirlos apoyando, atrincherándose en la excusa de que “el proceso concluyó”.
Los procesos terapéuticos constituyen un continuo, en el que se dan intervalos de gran intensidad (en los que es necesario apoyar al paciente varias veces por semana), intervalos de moderada intensidad (con encuentros semanales o quincenales) e intervalos de leve intensidad (con citas bimestrales o trimestrales). Muy beneficioso resulta para el paciente el saber que puede contar con su psicoterapeuta cuando aparezcan nuevos problemas o desafíos en su vida, así hayan pasado años desde la última sesión.
14. Con respecto al tiempo por sesión,
la Psicoterapia Formativa exige trabajar al menos hora y media (90 minutos) en cada
sesión; de lo contrario el paciente queda “iniciado y a medias”. El paciente promedio
tarda entre diez y treinta minutos en los preliminares, apenas haciendo
catarsis, descargándose de los eventos más actuales y apremiantes. El verdadero
autoconocimiento llega luego, descendiendo escalón por escalón, paso a paso,
hacia los contenidos más profundos y enmascarados. Pretender llegar allá
en cuarenta o cincuenta minutos es tan irreal como pretender descubrir todos
los detalles de una obra de arte en un vistazo rápido.
Dedicarle al paciente el tiempo suficiente es permitirse también, como terapeuta, una exploración juiciosa y concienzuda. Y como hay otros elementos en el tratamiento, que también requieren tiempo (realización de pruebas, técnicas de relajación, técnicas de respiración, psicodrama, meditación, dibujo y escritura creativos, oración, etcétera), disponer de al menos una hora y media asegura que la sesión sea lo suficientemente fecunda.
15. Hay que cobrar lo justo. Cobrar poco es exponerse innecesariamente a que el paciente no valore la sesión, o la homologue a un simple control médico de aseguradora. También es exponerse a no realizar la terapia con el empeño y la alegría que permiten una interacción vivaz y genuina. Cobrar un precio excesivo también atenta contra la justicia, así se trate de un paciente millonario. Y lo injusto no puede lograr la concurrencia de Dios en el proceso, pues Él es plenitud de Verdad y Justicia. Como cada encuentro debe entregársele al Señor, pidiendo Su auxilio y Su sapiencia (pues no sería un psicoterapeuta formativo aquel que inflado de soberbia creyera que todo está en sus manos, o que el logro de los objetivos sólo se da por sus habilidades), es mandatorio que las cosas se hagan conforme a Su voluntad y Sus preceptos. No tienen cabida el materialismo, el afán de lucro, la codicia, el esnobismo o las otras situaciones opuestas a Dios.
La clave está en que tanto el paciente
como el terapeuta sientan que se están beneficiando, que ha valido la pena lo
invertido (el tiempo, el desplazamiento, el uso del consultorio, el dinero) y
que han logrado sacar provecho de la sesión.
Si el paciente no valora el trabajo realizado
su posibilidad de mejoría disminuye ostensiblemente. Por eso es desaconsejable hacerlo
gratis o a un precio miserable. El paciente empieza a sentir que está robando
al terapeuta, y que no merece sanar. Y, en efecto, se estanca. Lo que sí se
puede hacer, en caso de que el paciente sea muy pobre, es permitirle combinar
los encuentros en la consulta privada con otros encuentros en un hospital
público en el que el terapeuta labore. También puede ser aconsejable cobrarle
un tercio menos de lo que vale cada sesión.
El precio debe ser adecuado al nivel adquisitivo del consultante. Hay gente enferma dispuesta a despilfarrar grandes sumas de dinero en tonterías, pero sumamente mezquina consigo misma. Hay personas ignorantes que desprecian la salud mental y asumen que la psicoterapia es un acto médico “de segunda”. Y hay algunos tan trastornados que asumen, de manera narcisística, que para el médico es “un honor y un placer” escucharles sus cuitas (y que por eso no deberían cobrarles). Estos tipos de pacientes son los que más conflictos tienen con el pago de los honorarios.
Lo mejor es el pago directo y por sesión. Una vez terminada la sesión, y sin intermediarios, el paciente debe cancelar el valor de la consulta. De todas las situaciones aparejadas (“olvidos”, “despistes”, actos fallidos, etcétera) y de la misma actitud del paciente (hay quien se avergüenza de pagarle directamente al médico, otros entregan los billetes en sobres, algunos piden “rebajas” a última hora, unos cuantos se esmeran en entregar billetes en perfecto estado, etcétera), se puede extraer información valiosísima.
Lo interesante es que, en la medida en que van descubriendo cuán maravillosa y transformadora resulta la experiencia, al cabo de unas semanas hasta los más tacaños terminan pagando gustosamente por el trabajo realizado.
16. En cuanto al lugar, lo ideal es
ofrecer al paciente un sitio en el que se sienta acogido, seguro y protegido. Transmitir
calor de hogar. La decoración puede variar, pero sí es importante que no haya
elementos cortantes ni contundentes, ni otros materiales con los que el
paciente pudiera hacerse daño (espejos, armas, cortapapeles, plumas
estilográficas, por dar unos ejemplos, deben evitarse), y que los colores, la
luz y el mobiliario creen una atmósfera propicia para la relajación y la
confidencia.
Debe ser un sitio silencioso, apartado
del bullicio y de la contaminación auditiva citadina, idealmente cercano a un
bosque o a una fuente de agua, en el que puedan escucharse el canto de los
pájaros, el murmullo de la brisa y otros sonidos de la naturaleza.
Los íconos religiosos son de gran
utilidad, en tanto que ayudan a centrar la atención del paciente en poderosos
arquetipos (como los del héroe, el sabio y el hombre-Dios, encarnados en el
Señor Jesucristo) y ayudan a reconectarlo con sus núcleos trascendentes, al
mismo tiempo que lo llenan de calma y reflexivo sosiego.
17. La privacidad del paciente debe ser
siempre salvaguardada. Ese es uno de los grandes problemas de los consultorios
situados en clínicas o en centros médicos, en los que el paciente es
identificable al entrar, mientras se encuentra en la sala de espera y al salir.
Lo ideal es ofrecer un espacio en el que nadie pueda ser identificado ni
abordado por terceros, especialmente si es una figura pública que desea
mantenerse alejada de cotilleos malintencionados.
Ahora bien, si se trata de un paciente
que probablemente cumpla con criterios de hospitalización (alteración del
juicio, presencia de ideas suicidas estructuradas, ideas delirantes, ideas de
culpa o desesperanza de alta intensidad, síntomas psicóticos, alto riesgo de
agitación y/o violencia), sí puede atendérsele en un consultorio de hospital o
centro de salud.
Es deseable que en el primer encuentro
estén los familiares más cercanos al paciente: cada uno puede aportar una
mirada propia sobre los problemas que motivan la consulta, y, al mismo tiempo,
las pistas para encontrar sus respectivas soluciones. Además, al paciente le es
bastante útil encontrar respaldo en sus allegados, sentir que no está solo en
su lucha, y escucharles de manera directa comentarios positivos que desmienten
sus cogniciones negativas. Y se logra un favorable compromiso de todo el
sistema familiar en el tratamiento.
Las siguientes sesiones sí pueden
hacerse a solas con el paciente, a no ser que se trate de una terapia de pareja
o de familia. Eso sí, ante un menor de edad con alguna situación de
vulnerabilidad o riesgo de autoagresión, es mejor optar por la prudencia y seguir
los encuentros en compañía del padre o la madre (o un adulto responsable, en
casos excepcionales).
18. La psicoterapia no requiere una
vestimenta especial. Sólo que sea cómoda y que no contravenga las normas
básicas de etiqueta. En el terapeuta es deseable, si no usa una ropa elegante,
al menos que sea mínimamente formal, impecable y decorosa.
Priman el respeto a la integridad, el
pudor y el recato: nunca, en psicoterapia, el paciente tiene por qué
desvestirse o presentarse ligero de ropas. La idea en la psicoterapia es
desnudar el alma, no el cuerpo. El psicoterapeuta, salvo contadísimas excepciones
(en el terreno de la Psiquiatría de Enlace), no debe ni siquiera hacer un
examen físico general a su paciente, por el riesgo de transferencias o contratransferencias
inadecuadas.
Si llegara a surgir una queja somática
que requiriera un examen médico completo, lo ideal es que el psicoterapeuta
remita el caso a un especialista idóneo.
Si una paciente viene con una vestimenta
ligera o con una falda demasiado alta, no es ni cortés obligarla a tenderse en
el diván, a no ser que se le ofrezca una frazada. No vienen al caso tontas
interpretaciones: no es “resistencia” lo que a todas luces es pudor. Sí sería
interpretable, eventualmente, el hecho de que la situación se repitiera con
frecuencia (habrá que indagar, activamente, aspectos erotizados de la
transferencia, o rasgos histriónicos de personalidad, u otros motivos,
conscientes e inconscientes). Lo mismo en caso de pacientes varones, en quienes
habrá que mostrar también una actitud respetuosa pero firme, y en quienes
tendrán que indagarse esos mismos aspectos.
19. El secreto es inviolable, salvo los casos contemplados por la Ley y por el Código Deontológico de la Sociedad de Psicoterapia Formativa.
Obviamente, en escenarios de consumo de
sustancias psicotóxicas, de matoneo escolar, de acoso laboral, o de alto riesgo
de auto o heteroagresión, es un acto de sensatez el dar aviso inmediato a los
allegados y, cuando corresponda, a las autoridades pertinentes.
20. En cuanto a los objetivos
terapéuticos, vale la pena insistir en que el principal objetivo de la
psicoterapia formativa es formar para la plenitud de vida, haciendo que el
paciente y el psicoterapeuta vivan una relación y una experiencia tan
significativa que salgan transformados de ella, religados con Dios y prestos a
realizar una existencia genuina, veraz, creativa y fecunda.
Médico y paciente deben resultar mucho
mejores personas (más fuertes, más reflexivas, más equilibradas, más
resilientes, más sensatas, más lúcidas, más razonables, más bondadosas, más
trascendentes: más aptas para ser felices) después de cada sesión. Y el efecto
debe ser acumulativo. Al cabo de un año de psicoterapia, la persona debe ya
mostrar francos avances en su esencia, en su estructura, en su funcionamiento:
en su ser y en su existir.
Muchos pacientes y terapeutas que se encuentran atrincherados en una forma de vida rígida e infecunda se benefician enormemente de una buena reestructuración de la personalidad. Barriendo con las fantasías patológicas, las creencias erróneas, las inhibiciones, los prejuicios, las conductas estereotipadas y las múltiples distorsiones cognitivas de ambos es posible ponerlos en una situación de apertura, más proclives al insight y al crecimiento personal, listos a recibir abiertamente lo que la sesión les ofrezca para pensar, reflexionar, incorporar, soltar, perdonar, sanar y transformar.
Si aparte de salir bien formados, llenos de Dios, maduros y con un sentido de vida, el paciente y el terapeuta logran otras cosas (hacer consciente lo inconsciente, modificar los hábitos, superar los complejos, adaptarse y aumentar la productividad y la autoestima), espléndido. Pero en la Psicoterapia Formativa lo que más importa es la formación de una persona plena y feliz antes que nada.
21. Lo ideal es que los candidatos a
formarse como psicoterapeutas formativos sean médicos psiquiatras, médicos
oncólogos, médicos de familia, médicos pediatras y médicos especializados en
dolor y cuidados paliativos, pues en estas especialidades la relación
médico-paciente cobra una especial importancia. Ahora bien, especialistas en
otras ramas de la Medicina también son bienvenidos, si quieren integrar este
modelo en sus vidas y carreras, como una vía para lograr un adecuado vínculo
con sus pacientes. Prácticamente todos los rasgos de un buen psicoterapeuta
deben estar presentes en todo buen médico.
También pueden formarse otros
profesionales relacionados con la educación, la promoción humana y el
acompañamiento a quienes quieren ser mejores personas: sacerdotes, psicólogos
clínicos, terapeutas ocupacionales, enfermeros, psicopedagogos, terapeutas de
lenguaje, trabajadores sociales y licenciados con una formación y una experiencia
específica en psicoterapia, que además completen un tiempo prudente en calidad
de pacientes en psicoterapia formativa.
No se descartan personas de otras profesiones afines, en especial del campo de las Humanidades (especialmente filósofos, sociólogos, antropólogos y teólogos), siempre y cuando tengan el firme propósito de hacer el bien y contribuir en la construcción de un mundo mejor, más pacífico y tolerante.
Lo fundamental es seleccionar personas éticas,
honestas, empáticas, responsables, íntegras, deseosas de ayudar al prójimo y
suficientemente virtuosas, más allá de sus títulos.
Es obligatorio que cada aspirante a psicoterapeuta
realice la capacitación con la Sociedad instituida para tal fin por el propio
fundador de la Psicoterapia Formativa. Cumplido este requisito, y siempre
dentro del marco deontológico e institucional de la Sociedad de Psicoterapia
Formativa, cada egresado tendrá el deber de continuar capacitándose en los
respectivos Congresos organizados por dicha Sociedad, animado a ofrecer a sus
pacientes una atención cada vez más cercana al ideal.
Conclusión
Bastante necio sería el que pretendiera,
con un solo enfoque, tratar a todos los pacientes. Esta Psicoterapia Formativa
no es sino una de cientos, tal vez miles de vías posibles en el terreno de la
psicoterapia. Lo fascinante será ir descubriendo nuevas posibilidades (tanto
dentro de ella como en otras aproximaciones), sin dogmatismos, y siempre en
aras del bienestar y el crecimiento espiritual de los pacientes.
David Alberto Campos
Vargas, MD
Médico cirujano – Pontificia
Universidad Javeriana
Especialista en Psiquiatría –
Pontificia Universidad Javeriana
Neuropsiquiatra – Pontificia Universidad
Católica de Chile
Neuropsicólogo – Universidad de
Valparaíso
Filósofo – Universidad Santo Tomás de
Aquino
Teólogo – Obispado Castrense de
Colombia
Fundador y Director General –
Sociedad de Psicoterapia Formativa